Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La Vanguardia
recupera la entrevista que le realizó en Madrid en 2015 al cosmólogo James
Peebles, galardonado hoy con el premio Nobel. Lo que Peebles dijo entonces es de
perfecta actualidad hoy, pues trata de lo que es y ha sido el motor de la
verdadera Ciencia, la humildad y la constatación de nuestra ignorancia. Son
esos nuestros mayores impulsos en el camino del conocimiento. «La
ciencia es una búsqueda sin final. Lo es para la cosmología como para otras
disciplinas. Tenemos que ser lo bastante humildes para reconocer nuestras
limitaciones pero lo bastante ambiciosos para afrontar nuestros retos»*, explicaba a La Vanguardia. Y es cierto.
El
mayor enemigo del conocimiento es creer saberlo todo. Por eso, el gran valor es
la humildad. ¡Cómo contrastan sus palabras con las de ese señor que ocupa la
Casa Blanca, que hablaba ayer en un tuit de "in my great and unmatched
wisdom", tal como recogimos! ¿Es posible mayor distancia?
Frente
a tanto dogmático en el campo de la política, tanto poseedor de las verdades
absolutas, tenidas por conocimiento innato o visitas en sueños, ¿cómo no
maravillarse ante gente que dice moverse con la mejor teoría disponible, expresión frecuente?
Los
campos más rigurosos de la Ciencia suelen ser los más humildes, los que saben
que viven en la imperfección que nos queda por nuestro propio progreso.
Mientras otros tratan de llegar a "lo definitivo", el verdadero sabio
sabe de la provisionalidad de todo, de la perfectibilidad modesta, milimétrica
a veces.
Estos
días, la prensa mundial se ha hecho eco de una noticia insólita que no sé si
muchos han entendido: la aparición de un planeta "allí donde no debía
estar". "¡Qué impertinente!", habrán pensado algunos. El énfasis
en el "no debía" contrasta fuertemente con las noticias de los
planetas que encontramos de vez en cuando, que están donde deben. Este —¡qué
fastidio!— estaba donde "no debía".
Este
hallazgo impertinente nos hace un enorme favor al mostrarnos lo equivocado que
estábamos al pensar que nuestro conocimiento era una verdad. Ha demostrado
nuestras limitaciones, nuestro error y así nos dará la oportunidad de mejorar,
que es a lo que debemos aspirar. De ahí, como dice Peebles, que debamos ser
humildes para reconocer nuestros errores y corajudos para no tirar la toalla. Y
es que en la Ciencia hay que ser un poco Sísifos, subir y bajar la piedra por
la resbaladiza ladera del error.
Cuando
James Peebles hace cuentas sobre lo que sabemos, dice que apenas comprendemos un
5% de lo que tenemos delante o de lo que pensamos que tenemos delante, ya que
ese planeta impertinente nos pone en su sitio. Pero lejos de estar frustrado,
señala: "Pero tengo la esperanza de que llegarán sorpresas. En la historia
de la ciencia, las preguntas más difíciles a menudo se contestan de maneras
inesperadas." ¡Tanto trabajo para que después las respuestas nos lleguen
en forma de hallazgos por sorpresa, por pequeñas casualidades o de rebote! Todo
eso, bien visto, sigue domando nuestra soberbia y poniéndonos en nuestro sitio.
No nos
queda ni la posibilidad de convertir en héroes a nuestros grandes científicos.
