miércoles, 9 de octubre de 2019

Límites humildes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Vanguardia recupera la entrevista que le realizó en Madrid en 2015 al cosmólogo James Peebles, galardonado hoy con el premio Nobel. Lo que Peebles dijo entonces es de perfecta actualidad hoy, pues trata de lo que es y ha sido el motor de la verdadera Ciencia, la humildad y la constatación de nuestra ignorancia. Son esos nuestros mayores impulsos en el camino del conocimiento. «La ciencia es una búsqueda sin final. Lo es para la cosmología como para otras disciplinas. Tenemos que ser lo bastante humildes para reconocer nuestras limitaciones pero lo bastante ambiciosos para afrontar nuestros retos»*, explicaba a La Vanguardia. Y es cierto.
El mayor enemigo del conocimiento es creer saberlo todo. Por eso, el gran valor es la humildad. ¡Cómo contrastan sus palabras con las de ese señor que ocupa la Casa Blanca, que hablaba ayer en un tuit de "in my great and unmatched wisdom", tal como recogimos! ¿Es posible mayor distancia?
Frente a tanto dogmático en el campo de la política, tanto poseedor de las verdades absolutas, tenidas por conocimiento innato o visitas en sueños, ¿cómo no maravillarse ante gente que dice moverse con la mejor teoría disponible, expresión frecuente?



Los campos más rigurosos de la Ciencia suelen ser los más humildes, los que saben que viven en la imperfección que nos queda por nuestro propio progreso. Mientras otros tratan de llegar a "lo definitivo", el verdadero sabio sabe de la provisionalidad de todo, de la perfectibilidad modesta, milimétrica a veces.
Estos días, la prensa mundial se ha hecho eco de una noticia insólita que no sé si muchos han entendido: la aparición de un planeta "allí donde no debía estar". "¡Qué impertinente!", habrán pensado algunos. El énfasis en el "no debía" contrasta fuertemente con las noticias de los planetas que encontramos de vez en cuando, que están donde deben. Este —¡qué fastidio!— estaba donde "no debía".
Este hallazgo impertinente nos hace un enorme favor al mostrarnos lo equivocado que estábamos al pensar que nuestro conocimiento era una verdad. Ha demostrado nuestras limitaciones, nuestro error y así nos dará la oportunidad de mejorar, que es a lo que debemos aspirar. De ahí, como dice Peebles, que debamos ser humildes para reconocer nuestros errores y corajudos para no tirar la toalla. Y es que en la Ciencia hay que ser un poco Sísifos, subir y bajar la piedra por la resbaladiza ladera del error.
Cuando James Peebles hace cuentas sobre lo que sabemos, dice que apenas comprendemos un 5% de lo que tenemos delante o de lo que pensamos que tenemos delante, ya que ese planeta impertinente nos pone en su sitio. Pero lejos de estar frustrado, señala: "Pero tengo la esperanza de que llegarán sorpresas. En la historia de la ciencia, las preguntas más difíciles a menudo se contestan de maneras inesperadas." ¡Tanto trabajo para que después las respuestas nos lleguen en forma de hallazgos por sorpresa, por pequeñas casualidades o de rebote! Todo eso, bien visto, sigue domando nuestra soberbia y poniéndonos en nuestro sitio.



No nos queda ni la posibilidad de convertir en héroes a nuestros grandes científicos. El número recién salido de la revista Investigación y Ciencia (el número de octubre) nos trae el artículo titulado "Einstein, Newton o Pasteur no eran unos santos" (pp. 68-74), firmado por Yannick Fonteneau, en el que se hace eco de cómo el éxito de la Ciencia necesitó convertir al científico en un nuevo héroe social:

En los siglos XVIII y XIX los científicos no accederán a posiciones de poder más que de una forma parcial, puesto que no reemplazarán completamente al religioso ni al consejero de Estado. No obstante, el científico y la razón (o sus imágenes) se proyectarán más allá de la historia, asumiendo un papel de guía para la sociedad. Una muestra evidente es el panegírico del ingeniero y arquitecto Vauban escrito por el científico Bernard Le Bouyer de Fontenelle en 1707: «Nadie mejor que él ha traído del cielo las matemáticas para que sirvan a las necesidades humanas. En sus manos han adquirido una utilidad tan gloriosa como sublime». (71)**


Parece querer decirnos que los seres humanos necesitamos jugar con la imagen de una autoridad. Toda "autoridad" se fundamenta en otra hasta llegar a una autoridad "última". Ya sea convirtiendo al científico en héroe o en portador de las luces, nos resulta difícil aceptar la humildad o el azar que guía sus trabajos, la imperfección para convertirlos en herramientas del destino o la divinidad o de cualquier otra fuente que nos hagan reconocer esa autoridad.
El final del artículo nos habla de los científicos como "héroes necesarios" en el marco de las transformaciones históricas que van situando a la Ciencia en un papel central:

El científico se erigió en portavoz de la verdad y luego en guía de la sociedad, junto a los sacerdotes cuando no en competencia con ellos. Su legitimación fue acentuada por el Estado, decidido a utilizar la ciencia para consolidar su poder en los siglos XVII y XVIII. En el siglo XIX, el estado nación sintió la necesidad de consolidar el genio nacional. Todo ello contribuyó a dejar de lado la faceta humana de los científicos para convertirlos en héroes ficticios de la epopeya del progreso, capaces de conducir a la sociedad hacia su perfección. (74)**

De lo que se trata pues no es tanto de la Ciencia en sí, sino de la representación del papel del científico en el interior de la propia sociedad, del reconocimiento de una "autoridad" que le ha sido conferida por una fuente exterior y que le lleva a convertirse en paladín social como antes lo fueron otras figuras.

La actitud de John Peebles trata de sacudirse esos juegos manipuladores y de mostrarse más bien como un anti héroe (a diferencia del político) que intenta alejarse ofreciendo la modesta verdad del conocimiento limitado.
La verdadera dimensión de la Ciencia es más la del trabajo constante que nos lleva a no cejar en el empeño para alcanzar resultados que se verán limitados en el futuro por los nuevos logros.
A Peebles se le ha concedido el premio Nobel. La mayor parte de la gente lo verá como una especie de ganador del campeonato del mundo de algo. Sin embargo, Peebles sabe que lo que se premia en él es la ignorancia consciente, saber que solo creemos conocer el funcionamiento del 5%. Y eso si no siguen apareciendo planetas allí donde no deberían estar. Se premia en él el haberse hecho preguntas interesantes desde sus propias y constantes dudas. Se premia en él, sí, no haber abandonado su trabajo a sabiendas que será siempre insatisfactorio a pesar de los logros porque su sed es insaciable. Quizá sea eso lo que define al científico, no el heroísmo sino una fuerza que equilibra las grandes preguntas con las humildes y provisionales respuestas. Solo se puede ser así cuando el reto es el universo y uno se siente maravillado, pero pequeño.
El titular de la entrevista a James Peebles es anti heroico: “Nunca llegaremos a comprender el Universo”. No es el que uno esperaría encontrar en un premiado con el Nobel cuatro años después. Sin embargo es profundamente honesto y reconduce al científico hacia su verdadero y humilde papel, mostrarnos la grandeza de aquello a lo que nos enfrentamos. 


* “Nunca llegaremos a comprender el Universo” (2015) La Vanguardia 8/10/2019 https://www.lavanguardia.com/ciencia/20191008/47872198730/entrevista-nobel-fisica-2019-james-peebles.html
* Yannick Fonteneau, "Einstein, Newton o Pasteur no eran unos santos",, Investigación y Ciencia nº 547- Octubre 2019, pp. 68-74.

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