Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En un viejo
ensayo del pensador Erich Kahler (en Nuestro laberinto, FCE), se definía nuestro mundo como
"fáustico". Lo que define un mundo fáustico, si recordamos la escena
inicial de la obra de Goethe (salvando el desafío entre Dios y el diablo en el
cielo), la frustración del viejo sabio es la de haber pasado una vida que toca
a su final y apenas haber comprendido el mundo. Se encuentra debatiendo sobre
el sentido de la primera línea del primer libro bíblico intentando encontrar el
sentido adecuado de "logos".
Lo
fáustico se define por la horizontalidad y velocidad de la vida, algo que se
consagrará con el pensamiento de los Futuristas que verán la lentitud o la
quietud misma como un encierro espiritual y se lanzarán en manos de la máquina,
representada por ese automóvil que tanto les fascinaba con su estética y su
dinámica, con su fuerza y capacidad de ampliar el desplazamiento. El mundo se
había se hecho más pequeño y el tiempo se había reducido. El mundo dejó de
calcularse en jornadas (tiempo) y empezó a calcularse en espacio (en kilómetros
de distancia). La carrera por la velocidad nos dejaba más tiempo cuya finalidad
ahora era poder hacer más, es decir, aumentar el movimiento.
El
planteamiento fáustico iba en sentido opuesto al viejo concepto de búsqueda en
uno mismo, de reflexión sobre lo propio, en vez de la curiosidad por lo externo
o ajeno. "Conócete a ti mismo" dejaba de ser el proyecto vital para
redirigir la atención hacia el exterior de nosotros mismos.
Los
cambios sociales traídos al mundo por las máquinas, el proceso de industrialización,
llevaron a las concentraciones urbanas, los lugares hacia los que había que
dirigirse para encontrar un trabajo que antes se desarrollaba mayoritariamente
en el campo, en los pueblos pequeños, en las comunidades que se había
desarrollado alrededor de pequeños núcleos.
En el
prólogo de 1912 a su exitosa novela Lejos
del mundanal ruido (Far from the madding crowd, 1874), Thomas Hardy
explicaba al referirse a las transformaciones industriales:
Todo ello ha acarreado la reciente
suplantación de la clase de los campesinos estables, portadores de las
tradiciones y del temperamento local, por una población de trabajadores más o
menos itinerantes, con lo que se ha abierto una brecha en la continuidad de la
historia local de fatales consecuencias para la conservación de la leyenda, el
folklore, los estrechos vínculos sociales y los personajes pintorescos, pues la
condición indispensable para la pervivencia de estos factores es el arraigo a
la tierra generación tras generación.
Anticipaba
un suceso que iría acrecentándose en la medida en que esa vida iba perdiendo
sus raíces, que se veían sustituidas por otro tipo de informaciones, por una
cultura diferente. La idea de "brecha", de ruptura del vínculo con lo
que nos rodea o nos antecede, refleja uno de los problemas más acusados de la
vida actual, en donde los vacíos producidos son rellenados por nuevas formas de
"tradicionalismo".
El
vuelco hacia lo exterior, el mundo como espacio que ha de ser recorrido, en
detrimento de la idea del espacio interior, el espacio propio, refleja en gran
medida el cambio de los tiempos y sus efectos sobre la psique personal y la
colectiva, es decir, lo que marca nuestro comportamiento como relaciones con los
otros o nuestra actitud hacia el mundo.
Esto se
ha visto acrecentado por lo que Günther Anders llamó el complejo o vergüenza
prometeico, es decir, el sentimiento de inferioridad ante la máquina. Hemos
logrado unas máquinas que nos superan en todos los órdenes. Puede que sean el
orgullo de quienes las construyen, pero fomentan la inseguridad de quienes las
usan que, además, desconocen su funcionamiento, por lo que suponen una
incógnita amenazante. La idea de ese sentimiento de inferioridad no es una
metáfora, como podemos ver en nuestros medios actualmente con la aparición de
la "inteligencia artificial". Ha pasado de ser un tema de la
ciencia-ficción a una "invasión" en la vida cotidiana, amenazando
además la dimensión central, la laboral.
La
crisis que provocó la aparición de la máquina como centralidad de la vida,
consagrando al ser humano como homo faber
se ve ahora quebrada por la idea de la máquina que controla a la máquina, de la
sustitución de las actividades humanas por automatismos derivados de algoritmos.
No queda el consuelo del control de la máquina pues es la propia máquina la que
se reorganiza, reequilibra o repara o es otra la que lo hace.
