Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El 13
de agosto, The New York Times publicaba un demoledor reportaje con el título
"ISIS Enshrines a Theology of Rape". Comenzaba con los momentos anteriores a la
violación de una niña de doce años: "[...] the Islamic State fighter took
the time to explain that what he was about to do was not a sin. Because the
preteen girl practiced a religion other than Islam, the Quran not only gave him
the right to rape her — it condoned and encouraged it, he insisted."* Le
sigue la descripción de los rezos anteriores y posteriores a la violación de la
niña yazidí. “He told me that
according to Islam he is allowed to rape an unbeliever. He said that by raping
me, he is drawing closer to God”*
Son muchas las preguntas que se hacen desde muchos lugares —incluido
el mundo islámico— sobre qué lleva a estos seres a abandonar sus lugares para
asesinar, torturar y violar a personas que no les han hecho nada, que en
ocasiones comparten las mismas creencias. Los enfoques antiterroristas, los que más nos preocupan, no tienen respuestas a
esas preguntas. Solo hay tópicos que no sirven para nada, provenientes del
fracaso de los expertos en prevenir o
advertir al menos.
Esa imagen del violador de su esclava rezando antes y
después, creyendo que ese es su camino hacia Dios, se nos escapa totalmente,
desafía nuestra capacidad de razonar. No es la primera vez, desde luego, que
los sistemas justifican los crímenes
convirtiéndolos en "buenas acciones". No hay religión que se libre de
la intransigencia, que no tenga sus fanáticos que hayan cometido crímenes en su
nombre: los hay cristianos, judíos y musulmanes. Pero lo que estamos viendo
ahora excede la comprensión de todos.
Vivimos en un plantea parcelado, dividido no en zonas
horarias, sino en épocas separadas por siglos. Nuestro sentido de la Historia
no es más que una ficción fabricada por lo que nos parece nuestra normalidad, mientras que apenas a unos
cientos o miles de kilómetros, la "normalidad" es otra y se puede
esclavizar y violar, decapitar y quemar o lapidar a los que se señala con el
dedo como diferentes. No vivimos culturalmente
en un planeta sino en varios, con sus propias historias y sus sentidos de la normalidad.
Somos hijos de nuestros sistemas, aquellos en los que crecemos y ordenan
nuestra percepción del mundo.
¿Cómo se ha podido llegar a un grado de barbarie tal? Esa es la pregunta. El problema que plantea el Estado
Islámico es el de su reivindicación de
una normalidad agresiva, que
avanza imponiéndose a otros, por lo que nos descoloca en nuestros conceptos de tolerancia y convivencia, acuñados tras siglos de disputas religiosas. ¿Cómo quiere
coexistir con los demás, cómo habitar el mismo espacio? ¿Plantea una especie de
"guerra fría" como destino final? Indudablemente no.
En la obra reciente del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun,
El islam que da miedo (Alianza 2015) se intenta
honestamente buscar y proponer soluciones.
Pronto vemos que el librito está escrito también desde esa perspectiva en la
que se teme por el regreso a casa de
los yihadistas —el miedo de Occidente— y no tanto de los que no regresarán, es
decir, de aquellos que se quedarán y seguirán decapitando, violando y rezando,
viviendo su normalidad e
imponiéndosela a otros.
Comprendo la postura de Ben Jelloun. Es menos dolorosa
que enfrentarse a la realidad más dura, la del retroceso cultural a los
orígenes mitificados, de la misma forma que los románticos querían volver a la Edad Media. Da igual de dónde hayan sacado esas ideas, cómo las hayan deformado; lo importante es que las creen "puras", que están ahí, causando muerte y destrucción.
Hay una modernidad renovadora que se escapa y no llega ante el
avance del oscurantismo sangriento. El gran drama de los modernistas árabes es
comprobar su fracaso al no haber conseguido que sus países hayan podido superar lo que ellos individualmente han
superado. Pero esa individualidad se paga cara, les separa del grupo y les deja en tierra de nadie.
Me preocupa también que de tanto preocuparnos por nosotros, llegue a prender la idea salvadora de que son los "extranjeros", los formados en
Francia, en España, en Reino Unido, en Estados Unidos, en Alemania, en Bélgica,
en Holanda, etc. los que traen la barbarie desde
fuera frente a unos piadosos
creyentes nacionales que nunca han sido así y no lo aprueban. La idea no es
peregrina y de hecho ya hay muchos convencidos de que el Estado Islámico es una
fabricación de Occidente para tener a los árabes musulmanes a raya. Hasta el
papa copto lo dijo en una entrevista muy sonada en el diario El Mundo y en una entrevista de
televisión: detrás de los yihadistas está
Occidente. Cualquier psicólogo podría explicar este mecanismo de racionalización que niega el origen y lo
atribuye a otros para evitarse el dolor del reconocimiento. Lo malo es que así nunca irán a la raíz de sus propios problemas. Es una forma de negacionismo.
