Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ayer
descubrí buscando documentación sobre el orientalista Bernard Lewis una
entrevista publicada en ABC con fecha del 4 de abril de 2011, es decir, en
plena efervescencia de la llamada "Primavera" o
"Primaveras" árabes. La entrevista está tomada de The Wall Street Journal y realizada por
Bari Weiss. El titular era acorde con el
optimismo de los tiempos: "Las tiranías árabes están condenadas". Pero
pronto descubrimos que es más una focalización periodística que el sentido real
de la entrevista en la que, caso infrecuente, Lewis hace una serie de
"predicciones" de lo que puede ocurrir en el caso de que se den
ciertas circunstancias.
Tras la
obligada presentación de Lewis, de 95 años entonces, como académico, se señalan
los efectos de su libro "¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la
respuesta de Oriente Próximo", redactado antes del 11 de septiembre de
2011 e iluminador después. Lewis ha sido reclamado como asesor por el
vicepresidente y el Pentágono, se nos dice, por "su sabiduría". Sus
obras, repasando la bibliografía, se reparten entre la Historia, la Literatura
y lo que podríamos llamar el ensayo cultural sobre las civilizaciones. Para
esto último hay que tener cierta vocación diferenciada pues supone volcar de otra
manera lo aprendido con los otros dos campos anteriores: la Historia como acontecimientos
y acciones y los discursos literarios como arqueología
del hombre interior, tal como la consideraba el positivista Hipólito Taine, que
veía en el Arte las huellas del pensamiento. La Literatura enseña mucho de los
pueblos, de sus deseos y frustraciones, de sus sueños y pesadillas.
«Creo que las tiranías están condenadas»,
dice Lewis mientras nos sentamos junto a las ventanas de su biblioteca,
abarrotada con miles de libros escritos en la docena aproximada de idiomas que
domina. «La verdadera pregunta es qué llegará en su lugar».*
La
entrevista, que estructurada en diez puntos, le permite a Bernard Lewis
intentar responder a esa "verdadera pregunta" que es la que los
prudentes tratan de evitar contestar, pero que el orientalista introduce por su
propia voluntad.
Los
diez puntos que vertebran la entrevista son los siguientes:
1. La Alemania de 1918 como ejemplo
2. La tradición islámica
3. La palabra mágica: «consulta»
4. La «modernización» árabe
5. Posibilidades en Túnez
6. Egipto: más complejo
7. El fantasma de Jomeini
8. No intervenir en Irán
9. Reislamización en Turquía
10. Vigilar la propagación del
fundamentalismo
En el
primer punto, Lewis advierte sobre el forzar los procesos de la Primavera árabe
para que se realicen inmediatamente elecciones parlamentarias y se imponga un
modelo "occidental" de democracia. Señala el entrevistado:
«Tenemos muchas más posibilidades de
establecer —me da reparo usar la palabra democracia— alguna clase de sociedad
abierta y tolerante si se hace dentro de sus sistemas, de acuerdo con sus
tradiciones. ¿Por qué tenemos que esperar que adopten un sistema occidental? ¿Y
por qué tenemos que esperar que funcione?», pregunta.
Lewis menciona la Alemania de alrededor de
1918. «Después de la Primera Guerra Mundial, los aliados victoriosos trataron
de imponer el sistema parlamentario en Alemania, donde tenían una tradición
política un tanto diferente. Y la consecuencia fue que Hitler llegó al poder.
Hitler llegó al poder mediante la manipulación de unas elecciones libres y
justas», relata Lewis, que luchó contra los nazis en el Ejército británico. Por
citar un ejemplo más reciente, fíjense en el triunfo electoral de 2006 de Hamás
en Gaza.
