Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
algún tiempo, escribimos aquí sobre el despropósito de la gentes que se hacía
fotos en los lugares de los suicidas. Los suicidas, a su vez, elegía sitios con
imagen, me imagino que para dejar un buen recuerdo a los suyos o por disfrutar
de sus últimos momentos. ¡Vaya a saber qué se le pasa por la cabeza a un
suicida en el último momento!
Me he
acordado de aquellos turistas haciéndose una foto mientras al fondo, en el
cable del puente una persona estaba a punto de lanzarse al vacío. Por supuesto,
incluso en estas ocasiones hay que poner morritos en el selfie. ¡Qué se le va a
hacer, los descerebrados son así!
La
edición digital del país dedica su lugar de preferencia a la información sobre la terrible explosión
de una panadería en París que se ha llevado por delante la manzana, dejando
cuatro muertos, entre ellos mujer española que había ido con su marido a
disfrutar unos días. Estaba vistiéndose junto a la ventana, nos cuentan, cuando
la explosión en la acera de enfrente arrancó el marco y se la llevó por
delante.
El
padre de la fallecida se enfrenta ahora al dolor, al sinsentido de la vida y a
algo más. Cuenta la odisea de su yerno, con el cuerpo de su hija:
Al ver a su mujer, empezó a gritar por la
ventana "ayuda, ayuda". Desesperado, la cogió en brazos y tiró
escaleras abajo pidiendo auxilio, pero nadie acudió. "Todo el mundo estaba
con los móviles grabando y nadie les socorrió, hasta que a mi yerno se la quitó
de los brazos un bombero, que le hizo un masaje cardiaco hasta que llegó la
ambulancia". La trasladaron al Hospital Universitario de París, donde se
certificó su muerte horas después.*
Podemos
aceptar el destino en cualquiera de sus formulaciones; podemos sobreponernos a
la idea terrible de que la vida es solo un hilo que depende de unos segundos o
unos centímetros. Son esas medidas las que se utilizan, no son necesarias más.
Pero lo que nos resulta inaceptable es la estupidez humana.
El
hecho de de que nadie les socorriera porque todo el mundo estaba grabando con
los móviles sacude los nervios y nos irrita profundamente. Lo que decíamos de
los selfies junto a los suicidas no llega a este grado de estupidez de dejar de
socorrer a las personas que lo necesitan porque los estás grabando.
Deberíamos
reflexionar sobre el papel que el teléfono móvil —llamado
"inteligente"— está jugando en nuestras vidas. Pero para eso
deberíamos dejar de ser idiotas, algo que es cada día más difícil.
El
móvil se está convirtiendo en un objeto irreflexivo, algo a cuyo servicio nos
encontramos sin poder pensar lo que hacemos. Cada vez se ven niños más pequeños
con teléfonos sofisticados. El "smartphone" es muchas cosas
—ordenador, redes sociales, teléfono, cámara fotográfica, de vídeo... Cada vez
tiene más funciones. Nos permite controlar otros dispositivos desde él y no hay
día que no aparezca una función nueva. Cualquier cosa menos hacernos más
sensato.
El uso
de los teléfonos inteligentes en las escuelas ha dado lugar a nuevas formas de
acoso. Las grabaciones pueden destruir las vidas de las personas con solo
colgarlas en las redes sociales. El teléfono es un arma muy poderosa para
dejarla en manos de idiotas y hay muchos idiotas sueltos.
Lo
ocurrido en París es una enfermedad. Una explosión puede ser cosa de eso que
llamamos destino, nombre que le damos al absurdo. Pero el comportamiento humano
aquí solo es explicable desde la falta de sentido común y humanidad.
No
reflexionamos suficientemente sobre lo que la gente hace con los teléfonos
móviles. Quizá sea porque tengamos miedo a que alguien proponga que nos quiten el juguete.
Un
dispositivo con enormes posibilidades creativas se convierte en un arma
siniestra en manos de personas que son incapaces de ver y necesitan grabarlo.
Mucha de la violencia sexual que hay hoy en día proviene de la perversión de la
mirada que ha introducido el teléfono móvil. El erotismo perverso de la fotografía
se ha transformado en una enfermedad social en la que el disfrute no proviene
de la acción sino de la exhibición. Se viola para grabarlo.
Las
personas que no atendían a los heridos sino que se dedicaban a grabar su dolor,
la destrucción son enfermos. Pero cuando una enfermedad moral, como es esta, está
muy extendida, la sociedad mira para otro lado. Los mismos medios de
comunicación animan a que les envíen fotos y vídeos tomados en las calles, las
carreteras, en cualquier lugar en el que haya un dolor expuesto, la muerte.
Hay una
magnífica película, Nightcrawler (2014) que muestra esta patología del morbo de
las imágenes, la necesidad de captar en las calles la muerte para ofrecerla
después a una sociedad que se alimenta de ellas.
La
acusación de que nadie les ayudaba no se refiere a una persona u otra. Solo el
bombero les ayudó, pero ya era tarde. Todos estaban tratando de inmortalizar su
estupidez e inhumanidad. No sé muy bien cuál es la gloria que se consigue,
porque se me escapa. Pero sí veo cada vez más personas que son poseídos por esa
furia captadora, esa rivalidad patológica por obtener la imagen que puedas
enseñar a los otros. Tú estabas allí, tienes la prueba.
Teléfonos, cámaras fotográficas y de vídeo... han desatado una epidemia para la captación de las imágenes, que han pasado a ser superiores a lo que desaparece. El mundo cambia, la imagen permanece, de ahí su superioridad. Pero esto es patológico.
Estamos
incurriendo en una serie de vicios que nadie corrige ni apenas se denuncian. Lo
que ocurre cada día con las redes sociales o con los móviles es una consecuencia de
la extensión de posibilidades sin una formación o educación en ello. El
infantilismo creciente es el resultado de esta falta de reflexión que impide el
uso maduro de lo que hemos creado. Nuestra sociedad va demasiado rápido, es el
shock del futuro de Toffler: la velocidad nos impide pensar lo que hacemos y
todo es siempre demasiado tarde.
Evidentemente, no es el móvil en sí el problema, sino las relaciones que establecemos con las cosas, su uso. Es una herramienta con posibilidades inmensas de actuación de las que muchas veces elegimos las peores. El caso de París sirve para ver esa faceta negativa de parálisis, de pérdida de la jerarquía de los valores, de pérdida de sentido de la realidad.
Esto sigue creciendo y creciendo sin rumbo,
solo con beneficios.
*
"El padre de Laura Sanz: “La gente estaba grabándolo todo con sus móviles
y nadie les ayudaba”" El País 14/01/2019 https://elpais.com/politica/2019/01/13/actualidad/1547395445_305972.html
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