viernes, 29 de noviembre de 2019

Miradas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El suicido de la cantante coreana Goo Hara tras el proceso judicial contra su antiguo novio, que la había grabado escenas sexuales con cámaras ocultas ocupa el espacio de la noticia preferente en la página de la BBC en estos momentos. Su exnovio fue condenado a una condena de diez meses que no ha tenido que cumplir. El verdadero castigo lo recibió ella con la publicación del vídeo, las reacciones insultantes de la sociedad y su muerte final. Unas penas excesiva par una persona que solo cometió el pecado de enamorarse de un sinvergüenza y criminal.
El caso no es aislado, solo ha tenido la popularidad de la víctima en su contra. Señala la BBC: «That spy cams are a massive problem in South Korea is far from news - there have been more than 11,200 spy camera cases reported to police in the last two years. Digital sex crime campaigners believe there may be a lot more who were too fearful to go to the police. Most of those found guilty receive a fine.»*


Pero desviar la culpa a las cámaras es una operación retórica que intenta evitarla atención al verdadero problema: la maldad, el deseo de hacer daño, de vengarse, de destruir a las personas ante los ojos de los demás.
Al trauma de ser grabada sin su consentimiento (o con él, que da igual en este caso), está de ser juzgada por toda una sociedad que ejerce su virtud cruelmente condenando a la personas. Víctima de también de la justicia, que sigue reflejando extraños criterios subyacentes en cuanto al mal que se causa a las mujeres con penas ridículas que hunden más a quienes padecen estos comportamientos.
Nos explican:

South Korea remains a conservative and patriarchal society. Attitudes are beginning to change, but slowly. This can mean that abuse against women in certain parts of society is not taken as seriously as it should be. If high profile women, including K-pop stars such as Goo Hara, are harassed on social media after becoming a victim of a crime, what message does it send others?
Lee Na-young, a sociologist at Chung-Ang University told us that victims of sexual crimes in South Korea are often "stigmatised".
"She is soiled, a slut, a rag. Once labelled as soiled, she is a slut for the rest of her life. How can an individual carry this burden?"*



Siempre se ha dicho que la cultura va por delante de nuestro cuerpo, a más velocidad. Habrá que empezar a decir que la tecnología va por delante de nuestra cultura. Tenemos herramientas que no sabemos usar más que para hacer aflorar lo peor de nuestra mentalidad retrógrada. Pero no es cuestión de la tecnología. Esta solo hace el problema más intenso al expandir la maldad más lejos y a más personas, por lo que el envilecimiento del que lo realiza es mayor y se muestra la carencia de una verdadera moralidad, que se sigue percibiendo como el derechos a decir  a los demás cómo deben comportarse y a convertirse en hipócritas perros guardianes de unos falsos valores que nos hace mostrarnos ante los otros de forma idealizada. El que juzga se siente moralmente superior y el que es más duro juzgando muestra a los demás la fuerza de su verdad o el tamaño de su propia mentira. Flaubert lo reflejó muy bien en su Homais.
El problema no es de un país como Corea del Sur, un de las primeras potencias tecnológicas mundiales. Lo hemos tratado en ocasiones en sociedades de Oriente Medio, en donde no es cuestión de tecnología, sino del "juzgar", del hundimiento machista de las mujeres a las que "estigmatiza", como se dice en el texto por el sociólogo Lee Na-young.

La muerte de la joven Goo Hara es una cadena de responsabilidades. Enfocarlo desde el Derecho no es más que una perversión, una limitación en la valoración de lo que supone. Nuestra sociedad, lo percibimos cada día, es más trivial. Los mismos valores que se predican están estandarizados y son empaquetados y decorados para convertirlos en mensajes que se distribuyen por sus canales de información. Forman parte del espectáculo.
Pero hay otro espectáculo, el sórdido espectáculo paralelo que es el que lleva a los miembros de "La Manada" y a sujetos de la misma calaña a grabar sus violaciones en grupo; a tarados a grabar sus graves incumplimientos de tráfico; a hacerse selfies en el borde de un barranco y caer, etc.
Lo ocurrido con Goo Hara es la versión tecnológica de la vieja maledicencia, la que llevaba a contar las aventuras al Don Juan de turno; a hacer copias de las cartas de amor y mandarlas a terceros; a aprovechar el mercado para esparcir maldades sobre terceros. Ha existido siempre aprovechando las formas posibles de hacer daño, pues no se trata de otra cosa que eso.


No hay mucho que cambiar en lo personal, el que es un canalla lo será por el resto de su vida; la sociedad enferma lo seguirá estando. Pero está en manos de la Justicia y los legisladores tratar de dar una visión más clara de estos fenómenos.
Fenómenos de publicación similares a los que han causado la muerte de Goo Hara ocurren todos los días, acabando igualmente muchos casos en suicidios. En las escuelas, la difusión de vídeos grabados con los teléfonos es una de las principales herramientas del acoso.


La tecnología de las cámaras espías, muchos otros aparatos, están en manos de personas sencillamente malas. Nuestra sociedad, pese a los ejemplos, sigue sin saber cómo tratar la cuestión de las "malas personas" más allá de consabidas fórmulas tópicas. No estamos preparados para enfrentarnos a personas que sencillamente buscan hacer daño. Son la basura debajo de la alfombra social. Cuando no hay más remedio, la sociedad la juzga, pero no se va más allá.
La relación entre la perversidad del ex novio que graba imágenes y la fiereza de la reacción social (muchas individuales que se arrastran unas a otras por motivos diversos) es la de la parte y el todo.
En un mundo en el que todos miran y son mirados, los dedos acusadores de la opinión adquieren un enorme poder. Del "yo acuso" a un "nosotros acusamos". Habría que hablar de "tribunales sociales" más que de redes sociales. El cambio es rápido y se pasa de ser un ídolo pop a la diana del odio. No sé que hubiera dicho J.P. Sarte sobre este tipo de mirada social, cada día más sólida,  y cómo nos afecta. En una generación se habrá olvidado la forma de ver el mundo que no sea  a través de una red y un dispositivo. El machismo se refuerza pues es a las mujeres a las que más se perjudica en este infame juego: su reputación sigue siendo prioritaria. Y esa la decide el que tiene el móvil en la mano o una cámara espía. Podo suicidios masculinos hay; muchos femeninos, en cambio.
Me llama la atención la precisión del titular de la noticia en la BBC —"Goo Hara and the trauma of South Korea's spy cam victims"— tiene demasiada precisión, una precisión que distancia, como si lo ocurrido a ella y la existencia de las otras víctimas no tuviera nada que ver con nosotros. Carece de empatía, por decirlo así. 
Sin embargo, pese a que veamos las distancias como algo lejano, algo que no tiene nada que ver con nosotros, sí tiene que ver. Probablemente mucho. Pero solo nos daremos cuenta cuando nos ocurra.



* "Goo Hara and the trauma of South Korea's spy cam victims" BBC 28/11/2019 https://www.bbc.com/news/world-asia-50582338

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