domingo, 27 de enero de 2019

Mitos a la carta

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer hablábamos de las consecuencias sociales de exiliar a la universidad al recinto de los expertos, de desconectarla del mundo "real" pensando que su única función es formar trabajadores más o menos cualificados. El error de esto es fatal porque nos aleja de la comprensión de nosotros mismos, tanto en lo personal como en lo social, nos deja sin comprender nuestro pasado, que se convierte en manipulación y nos deja en un presente atemporal, que gira sobre sí mismo, rodeados de fantasmas y cantos de sirenas de manipuladores.
La necesidad de cambiar los enfoques de la educación, incluso del modelo de profesorado y enseñanza que tenemos, de cambiar las didácticas mecanicistas que hemos adoptados como "modernas" y que nos deshumanizan en un sentido profundo del término, se hace cada día más evidente. Es necesario antes de que nos encontremos con las sociedades invertebradas, cuyo siguiente paso es caer en manos de demagogos y dogmáticos que les ofrecen los mitos necesarios para que pierdan el vértigo del vacío.

La mente parece tener algún tipo de "horror al vacío". Sin la capacidad crítica necesaria, es pronto objeto de seducción por parte de aquellos que le ofrecen la facilidad de los mensajes que le explican todo. El fenómeno lo estamos viendo en dos campos diferentes: el crecimiento de los populismos, una maquinaria de respuestas sencillas, y en el extremismo islámico, en el que caen personas igualmente que carecen de estímulos —el reclutamiento en cárceles occidentales no es casual— y salen por esa vía de su confusión vital. El dogma es lo que caracteriza a ambos, además del fanatismo de ideas y liderazgo. ¡El mundo es sencillo y ellos tienen razón! Se hace la claridad en el desorden.
Todo esto ocurre en la era del vacío, de la tecnocracia, de la eficiencia. Los datos son comunes tanto en países avanzados, como los Estados Unidos (retrocede la Ciencia, avanza el fanatismo y las conspiraciones) y en los más pobres. Dogmas y mitos o la fusión de ambos son los resultados de la involución ilustrada que nos ha traído la sociedad posindustrial, curiosamente la Sociedad de la Información. Quizá sea así de forma natural, ya que el vacío es rápidamente rellenado por la facilidad comunicativa de que hoy disponemos. Se ha sustituido el diálogo por el contacto y la comprensión del mundo por la cala parcial en el área específica en que se viva.


La educación es pobre porque se limita a buscar la empleabilidad sin tener en cuenta que esas mismas personas necesitan satisfacer otras necesidades, otras dimensiones de la personalidad, bajo la amenaza que otros las satisfagan con sus cantos. Eso es lo que vemos cada día con la extensión del fanatismo en sus diferentes versiones. El avance de las máquinas en cuanto a automatismos plantea perfiles distintos. No se invierte en educación, sino en formación y esta es la justa para la rentabilidad. La persona queda de lado y expectante en un mundo de reducción de empleos y precariedad.
Una de las muestras más claras de esa expansión aprovechando el vacío es el resurgimiento de los mitos nacionalistas. El nacionalismo se ha vuelto una ideología emocional que necesita de los mitos y de la ignorancia, en la medida en que la segunda favorece a los primeros. Ya sea el nacionalismo o el fundamentalismo religioso, la función de ambos es servir de banderín de enganche en diversas causas e intereses que los usan para sus fines.
El diario El País nos trae el artículo del profesor e historiador José Álvarez Junco, con el título "La Reconquista", criticando el uso que los nacionalismos —tanto periféricos como españolista— hacen de los hechos históricos, del desprecio en favor de las ideas interesadas. Escribe Álvarez Junco:

Los historiadores deberíamos estar hartos de que nos utilicen. Deberíamos protestar, sindicarnos, demandar judicialmente a quienes abusen de nuestro trabajo, salir a cortar una avenida céntrica… Somos pocos, me dirán. Pues movilicemos a nuestros estudiantes, que seguro que estarán encantados. Y es que ya está bien. La función de la historia es conocer el pasado. Investigar, recoger pruebas, organizarlas según un esquema racional y explicar lo que pasó de manera convincente. Y punto.
Pero a poca gente le interesa de verdad conocer lo ocurrido, que en general fue complejo y hasta aburrido. Lo que nos piden es algo mucho más excitante: un relato épico, útil para construir identidad; que demostremos que nuestra nación existe, que la colectividad en la que vivimos inmersos hoy es antiquísima, casi eterna, y que a lo largo de los siglos o milenios ha actuado de manera noble, generosa, sufriendo conflictos siempre debidos a la maldad de los otros; que asignemos en nuestro relato claras identidades de buenos y malos, víctimas y verdugos, vinculando a nuestro grupo actual con los buenos, las víctimas. No, no nos pide eso un niño necesitado de cuentos para dormir. Nos lo piden adultos, muchos adultos. Entre ellos, los más poderosos, los dirigentes políticos. Y es que la nación justifica el Estado, legitima la estructura político-administrativa que controla el territorio que vivimos. Por lo cual es elevada a los altares, venerada como objeto sagrado. Sobre ella no se puede escribir historia (compleja, matizada, para adultos), sino mitos o leyendas, con escasa o nula base empírica, que nos hablen de nuestros padres fundadores, de sus hazañas, de los valores éticos que encarnaron, fundamento perenne de nuestro ser colectivo. Eso es lo que se nos pide. Mito. Algo que puede alcanzar alta calidad literaria y profundidad psicológica. Pero que no es historia.* 



