miércoles, 2 de octubre de 2019

El mal ejemplo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El hecho de que el presidente de los Estados Unidos y el primer ministro británico actuales están en la cuerda floja y drásticamente cuestionados por sus ciudadanos, jueces e instituciones debería hacernos recapacitar sobre la crisis del modelo de político que sale de las urnas (Trump) o de una chistera (Boris Johnson, el tercer primer ministro a cuenta del Brexit).
Tanto Reino Unido como Estados Unidos representan un modelo de estabilidad democrática a los ojos del mundo. Sin embargo, estos ojos solo contemplan hoy los diversos y bochornosos espectáculos que estos dos mandatarios ofrecen: malos modos, desprecio por la representación y un empeño en situarse por encima de las instituciones, ya sean las cámaras norteamericanas o el parlamento británico.


Desde que Trump llegó al poder, las esperanzas de que cambiara respecto a lo que había sido su campaña electoral, llena de excesos, se fueron esfumando. Los que pensaban que el poder y la responsabilidad le cambiarían se equivocaron. Después le pusieron fecha de caducidad por los primeros escándalos y maneras, pero pronto se reveló que carecía de límites. Cualquier escándalo era superado por el siguiente; cada provocación quedaba olvidada frente a la siguiente.
Johnson también comenzó con excesos. Es la forma necesaria para alcanzar la atención necesaria para llegar al poder. Igualmente, se ha tenido que superar con sus formas provocativas. Las imágenes del parlamento británico pidiéndole desesperados que modere su lenguaje agresivo por la violencia que podía provocar hacia los políticos opositores quedarán registradas por su dramatismo. El primer ministro es la tercera pieza conservadora que se puede llevar por delante el Brexit, tras David Cameron y Theresa May. Puede que lo hicieran mal o muy mal, pero el estilo de Johnson es otra cosa, una provocación constante como estrategia.


Al igual que a Trump, a Johnson la provocación le sienta bien. Hay algo en los electorados que les hace disfrutar de estas dosis de provocación, violencia verbal y malas maneras. Lo que parece que debiera suscitar rechazo, les mantiene a ambos en el poder. Parece que gustan.
El modelo Trump se extiende a otros países. Lo que se prueba y funciona en uno es imitado por otros gobernantes que usan estrategias y maneras parecidas. El caso de Jair Bolsonaro en Brasil es el más evidente de esta factoría de los malos modos y el desprecio institucional. Hay otros.
La erosión democrática que producen es distinta a la que algunos teóricos de la Política había detectado. Ya no es el "problema de la democracia representativa", como a veces se le denomina, sino más bien la "crisis del representante", cuyo modelo se ha adaptado al cambio social.


¿Habrá una reacción pendular a estas malas formas o, por el contrario, el modelo seguirá subiendo de tono y extendiéndose imitando a dos grandes democracias que han seguido este rumbo? Esto último es algo que no me atrevo a imaginar por sus consecuencias.
¿Hay algo positivo? Al menos nos queda la reacción de muchos que no admiten este rumbo. En Estados Unidos, la llegada de Trump tuvo reacciones inmediatas en la calle. También reaccionaron las instituciones frenando muchos de sus intentos de saltarse la legalidad. Los jueces han acabado obligando a que Johnson vuelva a abrir el parlamento británico. Pero el desgaste es un hecho y el mal ejemplo por parte de democracias avanzadas también. Hay que temer por países con menos tradición democrática donde sus efectos son demoledores.


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