El diario
El País usa hoy un titular, "Crispar y descrispar", que recoge algo
expuesto aquí en múltiples ocasiones: la inutilidad de la confrontación por la
confrontación y la necesidad del diálogo para las grandes cuestiones de estado.
El coste de haber vivido en este estado de beligerancia como normalidad es muy
alto y ha distorsionado nuestro sentido de la política además de crear un mapa
peligroso para la gobernabilidad y la convivencia.
Estamos
en tiempos de cuestionamiento de la democracia por parte de aquellos
interesados en dinamitarla, desde un extremo u otro, por intereses propios o
foráneos, como para descuidar los principios generales que son los que se basan
en la conciliación y el diálogo. Los grandes temas del país no pueden ser
imposiciones, sino acuerdos.
Por
muchas sonrisas que algunos puedan mantener, hay una sensación de fracaso
electoral general. Las estrategias seguidas por los partidos no han dado un
buen paisaje político, sino una debilidad generalizada del sistema que solo ha
dado ganadores porque siempre alguien ha tenido más votos que otros. Una cosa
es tener más votos y otra ganar. Hasta el término "ganar", referido a
unas elecciones, tiene un sentido especial.
El País
señala en el inicio de su editorial:
Los contactos mantenidos por las cuatro
principales fuerzas políticas han permitido rebajar la estéril tensión vivida
durante la anterior legislatura. Nada más que por este modesto resultado, la
iniciativa política adoptada por el presidente del Gobierno en funciones merece
un margen de confianza. Sánchez ha actuado dentro de sus competencias, entre
las que se encuentra mantener contactos políticos con los representantes de
otras fuerzas, y Casado, Rivera e Iglesias han reaccionado con responsabilidad
aceptando el encuentro. Después de meses en los que la actividad de los
partidos se ha reducido al insulto, los políticos tenían pendiente manifestar
ante los ciudadanos su disposición a diagnosticar conjuntamente los problemas
del país. Crispar es fácil, según se ha demostrado desde que esta devastadora
estrategia apareció en la vida pública española. Vale la pena el intento de
demostrar que descrispar también lo sea. En particular, cuando se inicia una
nueva campaña durante la que sería mejor asistir a un debate racional entre alternativas
y no a más llamamientos en torno a consignas apocalípticas.*
Pero el
apocalipsis vende bien. Eso lo han aprendido todos, de forma que al final al
elector le queda decidir en de qué desastre quiere huir, que tipo de apocalipsis
quiere evitar. La estigmatización del otro ya no tiene sentido tras años de democracia
y alternancia en el poder, tras convivencia de años en las instituciones.
Hemos
comprobado que hay una retroalimentación entre radicalización y crispación.
Cuando los partidos moderados vuelven su mensaje más agresivo, por sus extremos
les surgen grupos que se alimentan de las palabras que se lanzan. Una vez
sembrado el conflicto, son otros los que recogen la cosecha. Se inicia entonces
el segundo movimiento: el acercar los hechos a las palabras, lo que hace que aparezcan
otros para rellenar el hueco que se ha dejado libre. Es una extraña política,
pero es la que hemos podido apreciar en el tiempo en el que los partidos que
ocupaban el "centro", espacio de moderación y por ello de suma de
mayoría de votantes al poder realizar acuerdos, se han desplazado fuera de su
espacio radicalizando sus propuestas y sobre todo, radicalizando sus maneras o
discursos.
"No
se puede nadar y guardar la ropa", que es lo que han intentado hacer los
partidos moderados al verse enfrentados a ambos lados por enemigos a los que
han declarado la guerra y otros cainitas amigos que desean ocupar sus
posiciones y arrebatarles la posibilidad de una posición moderada.
Nuestra
democracia de partidos corre el riego de confundir las cosas, centrándose en
los aspectos más irrelevantes y olvidándose de lo esencial: asegurar la
gobernabilidad. Esto se hace hoy difícil por dos aspectos: la estigmatización y
la introducción de elementos que no se corresponden con la totalidad, como por
ejemplo, el separatismo.
El
primer problema dificulta los acuerdos en función de los desacuerdos sembrados
en las luchas electorales (que son ya en todo momento); el segundo aspecto, más
complejo, crea intercambios imposibles pues no se debe negociar sobre aquello
que no favorece al conjunto sino solo a unos pocos.
Los
partidos deben tener en cuenta que son los votos los que abren las
posibilidades de hacer, que no se gobierna contra otros sino para todos y,
finalmente, que existe una constitución común, que a todos salvaguarda y en
ella están los límites.
El mal
comportamiento de los partidos ha llevado a esta compleja situación en la que
algunos ya quieren rectificar ante el desastre causado por las pésimas
estrategias. El mapa actual es peor que el anterior: mucha más debilidad y
cuestionamientos de lo ya existente.
Creo
que el análisis del párrafo final del editorial citado es adecuado a la
situación:
La crisis en Cataluña ha sido un terreno de
confrontación permanente entre los principales partidos. La ausencia de una
respuesta consensuada ha sido una de las causas determinantes de la crispación,
pero también algo más grave: una ventaja política gratuitamente concedida al
independentismo y un innecesario alimento electoral para la ultraderecha. El
imprescindible acuerdo para minimizar el efecto desestabilizador de la crisis
territorial solo requiere voluntad política, y no debería plantear dificultades
por lo que se refiere a los límites de cualquier salida, sea cual sea el
partido en el Gobierno: la Constitución y sus procedimientos, que ninguna
fuerza puede reclamar como su exclusivo monopolio. En cuanto a las propuestas,
bastaría un consenso, de modo que fueran los independentistas quienes tuvieran
que pagar un coste político por despreciar las salidas posibles y no los demás
partidos por rechazar las imposibles.*
La gran
pregunta ahora es ¿sabrán hacerlo? ¿Podrán entender que a la teatralidad de la
lucha política que han desplegado le debe seguir ahora el análisis correcto de
la situación a la que nos han llevado, a una gravísima situación, con el estado
en juego?
Es
ahora cuando se echa de menos políticos de talla, con sentido del estado. Hay
demasiada mediocridad, demasiada falta de sentido de la Historia, de los
fundamentos de la convivencia y demasiado aficionado con ganas de llamar la
atención. Sí, es ahora cuando se echa en falta la presencia de personas capaces
de reconstruir lo roto.
En una democracia sana, el diálogo es la normalidad y no lo es el insulto; lo que se busca es el acuerdo, lo que beneficia a la mayor parte, y no la decisión aislada. Es menos espectacular, pero mucho más productivo.
* Editorial "Crispar y descrispar" El País 12/05/2019 https://elpais.com/elpais/2019/05/11/opinion/1557589992_269539.html
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