Las elecciones, sostiene, deben ser la
culminación —no el comienzo— de un proceso político gradual. Por tanto, «hacer
hincapié continuamente en las elecciones, las elecciones parlamentarias de tipo
occidental, es una falsa ilusión peligrosa».*
El
tiempo le ha dado parcialmente la razón. La realización rápida de elecciones,
allí donde fue posible, favoreció a los islamistas políticos. Y secuestraron la
democracia. La evaluación de estos acontecimientos no es sencilla porque
desconocemos históricamente —me refiero a más allá del rumor o la creencia— el
grado de apuesta de los Estados
Unidos por los islamistas políticos, es decir, por los grupos vinculados a los
Hermanos Musulmanes. Para muchos analistas —especialmente en los propios
países—, el apoyo de los Estados Unidos a los islamistas en la zona formaba
parte de su estrategia de seguridad,
una estrategia completamente fallida y que llevó al poder a unos gobiernos
retrógrados, de oscuras conexiones. El caso de Egipto es el más evidente, con
la labor de Morsi durante su único año en el poder, al que llegó, como se
recuerda con frecuencia, como Hitler, con unas elecciones, pero en el que trató
de implantar una constitución islamista. Desde el punto de vista de los
afectados, esto no tiene ninguna duda y el signo más evidente fue las protestas
populares contra la embajadora Patterson en El Cairo y la identificación del
presidente Obama con el "terrorismo" en las pancartas.
La prisa por seguir teniendo aliados en los
gobiernos hizo que se precipitaran las elecciones. También es cierto que no
fueron los únicos con prisa, dadas las dudas que el comportamiento de los
gobiernos interinos militares suscitaban. El descubrimiento que provoca más
melancolía en todo esto es el hecho de que los que se pusieron al frente de los
levantamientos no tenían demasiado interés en las libertades, sino solo en
hacerse con un poder que les permitiera continuar con el control del país.
¿Fueron los Hermanos Musulmanes y afines los candidatos de los Estados Unidos
en Túnez, Egipto, etc.? Para muchos no hay duda. ¿Se equivocaron? Tampoco la
hay.
En el
punto segundo, Lewis enfrenta los modelos políticos desde la perspectiva de
culturas con tradiciones distintas, la occidental y la musulmana. Señala:
«El conjunto de la tradición islámica está
claramente en contra del gobierno autocrático e irresponsable», afirma Lewis.
«Existe una tradición muy arraigada —tanto histórica como legal, tanto práctica
como teórica— de gobierno limitado, controlado».
[...] «No creo que podamos dar por hecho que
el sistema angloestadounidense de democracia sea una especie de norma mundial,
un ideal mundial», afirma. En vez de eso, a los musulmanes se les debe
«permitir —y por supuesto ayudar y animar— a desarrollar sus propias formas de
hacer las cosas».*
Tiene
razón Lewis cuando señala esa tradición islámica. No creo que exista ninguna
tradición en el mundo que celebre el "gobierno autocrático e
irresponsable". Sin embargo esa tradición se ciñe al cumplimiento de los
preceptos coránicos. Un buen gobernante es el que hace lo que debe —lo que
manda la ley islámica, la Sharia— y entonces debe ser obedecido. Es decir, no
se admite un gobierno autocrático y menos irresponsable. Pero eso no significa
democrático. La diferencia es obvia y esencial: en nuestro modelo de democracia
la soberanía reside en el pueblo, al que los gobernantes deben obedecer. En el
marco islámico, la perfección se alcanza cuando gobernante y gobernados acatan
los preceptos coránicos y derivados. El pueblo no "gobierna", tan
solo elige a quien le hace seguir por el buen camino.
Es ahí
donde radica gran parte del conflicto de la modernidad política en los países
islámicos porque la soberanía popular no entra como deseo de autodeterminación, siendo el gobernante un instrumento
para realizar ese deseo y por el que será juzgado. La sumisión a la Ley dada
obliga a todos. Este argumento de la elección de los dirigentes o guías se
suele utilizar a veces para hablar de la democracia, sin embargo, si este
importante principio es imposible considerarlo en un sentido pleno. Esto
explica lo ocurrido tras las elecciones en la que los islamistas imponen a los
demás su forma de entender la política o la acusación y llamadas a la
desobediencia (o peor) contra los dirigentes o votantes que discrepan o desean
otra cosa. El debate sobre el papel de la Sharia no es casual; marca los
límites del cambio y de la acción política.
