sábado, 19 de enero de 2019

Hikikomori o el aislamiento

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En estos días he estado hablando sobre Japón con algunos alumnos que trabajaban sobre algunos aspectos relacionados con la cultura del país, especialmente sobre aspectos comunicativos. Japón es considerado como un país "peculiar" incluso para los demás países asiáticos. Para Roland Barthes, era el "imperio de los signos", el espacio de codificación extrema, de la vida convertida en ritual o máscara. El ritual es una forma de orden que evita la expresión directa; implica la conversión en código, canalizando la expresión.
Me encuentro hoy en la BBC una pieza audiovisual, un reportaje de 13 minutos titulado "Rent-a-sister: Coaxing Japan’s young men out of their rooms"*. Las estimaciones que nos dan en el reportaje son de medio millón de personas que viven encerradas en sus habitáculos sin salir de ellos. La función de estas "hermanas de alquiler" es tratar de evitar el aislamiento completo, visitarles cada cierto tiempo, hablar con ellos y animarlos a salir un rato a la calle.


Se nos dice que las familias han buscado esa opción, la de habilitarles un espacio en el que puedan vivir, porque en las casas no era fácil la convivencia, incluso podían tener estallidos violentos con los que estaban cerca. El temor al estigma de las enfermedades mentales hace que no se etiqueten como "enfermos" (puede que no lo sean) y se haya creado un nombre para ellos, mayoritariamente varones entre 18 y 35 años. A veces no quieren hablar con nadie y, nos dicen, les deslizan cartas por debajo de las puertas de sus pequeños apartamento en los que se encuentran encastillados.
Hace mucho que se nos hablaba del fenómeno de los jóvenes aislados en sus habitaciones, no ya de sus casas, sino alejados de las familias que viven el proceso de forma angustiada en muchos casos. Cuando comenzaron estos casos, se achacó a Internet, convirtiéndoles en una especie de obsesos de las redes, pero creo que se ha confundido el efecto con la causa.
Desde la posguerra mundial, en la década de los cincuenta del siglo pasado, el mundo cambió. Siempre cambia, pero esta vez el cambio —como bien vio Alvin Toffler en su obas "El shock del futuro"— es mucho más rápido que en época anteriores, en donde los largos periodos tenían transformaciones con mayor tiempo de adaptación.


La sociedad en la que vivimos es una fábrica de estrés, en la que el cambio es una tiranía. El cambio además es exigencia en todos los niveles, absorbente y agresiva. Cada vez vivimos en un mundo más presionado y no todo el mundo lo puede soportar. La respuesta es la violencia, el alejamiento en busca de nuevos espacios (ya no quedan) o el encierro, el aislamiento, como los jóvenes japoneses.
Cuando más acelerado es el cambio, mayores son las dificultades para la adaptación. Los primeros en tener problemas de adaptación a la siguiente oleada, la que comenzó con la transformación digital en los años 70 y 80 afectó sobre todo a los mayores, a los que había vivido una época diferente y se encontraban ahora con un mundo cambiante cada día. Pero son ahora los jóvenes los que no se adaptan fácilmente porque el cambio aumenta la aceleración y el mundo se ve como un destello y no como algo estable. Todo cambia cada día, todo es nuevo.
Han surgido adictos al cambio, personas que no dan valor a cosa alguna, a la estabilidad de las cosas y se sumergen en el cambio. Ellos sobrevuelan el mundo sin ninguna atadura. El reflejo de esto lo tenemos en fenómenos como el rechazo a la propiedad (alquileres de coches o de cualquier otro elemento), la deslocalización del trabajo o el aumento del empleo autónomo. Todo es fugaz: el empleo, la familia, la vida... Y no todo el mundo lo resiste sin daños.


La educación se ha contagiado de ese mal. En vez de imponer reposo y asimilación, ha apostado por el reciclado continuo de las personas, por las micro ofertas pragmáticas, por fraccionar hasta el infinito los saberes, dejando a las personas como simple apéndice de empresas o máquinas. Ya no existe la estabilidad de lo que soy, porque unos días soy una cosa y, en otros, otra en función de la demanda exterior o de mi habilidad para mantenerme en movimiento. Y es esto lo que se ha idealizado como un objetivo, la personalidad informe, con una apariencia acomodable al exterior, pero con un vacío personal en todo lo que no nos lleve a los objetivos de éxito.
No se trata de convertirnos en seres estáticos, siempre debemos estar en evolución. El problema es la velocidad del cambio y, especialmente los valores que determinan su destino o finalidad.
Estamos pagando las consecuencias de haber entregado el sistema educativo al mundo industrial, a la producción, cuyos ideales no son humanos, personales, sino fabriles, de rendimiento. La persona vale lo que produce o se valora su capacidad de transformase en lo que se necesita hoy y no mañana. Esto está produciendo unas personas con unas mentalidades agresivas, sin apego a casi nada y puramente pragmáticas. El mundo vale para ellas lo que pueden obtener de él. Y esto se presenta como un ideal. Fabricamos personas bajo demanda. Como ya estudió Zygmunt Bauman en los orígenes de la revolución inglesa y en los momentos actuales, esto genera un tipo de "desecho humano", de personas que no se adaptan a esta vorágine y que es desplazada a los márgenes.


