Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La BBC
publica un reportaje sobre la recuperación de un material fotográfico que
muestra la vida de Senegal en los años 50 y 60, un material del fotógrafo Roger
DaSilva, un veterano de la II Guerra Mundial que decidió montar su estudio en
la capital, Dakar. Una parte de ese material ha salido a la luz por primera
vez, ya que no había habido exposiciones de DaSilva anteriormente. "He was an artist at
heart," his son Luc DaSilva tells the BBC. "Photography was his life."*
Es cada
vez más frecuente que emerjan este tipo de materiales que nos revelan la vida
de las ciudades. No son fotos artísticas,
sino piezas vivas de la historia que nos sorprenden en un mundo que ha perdido
por su propia velocidad el sentido de la Historia. El poder apreciar los
cambios ya es sorprendente para un mundo que se ha transformado al
digitalizarse perdiendo las viejas referencias. Todo pasa a velocidad tan
vertiginosa que somos capaces de apreciar los cambios en nuestras vidas, algo
que no siempre se ha podido debido a la lentitud. Ha habido siglos en los que
no cambiaba apenas nada, en los que cada día era una copia del anterior y una
muestra para el siguiente.
Son
muchos los inventos que han cambiado nuestra vida diaria. La electrificación,
por ejemplo, transformó el mundo. Los jóvenes no son capaces de imaginarse un
mundo sin internet o sin teléfono móvil. Llegan a un mundo con ellos ya
incorporados. Te miran raro por haber vivido en un mundo así.
La
fotografía deja huellas del tiempo y emergen como los submarinos hacia la
superficie, como estallidos de espuma. Es el pasado que ha quedado registrado.
El interés por un sistema documental de la vida cotidiana ha aumentado y muchos
se han dado cuenta de la necesidad de registrar lo efímero de nuestras vidas
que pasan a enorme velocidad, por más anodinas que nos puedan parecer.
El
ejemplo de DaSilva es solo uno más. Cada poco tiempo descubren las obras de
hombres y mujeres que documentaron su tiempo. Por encima de la fotografía
artística, ha quedado la fotografía documental, la del día a día y sin
pretensiones estéticas. Es el recordatorio de las costumbres.
Hay
descubrimientos de fotógrafos y fotógrafas, el punto de vista del género es
importante, que han sorprendido con su capacidad de reflejar un mundo que se ha
ido. La idea de detener el tiempo, de registrarlo se cumplió con la fotografía
cuando las cámaras de los aficionados y profesionales salieron a las calles sin
preocupación.
Hace
unos días un canal televisivo nos mostraba un reportaje sobre la
"fotografía de calle". Es literal lo de la calle. Ya no se trata de
salir a patearse una ciudad, sino de elegir una calle que se documenta como
espacio humano. Por supuesto, unas serán más animadas que otras. Uno de los
fotógrafos se movía por la Gran Vía en Madrid, un espacio de enorme riqueza
humana y cambios según las horas y los días. Había elegido aquel espacio para
registrar, para dejar memoria de él, como otros lo había dejado antes
documentándolo. Los edificios eran los mismos —o casi los mismos, que también
ellos cambian— pero las personas mostraban una forma diferente de estar en el
mundo. Cada fotógrafo su calle y su
tiempo.
Hoy
disponemos de cámaras para dejar testimonio de lo que vemos. Pero para eso hay
que aprender a ver y a mirar. ¡Pasamos por delante de tantas cosas sin verlas!
Quizá esa sea la máxima enseñanza de la fotografía, desarrollar nuestra
capacidad de detectar instantes y encuadres.
Mucha
gente se llevaba las cámaras solo en los viajes. Su sentido fotográfico
implicaba el registro de lo diferente. Las biografías fotográficas de muchas
personas son las de sus vacaciones a lo largo de su vida. Son las fotos de los
veranos y de sus actividades específicas, las fotos de las playas y las
montañas. Son las fotos de los cumpleaños y de las bodas, de momentos especiales.
Pero hay otra fotografía, la de la vida cotidiana, la del día a día. Son las
que reflejan esa enorme cantidad de tiempo que suele quedar sin registrar.
Durante
mucho tiempo he llevado una cámara en mi mochila diaria. Hoy disponemos de
cámaras de gran calidad en nuestros teléfonos con los que registrar lo que nos
rodea. La fotografía es un arte muy próximo a la vida y para el que se requiere
sentido del momento. La técnica es importante porque nos permite tratar el
objeto, pero sin el sentido del momento de poco sirve para su valor histórico,
de registro. Para unos es pintura, para otros historia, según los
temperamentos. Unos observan paradojas visuales y otros reflejan la psicología
que se desprende de encuadrar lo visible.
La gran
pregunta que se hacen algunos es qué quedará de todas estas imágenes para el
futuro. Los fotógrafos del pasado, los analógicos, dejaban huellas estables,
como los negativos o copias en papel. Nosotros nos contentamos con subirlas a
las redes sociales con el riesgo de desaparición. Quizá "riesgo" sea
demasiado optimista. Es casi seguro que la inmensa mayoría de esas imágenes que
hoy captamos no sobrevivirán ni a nosotros mismos. La enorme cantidad y la
virtualidad de lo digital hace que sea casi un arte efímero del que solo
tendremos resguardo si son impresas en libros o revistas, algo que el futuro
sepa o pueda manejar.
Es una
enorme paradoja de la vida actual que la información que producimos —y la
fotografía lo es— desaparezca sin dejar huellas en gran medida por la falta de
importancia que le damos nosotros mismos. Producimos información torrencial,
pero es un fin en sí misma. No tiene como objeto guardar registro, sino solo
llevarnos de un momento a otro.
Cuando
comenzó a proliferar la edición digital, se produjo una conciencia de riesgo
que llevó a que determinadas instituciones públicas se dedicarán a guardar
copias de los documentos valiosos. Cuando se calculó el tiempo medio de
duración de los documentos en la red las alarmas saltaron, somos una cultura
sin huella. Todo desaparece. Para remediarlo, se almacenan ingentes cantidades
de información por las que los historiadores de dentro de unos días tendrán que
navegar.
Los
filólogos se alarmaron cuando los escritores comenzaron a escribir con
ordenadores. No quedan huellas de lo que había sido parte esencial de su
trabajo, reconstruir con las versiones sucesivas el proceso de creación. Cada
vez que se graba el documento se borra lo anterior, que queda perdido. Lo
trataron de resolver pidiendo a algunos escritores que les enviaran copias
frecuentes del estado de sus escritos y así podrían seguir el proceso. Pero
dudo que alguien siga haciéndolo.
Todo
cambia a gran velocidad, pero queda muy poco. Por eso es importante ser
consciente del valor histórico de la fotografía y de cómo cada día se disparan
millones de ellas de las que muy pocas quedarán accesibles para el futuro. Como
arte del registro, de detener el tiempo, no debería ser ese su destino.
Veo a
personas en mi centro comercial haciendo cola para imprimir algunas de las fotografías
que han sacado en sus vacaciones, fiestas o fines de semana. Me imagino que
irán a parar a algún álbum en donde estarán a salvo del olvido o de la
obsolescencia de los dispositivos que sustituimos. ¿Dónde irán las demás? Serán fotos sin recuerdo, sin miradas melancólicas que vean el paso del tiempo, los momentos vividos.
*
"Roger DaSilva's rediscovered archive reveals 1950s Senegal chic" BBC
10/11/2019 https://www.bbc.com/news/world-africa-50347881
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