Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
noticia que sacude estos días la redes del mundo es la lucha entre Twitter, que
ha decidido prohibir las campañas políticas entre sus anuncios, y las tibiezas
de Mark Zuckerberg escondiéndose tras la libertad de expresión.
El
conflicto, como todo lo que ocurre con los norteamericanos, sucede cuando les
afecta a ellos, es decir, a lo que está ocurriendo de cara a las próximas
elecciones. Los norteamericanos se han vuelto implosivos, es decir, solo les importa ya lo que les atañe. Lo
demás es de otra galaxia muy lejana..., pese a que la estén afectando cada día y de forma intensa de Gran Bretaña a Siria, pasando por Ucrania.
La
preocupación por una reelección de Trump es real porque el problema es real. Un
segundo mandato, sobreviviendo al "impeachment" en marcha sería un
drama mundial pues Trump, como señalamos hace mucho, se carga con toda esa
energía negativa a su alrededor. Crece como esos monstruos que las películas
nos muestran en las que los ataques les fortalecen. Y, algo peor: sus
seguidores empiezan a considerarlo invencible, aumentando la fe en él.
La BBC
describe el conflicto entre las dos grandes empresas tecnológicas tras las
declaraciones del líder de Twitter:
Mr Dorsey's intervention in a fusillade of
tweets could hardly have been timed better to embarrass his much mightier
rival. It came just hours before Facebook's Mark Zuckerberg spoke to analysts
on a conference call about another stunning set of financial results.
"We believe political message reach should
be earned, not bought," declared Mr Dorsey, going on to explain what he
saw as the dangers presented by online political advertising: "Machine
learning-based optimisation of messaging and micro-targeting, unchecked
misleading information, and deep fakes."
But then in a clear swipe at Facebook he
unleashed this: "It's not credible for us to say, 'We're working hard to
stop people from gaming our systems to spread misleading info, but if someone
pays us to target and force people to see their political ad… well... they can
say whatever they want!'"
Facebook has, of course, excluded political ads
from its efforts to at least label misinformation, a policy which has seen it
come under sustained fire from Democrat politicians alleging that this opens
the door to a campaign of lies from their opponents.*
El problema va mucho más allá de la campaña norteamericana,
como es evidente para el resto del mundo. La cuestión afecta a la totalidad de
las comunicaciones y al fondo del asunto, el poder. Los norteamericanos, por
decirlo así, están discutiendo por el poder entre ellos, pero no respecto al
exterior, donde sí ven justificadas o no les importa mover sus hilos en su
beneficio. "Ellos" son siempre la buena causa que justifica sus
propias acciones, que serán siempre incuestionables. Pero eso ha cambiado mucho
precisamente por el descaro con el que se hace cuando afecta a terceros.
El conflicto entre Twitter y Facebook no es un conflicto
entre el bien y el mal, es un duelo de otro orden, mucho más pragmático, y que
se plantea ante una campaña electoral.
El problema se presenta como una disputa entre
"libertad de expresión" y "censura". En realidad eso es
simplificar mucho las cosas. La cuestión previa es la responsabilidad de la
difusión de mentiras amparándose en la libertad
de expresión, que no tiene sentido que sirva para amparar el engaño. Cuando
se engaña a otros no se está ejerciendo ninguna libertad sino engañando a
otros.
La paradoja de este asunto es que quien se niega a que los
"anuncios políticos" circulen por su red es Twitter, el medio
preferido por Donald Trump para extender sus ataques y mentiras, sus
exageraciones y descalificaciones a todos los que le molestan. Creo que es aquí
donde está la clave de este enfrentamiento posicional entre las dos principales
redes sociales que cubren el planeta.
Desde que Trump llegó a la Casa Blanca (si no antes),
Twitter se ha convertido en su arma favorita dentro de lo que es la práctica
populista de establecer un vínculo firme entre el líder y las bases políticas.
El uso perverso de sus tuits no reduce el planteamiento: aprovechar al máximo
las facilidades de las redes para sus fines. Y el fin no es otro que la
creación de ese vínculo que asegura un principio informativo: el que da primero
da dos veces. Con sus tuits envenenados, Trump se asegura la carga emocional e
ideológica de sus seguidores, una base que sabe debe mantener firme y fiel. De
hecho, lo que más ha sorprendido y sigue sorprendiendo a los demócratas (y al
mundo entero) es la capacidad de resistencia de Trump al desgaste entre las
bases republicanas, a las que parece haber tomado la medida. Creo que más bien,
les ha dado forma a su imagen y semejanza mediante la interacción continua.
