viernes, 4 de enero de 2019

La deshumanización de la soledad o la montaña y la caverna

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En un viejo ensayo del pensador Erich Kahler (en Nuestro laberinto, FCE), se definía nuestro mundo como "fáustico". Lo que define un mundo fáustico, si recordamos la escena inicial de la obra de Goethe (salvando el desafío entre Dios y el diablo en el cielo), la frustración del viejo sabio es la de haber pasado una vida que toca a su final y apenas haber comprendido el mundo. Se encuentra debatiendo sobre el sentido de la primera línea del primer libro bíblico intentando encontrar el sentido adecuado de "logos".
Lo fáustico se define por la horizontalidad y velocidad de la vida, algo que se consagrará con el pensamiento de los Futuristas que verán la lentitud o la quietud misma como un encierro espiritual y se lanzarán en manos de la máquina, representada por ese automóvil que tanto les fascinaba con su estética y su dinámica, con su fuerza y capacidad de ampliar el desplazamiento. El mundo se había se hecho más pequeño y el tiempo se había reducido. El mundo dejó de calcularse en jornadas (tiempo) y empezó a calcularse en espacio (en kilómetros de distancia). La carrera por la velocidad nos dejaba más tiempo cuya finalidad ahora era poder hacer más, es decir, aumentar el movimiento.
El planteamiento fáustico iba en sentido opuesto al viejo concepto de búsqueda en uno mismo, de reflexión sobre lo propio, en vez de la curiosidad por lo externo o ajeno. "Conócete a ti mismo" dejaba de ser el proyecto vital para redirigir la atención hacia el exterior de nosotros mismos.
Los cambios sociales traídos al mundo por las máquinas, el proceso de industrialización, llevaron a las concentraciones urbanas, los lugares hacia los que había que dirigirse para encontrar un trabajo que antes se desarrollaba mayoritariamente en el campo, en los pueblos pequeños, en las comunidades que se había desarrollado alrededor de pequeños núcleos.
En el prólogo de 1912 a su exitosa novela Lejos del mundanal ruido (Far from the madding crowd, 1874), Thomas Hardy explicaba al referirse a las transformaciones industriales:

Todo ello ha acarreado la reciente suplantación de la clase de los campesinos estables, portadores de las tradiciones y del temperamento local, por una población de trabajadores más o menos itinerantes, con lo que se ha abierto una brecha en la continuidad de la historia local de fatales consecuencias para la conservación de la leyenda, el folklore, los estrechos vínculos sociales y los personajes pintorescos, pues la condición indispensable para la pervivencia de estos factores es el arraigo a la tierra generación tras generación.


Anticipaba un suceso que iría acrecentándose en la medida en que esa vida iba perdiendo sus raíces, que se veían sustituidas por otro tipo de informaciones, por una cultura diferente. La idea de "brecha", de ruptura del vínculo con lo que nos rodea o nos antecede, refleja uno de los problemas más acusados de la vida actual, en donde los vacíos producidos son rellenados por nuevas formas de "tradicionalismo".
El vuelco hacia lo exterior, el mundo como espacio que ha de ser recorrido, en detrimento de la idea del espacio interior, el espacio propio, refleja en gran medida el cambio de los tiempos y sus efectos sobre la psique personal y la colectiva, es decir, lo que marca nuestro comportamiento como relaciones con los otros o nuestra actitud hacia el mundo.
Esto se ha visto acrecentado por lo que Günther Anders llamó el complejo o vergüenza prometeico, es decir, el sentimiento de inferioridad ante la máquina. Hemos logrado unas máquinas que nos superan en todos los órdenes. Puede que sean el orgullo de quienes las construyen, pero fomentan la inseguridad de quienes las usan que, además, desconocen su funcionamiento, por lo que suponen una incógnita amenazante. La idea de ese sentimiento de inferioridad no es una metáfora, como podemos ver en nuestros medios actualmente con la aparición de la "inteligencia artificial". Ha pasado de ser un tema de la ciencia-ficción a una "invasión" en la vida cotidiana, amenazando además la dimensión central, la laboral.
La crisis que provocó la aparición de la máquina como centralidad de la vida, consagrando al ser humano como homo faber se ve ahora quebrada por la idea de la máquina que controla a la máquina, de la sustitución de las actividades humanas por automatismos derivados de algoritmos. No queda el consuelo del control de la máquina pues es la propia máquina la que se reorganiza, reequilibra o repara o es otra la que lo hace.