Eso es
lo que le lleva a la conclusión del tercer punto de la entrevista, la
"consulta", considerada "palabra mágica". Es cierto de
nuevo que —por los motivos expresados anteriormente— se extrema la vigilancia
sobre el que tiene el poder. En eso el islam tuvo una ventaja frente a los
absolutismos, en donde los gobernantes no tenían que dar explicaciones más que
ante Dios. Lewis trata de ilustrarlo con una anécdota:
Lewis me señala una carta escrita por el
embajador de Francia en Estambul poco antes de la Revolución Francesa. El
Gobierno francés estaba frustrado por lo mucho que el embajador estaba tardando
en avanzar determinadas negociaciones. Por eso respondió: «Aquí no es como en
Francia, donde el rey es el único señor y hace lo que le place. Aquí, el sultán
tiene que consultar».
En la historia de Oriente Próximo, «consulta
es la palabra mágica. Aparece una y otra vez en los textos islámicos clásicos.
Se remonta a la época del Profeta», afirma Lewis.*
Sí,
pero es precisamente la Revolución Francesa la que acaba con ese modelo y hace
que las consultas se hagan al pueblo y no a consejos de clérigos o ancianos. La
"consulta" nace precisamente de esa necesidad de observación
constante para que el gobernante no se aparte de la ley islámica. La sabiduría
de los asesores consultados es su conocimiento religioso y no otro, ya que este
engloba cualquier tipo de saber posible. Se puede ver en el caso egipcio en la
necesidad de consulta con los clérigos de la Universidad de Al-Azhar o en
muchos otros terrenos. Es la garantía de que el gobernante estará asesorado por
los mejores conocedores del Corán. Son los "eruditos" los que
asesoran sobre la interpretación más acorde con el Texto.
Los
islamistas radicales no admiten cualquier conocimiento fuera del Corán. No hace
muchos días comentábamos aquí ("Dos artículos o el verdadero campo de batalla delas "civilizaciones" " 25/07/2015) lo señalado por el médico egipcio y
presentador de televisión Khaled Montasser recriminando a un "erudito"
sus artículos en Al-Ahram intentando
mostrar que en Corán estaban ya los descubrimientos que los científicos acaban
de exponer sobre Plutón. Habría cientos de ejemplos en este sentido.
La
cuestión que plantea Lewis en realidad no es fácil de resolver porque el modelo
islámico entra en contradicción teórica por un lado, pero también práctica ya
que no se ha llegado a un grado de apertura
que permita a la gente que vive en esas sociedades vivir fuera del modelo
estándar islámico. Es decir, no es posible dejar de ser islámico. El sistema se ha blindado
justificando la eliminación de quienes quieran salir o de quienes intenten
mover sus límites. Esa es la función precisamente de la "consulta",
evitarlo.
En una
obra "El islam que da miedo", aparecida este mismo año en Francia y
ya traducida, el novelista y ensayista asentado en Francia, Tahar Ben Jelloun,
trata de establecer las distancias entre el islam y la idea de "laicidad",
surgida en Francia. En un diálogo literario con su hija, musulmana y francesa,
llega a los límites del sistema:
Discurso inaudible. La umma islamiya abarca a todos los musulmanes, tanto a los buenos
como a los malos. No puedes salir de la comunidad. Naces musulmán y mueres
musulmán. Salirse del islam es una ruptura que cuesta cara. La apostasía espera
al final del camino. Dios castiga al apóstata. Aunque en esta Tierra no esté
prevista la condena para el que reniega de la religión musulmana, unos Estados
se encargan de castigar aquí: a muerte o a la indignidad cívica. Pero ya se
sabe: lo propio del las muchedumbres es la sordera y la ceguera. (22)**
Es el
drama de los reformistas, combatidos por los que los consideran enemigos y que
condenan al anacronismo y a la falta de libertad a millones de personas que
tienen que fingir o exiliarse. Si adquieren protagonismo y pueden servir de
referencia a otros, inmediatamente son eliminados, como tantos otros. Si el
sistema evita su propia evolución se convierte una trampa gigantesca de la que
solo se puede escapar relativamente "Naces musulmán y mueres
musulmán". La "comunidad" te "aconseja" cómo te debes
portar. Después ya sabes el riesgo. Ben
Jelloun señala su sentimiento tras una conferencia en su tierra tras la cual se
le pregunta directamente "¿eres ateo?". Intenta defenderse apelando
al su derecho a vivir la religión internamente y no tener que dar
explicaciones. Pero no está en Francia. "Me doy cuenta de que estoy ante
un tribunal improvisado" (22-23)**.
