jueves, 24 de enero de 2019

Sapiens más o menos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¡Descanse en paz, Gigi Wu! Es triste morir y se puede pensar desde el existencialismo que somos seres para la muerte o que, como decía recientemente un científico en la prensa, somos humanos desde que somos conscientes de nuestra mortandad. Por eso una muerte estúpida, fruto de la falta de seso más espantosa, nos debería hacer reflexionar. Si antiguamente se trataba de aprender a aceptar la muerte, valorar la vida y en eso se formaba, hoy en día ocurre exactamente lo contrario; vivimos como si fuéramos inmortales. Y no lo somos.
Hemos tratado en varias ocasiones recientes la cuestión de la estupidez porque ya no es solo una cuestión de opinión, sino que se está convirtiendo en un problema que afecta desde las más altas instancias (no miro a nadie) hasta la calle. Por decirlo así, parece que se ha perdido la capacidad de discernir con claridad entre las cosas que hasta el momento estaban claras. Se ha desatado el afán por llamar la atención y esto lleva a desastres constantes.
No es otro el caso de la fallecida montañera taiwanesa Gigi Wu, empeñada en que se fijaran en ella por fotografiarse en bikini en las cumbres que coronaba. Subir no era bastante.


No todo el mundo sube a lo alto de una montaña Por pereza, por alergia a las cumbres o por cualquier otro detalle, solo algunos lo hacen. Eso ya te separa de muchos mortales, pero aún así siguen subiendo demasiados como para destacar. La forma de filtrar es hacer algo arriba que otros no hagan. En el caso de la montañera era vencer al frío que suele hacer en las cumbres nevadas y fotografiarse en bikini. Hace poco vivimos aquí el caso de la pareja danesa dedicándose al sexo en lo alto de una de las pirámides egipcias para desesperación y ultraje de los que abajo ignoraban lo que ocurría arriba. Pero no se trataba de un placer secreto, sino de un placer comunicado, es decir, que se enteraran todos después.
Su muerte ahora revela el absurdo del hecho. Tuvo una caída por la que no murió. Murió de hipotermia, es decir, a manos del frío que ella había despreciado tan olímpicamente con sus selfies en bañador. Puede que haya tenido una vida feliz en las cumbres y que esté disfrutando en el cielo templado de los montañeros, pero eso no quita un ápice de estupidez al hecho de su muerte terrible: sola y helada.
Se supone que venimos al mundo dotados de instinto de supervivencia. El miedo y otros mecanismos hacen que nuestro cuerpo se aleje de los peligros. Pero también venimos al mundo dotados de una cosa ambigua que se llama "sociabilidad", que en muchos se traduce como el deseo de ser mirados o admirados, según como vengan de serie. Freud diría que tiene un componente sexual, que llamar la atención es una forma de reclamar "amor social", como otras especies se engalanan o realizan vibrantes sonidos para atraer a sus parejas. Muchos necesitan ser mirados. Su existencia depende de la mirada de los otros. Eso, que para Sartre era un infierno, hoy en día es el paraíso. ¡Para que veamos en qué ha quedado el existencialismo!


La muerte de Gigi Wu es una muerte estúpida. Si las culturas, si lo humano surgen de la idea de la muerte, nuestra cultura se encuentra en un límite de estupidez. Nuestra diferencia de otros animales es que ellos aunque no entiendan la vida, tienen un instinto para conservarla. Nuestra civilización camina a una animalidad sin instintos o, si se prefiere, solo con el instinto de llamar la atención.
Se dice muchas veces que nuestro cerebro, por efecto del rápido avance de la cultura, ha dejado atrás lo biológico, el cuerpo, que evoluciona mucho más lentamente. Nos dicen los científicos del área que nuestra inteligencia choca con nuestra biología, que entran en conflicto, que somos demasiado inteligentes para un cuerpo tan sometido a fuerzas primarias. Por eso algunos han empezado con la idea de lo Poshumano, deseando dar el salto de lo orgánico a lo mecánico, es decir, dejar atrás el cuerpo y sus debilidades. Pero cuando uno lee noticias como la de la alpinista muerta de frío por hacerse una foto en bikini, nos planteamos ¿qué es la inteligencia? O si se prefiere: ¿de qué nos sirve?



La pregunta "¿para qué nos sirve la inteligencia?" es pertinente desde el momento en el que hacemos tantas tonterías. Pero es más pertinente "¿para qué nos sirve la estupidez? ", ya que es el centro del problema. Creo que parte del problema es que hemos conseguido hacer rentable (para algunos) la estupidez. Pero los riesgos están claros. Es como si se tratara de una inversión de alto riesgo. Si tienes éxito, arrasas; pero como falles...
Siempre ha habido este tipo de incidentes, supongo. Pero solo ahora, con nuestros grandes avances comunicativos, es cuando corremos el peligro de comprobar que como especie inteligente dejamos bastante que desear.
La existencia de un público que nos mire nos fascina, bloquea o espolea, según los temperamentos. Asistimos a la crisis de la Ilustración por su vertiente más chusca: por el enaltecimiento de la estupidez a cargo de la masa que ríe las gracias.
Si los estudiosos de la lectura dicen que individualiza, los de la oralidad nos advierten de crea comunidades, que es lo que vivimos hoy, que comparten para bien y para mal lo que se les da. Lo malo es que lo que percibimos es la retroalimentación de la estupidez, que aumenta en cada proceso. La estupidez tira irremisiblemente para abajo, pero según parece, con una sensación de euforia, de embriaguez casi, que nos anestesia ante el castañazo.
El diario El País, que le dedica un artículo a la muerte de la alpinista congelada con el título acertado "Todo por los ‘followers’: Instagram y la era de la muerte absurda". En efecto, no puede calificarse de otro modo el episodio, por muy lamentable que sea. 