El libro de Tahar Ben Jelloun no debería dirigirse a los
occidentales, sino a los propios musulmanes que son los que tienen la capacidad
y necesidad de frenar algo que les está destruyendo desde su interior y que
solo han sabido enfrentar, en el mejor de los casos, desde la represión, nunca
desde la modernización. El retroceso comenzó desde los años 80 y ha seguido hasta hoy. Cualquier libro de historia lo explica claramente.
En las últimas páginas, a la pregunta qué se puede hacer, Ben Jelloun responde: "A corto plazo, no
lo sé" (p.113). Pero no hay largo
plazo si no se soluciona el corto.
Y el corto es el dolor, las muertes, las violaciones... Pone Ben Jelloun el énfasis en la educación, en enseñar la tolerancia. Dice: "revisar
los manuales escolares y enseñar de modo objetivo la historia de las tres
religiones monoteístas" (113-114), como primer punto.
Los yazidíes no pertenecen a ninguna de las tres religiones
que se han de enseñar "objetivamente". Por eso pueden ser asesinados
los hombres y esclavizadas y violadas sus mujeres. ¿Qué significa enseñar objetivamente una religión? ¿Quién dice
no hacerlo así?
Escriben en
The New York Times:
It was there in the parking lot that she heard
the word “sabaya” for the first time.
“They laughed and jeered at us, saying ‘You are
our sabaya.’ I didn’t know what that word meant,” she said. Later on, the local
Islamic State leader explained it meant slave.
“He told us that Taus Malik” — one of seven
angels to whom the Yazidis pray — “is not God. He said that Taus Malik is the
devil and that because you worship the devil, you belong to us. We can sell you
and use you as we see fit.”
The Islamic State’s sex trade appears to be
based solely on enslaving women and girls from the Yazidi minority. As yet,
there has been no widespread campaign aimed at enslaving women from other
religious minorities, said Samer Muscati, the author of the recent Human Rights
Watch report. That assertion was echoed by community leaders, government
officials and other human rights workers.
Mr. Barber, of the University of Chicago, said that
the focus on Yazidis was likely because they are seen as polytheists, with an
oral tradition rather than a written scripture. In the Islamic State’s eyes
that puts them on the fringe of despised unbelievers, even more than Christians
and Jews, who are considered to have some limited protections under the Quran
as “People of the Book.*
La culpa de los yazidíes no es más que no estar insertos en
el ese "club del Libro" que son las religiones que comparten la misma
raíz monoteísta. Pero no es el monoteísmo
el que trae la tolerancia, sino el humanismo. La tolerancia no viene de la verdad, sino de la duda. En realidad el absolutismo
religioso es una forma de endiosamiento,
palabra que describe perfectamente ese estado en el que la duda desaparece y es
posible actuar desde la Ley y no desde la conciencia.
La noticia de haber convertido en esclava sexual del líder
del Estado Islámico a una rehén norteamericana, Kayla Jean Mueller, que sí
pertenece al "club del Libro", nos da una muestra de lo que esconde verdaderamente
la palabrería justificativa: el poder.
Como un regalo, la han puesto en manos del iluminado del elegido, para traer el
reino de Dios a la Tierra. La noticia de la muerte de Kayla Mueller se
conoció en febrero. Ahora sale a la luz el tormento que sufrió a manos del
iluminado líder del Estado Islámico.
Cuando en febrero el Estado Islámico hizo llegar las fotos
de su cadáver, la CNN recogió las palabras de la familia: "Kayla was a
compassionate and devoted humanitarian. She dedicated the whole of her young life to helping those in need of
freedom, justice and peace."*** Ella no tenía problema en ayudar a
las personas diferentes o quizá consideraba que esa diferencia era precisamente
la que daba más sentido a su acción. Kayla Jean Mueller era un puente, alguien cuya vocación es unir. Pero ellos quieren abismos para que
todo quede en sus manos.
Sí, hay una "teología de la violación" como la hay
de la muerte y el crimen. Son las formas en las que el instinto de poder
—político, sexual— se justifica ante los otros rodeando de mística lo que no es
más que el deseo de dominación y violencia. Son las teologías del horror, las
que justifican la sangre y el dolor.
*
"ISIS Enshrines a Theology of Rape" The New York Times 13/08/2015
http://www.nytimes.com/2015/08/14/world/middleeast/isis-enshrines-a-theology-of-rape.html
**
"American ISIS hostage Kayla Mueller dead, family says" CNN
11/02/2015 http://edition.cnn.com/2015/02/10/world/isis-hostage-mueller/
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