viernes, 13 de marzo de 2020

#QuedateEnCasa, la solidaridad de la distancia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El hashtag "#QuedateEnCasa" está siendo difundido a través de las televisiones. Los presentadores de los noticiarios de la mañana lo publicitan en sus programas y lo hacen circular con un lenguaje distinto al que hemos visto hasta el momento. La concienciación ha avanzado un paso. De debatir sobre la situación se ha pasado a ser agentes activos al comprender que esto va con todos. Los mediadores informativos, como ha sido el caso de Ana Rosa Quintana hace unos minutos, han asumido que ellos también forman parte de la cadena humana de transmisión. Ha enseñado el cartel con el hashtag y ha avisado que, tras su programa, se quedará en casa.
Es la fase que reclamábamos ayer, la de tú a tú, diferenciando cada segmento de población y ajustando la comunicación a sus características.
Igualmente, vídeos elaborados por los propios miembros del personal sanitario han sido difundidos. Tratan de que se entienda bien que ellos están allí, pero que muchos otros deben estar en sus casas para evitar que esto se extienda y cortar la tendencia, reducir el número de casos para ajustarlos a las propias posibilidades de absorción del sistema sanitario.
Todo tiene un tamaño ajustado a las previsiones, a la demanda estimada. Pero esto está desbordándolo todo, incluida la capacidad de comprensión del fenómeno y lo que supone. La importancia del personal sanitario es determinante. Por eso deben recibir apoyo institucional en forma de recursos, pero también ayuda por parte de la ciudadanía ajustándose a las medidas adecuadas. No debemos ser una carga cuando sus fuerzas y recursos son necesarios. Es una vergüenza que no puedan contar con los instrumentos necesarios para su propia defensa y poder atendernos en condiciones. Si se sienten, además de agotados, indefensos difícilmente podrán mantener la energía y voluntad necesarias.


Hay otro personal que, al margen del sanitario, también se está esforzando y se expone a riesgo alto: las personas que atienden al público en artículos de primera necesidad, como alimentos o medicina. Supermercados y farmacias son un elemento esencial en el control de la psicosis social. El miedo al desabastecimiento está colapsando los supermercados, a los que se ver ir las personas con auténtica ansiedad. Las farmacias, igualmente son esenciales para no agravar la situación. Comida y medicamentos están garantizados, pero la psicosis puede acabar con cualquier estimación razonable de las necesidades.
No hace falta ser sociólogo ni filósofo para entender que las situaciones de crisis pueden derivar en el refuerzo de los lazos (como ha ocurrido en China) o, por el contrario, desatar el egoísmo. Los primeros son los que ganarán el futuro; los segundos perecerán con el propio sistema, al que arrastrarán al caos. No hace falta pánico irracional, sino responsabilidad e inteligencia social. El problema es que se requieren cursos acelerados de responsabilidad en una sociedad que confunde independencia con indiferencia en muchos casos.

Es la hora de cada uno y cada uno es responsable ante uno mismo y ante los demás. La información se está haciendo más próxima, más focalizada en las personas, en un mirar a la cara para asegurarse que lo has entendido, que no eres solo tú, sino que lo que tú haces afecta a los demás. Esperemos que, entre otros, aquellos antivacunas que especulaban con la salud de los demás en nombre de no se sabe muy bien qué ahora lo entiendan.
En la parte positiva —hay que ver algo— ser conscientes de nuestras debilidades y de lo banal de nuestras seguridades dadas por descontado en las sociedades acomodadas. Entre el miedo y la indiferencia hay un punto medio, el de la sensatez consciente de lo que puede llegar.
Esta es una crisis moderna, actual, provocada por lo mismo que nos vanagloria. No existe en la naturaleza un punto de debilidad. Esto no es una guerra contra la Naturaleza, sino contra nosotros mismos, es una crisis contextual, posible en estos tiempos de instantaneidad.
Hemos creado un mundo interconectado, de flujos rápidos y constantes que cubren el globo. El turismo, los negocios, las empresas, los estudios, etc. todo se ha globalizado y eso es positivo, pero tiene una contrapartida: los males corren a nuestra misma velocidad. Lo importante es que entendamos que no son los coronavirus los que viajan, sino nosotros los que los llevamos. Si nosotros nos paramos, ellos se paran; si avanzamos, ellos avanzan.
El conflicto se está dando entre el nivel micro de la biología y el nivel macro de la sociedad, de la cultura, de los hábitos, de la propia estructura social. Pero el conflicto, el más complejo, es el que se da en la sociedad, el que afecta a las formas de transmisión, que son sociales. 
Un apretón de manos, un beso, un funeral, una manifestación, etc. son formas culturales, pero no dejan de tener relación con lo que ocurre en el nivel micro, el biológico, en donde favorecemos o perjudicamos la expansión. Los virus no tienen ideología, nacionalidad o cualquier otra categoría humana que les queramos aplicar como metáfora para dar forma a lo que no vemos ni realmente entendemos más que superficialmente. Pero sí sabemos las consecuencias, un saber pragmático y preventivo basado en la supervivencia. Tenemos el nivel suficiente de consciencia e información como para saber lo que podemos hacer. Hagámoslo.


Antes los "apestados" eran los ciudadanos chinos, luego pasaron a serlo los italianos; ahora lo somos los españoles hacia el exterior y los madrileños hacia el interior. El mal es siempre relativo y hay que fijarlo en alguien. 
La noticia de que algunos madrileños están saliendo hacia las segundas residencias en las playas va a crear nuevos conflictos porque da movilidad al contagio y desborda servicios sanitarios pensados para cierto número de casos. Es un ejemplo de cómo actúa el miedo, tanto huyendo como recibiendo.


Va a ser el primer fin de semana en muchos años que no vaya al cine. Echare de menos a Lola, a Laura... a todos los que trabajan en el cine y me preguntan qué tal la película al salir. Me quedaré en casa y saldré lo imprescindible, evitando concentraciones y contactos y manteniendo algo tan social y afectivo como la solidaridad de la distancia, algo que también demuestra el afecto hacia los otros.
Si no lo estamos ya, dentro muy poco pasaremos al "estado de alarma", al que si se llega es para evitar males mayores. El peor mal está, una vez más, en nuestras cabezas.
#QuedateEnCasa... por favor.

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