domingo, 13 de octubre de 2019

Máscaras

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Debo confesar que me ha perturbado la imagen que aparece en Ahram Online. No es por su crudeza, sino más bien por su irrealidad. La fotografía está tomada de una de las múltiples batallas callejeras que se están desarrollando en alguna parte del mundo. Esa parte es Ecuador, pero podría estar tomada en casi cualquier, allí donde haya protestas. Es más fácil encontrar un lugar donde no las haya.
La imagen nos muestra un primer plano de la máscara de Pennywise, el payaso diabólico salido de la mente de Stephen King en su obra "It", recuperada desde los 70 en dos partes, recientemente estrenada la segunda parte como "It Chapter 2".
No es la primera vez que saltan las máscaras de la ficción a las manifestaciones reales. La más conocida es la que se extendió desde los ochenta, la máscara de Guy Fawkes, quien intentó dinamitar el parlamento británico y a la que se dio forma fijándola por parte de la novela gráfica y posteriormente la película V de Vendetta. Con ella, la rebelión pasaba a tener "cara" más allá del grupo de haktivistas Anonymus. La ficción contribuyó a dar forma a la realidad exterior.


La aparición de Pennywise entre las figuras de una manifestación supone un paso más en esta interacción política entre la realidad y ficción. La máscara ha tenido una doble función: ocultar y mostrar. Hace desaparecer la individualidad y hace nacer una personalidad colectiva, la de aquellos que eligen un rostro, el de Pennywise, en este caso.
Han coincidido "casualmente" dos películas con la máscara deformada del payaso en estos meses, la del Joker y la de payaso alienígena Pennywise. Los dos son deformaciones grotescas de un circo que ya ha desaparecido en todo el mundo, sustituido, precisamente por los personajes de la ficción. 
Aquellos rostros antiguos, aquellas más caras del "augusto", del "clown", ya no tienen sentido en un mundo en el que los trapecistas se tenían que disfrazar de Spiderman para que los niños los admiraran. Eso ya ocurrió hace muchos años y hoy los niños interpretan las máscaras de los payasos como de grupos de atracadores, como ocurría en El Caballero oscuro. La máscara es otra y otro su sentido.
Los 70 y 80 fueron pródigos en máscaras de villanos, de Scream a Jason, pero no creo que llegaran al nivel profundo que estas de payaso llegado. Al final no había que crear nuevas, sino llenar de dolor, de resentimiento, de ira las viejas.


Ha muerto su comicidad. Son ahora un elemento intimidador en la realidad de las calles en las que se ponen al frente del caos. Parece que han saltado desde la pantalla.

Han triunfado las máscaras del mal, las de Joker y Pennywise, frente a su tradición cómica.  Esto se llegó a escenificar en un cortometraje presentado en el programa de James Corden donde se representaba el encuentro de ambos villanos con unos apesadumbrados clowns tradicionales porque dejaban de tener atractivo para los niños en sus fiestas. 
Ahora, un par de años después, un Pennywise corona el vaso del menú infantil en las salas de cine. Los niños lo quieren. Se olvidan de Georgie.
Hemos escuchado y visto en decenas de películas ese miedo de los niños a los payasos, algo sorprendente si tenemos en cuenta el muestrario de horrores al que son sometidos los niños actualmente dentro de una estética feísta que constituye nuestro entorno. 
El rostro del payaso tiene un atractivo profundo cuyo sentido es necesario explorar por nuestra salud mental. Es peligroso hacer de estos enloquecidos personajes el centro de nada. Pero nos enganchan y actúan como mediadores entre la furia interior y la violencia exterior, a la que se suman.


Cada época es distinta. La nuestra no solo es distinta, sino que es cambiante a enorme velocidad, por lo que los elementos que quedan permanentes en el cambio son de interés. Dicen mucho de nosotros cuando sobreviven a la moda.
Estamos empezando a vivir en un mundo en el que algunos ya no saben distinguir lo real de lo ficticio. Las propias imágenes se vuelven equívocas, como las fakes news que nos marcan un presente irreal. La violencia que habita en nosotros busca excusas y máscaras para salir.
Vista así, como parte de una manifestación en Ecuador, se me ha hecho presente como una imagen a la vez real e irreal. Es la presentación del estado intermedio en que vivimos. 
He intentado ponerme en la mente de quien la eligió para lanzarse a la calle intentado encontrar sus motivos más allá del anonimato. No lo he conseguido.



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