Ya no
vemos aquellos artesanos, por ejemplo, de la relojería en los que podíamos ver
reflejada el papel superior del ser humano ante una máquina necesitada de la
mano humana. La sustitución de la mecánica por la electrónica fue haciendo cada
vez más difícil la intervención humana en la máquina, quedando muchas de ellas
simplemente como reemplazable.
Los
cambios producidos por la centralidad del trabajo son grandes. Nos ha cambiado
el mundo, el espacio y el tiempo; ha organizado nuestras ciudades y nuestras
mentes. A la pregunta "¿qué eres?" contestamos con los oficios, mostrando
esa precedencia de la actividad sobre el ser mismo. Somos lo que hacemos. Y, en
esta dimensión, nada hay peor que el no hacer nada, la vagancia o la pereza son
males considerados desde esa centralidad. Zygmunt Bauman estudió bien cómo la
incipiente industrialización cambió la vida de las personas y algo más, cambió
la percepción del mundo en cuanto a los valores, que pasaron a reordenarse en
torno a la idea del trabajo, es decir, de la eficiencia, de la rentabilidad,
del éxito.
En el
siglo XIX gran parte de estos problemas se identificaban con "la vida a la
americana", una fórmula en la que se trataba de expresar un mundo
construido sobre los valores del trabajo y el éxito. Esa es la base del
"sueño americano". La mayor parte de los intelectuales de Europa comentaban
con horror esas ideas, diferenciando la idea de la tradición, pero sobre todo
reflejando el profundo desprecio que sentían ante un mundo donde el dinero
fuera el centro. El trabajo, al fin y al cabo, era un medio para un fin, el enriquecimiento,
dentro de esa sociedad nueva que nacía sin la carga de las tradiciones, los
privilegios o los lastres de cualquier tipo.
El
trabajo se desplazó del prestigio del artesano, del orgullo por la obra bien
hecha, personal, al rendimiento producido, a su capitalización. La producción
en serie sustituye al artesano distanciando a la persona de la capacidad de
crear algo. Se produce ese complejo, ya no por la superioridad de la máquina
sino por la progresiva reducción de la capacidad humana debida a la
especialización, que reduce su percepción y comprensión del mundo.
El la moderna ciencia ficción son los humanos los que tratan de convencerse de que no son máquinas, mientras que los androides se preguntan por su propia esencia e identidad. De "Blade Runner" a "West World" pasando por Ex-Machina", es la máquina la que ha entrado en un proceso existencial mientras que el ser humano se ha ido convirtiendo en máquina. El arte refleja nuestras profundas crisis y las expone.
Todo
esto ha sido analizado y descrito de forma directa e indirecta a través de la
Historia, la Sociología, las diferentes artes, etc. nos dan cuenta del proceso
de transformación de lo humano en este proceso en el que se establecen una vida
en la que solo se diferencia dos dimensiones, "trabajo" y "ocio".
Este último se transforma a través del otro concepto moderno, el del
"consumo", del que se viene hablando desde los años 40-50 y del que
una sociedad ya plenamente consumista no parece querer saber nada de sus
efectos sociales.
Al
convertirse el ocio en una actividad programada y basada en el consumo, muy
alejada del viejo concepto del "dolce far niente", expresión con la
que se trataba de indicar ese momento en que la mente y el cuerpo se abandonan
a sí mismos, alejados de cualquier búsqueda de utilidad exterior, se produce
uno de los fenómenos que más están minando nuestra sociedades, la soledad
angustiada, la que se vive como una presión. Nuestro concepto de la
"soledad" se ha ido transformando de una aspiración creativa a una
condena angustiosa.
La
antigua soledad implicaba la desconexión necesaria de la distracción mundana
para poder concentrarse en uno mismo. Es lo opuesto de la dimensión fáustica de
Kahler. En la soledad antigua, la desconexión de la distracción llevaba a una
reconexión del mundo y del ser humano, una reintegración a uno mismo. El aislamiento
era de lo accesorio, de lo mundano, de lo trivial, para acercarse a uno mismo,
para el diálogo interior o para el diálogo con la divinidad. De ahí la idea del
"retiro", una soledad que permite concentrase en lo auténticamente
esencial.
La
nueva sociedad, la sociedad de la "conexión", de la redes sociales,
es la sociedad de la "atención" (se habla de una "economía de la
atención"). La "atención" es precisamente el mecanismo que se
fundamente en el reclamo; se llama nuestra atención, estamos híper estimulados
en feroz competencia por lograr nuestras miradas, nuestros pensamientos. Es el
mundo que comenzó con los escaparates y las farolas, como bien describió
Charles Baudelaire. Es el mundo como paseo, como recorrido atractivo, con
cantos de sirena desde cada lugar. La electricidad transformó lo que el vapor
había iniciado creando lo luminoso como un valor. Las viejas catedrales
filtraban la luz del sol por sus vitrales; el mundo moderno, en sentido
inverso, emite luz desde todos sus rincones.