El número recién salido de la revista Investigación y Ciencia (el número de
octubre) nos trae el artículo titulado "Einstein, Newton o Pasteur no eran
unos santos" (pp. 68-74), firmado por Yannick Fonteneau, en el que se hace
eco de cómo el éxito de la Ciencia necesitó convertir al científico en un nuevo
héroe social:
En los siglos XVIII y XIX los científicos no
accederán a posiciones de poder más que de una forma parcial, puesto que no reemplazarán
completamente al religioso ni al consejero de Estado. No obstante, el
científico y la razón (o sus imágenes) se proyectarán más allá de la historia,
asumiendo un papel de guía para la sociedad. Una muestra evidente es el
panegírico del ingeniero y arquitecto Vauban escrito por el científico Bernard Le
Bouyer de Fontenelle en 1707: «Nadie mejor que él ha traído del
cielo las matemáticas para que sirvan a las necesidades humanas. En sus manos
han adquirido una utilidad tan gloriosa como sublime». (71)**
Parece
querer decirnos que los seres humanos necesitamos jugar con la imagen de una
autoridad. Toda "autoridad" se fundamenta en otra hasta llegar a una
autoridad "última". Ya sea convirtiendo al científico en héroe o en
portador de las luces, nos resulta difícil aceptar la humildad o el azar que
guía sus trabajos, la imperfección para convertirlos en herramientas del
destino o la divinidad o de cualquier otra fuente que nos hagan reconocer esa
autoridad.
El
final del artículo nos habla de los científicos como "héroes
necesarios" en el marco de las transformaciones históricas que van
situando a la Ciencia en un papel central:
El científico se erigió en portavoz de la
verdad y luego en guía de la sociedad, junto a los sacerdotes cuando no en
competencia con ellos. Su legitimación fue acentuada por el Estado, decidido a
utilizar la ciencia para consolidar su poder en los siglos XVII y XVIII. En el
siglo XIX, el estado nación sintió la necesidad de consolidar el genio
nacional. Todo ello contribuyó a dejar de lado la faceta humana de los
científicos para convertirlos en héroes ficticios de la epopeya del progreso,
capaces de conducir a la sociedad hacia su perfección. (74)**
De lo que
se trata pues no es tanto de la Ciencia en sí, sino de la representación del
papel del científico en el interior de la propia sociedad, del reconocimiento
de una "autoridad" que le ha sido conferida por una fuente exterior y
que le lleva a convertirse en paladín social como antes lo fueron otras
figuras.
La
actitud de John Peebles trata de sacudirse esos juegos manipuladores y de
mostrarse más bien como un anti héroe (a diferencia del político) que intenta
alejarse ofreciendo la modesta verdad del conocimiento limitado.
La
verdadera dimensión de la Ciencia es más la del trabajo constante que nos lleva
a no cejar en el empeño para alcanzar resultados que se verán limitados en el
futuro por los nuevos logros.
A
Peebles se le ha concedido el premio Nobel. La mayor parte de la gente lo verá
como una especie de ganador del campeonato
del mundo de algo. Sin embargo, Peebles sabe que lo que se premia en él es
la ignorancia consciente, saber que solo creemos conocer el funcionamiento del
5%. Y eso si no siguen apareciendo planetas allí donde no deberían estar. Se premia en él el haberse hecho preguntas interesantes desde sus propias y constantes dudas. Se premia en él, sí, no haber abandonado su trabajo a sabiendas que será siempre insatisfactorio a pesar de los logros porque su sed es insaciable. Quizá sea eso lo que define al científico, no el heroísmo sino una fuerza que equilibra las grandes preguntas con las humildes y provisionales respuestas. Solo se puede ser así cuando el reto es el universo y uno se siente maravillado, pero pequeño.
El
titular de la entrevista a James Peebles es anti heroico: “Nunca llegaremos a
comprender el Universo”. No es el que uno esperaría encontrar en un premiado con el Nobel cuatro años después.
Sin embargo es profundamente honesto y reconduce al científico hacia su verdadero y humilde papel, mostrarnos la grandeza de aquello a lo que nos enfrentamos.
*
“Nunca llegaremos a comprender el Universo” (2015) La Vanguardia 8/10/2019
https://www.lavanguardia.com/ciencia/20191008/47872198730/entrevista-nobel-fisica-2019-james-peebles.html
* Yannick
Fonteneau, "Einstein, Newton o Pasteur no eran unos santos",,
Investigación y Ciencia nº 547- Octubre 2019, pp. 68-74.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.