Creo que los "hikikomori", que es como se conoce el fenómeno de los jóvenes encerrados, forman parte de este tipo de marginalidad que nuestra estresante sociedad produce en su crueldad.
El día 10 de enero, en el blog "Curiosidades del chino", del Instituto Chino Hanban, publicaba un texto titulado "Mentalidad al estilo budista", en el que se informaba de lo siguiente:

Si mencionamos la palabra “ (Fó) (Buda), nos vendrá a la mente el Budismo. Sí, pero “ (Fó) no solo se refiere a una creencia o religión, también es una práctica vital. Os presentamos un nuevo término que circula por la Red en China y que representa un pensamiento en boga entre muchos jóvenes: 佛系 (Fóxì) (“mentalidad al estilo budista”). El origen de esta expresión proviene de la descripción que hizo una revista japonesa acerca del “Hombre al estilo budista” “佛系男子 “Fóxì nánzǐ”, que decía ser la persona centrada en sus intereses, amante de la soledad, que sigue su propio ritmo y se mantiene apartada del mundanal ruido. Sin embargo, en China ha adquirido un sentido un tanto distinto y viene a expresar una forma de vida o estado mental reposado y una actitud resiliente ante la vida. Para los que abrazan esta “mentalidad al estilo budista” 佛系 (Fóxì), lo primordial es el recorrido del camino, y no la meta. Los estudiantes chinos utilizan este concepto de moda 流行 (liúxíngyǔ) para expresar su deseo de mantener el equilibrio y la tranquilidad frente a la fuerte competitividad 竞争 (jìngzhēng) y presión 压力 (yālì) que les rodea. Al adoptar esta postura, se sienten más seguros (安全感 ānquángǎn) y felices. ¿Qué te parece esta “mentalidad al estilo budista”?**



Entiendo la reacción. El salto de China genera un problema más agudo que el de Occidente porque se ha hecho en apenas dos décadas. Cuando hablamos del crecimiento, de la producción, etc. de todos los datos que nos dan fríamente los economistas y los medios nos olvidamos (y es significativo) del coste humano en términos de angustia, estrés y destrucción del mundo que conocemos y que pronto se nos vuelve irreconocible y muchas veces inhabitable.
La reacción japonesa de volver a un mundo en el que la persona se defienda de lo que le llega del exterior, que unos consideran progreso y otros estrés, es comprensible y necesaria para aquellos que lo sufren.  Poco países sufrieron una transformación tan radical como Japón, estableciendo un doble estado tanto en lo personal como en lo social.
El hecho de que la idea haya prendido en China es también significativo y comprensible dada la presión que soportan los jóvenes desde que entran en el sistema educativo, incluso antes con las presiones familiares que pueden convertirse en angustiosas.
Como profesor trato de convencer a mis alumnos de que eliminen la obsesión y se centren en aprender, que es ver el mundo de una manera más equilibrada y consciente desde un determinado ángulo. No es fácil. La idea de que lo importante son ellos mismos, su propia transformación, los que importan y no todas esas monsergas que una pedagogía tecnocrática nos obliga a tener en cuenta. Muchas veces debes ayudarlos a librarse del atenazamiento que les supone la responsabilidad transmitida frente a lo que debe ser un futuro. Las familias, muchas veces intentando darles seguridad, les transmiten lo contrario, temiendo defraudarlas y aumentando el estrés.


El cambio hacia la personas es necesario. Sin embargo, lo que tenemos es lo contrario. La presión competitiva sobre todos es terrible. Los efectos psicológicos y sociales son grandes si se quieren ver e importan, algo que no está claro. Vivimos una época de permanente estado de crispación y en gran medida es tensión acumulada. Los jóvenes porque no encuentran empleo o es de baja calidad; los adultos viven con empleos sin estabilidad; y los ancianos temen por sus pensiones o retiros. ¿Es posible vivir de esta forma una vida? ¿Se puede llamar vida?
A la "angustia existencial" del siglo XIX, al "ennui", le sigue en nuestro tiempo un estado de desapego y tensión que se va complicando conforme van despareciendo las generaciones mayores y son sustituidas por las que solo han vivido esto desde el principio de sus vidas.
El movimiento de los jóvenes japoneses y chinos de refugiarse en el camino del budismo, un camino en el que el mundo no les distraiga de ellos mismos y sus valores, frente al egoísmo reivindicado como valor de esta modernidad económica que ha sido convertir al mundo en una fábrica en la que los humanos cada vez pintamos menos.
Todo nos lleva hacia esta vorágines. Ya no es posible resistirse porque te empujan y te llevan por delante. Pero no hay voces capaces de pedir el silencio necesario para poder encontrarnos en este mundo perdido. Nuestros apóstoles son ya los del cambio, los de la competencia y el éxito a cualquier coste, subiendo y pisando a lo que nos encontremos por el camino o desechados por no cumplir las exigencias.
Nuestra sociedad está cada día más enferma, más sola en su tumulto y pedimos un espacio, un caparazón en el que poder ser uno mismo alejado de los implacables modelos que nos proponen y aceptamos obligados sin remedio. Podemos creer que el aislamiento es un efecto de las redes, videojuegos, etc. pero eso, como dijimos, es confundir efectos y causas. Hay que mirar más lejos... o más cerca. 



* "Rent-a-sister: Coaxing Japan’s young men out of their rooms" BBC 18/01/2019 https://www.bbc.com/news/av/stories-46885707/rent-a-sister-coaxing-japan-s-young-men-out-of-their-rooms
** "Curiosidades del chino" Hanban http://www.hanbanes.com/curiosidades-del-chino/?fbclid=IwAR3XiSq57YUoy_1Qk4_tnEpFgA2ulbyNXX4XVnbg0lH3LlogRqwEFTV-PYk


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