Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Vivimos
en un mundo próximo, cada vez más cercano. Esto quiere decir que los conflictos
no están aislados, sino que todos mantienen algún grado de proximidad y
conexión de más o menos intensidad. Los lazos comerciales, por ejemplo, generan
entramados de enorme complejidad y crean efectos imprevisibles en tiempos de
crisis.
Las
estimaciones sobre lo que puede costar la salida del Brexit a Europa y a Reino
Unido, por más que se hable de ello, es imprevisible. No se pueden calcular
todos los efectos, solo centrarse en algún modelo manejable y obtener algún
resultado orientativo. Pero nadie sabe los costes reales ni en qué términos
deben ser medidos.
Otro
ejemplo de enorme trascendencia es el de la política comercial proteccionista
de Estados Unidos contra China, la Unión Europea, etc. Podemos ocultar los
efectos tras expresiones como "guerra comercial entre USA y China", pensando que es cosa de dos, pero lo cierto es
que es una agresión económica en toda regla desde los Estados Unidos contra el
mundo que se limita a defenderse como puede de la agresión arancelaria. Es todo
el mundo el que se ve afectado tras un periodo de "globalización", es
decir, de extensión de las conexiones entre economías nacionales que se
encuentran alejadas.
Es de
enorme ingenuidad pensar que uno puede desconectarse
de este mundo que hemos creado. Sobre todo porque lo hemos creado
"necesariamente". A veces hacemos solo lo que podemos hacer. Nuestra voluntad no es libre, un bonito
concepto, pero cada vez más difícil de sostener en este plano internacional.
Cualquier elección previa determina nuestras próximas jugadas posibles;
igualmente las de los demás. Lo que podemos elegir no es mucho en ciertas
ocasiones.
Las
frustraciones provienen muchas veces de las expectativas infundadas, es decir,
de creer que una determinada acción traerá irremediablemente aquello que
queremos. Puede que nuestros cálculos sean erróneos y nuestras expectativas
poco fundadas. Se produce entonces el desencanto, como ha ocurrido con algunos
países que confiaban en que la entrada en Europa iba a ser la llegada
automática del paraíso.
Los que
apuestan por lanzarse al vacío, sabiendo que las expectativas son falsas,
deberán responder. Lo humano es equivocarse, no engañar a la gente, que es algo
distinto. Conseguir lo que queremos no quiere decir que los resultados sean
positivos. Como en casi todo, nuestras elecciones son relativas y ocultan una
parte de las consecuencias, lo imprevisible o lo que no queremos creer que
ocurrirá. Es nuestra ceguera, en el mejor de los casos, la responsable.
Son
tantos aspectos y variables, y tal la aceleración de los movimientos, que el escenario
puede cambiar muy rápidamente y que hayamos perdido la ocasión de tomar una
decisión. El momento se convierte también en decisivo, por lo que la anticipación
y evaluación correcta pasan a ser las condiciones necesarias para obtener un
buen resultado.
Por eso
se desarrolla cada vez más tecnologías capaces de evaluar, desde los datos
existentes, lo que pueda ser solución para el futuro. Los que son capaces de
realizar estas estimaciones con éxito son buscados intensamente.
El
efecto negativo de todo esto es que necesitamos estar tan seguros de las
condiciones, que cerramos en exceso todo para evitar que se produzcan desvíos o
alteraciones que impidan cumplirse que se produzca el resultado previsto. Desde ese momento, el plan debe ser seguido al milímetro a sabiendas de que cualquier cambio puede echar por tierra los planes.
Se
produce la paradoja entonces de que para que se cumpla el futuro que deseamos nos
esclavizamos más en el presente. Por eso el gran reto es la incorporación del azar y de la corrección.
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