viernes, 11 de octubre de 2019

Lo evitable

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la película "El club de la Buena Estrella", basada en la novela homónima de Amy Tan, se recogen diversos episodios de la vida de las mujeres de tres generaciones, dos en China y una tercera, las nietas en los Estados Unidos, donde acabaron sus madres. Una de las terribles historias que nos muestran el mundo profundamente patriarcal es aquel en el que una mujer casada es humillada por su marido desde poco después del matrimonio. Una vez que ha tenido un hijo varón, el marido lleva a casa a sus amantes relegándola a ella al papel de madre servil, con la única función de cuidarle al heredero. Ella enloquece y acaba haciéndole daño con lo único que él valora, a su hijo, al que estrangula. Un historia terrible que desvela los entresijos de este laberinto de las emociones y los efectos del machismo más abyecto, como el representado por el marido.


Me he acordado de esta historia, pese a los años, cada vez que se ha producido uno de estos crímenes en que son los hijos los que pagan con su vida las desavenencias de los padres, sus humillaciones y violencias, sus iras y frustraciones. Han sido varios crímenes recientes con ese horror de la muerte infantil, en ocasiones delante del otro familiar al que se le obliga a contemplar el asesinato como un castigo o una venganza.
El nuevo crimen vuelve a tener a otro inocente como víctima final de la locura criminal en que pueden derivar las crisis de las parejas. El modelo está empezando a repetirse más de lo debido y nos hace ver que estas situaciones tan complejas necesitan de un cambio de modelo en su tratamiento.
Puede haber casos imprevisibles, de eso no hay duda. Pero hay otros en los que asombra por la claridad de los avisos. Leemos en el diario El Mundo:

La familia paterna del niño de siete años presuntamente asesinado ayer en Almería por su madre, Ana María B. L., llevaba meses pleiteando para que la Justicia le concediera la custodia al padre, Sergio F. L., con los argumentos de que la madre se encontraba mal psicológicamente y de que el niño estaba en riesgo.
Una persona cercana a la familia paterna, que reside en la localidad almeriense de Alcolea, de donde son originarios tanto Ana María como Sergio, explica a EL MUNDO que hace sólo unos días el abuelo le contó que tenían una nueva vista por la custodia del pequeño. «Me dijo literalmente: 'Estamos todos los días de juicio y no hay quien nos dé la custodia del niño y tememos por la muerte de mi nieto'», reproduce las palabras que pronunció el abuelo. «Llevan mucho tiempo luchando por la custodia porque veían que esa mujer no estaba en orden», dice en referencia al estado mental de la presunta parricida. «Iban a recurrir a Madrid, iban a hacer todo lo posible porque al niño lo veían en peligro, y al final se ha visto que tenían razón», añade.*



Sé que es muy difícil para la Justicia hacer juicios previos sobre lo que puede ocurrir o no en el futuro. No es fácil tomar decisiones en este sentido ante los conflictos en que se enzarzan por las custodias o cualquier otro tipo de disputa. Pero las custodias de los hijos son especialmente conflictivas por lo que pueden suponer para el enquistamiento de los problemas.
No sé cómo, pero algún tipo de solución —si es que la tienen— hay que buscar. En este mundo de "protocolos", estos fallan demasiado y, peor, establecen una especie de excusa a través de su seguimiento. Si el protocolo se sigue, la culpa es del protocolo. Esta respuesta la encontramos cada vez más en distintos ámbitos en donde es difícil determinar la responsabilidad.
Este tipo de crímenes, como las violaciones en grupo, están proliferando demasiado. Son crímenes que nos dan cierta perspectiva del estado mental de la sociedad. La incapacidad de resolver problemas, ya en lo personal o en lo institucional, revela un profundo déficit de capacidad de diálogo y sobre todo de madurez. Son ejemplo de pérdida de sentido de la realidad.
Nuestra sociedad es cada vez más inmadura. Carece, cada vez de forma más clara, de los recursos personales y sociales para dirimir sus conflictos, que hacen estragos entre nosotros. El límite está cada vez más cercano, sin apenas margen.
Tenemos, además, el defecto de no querer comprender que las presiones en un campo afectan a las personas y que hacen romperse los diques de la violencia en otros.  Cada uno se  hace responsable de su parcela, pero nadie lo hace del conjunto. Y no vivimos haciendo distinciones; simplemente vivimos.


No es un fenómeno nuevo, pero si contamos —cualquier día— las escenas de gente en la calle enfrentándose de forma violenta a sus crisis, nos damos cuenta que hay una violencia manifiesta y otra latente, que se desahoga de forma muchas veces brutal en el ámbito privado.
Estamos híper excitados por los efectos mediáticos. No podemos sustraernos a nada, lo que nos convierte en punto de llegada de la violencia ambiental del planeta entero. No todo el mundo es capaz de sustraerse de sus propios problemas y cuando intenta distanciarse se encuentra con un universo angustioso alrededor. Es un mundo de políticos vociferantes, de calles quemadas, de anuncios de desastres económicos, climáticos, de crímenes horrendos, de reivindicaciones constantes... Todo nos llega a través de los medios que, a su vez, compiten porque nos fijemos en ellos a través del tremendismo de la exposición. Es difícil salirse de este mundo... y la salud mental de muchos se rompe, como muestra la indiferencia de aquellos que solo miran un crimen para sacar fotos o se hacen un selfie con suicidas de fondo. De ello hemos hablado en ocasiones.



Sorprende la claridad de los avisos y la incapacidad de evitar los desastres denunciados. Unos se quejarán de la falta de atención otros de la falta de recursos, de lo saturado de juzgados, comisarías o servicios sociales, de los recortes y de las faltas de personal o presupuestos. Otros apelarán a las macro teorías y a las estructuras; otros a la cuentas. Se trata de mantener la excusa hasta que llegue el siguiente caso. Nada de eso devolverá la vida a los inocentes en cada caso, cuyo único destino parece ser formar parte de peleadas estadísticas.
Sorprende, sí, que estemos tan pendientes de los que venden humo y no nos fijemos en el origen de los fuegos que tenemos tan cerca. Sorprende, sí de nuevo, que estemos tan pendientes de las teorías y seamos incapaces de descender a la vida diaria. Es algo que forma parte de nuestra propia enfermedad. 
Si no podemos evitar lo inevitable y estamos ciegos o sordos ante lo evitable, ¿qué nos queda?



* "El abuelo del niño asesinado en El Ejido se temía lo peor: "Tememos por que la madre mate a mi nieto"" El Mundo 11/10/2019 https://www.elmundo.es/andalucia/2019/10/11/5d9f96d121efa0f94c8b46eb.html

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