Bernard
Lewis conoce esta sentido de la palabra "consulta". Sabe su alcance y
lo que implica de sujeción, pero también de obediencia
obligada a los eruditos consultados. De ahí la importancia de las escuelas
interpretativas.
Pasa el
entrevistado a señalar las diferencias sobre la que se construyen los
malentendidos, el concepto de libertad:
Los estadounidenses suelen pensar en el
gobierno limitado desde el punto de vista de la «libertad», pero Lewis explica
que esa palabra no tiene un equivalente concreto en árabe. «Libertad,
liberación, significa no ser un esclavo... Libertad
era un término legal y social, no era un término político. Y no se usaba como
metáfora de categoría política», afirma. La palabra árabe más cercana a nuestro
concepto de libertad es «justicia». «En la tradición musulmana, la justicia es
el referente» del buen gobierno.*
No hay
que caer en los engaños de las palabras. Efectivamente, si "libertad"
es equívoca, no lo es menos "justicia", pues solo es justo lo que se
ajusta a la ley islámica, cerrando en un círculo vicioso. Jueces y gobernantes
tienen la ley como referencia; están
tan obligados como los demás. Pero las leyes no evolucionan conforme
evolucionan las sociedades; por el contrario, es la estabilidad de la Ley la
que garantiza la pureza social. Lo que está mal lo está desde el principio de
los tiempos; igual lo que está bien. Todo quedó fijado para conocimiento de los
hombres. La Historia no es más que un recorrido de aceptación u olvido del Mensaje.
La
posibilidad de una evolución no traumática o no autoritaria es muy improbable
en términos pacíficos. Eso lo estamos viendo ya de forma clara. Los partidarios
de las revoluciones acabaron en su propio conflicto respecto al futuro. Los
islamistas iban contra los dictadores porque los consideraban alejados del
modelo islámico ortodoxo, como "faraones"; mientras que los liberales,
demócratas, tienen una visión de libertad basada en la conciencia individual.
Esta lucha no es nueva y es la que siguió tras los procesos de descolonización
en la que las revoluciones tenían carácter laico y socialista. La regresión
islamista favorecida desde los países del Golfo, inundados de millones por el
petróleo y amparados por los Estados Unidos para asegurarse el petróleo, ha
complicado las cosas. Esa es la lucha actual cuya concreción es el yihadismo y
el Estado Islámico: la imposición por la fuerza de la lógica extrema. Ellos son
los verdaderos creyentes. Son, por usar el título del libro citado de Ben
Jelloun, "el islam que da miedo". Y a quien primero dan miedo es a los
propios musulmanes, las verdaderas víctimas de su fanatismo involutivo. Son
fundamentalistas, aplican los principios a rajatabla.
En el
cuarto punto, Lewis identifica "modernización" con el "Estado· y
el "estado" con la "autocracia". Los límites que la consulta tradicional imponía a los gobernantes
desaparecen con la introducción de los estados modernos que los dictadores
hacen crecer para incrementar su poder. La "modernización", dice,
tiene "mala fama" porque se identifica con los dictadores.
Puede
que no le falte razón en un sentido histórico. Pero tampoco es correcto
identificar "estado" con "dictadura". Es algo que hacen,
desde el ángulo opuesto de la individualidad, los "libertarios"
norteamericanos, con los que no creo que Lewis tenga mucho que ver. La caída de
Gadafi dejó en evidencia cómo este había jugado con una estructura tribal para
mantenerse en el poder. El caos libio lo tenemos ahora mismo delante. Es cierto
pues que el crecimiento del Estado sirvió para aumentar los poderes
autoritarios de los dictadores y extender la corrupción por sus venas, pero no
se pueden negar otros aspectos.
