domingo, 29 de marzo de 2020

Salud pública, opinión pública

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Antes de entender la gravedad la gente sabía que era peligroso o suicida lanzarse desde el tejado de un edificio, un puente o un despeñadero. Hay cosas que se entienden fácilmente, sin necesidad de enormes complejidades. En ocasiones sabemos lo que hay que hacer; en otras ocasiones, sabemos lo que no hay que hacer.
Ayer señalábamos la importancia de que quienes hablan desde los principios del conocimiento —poco o mucho— se distanciaran de otro tipo de motivaciones, especialmente las políticas, evitando que la gente confundiera a unos y a otros. Los políticos no son científicos, ni los científicos deben ser políticos en la toma de las decisiones. Cada uno evalúa las situaciones desde un tipo de información distinta en función de sus consecuencias.
La situación que vivimos, del todo extraordinaria, obliga a que los políticos escuchen a los científicos. No solo los gobiernos, todos los políticos. A eso es a lo que se refieren algunos cuando hablan de aparcar diferencias y tomar las decisiones escuchando a los científicos, atendiendo a sus explicaciones de las consecuencias de cada decisión. No es el momento de la popularidad, sino de la efectividad. No se debate con los coronavirus; se les combate desde la ciencia señalando las medidas más eficaces no para proteger la opinión sino la salud pública, la de todos nosotros. En ese nosotros" se incluye algo que está más allá de las fronteras, por lo que las decisiones no se refieren exclusivamente a un territorio nacional y unas personas, sino que ha de tenerse en cuenta el más allá de nuestras fronteras, la dimensión humana global. Es un desafío a la especie, al sapiens.


Javier Sampedro publicaba ayer en el diario El País un artículo titulado "La presión científica funciona" ponderando precisamente el papel esencial de los científicos en esta crisis. En él señala:

Quienes acusan al Gobierno español de haber reaccionado tarde van a tener que adoptar la dieta de Rajoy para políticos: tragarse sus palabras. Hacer predicciones a toro pasado es una maquinación politiquera, oportunista e inútil para los ciudadanos. “¿Retrasados respecto a qué?, les espetó el presidente Sánchez el otro día, rompiendo ligeramente su compromiso de no enredarse en diatribas de bajo nivel. Tenía razón. Los grandes países de nuestro entorno están reaccionando con semanas de retraso respecto a España. Boris Johnson se ha resistido como gato panza arriba a implantar las medidas de aislamiento que recomienda la ciencia, Donald Trump se ha empleado a fondo en su negacionismo de la pandemia, y el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sigue jaleando a su población a que salgan a cenar a las fondas. “No dejen de salir”, dijo todavía el domingo pasado. “Yo les voy a decir cuándo no salgan”. Vale, pues aquí te esperamos, hijo.*


El resto de artículo está dedicado a la crítica de la postura impresentable de Vox, que deberían tener un poco más de sensatez, especialmente después de haber tenido que "pedir perdón" (a su manera) por el mitin que celebraron en Madrid. Deseamos pronto restablecimiento a sus líderes contagiados, que puedan seguir diciendo tonterías en perfecto estado de salud.
Efectivamente, la crítica a posteriori es fácil y suele ser demagógica, especialmente en un caso en el que la evolución es imprevisible y nueva. No se ha tenido un caso de tan amplia difusión ni tan veloz. Los casos anteriores han servido muy poco y se suele evaluar por la experiencia histórica antes que por las perspectivas de futuro.
El gobierno español también ha cometido errores, como otras instancias de la vida española, como todos nosotros. Pero conforme el panorama se clarifica, es cierto —como señala Javier Sampedro— que se han tomado medidas que dependen muchas de ellas de nuestro grado de compromiso al aceptar que este tipo de pandemia no es cuestión de voluntad individual. Ahí se equivoca plenamente la mentalidad independiente norteamericana o la simpleza irresponsable de López Obrador.


