miércoles, 30 de enero de 2019

Las guerras sucias comerciales

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Cuánto tiempo puede seguir el gobierno americano convertido en el juez y gendarme mundial en todos los terrenos? Porque una cosa es la "paz mundial" —a la que por cierto no contribuye demasiado con la política Trump— al amparo de las instituciones internacionales —a las que cada día desprecia mas— y otra cosa la imposición de sus propios negocios al mundo, presionando para que no pueda ser desbordado allí donde se ha quedado rezagado. Es este último aspecto el que queda más en evidencia en el caso abierto contra la empresa china Huawei, ahora mismo en el punto de mira de la administración Trump.
Casi todas las informaciones alejadas de los Estados Unidos suelen terminar sus noticias diciendo lo mismo: no hay evidencia de nada y se puede tratar de una forma de guerra comercial usando los recursos a su alcance, creando un caso global contra una compañía y un país.
En estos momentos, cuento nueve noticias sobre China/Huawei en la página de entrada de la CNN. Los gráficos también son importantes porque comunican de una forma más adjetiva. El emblema de Huawei se diluye sobre la bandera de China frente a la de los Estados Unidos tratando de representar que por mucho que sea una empresa es el gobierno chino quien está detrás. Junto a esta imagen aparece la noticia con la imagen de un misil, en el interior el titular "Ballistic missile can hit moving ships, China says, but experts remain skeptical". También en esa noticia se siembra la duda sobre la tecnología china militar, un fraude, según los analistas. Lo que se dice de los logros del misil es falso, un farol.


Creo que esta guerra desatada por los Estados Unidos contra China, centrada sobre todo en la economía, pero todavía más, en el desarrollo tecnológico tiene un sentido desde la llegada de Trump al poder. Es la respuesta a su aislacionismo, por un lado, pero por otro con un aspecto más importante: la pérdida de la carrera tecnológica por parte de los Estados Unidos.
La ideología —vamos a llamarlo así— de Donald Trump tiene varias capas que son atravesadas por un nacionalismo que se basa en la capacidad de presionar sobre los otros. Trump entiende el mundo a través de la economía en un sentido especial. Se trata de arrinconar a los contrarios para obtener el mejor "trato" posible. De ahí todos sus intentos de romper los tratados anteriores de los Estados Unidos, de salir de todos los compromisos acordados con la esperanza egotista de lograr un mejor acuerdo.
Desde su campaña electoral, la obsesión de Trump con China se hizo evidente. Se responsabilizaba a China de haber inventado el "cambio climático" para frenar el desarrollo de los Estados Unidos. Con ello conseguía atraerse a varios tipos de votantes, pero sobre todo ofrecía una explicación sencilla del declive de los Estados Unidos en diversos campos. Por el mismo motivo tras su llegada a la casa Blanca buscó una operación militar de éxito, que por su precipitación concluyo en un trágico fracaso. El caso lo vimos aquí, cómo manipuló a la esposa del militar muerto para que estuviera presente en el discurso del "estado de la nación" y la negativa del padre de aceptar nada por responsabilizar a Trump de la muerte de su hijo.
La obsesión China de Trump tiene, pues, ese sentido de chivo expiatorio, de explicación global del declive del imperio norteamericano, algo señalado por los analistas desde mucho antes, pero al que el presidente ha puesto cara. Desde su llegada al poder su obsesión ha sido debilitar a los que él considera sus rivales económicos, es decir, la Unión Europea y China, los dos únicos focos realmente de competencia para USA. Por el contrario, el aliado en la sombra ha sido Rusia, que no busca tanto la competencia económica (el desarrollo ruso se basa en otros criterios geoestratégicos más que comerciales), sino la creación de aliados, como ocurre en Oriente Medio, allí donde la política norteamericana fracasa, algo cada vez más frecuente.


El enfrentamiento con Europa ha sido notable. Lo mismo que lo ha sido su apoyo descarado y nada diplomático al Brexit y a los euroescépticos e indirectamente a los países en los que está surgiendo el populismo nacionalista disgregador. Su interés es evidente: cuando más dividida esté Europa, más fácil resulta negociar con ella desde una postura de fuerza, que es lo que ha estado intentando desde su llegada a la Casa Blanca. Los conflictos creados con ello han debido mitigarse por sus Secretarios para evitar que destruya la OTAN o que convierte en enemigos a los países que eran aliados desde siempre, pero ¿quién puede ser aliado de Trump en un sentido real? El traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén sirvió de test: prácticamente nadie. Solo aquellos a los que ha prometido mirar para otro lado, como Arabia Saudí, se han mantenido cerca del presidente.
El hecho de que China haya pasado de ser una mera fábrica de encargos del primer mundo a ser la segunda potencia mundial ha sido demasiado para el "egonacionalismo" de Trump, basado en el supremacismo. Trump está recurriendo en la política a las mismas malas artes a las que recurría en sus negocios. Se trata de tener la mejor posición para entonces sentarte a negociar.
Las grandes compañías, especialmente las tecnológicas, manifestaron su preocupación por el proteccionismo arancelario. La guerra con China y Europa les preocupaba porque sus productos se iban a encarecer y eso supondría una merma de su valor. Los resultados se están viendo en la caída de muchas de ellas, el caso de Apple es claro.
El ascenso de Samsung y Huawei implica la pérdida de mercado de los Estados Unidos. China no ha "molestado" hasta que la evidencia del adelanto tecnológico no se ha podido ocultar. China es hoy pionera en inteligencia artificial y eso se traslada a sus propios productos y sobre todo al desarrollo de la llamada red 5G, que es el principal campo de batalla en la próxima sociedad de la información. Hasta el momento, han sido las compañías occidentales las que han ofrecido el campo de juego a los participantes. Ahora China puede ofrecer un nuevo terreno para el desarrollo y es cuando saltan las alarmas.