Esta
vida hacia fuera, en detrimento de la vida interior, está fabricando un nuevo
sentido de nuestro propio desarrollo. Centrado en el trabajo, su cese lleva a
una desconexión intensa de la propia vida, que nos ha tenido absortos. Es una
nueva versión del da-sein, del ser
arrojado esta vez a la soledad, que ha dejado de ser el momento de recogimiento
y crecimiento, de expansión interior, de un descubrirse en la creación misma
del auto conocimiento, para convertirse en condena personal y social.
En la
novela antes citada de Thomas Hardy hay dos pasajes que me gustaría citar. La
primera se produce en el capítulo XLIII, cuando el novelista recurre a una
metáfora para representar las formas de la soledad:
Bathsheba se sentía sola y desesperada; no
más sola de lo que se había sentido antes de casarse, pero esta nueva soledad
era al presente lo que la soledad de una montaña es a la soledad de una
caverna.
La
diferencia es notoria entre ambas situaciones, la de la montaña, que implica
quietud, frente a la soledad de la caverna que implica la angustia y la
incapacidad de ver. El pasaje, la comparación, adquiere su pleno significado
cuando hemos leído en el segundo capítulo:
Para quienes se detienen a solas en una
colina, en una noche clara como aquélla, el movimiento de rotación de la tierra
hacia el este resulta casi tangible. La sensación puede obedecer al
deslizamiento panorámico de las estrellas sobre los objetos terrestres, que
resulta perceptible al cabo de unos minutos de quietud, o a la mejor vista del
espacio que ofrece la colina, o al viento, o a la soledad; mas sea cual fuere
su origen, la impresión de movimiento es nítida e inconfundible. Se habla mucho
de la poesía del movimiento, mas para gozar de la forma épica de este placer es
preciso situarse en una colina a altas horas de la noche y, luego de haberse
ensanchado en uno la sensación de ser diferente de la masa civilizada, que a
esas horas se encuentra envuelta en el sueño y ajena a todo cuanto sucede
alrededor, observar larga y serenamente el majestuoso avance de uno a través de
las estrellas. Es difícil regresar a la tierra tras uno de estos encuentros con
la noche y creer que la conciencia de tan grandiosa aceleración surge de un
insignificante molde humano.
Refleja
Hardy la dimensión profunda de esa "soledad", "quietud", de
ese "ser diferente de la masa civilizada", la que ahora se encuentra
durmiendo, en sus casas. No hay angustia, sino plenitud, una hermosa conexión
con el mundo que nos hace ser conscientes de ambos. Es lo contrario de la vida
fáustica, en donde pedirle al instante que se detenga acarrea la perdición.
Para
evitar la angustia que el mundo moderno provoca en su profunda deshumanización,
se hace necesario no eliminar la soledad, que es parte y necesidad de lo humano,
sino recuperar su función constructiva de la persona. La soledad fecunda no es
el descanso físico o mental; es una actividad.
La
soledad no es una chistera de la que puedan salir conejos blancos. Uno de los
grandes desastres es el sentido "laboral" de la educación. Una vez
más, la centralización del trabajo y la conversión de la persona en máquina que
produce cosas y en persona no que se "construye" a sí misma, trae
consecuencias.
En
nuestra primera cita de Hardy, este señalaba los efectos de la pérdida de las
tradiciones en la comunidad como efecto de la industrialización. La desconexión
de la cultura tiene enormes efectos, pero uno de los más graves se produce
precisamente porque su función es dotarnos de una profundidad de la que la superficialidad
fáustica carece. En un mundo banal, de entretenimiento, que confunde la crítica
con la queja, la conexión con el diálogo, la soledad se convierte en un
gigantesco monstruo devorador.
Hemos producido
un mundo con un esquema de valores muy definido, en el que no es fácil sobrevivir.
Es un mundo duro social y psíquicamente, que requiere de unas defensas que permitan
el distanciamiento provechos en términos de construcción y hallazgo de la
persona, no como consumidor, no como audiencia.
Hay que
rehumanizar la soledad. Nos es necesaria como fuente de vida, no como un lugar
de objetos perdidos. La elección es entre la soledad montaña o la angustiosa soledad de la caverna. La primera nos lleva a nosotros mismos y encontramos en ella lo que hemos empleado; la segunda al vacío de la desconexión.
* Thomas
Hardy. Lejos del mundanal ruido.
Trad. Catalina Martínez Muños
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