Tiene razón Álvarez Junco y en eso mismo hemos insistido muchas veces. Pero hay más. Los que se pliegan a crear esos mitos tienen su beneficio. Son los políticos los que piden; son también los que dan. Desgraciadamente, la sumisión de la Universidad a los políticos (no a la política) es una evidencia de la que no acabamos de recuperarnos. Para algunos está muy claro: son ellos los que las controlan, los que aprueban sus presupuestos, los que deciden los futuros.
La política se ha profesionalizado, por lo que se ha llenado de vocacionales del poder con una asignatura obligatoria en su currículum, la comunicación, y otra optativa, unos mínimos esquemas ideológicos. Les sobra todo lo demás. El ascenso de los ignorantes a los puestos de decisión conlleva este tipo de nefastos resultados. Lo que esperan de las instituciones educativas es sumisión y de la educación en sí poco o nada. Son los primeros que la pisotean.
La falsificación de títulos universitarios por parte de los políticos revela cuál es visión de lo que es la educación. También de lo que es la política. Es un fenómeno mundial, cuya coronación se ha consumado con la llegada de Donald Trump, el rico ignorante, a la dirección del país más poderoso de la tierra. Lo ha hecho con demagogia, con falsedades y mentiras.
Lo que señala Álvarez Junco es una realidad. Lo que se busca y pide a la Historia es el fortalecimiento de las tesis identitarias. Lo mismo que se ha hecho con otros campos, como la Filología, premiando el localismo lingüístico y sus mitos fundacionales. Tierra, lengua y religión son los tres elementos conjuntos que se refuerzan en la creación de los elementos identitarios. La Historia sirve para entretejer el discurso, para narrativizarlo. Los tres se traducen en "textos" que van del cuadro que enseña el paisaje patrio o la batalla fundacional o liberadora, al poema que dio nacimiento al idioma cantando las virtudes del héroe.


La queja de Álvarez Junco es la de los profesionales que piden que se les deje trabajar conforme a criterios científicos y de "verdad", no de "mito", que no se les utilice como pilares narrativos manipulados de la sociedad. No es fácil. El control de las instituciones y de los méritos hace que estos favores se paguen bien. El sumiso prospera; el crítico baja.
Álvarez Junco se centra en recordar la decimonónica idea de "reconquista" y su conversión en nuevo discurso político por Vox, pero podría haberlo hecho con muchas otras cuestiones de los nacionalismos secesionistas, a los que también alude.
El final de su artículo es claro: «Pero no nos esforcemos tanto para explicar la complejidad del pasado. A casi nadie le importa. Lo rentable políticamente son los mitos. Los mitos hacen votar. Y enfrentan también a la gente, la llevan a matarse entre sí.» Esa es la experiencia pasada y presente. Pero no hay que tirar la toalla. Lo que hay que conseguir es que aumente la educación, que se libere de tiranías y enseñar a pensar, no a seguir a los demás. Es el ideal educativo de Bertrand Russell, la autonomía intelectual como objetivo. El mito, por el contrario, busca perderse en la comunidad, en el pueblo o en cualquier otra ficción creada para ese fin. Para ello hay que desoír muchos cantos de sirenas y quemar algunos barcos.
Los niveles de conflicto aumentan cada vez más en las sociedades. Hay encendidos discurso que reducen el mundo complejo a sencillos eslóganes con los que dirigir hacia los objetivos marcados. Es como una marcha militar, redoble  de tambores y toque de  cornetas. 
La incapacidad de pensar en términos críticos reales hace que seamos pasto de la demagogia, que sea posible arrastrarnos por medio de convincentes y seductoras fábulas. Hay que empezar a buscar soluciones.


* José Álvarez Junco "La Reconquista" 27/01/2019 https://elpais.com/elpais/2019/01/25/opinion/1548436799_019300.html

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