También
aquí conceptos, como el de "modernización", tiene lecturas amplias
que suscitan conflictos no solo entre el sentido occidental y el islámico, sino
en el interior de las mismas sociedades islámicas, donde "modernidad"
o "reforma" pueden significar muchas cosas y algunas peligrosas. Es
difícil incluso establecerlo en determinadas áreas independientes de otras. Pensemos en un campo, del que se habla muy
poco, como es el de la "economía islámica", por ejemplo.
El
debate sobre la "modernidad" es esencial, pero lo es más que se pueda
poner en práctica. El debate es imposible entre los partidarios de la
modernización y aquellos que conciben el progreso como un regreso a un espacio
y tiempo, a unas normas prefijadas por siglos. El ejemplo de lo hecho por los
islamistas en el poder es claro: reducción de derechos de las mujeres,
reducción de las edades de matrimonios, fomento de la economía islámica,
censura constante, etc.
Lo más
preocupante es la falta de apoyo a los que luchan por esa "modernidad"
frente al apoyo económico y político dado a los islamistas (y con anterioridad
a los dictadores). Me imagino el dolor de Tahar Ben Jelloun cuando regresa a su
tierra y la ve cada vez más intransigente. No tiene más armas que las palabras
de sus libros. Por el contrario, los islamistas están apoyados desde las
monarquías del Golfo con ingentes cantidades de dinero y han crecido a su
sombra. Solo la caída en desgracia o las rivalidades con otros grupos implica
su aislamiento económico. Los intelectuales, que son lo contrario de los
"eruditos", solo reciben desinterés y temen cada día la llegada de
algún fanático que pueda acabar con su vida. Sin embargo es de ellos de donde
puede salir alguna solución a la doble crisis, la interna y la externa.
Es en
la segunda parte de la lista donde el análisis de Bernard Lewis se muestra más
penetrante desde estos cuatro años pasados. Hasta el momento se ha centrado en
aspectos generales o culturales. El primer caso que aborda es el de Túnez, en
donde señala:
Primero, Túnez tiene posibilidades reales de
democratización, en gran parte debido al papel de las mujeres allí. «Que yo
sepa, Túnez es el único país musulmán que tiene educación obligatoria para las
chicas desde el principio hasta el final. Y en el que se pueden encontrar
mujeres en todas la profesiones», añade Lewis.
«Mi impresión es que el mayor defecto del
islam y la principal razón por la que se quedaron rezagados respecto a
Occidente es el trato a las mujeres», prosigue. Expone el convincente argumento
de que los hogares represivos allanan el camino a los gobiernos represivos.
«Imagínese un niño que crece en una familia musulmana en la que la madre no
tiene ningún derecho, donde está oprimida y está sometida. Eso es una
preparación para una vida de despotismo y sumisión. Allana el camino hacia una
sociedad autoritaria», afirma.*
Fueron
las mujeres las que se plantaron en el parlamento tunecino cuando vieron que se
les pretendía recortar libertades y retroceder en el tiempo. El grado de
independencia logrado por las mujeres en las sociedades islámicas es
determinante, como bien señala, porque el modelo político está construido de
forma patriarcal sobre la familia. Si la familia es autoritaria, la sociedad es
autoritaria. En casa está el modelo. Lo que se avanza en la familia, se avanza
en la sociedad.
Por eso
es tan importante avanzar en los derechos de las mujeres, en su ampliación y
afianzamiento. Donde las mujeres estaban organizadas y conscientes de sus
derechos, no les ha sido tan fácil a los islamistas la regresión política y
social. Son la vanguardia y el campo de prueba. Los islamistas tunecinos en el
poder han tenido que recoger velas y la sociedad está vigilante ante cualquier
iniciativa.
Muy
otro es el caso de Egipto, comienzo del feminismo árabe, pero más reislamizado
desde los años ochenta. Señala Lewis:
Egipto es un caso más complejo, según Lewis.
Los manifestantes jóvenes y liberales que encabezaron la revolución en la plaza
de Tahrir ya se están viendo apartados a un lado por el complejo formado por
los militares y la Hermandad Musulmana. Unas elecciones precipitadas, que
podrían celebrarse en septiembre sin ir más lejos, podrían llevar a la
Hermandad Musulmana al poder con una victoria aplastante. Esa sería «una
situación muy peligrosa», advierte. «No debemos hacernos ilusiones sobre la
Hermandad Musulmana, quiénes son y lo que quieren».
