Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se
puede llorar por muchas cosas, buenas y malas, coherentes y absurdas. Las
lágrimas de Theresa May no son fáciles de catalogar. El presentador de la BBC, a
la puerta de la residencia, pide explicaciones a su invitado sobre las lágrimas
en una persona, dice, que no es habitualmente clasificada como
"emotional". Lo que les ha sorprendido no es la dimisión —que algunos
periodistas con poco tacto le preguntaban cuándo iba a ser, dándola por hecha—;
les han sorprendido las lágrimas.
No es
para menos. Basta con realizar un rápido recorrido por lo que ha aguantado
Theresa May en el parlamente desde hace meses sin perder la compostura, para
comprender la sorpresa por las lágrimas y que la "emoción" esté
presente en el foco de los comentaristas. No se lo esperaban.
"Tearful
Theresa May resigns" escribe la BBC y añade en el sumario "She broke
down in tears as she said serving as prime minister was "the honour of my
life"". Lágrimas amargas, de emoción, lágrimas de rabia, de
frustración de una mujer a la que han llamado "obcecada", de manera
educada, y de otras muchas formas mucho menos educadas. Theresa May ha sido la
Rafa Nadal de la política británica, lo ha devuelto todo hasta el último
suspiro, ha superado pelotas de set y partido, una tras otra, hasta que ella
misma se tuvo que convencer (o alguien le ha echado algo en el té de las 5). "Tres veces lo he intentado", ha dicho en su discurso ante la residencia "Tristemente, no lo he logrado".
He usado la metáfora del tenis para darle un tono épico a su
derrota, pero otros se acercan más la descarnada realidad. Rafa de Miguel
escribe el perfil de May en los siguientes términos:
Tres años después, ante el
pelotón de fusilamiento de sus propios compañeros conservadores, Theresa May
había de recordar el momento en que abrazó con ingenuidad redentora la promesa
del Brexit. Cegada por la lealtad a un partido al que dedicó su vida, no
entendió que su elección por descarte, cuando ninguno de sus rivales tuvo las
agallas de hacerse con las riendas de una formación en proceso de
descomposición por la eterna cuestión de Europa, era el primer paso hacia un
fracaso inevitable. Y un empeño imposible.*
Y ante el pelotón, May pidió que no le vendaran los ojos, no
sabemos muy bien si como un desafío a sus compañeros o porque la ceguera había
consumido su posibilidades de ver la realidad que ha tenido delante durante un
tiempo en el que el concepto de "oposición" parlamentaria dejó de
tener sentido por el borrado de las líneas de separación entre unos y otros.
En alguna ocasión hemos mencionada cómo los presentadores de
estudio preguntaban entre risas a los periodistas a las puertas del parlamento
de la residencia de Downing Street y estos les respondían con comentarios
jocosos. Era la constatación que ya no se podía hablar en serio sobre el Brexit
o, si se prefiere, que el Brexit ya no era reducible a la lógica de la política
porque se había llegado a un nivel de caos imposible de explicar. No había
palabras; el chascarrillo sobre las idas y venidas parlamentarias era la única salida para preguntas y respuestas. Poco se podía explicar lo que no se podía entender. Y es que el Reino Unido es como la persona que pierde la memoria al salir de casa y no sabe bien dónde va, solo que está fuera e iba a algún sitio.
May ha hecho una
síntesis de su trabajo, de sus logros sociales y políticos; ha sido la segunda mujer en ocupar el cargo de Primera
Ministra y, ha dicho, espera no ser la última. Ha defendido su gestión al margen del Brexit, sus éxitos. Pero no será recordada por ellos sino por el fracaso del Brexit, un agujero negro que a todos atrapa.
