Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¿Cuánto
tiempo puede seguir el gobierno americano convertido en el juez y gendarme
mundial en todos los terrenos? Porque una cosa es la "paz mundial" —a
la que por cierto no contribuye demasiado con la política Trump— al amparo de
las instituciones internacionales —a las que cada día desprecia mas— y otra
cosa la imposición de sus propios negocios al mundo, presionando para que no
pueda ser desbordado allí donde se ha quedado rezagado. Es este último aspecto
el que queda más en evidencia en el caso abierto contra la empresa china
Huawei, ahora mismo en el punto de mira de la administración Trump.
Casi
todas las informaciones alejadas de los Estados Unidos suelen terminar sus
noticias diciendo lo mismo: no hay evidencia de nada y se puede tratar de una
forma de guerra comercial usando los recursos a su alcance, creando un caso global contra una compañía y un
país.
En
estos momentos, cuento nueve noticias sobre China/Huawei en la página de
entrada de la CNN. Los gráficos también son importantes porque comunican de una
forma más adjetiva. El emblema de Huawei se diluye sobre la bandera de China
frente a la de los Estados Unidos tratando de representar que por mucho que sea
una empresa es el gobierno chino quien está detrás. Junto a esta imagen aparece
la noticia con la imagen de un misil, en el interior el titular "Ballistic
missile can hit moving ships, China says, but experts remain skeptical".
También en esa noticia se siembra la duda sobre la tecnología china militar, un
fraude, según los analistas. Lo que se dice de los logros del misil es falso,
un farol.
Creo
que esta guerra desatada por los Estados Unidos contra China, centrada sobre
todo en la economía, pero todavía más, en el desarrollo tecnológico tiene un
sentido desde la llegada de Trump al poder. Es la respuesta a su aislacionismo,
por un lado, pero por otro con un aspecto más importante: la pérdida de la
carrera tecnológica por parte de los Estados Unidos.
La
ideología —vamos a llamarlo así— de Donald Trump tiene varias capas que son
atravesadas por un nacionalismo que se basa en la capacidad de presionar sobre
los otros. Trump entiende el mundo a través de la economía en un sentido
especial. Se trata de arrinconar a los contrarios para obtener el mejor "trato"
posible. De ahí todos sus intentos de romper los tratados anteriores de los
Estados Unidos, de salir de todos los compromisos acordados con la esperanza
egotista de lograr un mejor acuerdo.
Desde su
campaña electoral, la obsesión de Trump con China se hizo evidente. Se
responsabilizaba a China de haber inventado el "cambio climático"
para frenar el desarrollo de los Estados Unidos. Con ello conseguía atraerse a
varios tipos de votantes, pero sobre todo ofrecía una explicación sencilla del
declive de los Estados Unidos en diversos campos. Por el mismo motivo tras su
llegada a la casa Blanca buscó una operación militar de éxito, que por su
precipitación concluyo en un trágico fracaso. El caso lo vimos aquí, cómo
manipuló a la esposa del militar muerto para que estuviera presente en el
discurso del "estado de la nación" y la negativa del padre de aceptar
nada por responsabilizar a Trump de la muerte de su hijo.
La
obsesión China de Trump tiene, pues, ese sentido de chivo expiatorio, de
explicación global del declive del imperio norteamericano, algo señalado por
los analistas desde mucho antes, pero al que el presidente ha puesto cara.
Desde su llegada al poder su obsesión ha sido debilitar a los que él considera
sus rivales económicos, es decir, la Unión Europea y China, los dos únicos
focos realmente de competencia para USA. Por el contrario, el aliado en la
sombra ha sido Rusia, que no busca tanto la competencia económica (el
desarrollo ruso se basa en otros criterios geoestratégicos más que
comerciales), sino la creación de aliados, como ocurre en Oriente Medio, allí
donde la política norteamericana fracasa, algo cada vez más frecuente.
El
enfrentamiento con Europa ha sido notable. Lo mismo que lo ha sido su apoyo
descarado y nada diplomático al Brexit y a los euroescépticos e indirectamente
a los países en los que está surgiendo el populismo nacionalista disgregador.
Su interés es evidente: cuando más dividida esté Europa, más fácil resulta
negociar con ella desde una postura de fuerza, que es lo que ha estado
intentando desde su llegada a la Casa Blanca. Los conflictos creados con ello
han debido mitigarse por sus Secretarios para evitar que destruya la OTAN o que
convierte en enemigos a los países que eran aliados desde siempre, pero ¿quién
puede ser aliado de Trump en un sentido real?
El traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén sirvió de test:
prácticamente nadie. Solo aquellos a los que ha prometido mirar para otro lado,
como Arabia Saudí, se han mantenido cerca del presidente.
El
hecho de que China haya pasado de ser una mera fábrica de encargos del primer
mundo a ser la segunda potencia mundial ha sido demasiado para el "egonacionalismo"
de Trump, basado en el supremacismo. Trump está recurriendo en la política a
las mismas malas artes a las que recurría en sus negocios. Se trata de tener la
mejor posición para entonces sentarte a negociar.
Las
grandes compañías, especialmente las tecnológicas, manifestaron su preocupación
por el proteccionismo arancelario. La guerra con China y Europa les preocupaba
porque sus productos se iban a encarecer y eso supondría una merma de su valor.