Ya no vemos aquellos artesanos, por ejemplo, de la relojería en los que podíamos ver reflejada el papel superior del ser humano ante una máquina necesitada de la mano humana. La sustitución de la mecánica por la electrónica fue haciendo cada vez más difícil la intervención humana en la máquina, quedando muchas de ellas simplemente como reemplazable.
Los cambios producidos por la centralidad del trabajo son grandes. Nos ha cambiado el mundo, el espacio y el tiempo; ha organizado nuestras ciudades y nuestras mentes. A la pregunta "¿qué eres?" contestamos con los oficios, mostrando esa precedencia de la actividad sobre el ser mismo. Somos lo que hacemos. Y, en esta dimensión, nada hay peor que el no hacer nada, la vagancia o la pereza son males considerados desde esa centralidad. Zygmunt Bauman estudió bien cómo la incipiente industrialización cambió la vida de las personas y algo más, cambió la percepción del mundo en cuanto a los valores, que pasaron a reordenarse en torno a la idea del trabajo, es decir, de la eficiencia, de la rentabilidad, del éxito.
En el siglo XIX gran parte de estos problemas se identificaban con "la vida a la americana", una fórmula en la que se trataba de expresar un mundo construido sobre los valores del trabajo y el éxito. Esa es la base del "sueño americano". La mayor parte de los intelectuales de Europa comentaban con horror esas ideas, diferenciando la idea de la tradición, pero sobre todo reflejando el profundo desprecio que sentían ante un mundo donde el dinero fuera el centro. El trabajo, al fin y al cabo, era un medio para un fin, el enriquecimiento, dentro de esa sociedad nueva que nacía sin la carga de las tradiciones, los privilegios o los lastres de cualquier tipo.
El trabajo se desplazó del prestigio del artesano, del orgullo por la obra bien hecha, personal, al rendimiento producido, a su capitalización. La producción en serie sustituye al artesano distanciando a la persona de la capacidad de crear algo. Se produce ese complejo, ya no por la superioridad de la máquina sino por la progresiva reducción de la capacidad humana debida a la especialización, que reduce su percepción y comprensión del mundo.
El la moderna ciencia ficción son los humanos los que tratan de convencerse de que no son máquinas, mientras que los androides se preguntan por su propia esencia e identidad. De "Blade Runner" a "West World" pasando por Ex-Machina", es la máquina la que ha entrado en un proceso existencial mientras que el ser humano se ha ido convirtiendo en máquina. El arte refleja nuestras profundas crisis y las expone.


Todo esto ha sido analizado y descrito de forma directa e indirecta a través de la Historia, la Sociología, las diferentes artes, etc. nos dan cuenta del proceso de transformación de lo humano en este proceso en el que se establecen una vida en la que solo se diferencia dos dimensiones, "trabajo" y "ocio". Este último se transforma a través del otro concepto moderno, el del "consumo", del que se viene hablando desde los años 40-50 y del que una sociedad ya plenamente consumista no parece querer saber nada de sus efectos sociales.
Al convertirse el ocio en una actividad programada y basada en el consumo, muy alejada del viejo concepto del "dolce far niente", expresión con la que se trataba de indicar ese momento en que la mente y el cuerpo se abandonan a sí mismos, alejados de cualquier búsqueda de utilidad exterior, se produce uno de los fenómenos que más están minando nuestra sociedades, la soledad angustiada, la que se vive como una presión. Nuestro concepto de la "soledad" se ha ido transformando de una aspiración creativa a una condena angustiosa.

La antigua soledad implicaba la desconexión necesaria de la distracción mundana para poder concentrarse en uno mismo. Es lo opuesto de la dimensión fáustica de Kahler. En la soledad antigua, la desconexión de la distracción llevaba a una reconexión del mundo y del ser humano, una reintegración a uno mismo. El aislamiento era de lo accesorio, de lo mundano, de lo trivial, para acercarse a uno mismo, para el diálogo interior o para el diálogo con la divinidad. De ahí la idea del "retiro", una soledad que permite concentrase en lo auténticamente esencial.
La nueva sociedad, la sociedad de la "conexión", de la redes sociales, es la sociedad de la "atención" (se habla de una "economía de la atención"). La "atención" es precisamente el mecanismo que se fundamente en el reclamo; se llama nuestra atención, estamos híper estimulados en feroz competencia por lograr nuestras miradas, nuestros pensamientos. Es el mundo que comenzó con los escaparates y las farolas, como bien describió Charles Baudelaire. Es el mundo como paseo, como recorrido atractivo, con cantos de sirena desde cada lugar. La electricidad transformó lo que el vapor había iniciado creando lo luminoso como un valor. Las viejas catedrales filtraban la luz del sol por sus vitrales; el mundo moderno, en sentido inverso, emite luz desde todos sus rincones.