La mención final del amor a su país es lo
que ha hecho quebrar su voz y brotar las lágrimas. Anuncio de dimisión, apunte
histórico de su condición de mujer en el cargo. Todo lo demás, su
continuo bregar, las puñaladas recibidas, las idas y venidas al parlamento, a
Bruselas, a donde hiciera falta..., todo eso queda para historiadores, para
algunas serie televisiva, para la especulación, para la biografía en un par de
años.
Su
aguante frente a todos en el parlamento quedará como un ejemplo, al menos, de fe en
sí misma y de no querer perder frente ante quienes la atacaban. Muchas veces por la
espalda, su propio partido. El Brexit deshacía las formas y las maneras. Quizá tenía más comprensión en Europa que dentro; quizá fuera lástima.
La gran pregunta es ¿qué nueva línea de conflicto se abre
ahora? La más previsible es la lucha por el control del partido conservador, lo
que no va a ser fácil. Se haga quien se haga con el poder, el conflicto no se
va a solucionar en absoluto. Es más, se puede ahondar.
Las estimaciones de lo que votaron ayer en el Reino Unido
apuestan por la victoria del partido del Brexit, el del sonriente Farage, que
habría unificado el voto por la salida dura en el 37% de los votos. Los
partidarios de un segundo referéndum y quedarse son los liberales, que
obtendrían un 19%, nos dice. Lo más llamativo es el hundimiento del partido
Conservador, que quedaría en quinta posición. Los conservadores hoy son un
partido zombi. En gran medida, los británicos les hacen responsables del
ridículo universal al que han llevado al país. May es quien daba la cara, pero
han sido las conspiraciones en la sombra quienes han acabado produciendo el caos
político y una brutal división social. Los amigos del caos pueden estar
satisfechos.
Las lágrimas patrióticas de May son las primeras, pero mucho
me temo que no van a ser las últimas. Reino Unido se adentra en algo más que la
incertidumbre, como gusta de decirse ahora. Creo que pocas veces ha habido
tanta certidumbre sobre el fracaso. La lucha contra la Unión Europea de una
serie de sectores políticos, que han destruido lo construido para afianzar su
poder interno, se va a ver recompensado con la soledad británica en mucho
tiempo y con un orgulloso declive.
Un Johnson al frente del gobierno va a ser motivo de muchas
más lágrimas. La pena es que han hipotecado el futuro de los jóvenes británicos
que tuvieron y tienen muy clara su vocación europea frente a las resistencias
de los rancios opositores a Europa, un grupo en el que unos mintieron
descaradamente engañado a los electores, otros trataron de mirar hacia otro
lado esperando sacar tajada después.
Theresa May, al menos, ha dado la cara. Quizá de ahí vengan
las lágrimas, de la impotencia, de la rabia, de saber que todo se ha cocinado a
sus espaldas. No sabemos muy bien qué quería, pero lo hizo de frente.
Todos nos fijamos hoy en las lágrimas, algo que las cámaras recogieron. Pero sería mejor fijarnos en su sentido, que es lo importante. La verdadera pregunta es ¿quién ha fracasado? May dice que lo intentó tres veces, pero el fracaso viene de antes, del propio referéndum británico en donde los partidarios de seguir en la Unión se dejaron sorprender por la agresividad de las propuestas y la pasividad de los aparentes partidarios. Luego lo hemos entendido mejor. El quinto puesto al que han caído los conservadores no le augura mucho futuro y sí la creación de otro populismo como el del UKIP en sintonía —esta vez sí— con los enemigos de Europa.
Los electores de países de la Unión Europea en el Reino Unido se encontraron
ayer con la desagradable sorpresa de no haber podido votar en sus elecciones.
Habían sido eliminados de los censos, según denuncian hoy ellos y los medios se
hacen eco. Una jugada sucia. Una de tantas. Algunos compañeros han hablado de su dignidad y de sus esfuerzos. Hacen bien.
* "Theresa May y el Brexit: la primera ministra que se
aisló del mundo" El país 24/05/2019
https://elpais.com/internacional/2019/05/23/actualidad/1558608890_684941.html
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