Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El hecho
de que el presidente de los Estados Unidos y el primer ministro británico
actuales están en la cuerda floja y drásticamente cuestionados por sus
ciudadanos, jueces e instituciones debería hacernos recapacitar sobre la crisis
del modelo de político que sale de las urnas (Trump) o de una chistera (Boris
Johnson, el tercer primer ministro a cuenta del Brexit).
Tanto
Reino Unido como Estados Unidos representan un modelo de estabilidad
democrática a los ojos del mundo. Sin embargo, estos ojos solo contemplan hoy los
diversos y bochornosos espectáculos que estos dos mandatarios ofrecen: malos
modos, desprecio por la representación y un empeño en situarse por encima de
las instituciones, ya sean las cámaras norteamericanas o el parlamento
británico.
Desde
que Trump llegó al poder, las esperanzas de que cambiara respecto a lo que
había sido su campaña electoral, llena de excesos, se fueron esfumando. Los que
pensaban que el poder y la responsabilidad le cambiarían se equivocaron.
Después le pusieron fecha de caducidad por los primeros escándalos y maneras,
pero pronto se reveló que carecía de límites. Cualquier escándalo era superado
por el siguiente; cada provocación quedaba olvidada frente a la siguiente.
Johnson
también comenzó con excesos. Es la forma necesaria para alcanzar la atención
necesaria para llegar al poder. Igualmente, se ha tenido que superar con sus
formas provocativas. Las imágenes del parlamento británico pidiéndole desesperados
que modere su lenguaje agresivo por la violencia que podía provocar hacia los
políticos opositores quedarán registradas por su dramatismo. El primer ministro
es la tercera pieza conservadora que se puede llevar por delante el Brexit,
tras David Cameron y Theresa May. Puede que lo hicieran mal o muy mal, pero el
estilo de Johnson es otra cosa, una provocación constante como estrategia.
Al igual
que a Trump, a Johnson la provocación le sienta bien. Hay algo en los electorados
que les hace disfrutar de estas dosis de provocación, violencia verbal y malas
maneras. Lo que parece que debiera suscitar rechazo, les mantiene a ambos en el
poder. Parece que gustan.
El
modelo Trump se extiende a otros países. Lo que se prueba y funciona en uno es
imitado por otros gobernantes que usan estrategias y maneras parecidas. El caso
de Jair Bolsonaro en Brasil es el más evidente de esta factoría de los malos
modos y el desprecio institucional. Hay otros.
La
erosión democrática que producen es distinta a la que algunos teóricos de la
Política había detectado. Ya no es el "problema de la democracia representativa",
como a veces se le denomina, sino más bien la "crisis del
representante", cuyo modelo se ha adaptado al cambio social.
¿Habrá
una reacción pendular a estas malas formas o, por el contrario, el modelo
seguirá subiendo de tono y extendiéndose imitando a dos grandes democracias que
han seguido este rumbo? Esto último es algo que no me atrevo a imaginar por sus
consecuencias.
¿Hay
algo positivo? Al menos nos queda la reacción de muchos que no admiten este
rumbo. En Estados Unidos, la llegada de Trump tuvo reacciones inmediatas en la
calle. También reaccionaron las instituciones frenando muchos de sus intentos
de saltarse la legalidad. Los jueces han acabado obligando a que Johnson vuelva
a abrir el parlamento británico. Pero el desgaste es un hecho y el mal ejemplo
por parte de democracias avanzadas también. Hay que temer por países con menos
tradición democrática donde sus efectos son demoledores.
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