Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Durante
siglos, del futuro se ocuparon videntes y adivinos. Ya sea porque entraran en
trance, miraran las estrellas, les llegaran vientos divinos o efluvios
telúricos, porque le dieran a los hongos o leyeran los hígados del pollo, la
gente veía cosas. Al menos eso
decían. Y a lo que veían lo llamaban "futuro". Al principio solo
tenían "futuro" los reyes y se llamaba "destino". Luego la
cosa se fue democratizando.
En los
sesenta se inventaron los futurólogos, que eran la versión cultural de lo que antes era individual. Hablaban de un futuro
común en el que nosotros —¡qué ingenuos!— nos incluíamos. Desde entonces,
además de a los políticos —que también hablan del pasado— escuchamos a mucha
gente hablar de cómo va a ser nuestro futuro. Esto ha sido especialmente
intenso desde que la digitalización y las redes que dan la vuelta al planeta se
han introducido en nuestras vidas cambiándolas.
El País incluye desde hace algún tiempo una sección
patrocinada en la que expertos en tecnología hablan de cómo va a ser nuestro
futuro. A la gente, habrán dicho, le preocupa el "futuro". A mí me
preocupa más, por contra, la idea de "nuestro". No tengo ni idea a
quién meten dentro de ese "nosotros" que será el "poseedor"
del futuro que nos describen. Creo que estas cosas que nos cuentan solo estarán al alcance de unos poquitos. Es
un truco retórico muy manido contarnos eso de que viviremos "cien
años", que cuando se descubra la forma de frenar el envejecimiento esto va
a parecer un parvulario. Si finalmente lo hace, será para los cuatro
privilegiados que se lo puedan pagar. Y así muchas cosas.
Estos
anticipadores nos pintan un mundo que es difícilmente compatible con el actual,
por mucho descubrimiento que hagamos. Hay un porcentaje grande la población que
no vive el sueño de la vida eterna
sino de llegar al día siguiente con vida. Es casi insultante que se digan estas
cosas. Pero se dicen.
Los expertos de El País nos dicen cosas como: "Eythor Bender nos explica cómo la biónica nos hará más rápidos, más fuertes, más seguros". Nos dice que están construyendo un auténtico "Ironman", como señaló el presidente Obama que tuvo el detalle de hablar de Ironman y no de Robocop.
Es el uso del "nos" lo que me parece excesivo porque es hacerle la boca agua a la gente que no es "rápida", ni "fuerte" ni se siente "segura". También: "Linda Franco te presenta la ropa conectada: una chaqueta con la que puedes hacer música o controlar un dron". No sé tampoco si es lo más urgente, la verdad. Como futuro deseable, habrá quien sea feliz haciendo esas cosas con su chaqueta, lo de la música, y el dron, pero tampoco me parece lo más urgente.
Los expertos de El País nos dicen cosas como: "Eythor Bender nos explica cómo la biónica nos hará más rápidos, más fuertes, más seguros". Nos dice que están construyendo un auténtico "Ironman", como señaló el presidente Obama que tuvo el detalle de hablar de Ironman y no de Robocop.
Es el uso del "nos" lo que me parece excesivo porque es hacerle la boca agua a la gente que no es "rápida", ni "fuerte" ni se siente "segura". También: "Linda Franco te presenta la ropa conectada: una chaqueta con la que puedes hacer música o controlar un dron". No sé tampoco si es lo más urgente, la verdad. Como futuro deseable, habrá quien sea feliz haciendo esas cosas con su chaqueta, lo de la música, y el dron, pero tampoco me parece lo más urgente.
Me
preocupa, sí, que la gente se monte una empresa y lo que vende tenga que ser
"nuestro" futuro. Jessica Banks, por ejemplo, es CEO de una empresa
de diseño de muebles. El País nos advierte en su titular —que parece de un desahucio tecnológico en el futuro— "Muebles que se conectan, levitan y desaparecen":
Banks lo tiene
claro cuando afirma que “ya vivimos conectados a varios dispositivos que nos
miden decenas de parámetros y con ello nos hacen la vida mejor. La relación que
tenemos con nuestros muebles es igual de tangible, porque cuando estamos
sentados en una silla o usamos una mesa la estamos tocando permanentemente”.
