viernes, 8 de noviembre de 2019

Charles S. Peirce, por una ciencia más afectiva y abierta

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revista Investigación y Ciencia siempre tiene cosas de interés y muchas veces nos ofrece temas de actualidad, al margen de la propia vida científica, lo que dice mucho de su sentido periodístico e informativo. A la agenda científica se debe añadir la social, que es la que debe guiar un objetivo esencial al que la Ciencia renuncia muchas veces: el contacto con la sociedad. Se está tan obsesionado con la publicación entre pares que se pierde muchas veces el sentido ilustrado de la Ciencia, la mejor comprensión social. La investigación tiene a veces fines específicos, pero hay un objetivo general irrenunciable que es la mejora del conocimiento de la sociedad, su mejor comprensión del mundo. Una Ciencia solo para científicos es una monstruosidad en sí misma. Y estamos cayendo en ella.
La Ciencia es investigación, ideas, resolución de problemas, descubrimientos. También debe ser información y comunicación en muchos niveles, circular por la sociedad más allá de los propios corrillos.
El carácter cada vez más centrípeto del conocimiento va creando una ciencia menos preocupada de la sociedad y más centrada en sí misma o, peor todavía, una ciencia vista como carrera promocional en donde se lucha por recursos y donde los demás son vistos como obstáculos. 

El número de noviembre se centra en un aspecto muy de actualidad, "realidades", "verdades", "mentiras", "incertidumbres"... conceptos esquivos con los que vivimos cada día y que nos viene bien repasar desde la perspectiva del conocimiento actual en varios campos. Tiene que llegar un problema a graves extremos (como ocurre con el cambio climático) para que los científicos salgan de sus círculos cerrados. "Verdades, mentiras, incertidumbres. Comprender el mundo en tiempos de confusión" es el título que nos llama desde la portada y que  nos acerca a conceptos que están ahí, pero que solo reciben atención suficiente cuando se vuelven conflictivos.
Pero no es sobre esto sobre lo que quiero incidir, sino en un artículo dedicado al lógico Charles S. Peirce, titulado "La lógica de la creatividad científica. El falibilismo y la abducción de Charles. S. Peirce", firmado por Jaime Nubiola, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Navarra y con dedicación especial al pragmatismo norteamericano. Más allá de su propuesta inicial, el artículo acaba conectando con el propio mundo de la Ciencia y su situación social. Es frecuente que los científicos se quejen de problemas como la atención a sus advertencias, la falta de financiación o recursos, etc. No lo es tanto que hagan repaso de los problemas del sector, como su propia organización y las reglas que rigen su destino. 


El texto está dedicado a  Charles S. Peirce, el filósofo y lógico norteamericano, cuya obra ha ido ganando peso con el tiempo, especialmente en su intento de clasificación de los signos y los problemas del conocimiento. Al margen de las ideas sobre Peirce, nunca olvidado en el campo de la Semiótica, del que es pieza fundamental, Nubiola cierra así su artículo:

[...] La ciencia es un modo de vida, un arte transmitido de maestros a aprendices.
Por esta razón, para Peirce la clave del avance del conocimiento y del desarrollo de las ciencias no es la revolución, sino la comunicación. La comunicación entre los miembros de una comunidad resulta esencial para el escrutinio de la evidencia y de los resultados alcanzados. Más concretamente, Peirce afirma que la comunidad científica, lejos de ser una asamblea o un parlamento cuyos miembros se pelean entre sí con fieros argumentos, debería ser más bien como una «familia». Una comunidad científica es siempre -o al menos debería serlo, según Peirce- una comunidad afectiva. Sin duda, la práctica científica actual es a este respecto desafortunadamente muy distinta, pero en estas afirmaciones de Peirce se encuentran algunas claves que pueden ser muy útiles para su regeneración.*



Hablar de "regeneración" de la Ciencia puede parecer demasiado osado, pero no deja de reflejar los múltiples problemas que el sistema organizado de la Ciencia ha ido creando al alejarse (si lo ha sido en algún momento) de ese modelo más afectivo que menciona Jaime Nubiola. La comunicación es esencial en la Ciencia, sí, es en el diálogo en donde se forjan las soluciones y se abren las perspectivas. Pero no es ese el camino que se ha ido perfilando en donde esa comunicación se ha convertido en un negocio en sí mismo que ha ido vertebrando el conjunto y llenándolo de aspectos viciados. Pero eso es solo una parte.
Se han dado por buenas ideas y planteamientos que, sin embargo, no funcionan como deben y es difícil rectificarlos porque se han vuelto dogmáticos, rígidos, muchas veces esotéricos. 
Los problemas se han ido acumulando conforme un campo que no estaba apenas regulado se ha ido convirtiendo en un amasijo de normas, que apenas tiene que ver con la Ciencia en sí, sino referidas a las reglas de la "tribu", a su regulación: privilegios, promoción, repartos, jerarquías, etc. Todo ello no tiene nada que ver con la Ciencia o el Conocimiento, pero sí con su carácter grupal, que acaba creando mecanismos de poder y de control del grupo. No hay campo más vilipendiando que el de la "Sociología de la Ciencia" dedicado precisamente al análisis del comportamiento, reglas, objetivos, etc. de la comunidad científica. No suele gustar los que nos muestran en el espejo.

Lejos de convertirse en un campo abierto, la ciencia se ha ido convirtiendo en un campo cada vez más regulado con el fin de administrar los privilegios y, sobre todo, las formas de promoción, que es el mecanismo que regula su vida interna. 
Esto se ha convertido en una forma anquilosada de vida, burocrática hasta el absurdo y cada vez más obsesivamente gremial. No tiene nada que ver con la ciencia en sí sino con el poder, con el poder sobre el grupo y la capacidad de decidir el destino de las personas y los fondos necesarios. Además obliga a todos a descender a esas obsesivas luchas por el estatus, las plazas, fondos, etc. No es posible quedar al margen porque todo se ha convertido en vehículo promocional, por lo que alejarse de la carrera es imposible porque esta te obliga para mantener el sistema en marcha.
Esa vida que, según Peirce, debería parecerse a la familiar, se convierte en un perverso culebrón familiar en donde se lucha por todo, se elevan barreras burocráticas como forma de hacer desistir, se crea una obligada rivalidad y se cierra el camino a todo aquello que no sea rentable desde el punto de vista personal.
Por ello no tiene nada de particular que Nubiola hable de "regeneración" en su artículo. No tiene visos de producirse por la sencilla razón de que son los propios beneficiados por el sistema los que deberían cambiarlo, algo poco probable si les ha ido bien. No es fácil hacer funcionar un sistema cada vez más jerarquizado y burocrático para buscar la esencial creatividad de la Ciencia.
La Ciencia ha ido contra muchas cosas especialmente contra los dogmatismos religiosos, políticos, etc. las fuerzas que imponen ideas sin cambios y se ofrecen como verdades. No deja de ser paradójico que la comunidad que debería abanderar la creación y la libertad creativa como forma de cambio y progreso se está convirtiendo en una comunidad dogmática, burocrática, jerárquica y enormemente mercantilizada. Se han importado muchos vicios y se han perdido bastantes virtudes.
¿Regeneración? No estaría mal.



Jaime Nubiola. "La lógica de la creatividad científica", Investigación y Ciencia, nº 518 nov. 2019, p. 11.




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