Esta vida hacia fuera, en detrimento de la vida interior, está fabricando un nuevo sentido de nuestro propio desarrollo. Centrado en el trabajo, su cese lleva a una desconexión intensa de la propia vida, que nos ha tenido absortos. Es una nueva versión del da-sein, del ser arrojado esta vez a la soledad, que ha dejado de ser el momento de recogimiento y crecimiento, de expansión interior, de un descubrirse en la creación misma del auto conocimiento, para convertirse en condena personal y social.
En la novela antes citada de Thomas Hardy hay dos pasajes que me gustaría citar. La primera se produce en el capítulo XLIII, cuando el novelista recurre a una metáfora para representar las formas de la soledad:

Bathsheba se sentía sola y desesperada; no más sola de lo que se había sentido antes de casarse, pero esta nueva soledad era al presente lo que la soledad de una montaña es a la soledad de una caverna.

La diferencia es notoria entre ambas situaciones, la de la montaña, que implica quietud, frente a la soledad de la caverna que implica la angustia y la incapacidad de ver. El pasaje, la comparación, adquiere su pleno significado cuando hemos leído en el segundo capítulo:

Para quienes se detienen a solas en una colina, en una noche clara como aquélla, el movimiento de rotación de la tierra hacia el este resulta casi tangible. La sensación puede obedecer al deslizamiento panorámico de las estrellas sobre los objetos terrestres, que resulta perceptible al cabo de unos minutos de quietud, o a la mejor vista del espacio que ofrece la colina, o al viento, o a la soledad; mas sea cual fuere su origen, la impresión de movimiento es nítida e inconfundible. Se habla mucho de la poesía del movimiento, mas para gozar de la forma épica de este placer es preciso situarse en una colina a altas horas de la noche y, luego de haberse ensanchado en uno la sensación de ser diferente de la masa civilizada, que a esas horas se encuentra envuelta en el sueño y ajena a todo cuanto sucede alrededor, observar larga y serenamente el majestuoso avance de uno a través de las estrellas. Es difícil regresar a la tierra tras uno de estos encuentros con la noche y creer que la conciencia de tan grandiosa aceleración surge de un insignificante molde humano.


Refleja Hardy la dimensión profunda de esa "soledad", "quietud", de ese "ser diferente de la masa civilizada", la que ahora se encuentra durmiendo, en sus casas. No hay angustia, sino plenitud, una hermosa conexión con el mundo que nos hace ser conscientes de ambos. Es lo contrario de la vida fáustica, en donde pedirle al instante que se detenga acarrea la perdición.
Para evitar la angustia que el mundo moderno provoca en su profunda deshumanización, se hace necesario no eliminar la soledad, que es parte y necesidad de lo humano, sino recuperar su función constructiva de la persona. La soledad fecunda no es el descanso físico o mental; es una actividad.
La soledad no es una chistera de la que puedan salir conejos blancos. Uno de los grandes desastres es el sentido "laboral" de la educación. Una vez más, la centralización del trabajo y la conversión de la persona en máquina que produce cosas y en persona no que se "construye" a sí misma, trae consecuencias.
En nuestra primera cita de Hardy, este señalaba los efectos de la pérdida de las tradiciones en la comunidad como efecto de la industrialización. La desconexión de la cultura tiene enormes efectos, pero uno de los más graves se produce precisamente porque su función es dotarnos de una profundidad de la que la superficialidad fáustica carece. En un mundo banal, de entretenimiento, que confunde la crítica con la queja, la conexión con el diálogo, la soledad se convierte en un gigantesco monstruo devorador.
Hemos producido un mundo con un esquema de valores muy definido, en el que no es fácil sobrevivir. Es un mundo duro social y psíquicamente, que requiere de unas defensas que permitan el distanciamiento provechos en términos de construcción y hallazgo de la persona, no como consumidor, no como audiencia.
Hay que rehumanizar la soledad. Nos es necesaria como fuente de vida, no como un lugar de objetos perdidos. La elección es entre la soledad montaña o la angustiosa soledad de la caverna. La primera nos lleva a nosotros mismos y encontramos en ella lo que hemos empleado; la segunda al vacío de la desconexión.



* Thomas Hardy. Lejos del mundanal ruido. Trad. Catalina Martínez Muños

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