Sin embargo, los analistas occidentales
parecen empeñados en albergar esas ilusiones. Fíjense en su modo de tratar al
jeque Yusuf Caradaui. El tremendamente popular y carismático clérigo ha dicho
que Hitler «consiguió poner [a los judíos] en su sitio» y que el holocausto
«fue un castigo divino contra ellos».
Pero a raíz de un sermón que el jeque Caradaui
pronunció ante más de un millón de personas en El Cairo tras la expulsión de
Mubarak, el periodista de «The New York Times» David D. Kirkpatrick escribió
que el clérigo «tocó los temas de la democracia y el pluralismo, muy
característicos de sus escritos y sermones». Kirkpatrick añadía: «Los
académicos que han estudiado su obra dicen que el jeque Caradaui hace mucho que
sostiene que la ley islámica respalda la idea de una democracia pluralista,
multipartidista y civil».*
La
estimación de Lewis se cumplió plenamente. la "juventud", la que
deseaba una "modernización", fue apartada por militares e islamistas
en su lucha por el control del Estado. Las elecciones celebradas en 2012
trajeron un respaldo masivo a los islamistas, que obtuvieron junto a los
salafistas más del 70% del parlamento. Envalentonados, comenzaron la ocupación
del Estado y el manejo de la sociedad, que había creído en sus promesas de
gobernar para todos. Pero esas promesas no eran más que una variante política
de las astucia que los islamistas han ido practicando allí donde se sentían más
débiles o necesitados de ayuda. La insistencia en que Morsi fue elegido
democráticamente, algo que nadie niega, evita preguntarse por lo que hizo
después. No es el único, desde luego. La situación actual tampoco puede ser
considerada como democrática y sí un triste regreso a la represión de
islamistas y reformistas, como tratamos con frecuencia aquí.
La anécdota
del sermón incendiario y de odio transformado por los medio occidentales, The
New York Times, en un canto a la democracia, también nos dice mucho de los
errores occidentales a la hora de valorar a quienes se debía apoyar. Es aquí
donde se han cometido los errores más graves y se siguen cometiendo en nombre
de una "seguridad" que sorprendentemente está cada vez más amenazada.
Nunca se han cometido tantos errores de cálculo para evitar lo que finalmente
estamos viendo, el peligro global y las masacres locales.
La
parte final de la entrevista se centra en el papel de Irán —otro error de
cálculo occidental— y su evolución. Nadie sabía, dice, quién era Jomeini, pero
había pistas delante:
Lo que estaba «ahí» era un libro llamado «El
gobierno islámico» —ahora conocido como «el Mein Kampf de Jomeini»—disponible
en persa y árabe. Lewis sacó ambas copias y empezó a leer. «Me quedó
perfectamente claro quién era y cuáles eran sus objetivos. Y que todo lo que
decía en aquella época sobre que [él] representaba un paso adelante y un avance
hacia una mayor libertad era un completo disparate», recuerda Lewis.
«Traté de llamar la atención de la gente de
aquí sobre esto. "The
New York Times" no lo tocó. Dijeron: "No creemos que esto interese a nuestros lectores".
Pero conseguimos que "The Washington Post" publicase un artículo
citándolo. Y la CIA les mandó llamar inmediatamente», relata. «Al final, el
mensaje logró cuajar (gracias a Jomeini)».*
Los
errores de comprensión o identificación nos recuerdan que se siguen produciendo
en cuanto a la evolución del yihadismo terrorista, de la evolución del Estado
Islámico o la situación de Siria o Libia. Puede que llamaran a Lewis para ver
al Vicepresidente y desde el Pentágono, pero desde luego no debieron entender
nada. Lewis creía entonces que Irán irá evolucionando por la falta de conexión
del pueblo con los clérigos. Cree que se acabará produciendo un movimiento
social. Se han modificado las circunstancias con Teherán y habrá que ver cómo
evolucionan.