Así, nuestra silla analizará esos parámetros fisiológicos e históricos para
decidir cambiar de forma y adoptar una que nos convenga más, o nos invitará a
levantarnos porque considera que llevamos demasiado tiempo en actitud
sedentaria. Nuestra mesa, a su vez, será capaz de conectarnos con otros
dispositivos del hogar, recibirá directamente información de utilidad o incluso
nos servirán para comunicarnos con otras personas.
La evolución técnica de nuestros muebles y de
los dispositivos que nos rodean en el hogar los convertirá en más inteligentes
y, por tanto, mucho más útiles para las personas. Un escalón más en nuestra
evolución tecnológica.
La perspectiva
de una silla o un sofá que se dedique a controlarme el tiempo que llevo sentado
y que "me invita" a levantarme porque considera que —con sus "parámetros"—
llevo demasiado tiempo sentado es preocupante. Se empieza pidiendo por favor y
se acaba dando descargas. Habrá quien la utilice para saber cuánto tiempo estás
fuera de "tu silla" en el trabajo. A la gente le controlan hasta cuántas
veces va al servicio en esas modernas
empresas. La silla actuará como si ficharas
y les pasará la información a tus jefes, que para eso la compraron.
Lo
típico de los anticipadores es mostrarte el lado bueno de las cosas y ocultarte
el negrísimo, que siempre lo tienen. No hay invento que no tenga su lado oscuro.
Depende de cómo lo uses, te dicen con
cierto cinismo. No, la silla que me estudia y almacena datos por mi bien no me
parece tampoco un futuro idílico. Ni mío.
La
expresión española "es como hablar con las paredes" me impide también
emocionarme con el titular del profesor del MIT, Tomás Palacios: “Tu teléfono
móvil serán las paredes de tu habitación”. En alguna de las casas en las que he
vivido, las paredes eran finas que hacía terapia de grupo con los vecinos. Allí
las paredes hablaban y lo hacían sin
cesar. Tampoco me parece que las paredes sean idóneas para llamar por teléfono,
aunque la privacidad ya la hemos dejado como algo del pasado. Ahora que los
teléfonos hacen de todo, la solución de futuro es que todo haga de teléfono.
Todo absolutamente todo estará conectado: la ropa, las paredes, los muebles...
nosotros mismos. Datos y más datos. No somos más que datos que alguien recoge y
estudia. La silla es su cómplice recolecto. También las paredes. Y la
chaqueta... Todo.
Vinton
Cerf, padre de Internet, nos lo asegura:
Ahora Cerf está centrado en el impulso de lo
que será el nuevo paso en la red, lo que se denomina “Internet de las cosas”:
un mundo absolutamente conectado a través de objetos cotidianos que serán
manejables desde nuestros smartphones. A sus 72 años se atreve a imaginar cómo
seremos en el 3.015, cuando hayamos conseguido colonizar otros planetas,
nuestros ordenadores sean moleculares y nuestros cerebros estén interconectados
a través de chips que nos permitan comunicarnos con el pensamiento.
No
pienso llegar a 3015 para comprobarlo. Y Cerf tampoco. Un mundo de telépatas
hará innecesario todo lo demás. Se puede decir cualquier cosa sin que a nadie
le extrañe. ¿Que en 3015 todos usamos la telepatía y estamos en otro planeta?
Pues ¡qué genial!
Si
pensamos que todos los que salen en El País (por no extendernos) van a ver sus
profecías cumplidas, es decir, seremos biónicos —más rápidos, más fuertes—
nuestras sillas nos invitarán a levantarnos o a sentarnos, hablaremos por/con
las paredes y haremos música o guiaremos drones con las chaquetas en medio de
un intercambio gigantesco de datos —que serán almacenados en algún sitio para
saberlo todo de nosotros— no sé si es apetecible como futuro. Nadie me habla de
un solo problema real. No sé cómo
piensan llegar a ese futuro sin arreglar antes este presente descabellado,
injusto, violento y desigual. A lo mejor porque ese futuro es solo para unos pocos y no todos podrán disponer de estas experiencias tan gratificantes.
Este
"futuro" es un futuro que ignora los problemas reales del mundo. Los
que vivimos cada día, los excluimos de nuestras visiones de futuro, en dónde
viviremos eternamente sin saber qué comeremos o dónde nos meteremos.
Creo
que muchos miran el futuro para no ver el presente.
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