En julio de este año, Trump tuvo un revés en su uso de
Twitter cuando un tribunal le prohibió bloquear a los que le criticaban en su
misma cuenta. La BBC Mundo lo recogía:
El presidente ha estado violando
la Constitución al bloquear a críticos en su cuenta @realDonaldTrump, según
concluyó un tribunal federal de apelaciones de Nueva York esta semana en base a
la Primera Enmienda de la carta magna estadounidense, que protege el derecho a
la libertad de religión y de expresión.
"La Primera Enmienda no
permite a un funcionario público, que utiliza una cuenta en redes sociales para
todo tipo de fines oficiales, excluir a personas de un diálogo online que de
otra manera sería abierto porque estas personas expresen visiones con la que no
está de acuerdo el funcionario", señala en su decisión la corte.
Se trata de uno de los fallos
judiciales más importantes hasta la fecha en el país en medio del debate sobre
qué significa la Primera Enmienda en los tiempos de las redes sociales como
altavoz político, señala el diario The New York Times.**
La cuestión era importante, pero le afecta de forma relativa.
Las críticas quedan, pero el problema central no se resuelve. Trump sigue
usando las cuentas de la misma forma.
Dentro de la lucha por la opinión pública, lo que ocurría
con los medios clásicos ha cambiado de forma clara. Ya no estamos en los
tiempos de la Televisión o de la Prensa, medios profesionalizados que usan
voces carismáticas. Trump es la voz de los "suyos", es la voz en la
que se fundamentan para interpretar el mundo y darle sentido.
La explicación de que Trump comenzara su andadura política
estigmatizando a los medios, "ellos son el enemigo", adquiere ahora
su sentido profundo cuando se comprueba su efectividad.
El problema de Zuckerberg y Facebook es otro. Su decisión sobre los anuncios políticos representa una idea difícil de defender, aunque no es sencilla de llevar a la realidad. La eliminación en Twitter no es la misma que en Facebook porque su funcionamiento es distinto. Trump eligió la que le beneficiaba y marcaba el estilo y la dependencia. Las páginas funcionan de otra manera diferente.
La "verdad" llega en
forma de tuit y lleva una firma, la del presidente, que les dijo
(¡increíblemente!) que "él" es como "ellos" y que existe
una conspiración de los "otros" para echarle a "él". El
"yo soy otro" de la modernidad se sustituye por el "yo soy
tú"; de la diferencia a la identidad. No se trata ya de
la "verdad", sino de la "identidad", del sentido de comunidad, de pertenencia. Las comunidades viven de sus mitos propios, no de las verdades.
Twitter le ha servido como un medio idóneo para sus fines
propagandísticos y de refuerzo. Los tuits del presidente son reproducidos en
los medios, ya sean de forma crítica o loándolos. En su brevedad esconden la
ausencia de razones o explicaciones. Son contundentes y permiten ser
reproducidos de forma rápida. Las críticas son amplias y requieren detallar lo
que es la réplica, algo que al presidente no le importa. Ya ha logrado su
efecto. Él cambia el sentido con un nuevo tuit cuando todos siguen inmersos en
los anteriores, tratando de derribarlos.
La polémica es trivial y trata de lavar la cara de Twitter,
el medio presidencial preferido por el que se han estado lanzando mentiras
constantemente. El gran beneficiado es, por supuesto, Trump y el más
perjudicado el Zuckerberg y Facebook, que quedan como los malos de la película,
es decir, los que dejan que los anuncios mentirosos circulen. Lo importante no es el "anuncio" en sí, sino la
"mentira" y está no necesita de anuncios formales para promocionarse
por la red. Esta allí, vivita y coleando.
Los anuncios se pueden prohibir; las mentiras hay que demostrar que lo son, justificar. Una cosa es una decisión empresarial y otra llamar mentirosos a los demás, aunque sepamos que lo son. Zuckerberg se ha metido él solo en la ratonera. Jack Dorsey ha sabido hacer ver que le preocupan los anuncios políticos sin tener que decidir si son falsos o no. Ahora Facebook está en el punto de mira.
Poco podía imaginar Al Gore cuando habló de las "superautopistas de la Información" que lo que pensaba iba a ser una vía de penetración norteamericana en el mundo acabaría siendo una entrada de Rusia en sus espacios y una herramienta de lucha en el interior del sistema estadounidense colocando a un manipulador y mentiroso en la Casa Blanca.
* Rory
Cellan-Jones "Tech Tent: Twitter bans political adverts" BBC
1/11/2019 https://www.bbc.com/news/technology-50262452
** "Trump y Twitter: por qué al presidente de Estados Unidos ya no le permiten bloquear a sus críticos en la red social" BBC Mundo 11/07/2019 https://www.bbc.com/mundo/noticias-48957283
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