lunes, 21 de octubre de 2019

La relación con la esperanza

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Merece la pena leer la entrevista realizada a Paolo Giordano, el físico italiano con vida paralela de novelista. La entrevista se la ha realizado con buen gusto y buenas preguntas Irene Hernández Velasco para el diario El Mundo. El diálogo que es la entrevista cultural requiere de condiciones diferentes a las que los políticos y parecidos seductores usan. Necesita de cierta profundidad por parte del periodista para comprender el universo de la escritura del autor, cómo se ordena ese mundo.
Han sido once años los que separan su novela anterior La soledad de los números primos, la cuarta, un best seller mundial del que le separan once años de situación compleja, como el propio autor señala. La nueva obra abre un periodo distinto. Giordano ha conseguido algo que no es fácil, conseguir escribir una segunda novela con un tiempo amplio. No es fácil resistirse a las presiones editoriales cuando se tiene un primer éxito. El tiempo de los editores, siempre ávidos de autores que vendan y que vendan mucho y rápido, no es el mismo que el de los autores, que tienen una relación distinta, intensa y personal con sus propias obra. Contesta Paolo Giordano a una de las preguntas de la periodista:

Cuando se publicó en Italia este mi nuevo libro, Conquistar el Cielo, pedí expresamente que no llevara una faja como esta que lleva en la versión española que dice: "Por el autor de La Soledad de los Números Primos". Y es que un día tuve una imagen de mi lápida, con ese mismo texto grabado en ella.*



Es una imagen fuerte e irónica, pero real. Cuando una obra constituye un éxito importante supone un cambio en la vida de las personas que mantenían su escritura las más de las veces en el ámbito personal, íntimo y privado, lejos del éxito.
El éxito literario o artístico supone una ruptura importante para quien ha vivido haciendo huecos para escribir unas páginas, para quien ha dado vueltas y vueltas buscando el estilo, la forma o el acto que llena las páginas de esa futura novela. Una tumba con la banda que recuerda la primera novela representa perfectamente la cárcel que supone el éxito.
Hace muchos años, una hoy novelista famosa no era más que una querida alumna que acababa de ganar un premio importante. Recuerdo nuestra conversación angustiada. Todo lo que había sido la primera novela, una obra premiada, con giras por toda España incluidas, facilidades, felicitaciones, cariños, etc. se estaba convirtiendo en una tortura, presiones por todas partes, insistencias constantes, llamadas, en la segunda.
Por eso me parece muy bien que Paolo Giordano se haya conseguido alejar de esas presiones que hay que vivir para entender.


El arte en cualquiera de sus variantes es siempre un conflicto entre tres bandas: los autores, los mediadores (editores, marchantes, etc.) y el público. Cada uno tiene sus propios intereses, pero para el arte solo cuenta uno, las obras, su capacidad de permanencia, no en el mercado, sino en la memoria colectiva. Esto es, su capacidad de decir de forma continuada escapando a los peligros de la moda.
Son tiempos difíciles para el arte verdadero, corrompido por el mercado y las formas que lo reducen a una mercancía. Por mucho que hablen, son los editores los primeros que arrojan libros y autores por la borda cuando piensan que dejan de ser rentables.
La única garantía para los autores es tener lectores formados, algo cada vez más difícil por la degeneración que se ha ido produciendo tanto en el mundo editorial como en la educación, la cuna de todo. Ya las familias no consideran que la lectura sea más que un entretenimiento y es entretenimiento lo que busca y encuentran.
Los once años de separación entre las dos obras no garantiza la calidad de la segunda obra, pero sí dicen algo de cómo se lo ha tomado el propio autor, que ha conseguido por fin lanzar su segunda obra.
El detalle de la franja tampoco dice mucho de la obra en sí, pero sí del deseo de su autor de que tenga vida propia y que le arrastre a otros mundos diferentes. Al fin y al cabo, escribimos, pintamos, fotografiamos por el deseo de ver las cosas de otra forma o, si se prefiere, para dar forma articulada al bombardeo que recibimos en cada momento.
Me quedo con una respuesta de Giordano de sobre ese presente que le interesa retratar y que se aleja de nosotros como las galaxias:

Sería muy triste tener 20 años y no tener un horizonte de idealismo, no soñar con poder cambiar las cosas. Y más con lo que está ocurriendo con el cambio climático. Pero los jóvenes de hoy tienen una relación extraña con la utopía. Nosotros cuando pensamos en la utopía pensamos en un mundo ideal, en el que todo funciona, en el que todo es justo. Sin embargo los jóvenes de hoy ya parten de la idea de que hemos destrozado el medio ambiente y de que las consecuencias serán graves, para ellos la utopía es conseguir que esas consecuencias no sean tan graves. La suya es una relación extraña con la esperanza. Eso también está en la novela: no hay nunca una esperanza absoluta, es una esperanza ajustada a la realidad. Y ese es un cambio enorme. La generación de mis padres tenía una relación diferente con la esperanza, una relación mucho más progresiva. Y si cambia la relación con la esperanza cambia el modo de estar en el mundo.*



No es fácil dar sentido a esas palabras cuando vemos el mundo arder. Si trasladamos la preocupación por el medio ambiente, compartible por todos, es necesario comprender las formas de la utopía, la rabia que desata en un mundo que probablemente se ve sin esperanza en un sentido que habría indagar. 
Carecemos de las voces que pueden ayudarnos a entender este mundo que se centra en la radicalidad y en la violencia destructiva y que se vive por muchos como normalidad sin futuro. Pero hemos enterrado voces e inteligencias bajo la trivialidad y el consumo, los dos débiles pilares que sostienen nuestro mundo. La palabra se pierde y solo queda la acción.
De todo el mundo, por unas cosas u otras, nos llegan esas imágenes que llevan a la depresión ante la falta de perspectivas de futuro. No se trata ya de tener causas, sino excusas.
Cada generación tenía alguna obra que la describía, una obra que —de Werther a El guardián entre el centeno o Menos que cero— nos permitía entender el interior generacional de los otros. Creo que no la tenemos hoy, por más que se anuncien. Quizá la aceleración del tiempo no permita la claridad y solo el alejamiento, las distancias,  la confusión sean lo real. Creo que es, efectivamente, la relación con la esperanza, en un sentido u otro, lo que nos marca el presente. Quizá no nos queda mucha y el pesimismo nos lleva.
La entrevista con Paolo Giordano abre muchas perspectivas, llama a muchas ideas.  

* Irene Hernández Velasco  "Paolo Giordano: "Todos tenemos la posibilidad, e incluso la tendencia, de hacernos radicales" El Mundo 20/10/2019 https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/10/20/5d9f4be0fc6c834d778b4724.html

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