Los científicos deben trabajar en dos líneas: el asesoramiento desde la experiencia y conocimientos disponibles y avanzar en lo desconocido para reducirlo. Los políticos deben tomar sus decisiones siguiendo este asesoramiento, que puede no ser infalible —la Ciencia no lo es—, pero es lo mejor que tenemos en este momento.
Pero ¡cuidado! Como la etiqueta "ciencia" es buscada por la gente como garantía de fiabilidad seguridad hay también mucho irresponsable difundiendo bajo ella en algunos medios. Si esta pandemia está sirviendo para probar a los dirigentes y a la ciudadanía, también nos está mostrando la cara noble de la prensa, a la vez que ofrece también la más oportunista y desafortunada.
Con el tiempo que llevamos en esta situación, parece que se agotan titulares y estímulos para llamar la atención, por lo que algunas secciones, en este momento de fortísima competencia por la atención, por buscar fuentes fiables, hacen algunos juegos impresentables y peligrosos. Siguen jugando con ideas como que ha sido "fabricado" por humanos, guerras ocultas, terrorismo, etc. Lo novedoso es el método y el lugar. Al ganar confianza las secciones de Ciencia, habitualmente retrasadas en las páginas digitales, desplazadas por deportes, trivialidades, famoseos y demás cosas que parecían importantes en tiempos de fiesta, se usa su etiqueta para transmitir mensajes que nada tienen de científico. En algunos textos analizados estos días, se observa el uso de titulares que juegan con insinuaciones en forma de interrogantes (un subterfugio) que atraen al lector. Posteriormente el artículo desmiente lo que el titular afirma. Sin embargo, la comprobación del efecto la tenemos entre los comentarios de los lectores que salen defendiendo lo contrario de lo que el artículo afirma, pero el título insinúa bajo sus interrogaciones. Esta estructura de pregunta insinuante en el titular y falta de confirmación del texto, que puede decir claramente lo contrario, muestra además de la importancia de titular con responsabilidad, sin sensacionalismos ni insinuaciones, que son estos titulares los que atraen a las personas dispuestas a creerlos a pesar de los contenidos.


En realidad, el fenómeno tiene mucho de algo que sobre lo que deberíamos reflexionar y que funciona en paralelo a la pandemia: el fenómeno de la viralidad de la información. Las rutas de los coronavirus son parecidas en su funcionamiento a las de la información. No en vano venimos llamando "virales" a los fenómenos de las redes sociales desde muchos años antes de la aparición de la pandemia. También hay "contagios informativos", la transmisión de "memes" negativos a través de su difusión por las redes como información.
Es descorazonador leer los comentarios en la mayoría de los medios, la respuesta a la información que se expande desde allí. Recordemos que algunos autores desconectaron los "comentarios" en sus artículos ante la desesperanza que les producía observar las reacciones de lectores, más allá de los troles profesionales. Hay gente que necesita infectar la mente de otros y se concentran en este tipo de espacios de discusión. Decir esto en tiempos del COVID-19 no es más que repetir algo observado en décadas pero que ahora resulta especialmente triste y peligroso.
Mientras hay personas que están realizando esfuerzos para transmitir información fidedigna, que ayude a salvar vidas, a mejorar nuestra situación, otros, en cambio, hacen todo lo que pueden por enturbiar, por difundir bulos y maldades dando suelta a sus prejuicios y, sobre todo, a una ignorancia narcisista enormemente peligrosa.


Desgraciadamente, los medios no han logrado librarse de ello. Incluso, algunos lo buscan como forma de asegurarse el tráfico que es de lo que viven, alentando este tipo de discusiones e insinuaciones sin fundamento. Ellos sabrán.
La reflexión sobre este tipo de actuaciones irresponsables es necesaria y lo será más adelante cuando se tengan que enfrentar a sus propias hemerotecas. A diferencia de otros sectores, el de la información es esencial en estos momentos. Pero lo es si cumple con unos estándares mínimos en la información, si contribuye a la mejora y no a oscurecer el panorama o transmitir mala información o desinformación.
La observación de Javier Sampedro sobre la "presión científica" y su funcionamiento debe ir más allá de los políticos y autoridades, de las instituciones. Hay que transmitir el mensaje de la Ciencia con el menor número de interferencias o interrogaciones insinuantes, de titulares sensacionalistas o ambiguos. Salud y opinión públicas están muy relacionadas. También hace falta opinión sana que acabe ayudando a la salud de todos.



* Javier Sampedro "La presión científica funciona" EL País 28/03/2020 https://elpais.com/ciencia/2020-03-28/la-presion-cientifica-funciona.html



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