Puestos a ser diferentes, por ejemplo, podría haberse hecho selfies en las cumbres leyendo a Joyce. Eso le habría dado una exclusividad. Pero lo interesante estaba en el contraste entre el frío y el bikini, lo que finalmente la mató. 
Otros mueren haciendo balconing (¡cuántos en Ibiza!) o haciendo cualquier otra tontería. Para completar la estupidez, los "antiturismo" han lanzado una campaña "animando" al balconing. El único turista bueno es el turista muerto, parecen decir. 
La explicación del cónsul británico apunta a que en su país no hay muchas casas con balcón, lo que no deja de suponer su aportación a una concentración de estupideces alrededor de un hecho que cuesta  algunas vidas al año lanzándose por un balcón a una piscina. Aquí no mueren de frío, sino en un ambiente cálido y agradable, disfrutando de las últimas vacaciones de su corta vida.


Guillermo Alonso, el auto del artículo del diario El País explica sobre estas modas estúpidas:

Cada mes nos invade al menos una noticia de una muerte fácilmente evitable que siempre tiene la misma constante: la de alguien joven haciendo algo peligroso para trascender en las redes sociales. En julio de 2018 tres estrellas de un canal de YouTube centrado en experiencias extremas (Ryker Gamble, Alexey Lyakh y Megan Scraper) fallecieron tras caerse a una cascada en Canadá. Un año antes, en junio de 2017, un youtuber de Minnesota llamado Pedro Ruiz falleció cuando su mujer le disparó al pecho. Fue “accidental”: ambos grababan un vídeo en el que querían demostrar que un libro (que él tenía puesto en el pecho) detendría la bala. Pedro y su mujer tenían un hijo de 3 años y ella estaba embarazada de siete meses cuando tuvo lugar el disparo. Querían alcanzar con ello una legión de suscriptores en YouTube.
Las muertes absurdas siempre han existido. De hecho, su cantidad ha dado para hacer libros recopilatorios. Pero en la era de las redes sociales, al simple despiste se le añade la voluntad de arriesgarlo todo a cambio de la gloria online. La reciente película de Netflix A ciegas (Bird Box en su versión original), protagonizada por Sandra Bullock, desató a comienzos de 2019 una peligrosa moda de caminar por las calles con los ojos vendados (como deben hacer los protagonistas) y subir el resultado a la red con el hashtag #BirdBoxChallenge. El célebre youtuber Jake Paul llegó a conducir un coche con los ojos vendados en compañía de un amigo. Es el hermano del también youtuber Logan Paul, que sufrió una crisis de imagen y una fuga de anunciantes cuando grabó y subió a su canal un vídeo del cadáver de un hombre que se había suicidado en un bosque de Japón.*



Necesitamos un nuevo Desmond Morris que nos analice como animales estúpidos —no solo como "monos desnudos", como hizo— y ve la interacción existente entre el deseo de agradar (social) y el riesgo llevado al extremo (instinto de supervivencia).

En grandes números, lo que invertimos en educación y formación, en inteligencia, se anula con lo que invertimos en estupidez, equilibrándose ambas de alguna forma. Lo preocupante no es que haya personas estúpidas, que habiten entre nosotros, como se decía en las viejas películas de alienígenas. Lo peligroso es que están dentro de nosotros, en términos de porcentajes. Depende del contexto y depende del día, pero parece que no dejamos pasar una buena oportunidad de ser estúpidos. Ya no se trata de hacerse el tonto, sino de hacer el tonto. El reflexivo es esencial.
Pero, la inteligencia —como las cosas delicadas— hay que cuidarla. No en vano se habla de personas "cultivadas", para las personas que aprecian la cultura. Hay demasiada bazofia intelectual que nadie barre; demasiada benevolencia con lo del es solo entretenimiento. Puede que las personas cultas no sean inmunes al virus de la estupidez, pero tienen más argumentos de resistencia cuando no más ligereza en la huida. La estupidez arrastra.
Parte de nuestros avances se dan tanto por la sociabilidad, como hemos señalado, como por nuestra capacidad de imitación, una forma de aprendizaje. Pero los malos ejemplos son imitados igualmente, por lo que debería ser aprovechado beneficionamente, se nos vuelve en contra. También ocurre en la naturaleza, cuando un ñu o similar se despeña, todos los que le siguen (los followers) tienden a irse de cabeza al barranco. En este caso, la naturaleza prima a los que van más por libre. Y así se va perfeccionando el proceso. Quizá nuestra forma de selección sea la estupidez, como aseguran los promotores de los Darwin Awards, en donde celebran desde el punto de vista de la evolución que se pierdan por el camino los genes menos inteligentes. No es personal; dicen que es por el bien de todos.


La película de animación "Rompe Ralph Internet" realiza una sátira didáctica sobre esa extraña necesidad de realizar estupideces para conseguir que la gente te dé su apoyo en las redes. Cuanto mayores son las tonterías, más gustan. No sé si los niños captarán el mensaje. Para muchos adultos puede que sea demasiado tarde. 
Las preguntas que surgen en un mundo saturado de tonterías son fascinantes: ¿se pegan como la gripe? ¿Hay gente inmune? ¿Caeremos todos? Creo que la analogía epidemiológica es la más adecuada. Pero el problema que tenemos es el mismo que afecta a todas las ciencias sociales, nos estudiamos a nosotros mismos. Por ello la pregunta final solo puede ser una: ¿llegaremos a ser tan estúpidos que no nos demos cuenta de ello?


* "Todo por los ‘followers’: Instagram y la era de la muerte absurda" El país - Icon 24/01/2019 https://elpais.com/elpais/2019/01/23/icon/1548232862_861138.html



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