Los resultados se están viendo en la caída de muchas de ellas, el caso de Apple
es claro.
El
ascenso de Samsung y Huawei implica la pérdida de mercado de los Estados Unidos.
China no ha "molestado" hasta que la evidencia del adelanto
tecnológico no se ha podido ocultar. China es hoy pionera en inteligencia
artificial y eso se traslada a sus propios productos y sobre todo al desarrollo
de la llamada red 5G, que es el principal campo de batalla en la próxima
sociedad de la información. Hasta el momento, han sido las compañías
occidentales las que han ofrecido el campo de juego a los participantes. Ahora
China puede ofrecer un nuevo terreno para el desarrollo y es cuando saltan las
alarmas.
Prácticamente
todos los analistas del caso coinciden en que las acusaciones lanzadas desde
los Estados Unidos tienen un trasfondo de malas artes de competencia. Estados
Unidos, el país que abanderó el libre comercio y la competencia, no acepta ser
adelantado en la carrera de algo que considera suyo, desde que el
vicepresidente Al Gore habló de las "superautopistas de la
información", el proyecto base de lo que es hoy Internet. Gore lo concebía
como una forma de expansión norteamericana por el mundo. Hoy es otra cosa y el
protagonismo que se soñaba ha sido ampliamente superado. Pero con todo, las
grandes compañías norteamericanas son las que han creado el mapa mundial...
excepto en China, que por su tamaño y población tiene su propio universo tras
el denominado "Gran Firewall", la gran muralla de las
telecomunicaciones.
El
artículo publicado a finales de año por el diario El País —con el titular "¿Por
qué inquieta Huawei a EE UU y sus aliados?"— se cierra con estos dos
párrafos:
Algunos expertos consideran que detrás del
cerco a Huawei también subyacen intereses meramente económicos. Las empresas
chinas están ganando una cuota de mercado en el sector de las
telecomunicaciones —tradicionalmente de dominio estadounidense— que resultaba
inimaginable en los años noventa. Huawei desbancó este año a Apple como el
segundo vendedor de smartphones (teléfonos inteligentes) del mundo, solo por
detrás de la surcoreana Samsung. “Ya podemos expulsar nosotros a Apple”,
escribió en una red social Fang Xingdong, fundador de Chinalabs, un think tank
de ciberseguridad.
“No debería preocuparnos más Huawei solo por
el hecho de que sea china. Con casos como el de [Edward] Snowden o Cambridge
Analytica hemos visto que las garantías procesales de EE UU se pueden vulnerar
fácilmente”, asegura Narseo Vallina-Rodríguez, profesor adjunto de
investigación en el Instituto IMDEA Networks. “Nadie sabe más de sus usuarios
que Facebook o Google”, añade.*
Muchos
analistas piensan lo mismo. El cerco del que se habla se ha traducido en
detenciones de directivos, un golpe de efecto teatral muy del gusto de Trump,
con consecuencias de represalias mucho más graves.
Se le
está vendiendo a la gente que todo aquel que tenga un teléfono Huawei está
siendo espiado por el gobierno chino. Hasta hace quince días teníamos la misma
sospecha, más fundada, de que quien hacía eso era el gobierno de los Estados
Unidos o los casos constatados de las observaciones rusas de los datos, emails,
etc. que las compañías norteamericanas no saben cuidar como deben o a las que
las instituciones europeas sancionan con regularidad por abuso de domino de
mercado, faltas contra la competencia, la privacidad, etc. Los temores del
futuro se pueden prevenir; los casos del presente, denunciar.
Las
guerras comerciales son cada vez más sucias. Trump es especialista en esto, en
crear fangos. El problema es que sus fangos pueden llegar a ahogar a muchas
economías o crear conflictos, como no para de hacer desde que llegó a la Casa
Blanca. Pero la obsesión con China se mantiene constante porque, sí, es un
rival económico importante compitiendo con los estados Unidos en los mercados.
Y eso le resulta inaceptable por lo que carga la maquinaria mediática mediante
golpes de efecto o, peor, mediante el aliento de conflictos periféricos, como
ha hecho para presionar a Japón y Corea para evitar alianzas asiáticas que puedan
hacer perder la influencia en Asia. Todo su énfasis en Corea del Norte pasa por
esa estrategia. Si este es un punto caliente, ni Japón ni Corea del Sur se
alejarán del paraguas protector de los Estados Unidos. Es lo mismo que ha hecho
en Europa para intentar "cobrar" los servicios de la OTAN a los
europeos o la creación de amenazas en el sur para la construcción del muro. Si
entendemos que su arte negociador consiste en destruir primero para renegociar
con ventaja después, muchas de sus acciones se ven con mayor claridad. No tiene
mucha imaginación y el patrón es el mismo. Sin embargo se toleran casos como el
de su aliado Arabia Saudí haga lo que haga, de Yemen al asesinato del opositor
Jamal Khashoggi. En estos casos no hay problema de ningún tipo.
El problema es cuando un país logra un desarrollo suficiente como para hacer sombra al que se ha presentado como líder hasta el momento.
*
"¿Por qué inquieta Huawei a EE UU y sus aliados?" El País 27/12/2018
https://elpais.com/internacional/2018/12/14/actualidad/1544807531_011348.html?rel=mas
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