Prácticamente todos los analistas del caso coinciden en que las acusaciones lanzadas desde los Estados Unidos tienen un trasfondo de malas artes de competencia. Estados Unidos, el país que abanderó el libre comercio y la competencia, no acepta ser adelantado en la carrera de algo que considera suyo, desde que el vicepresidente Al Gore habló de las "superautopistas de la información", el proyecto base de lo que es hoy Internet. Gore lo concebía como una forma de expansión norteamericana por el mundo. Hoy es otra cosa y el protagonismo que se soñaba ha sido ampliamente superado. Pero con todo, las grandes compañías norteamericanas son las que han creado el mapa mundial... excepto en China, que por su tamaño y población tiene su propio universo tras el denominado "Gran Firewall", la gran muralla de las telecomunicaciones.
El artículo publicado a finales de año por el diario El País —con el titular "¿Por qué inquieta Huawei a EE UU y sus aliados?"— se cierra con estos dos párrafos:

Algunos expertos consideran que detrás del cerco a Huawei también subyacen intereses meramente económicos. Las empresas chinas están ganando una cuota de mercado en el sector de las telecomunicaciones —tradicionalmente de dominio estadounidense— que resultaba inimaginable en los años noventa. Huawei desbancó este año a Apple como el segundo vendedor de smartphones (teléfonos inteligentes) del mundo, solo por detrás de la surcoreana Samsung. “Ya podemos expulsar nosotros a Apple”, escribió en una red social Fang Xingdong, fundador de Chinalabs, un think tank de ciberseguridad.
“No debería preocuparnos más Huawei solo por el hecho de que sea china. Con casos como el de [Edward] Snowden o Cambridge Analytica hemos visto que las garantías procesales de EE UU se pueden vulnerar fácilmente”, asegura Narseo Vallina-Rodríguez, profesor adjunto de investigación en el Instituto IMDEA Networks. “Nadie sabe más de sus usuarios que Facebook o Google”, añade.*



Muchos analistas piensan lo mismo. El cerco del que se habla se ha traducido en detenciones de directivos, un golpe de efecto teatral muy del gusto de Trump, con consecuencias de represalias mucho más graves.
Se le está vendiendo a la gente que todo aquel que tenga un teléfono Huawei está siendo espiado por el gobierno chino. Hasta hace quince días teníamos la misma sospecha, más fundada, de que quien hacía eso era el gobierno de los Estados Unidos o los casos constatados de las observaciones rusas de los datos, emails, etc. que las compañías norteamericanas no saben cuidar como deben o a las que las instituciones europeas sancionan con regularidad por abuso de domino de mercado, faltas contra la competencia, la privacidad, etc. Los temores del futuro se pueden prevenir; los casos del presente, denunciar.
Las guerras comerciales son cada vez más sucias. Trump es especialista en esto, en crear fangos. El problema es que sus fangos pueden llegar a ahogar a muchas economías o crear conflictos, como no para de hacer desde que llegó a la Casa Blanca. Pero la obsesión con China se mantiene constante porque, sí, es un rival económico importante compitiendo con los estados Unidos en los mercados. Y eso le resulta inaceptable por lo que carga la maquinaria mediática mediante golpes de efecto o, peor, mediante el aliento de conflictos periféricos, como ha hecho para presionar a Japón y Corea para evitar alianzas asiáticas que puedan hacer perder la influencia en Asia. Todo su énfasis en Corea del Norte pasa por esa estrategia. Si este es un punto caliente, ni Japón ni Corea del Sur se alejarán del paraguas protector de los Estados Unidos. Es lo mismo que ha hecho en Europa para intentar "cobrar" los servicios de la OTAN a los europeos o la creación de amenazas en el sur para la construcción del muro. Si entendemos que su arte negociador consiste en destruir primero para renegociar con ventaja después, muchas de sus acciones se ven con mayor claridad. No tiene mucha imaginación y el patrón es el mismo. Sin embargo se toleran casos como el de su aliado Arabia Saudí haga lo que haga, de Yemen al asesinato del opositor Jamal Khashoggi. En estos casos no hay problema de ningún tipo.
El problema es cuando un país logra un desarrollo suficiente como para hacer sombra al que se ha presentado como líder hasta el momento. 



* "¿Por qué inquieta Huawei a EE UU y sus aliados?" El País 27/12/2018 https://elpais.com/internacional/2018/12/14/actualidad/1544807531_011348.html?rel=mas

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