Lo que
llama la atención del final de la entrevista es el mensaje sobre Turquía:
Otra variable clave en la dinámica de la
región es Turquía, país en el que Lewis es especialmente experto. Fue el primer
occidental al que se le permitió acceder a los archivos otomanos en Estambul en
1950. Los últimos acontecimientos ocurridos allí le preocupan. «En Turquía, hay
un movimiento que tiende cada vez más a la reislamización. El Gobierno la tiene
como objetivo; y se ha ido apoderando, muy hábilmente, de un sector tras otro
de la sociedad turca: la economía, la comunidad empresarial, la comunidad
académica, los medios de comunicación. Y ahora se están haciendo con el control
de la judicatura, que en el pasado ha sido el bastión del régimen republicano».
Lewis piensa que, dentro de 10 años, Turquía e Irán podrían intercambiar
posiciones.*
Tenía
razón en lo que elegantemente los socios de la OTAN llaman la "deriva autoritaria"
de Erdogan. La reislamización turca tiene ya consecuencias graves en el
deterioro de la vida política y social. Turquía sigue jugando las bazas de ser
socio de Occidente y de reislamizar la sociedad, con lo que el salto al
fundamentalismo es cuestión de tiempo.
La idea
de que Turquía e Irán pudieran intercambiar posiciones en cinco años (ya se han
cumplido otros cinco) parecer demasiado osada. No sabemos la deriva iraní con
las modificaciones económicas que establecerá la limitación del bloqueo.
Sabemos que el régimen lo venderá (ya lo hace) como una gran victoria frente a
Occidente, pero queda por saber la evolución de la sociedad, en la que
efectivamente, existen grandes capas con deseos de recuperar libertades. Lo que
también sabemos es el conflicto al que Erdogan está llevando a la sociedad
turca para no perder el poder, cuyo último logro es desatar otra guerra con los
kurdos para evitar las alianzas que le impidan gobernar. Erdogan es un
auténtico escándalo político para todos. Solo la
existencia del Estado Islámico le está librando de unas críticas mayores. Está
por ver si Occidente dejará tirados a los kurdos a los pies de Erdogan mientras
estos luchan contra el Estado Islámico, cosa que al presidente turco parece que
le cuesta mucho hacer.
La
entrevista termina precisamente con un aviso del crecimiento de los
fundamentalistas, algo que estamos experimentando cada día:
De modo que, aun cuando ve a los jóvenes
activistas de Oriente Próximo levantarse contra las tiranías que les han
oprimido, vigila de cerca la propagación del fundamentalismo islámico.
Constituye un desafío especialmente complejo porque no tiene «ningún centro
político, ninguna identidad étnica... Es al mismo tiempo árabe y persa y turco
y todo lo demás. Se define desde un punto de vista religioso. Y puede contar
con el apoyo de personas de cualquier nacionalidad una vez que están
convencidas. Eso supone una diferencia importante», afirma.
«Pienso que la lucha continuará hasta que
alcancen su objetivo, o bien renuncien a él», concluye Lewis. «Por el momento,
ambas cosas parecen igual de improbables».*
No es
otra cosa que la "internacionalización" de la Yihad que ahora nos sorprende
tanto y que ha creado un conflicto de duración impredecible tanto en Siria como
en Irak, extendiéndose como terrorismo allá donde les dé por actuar.
La
entrevista de Bari Weiss, reproducida por ABC, merece ser rescatada del olvido.
Muchas veces pensamos que lo que queda atrás no tiene tanto valor informativo
como el presente, pero solo se comprende el futuro cuando se conoce el pasado. Bernard Lewis conoce bien el pasado y sus raíces, la conexión entre ideas y hechos y eso le da capacidad de interpretación y anticipación.
La evolución de los acontecimientos, desde el análisis de los condicionamientos
culturales, se ha mostrado eficaz, aunque inútil como forma de prevención de
errores. Quizá sean los errores más determinantes que los aciertos para hacer avanzar la historia.
No sé
si a Bernard Lewis, a sus 99 años, le siguen invitando a la casa Blanca o al
Pentágono. Por los resultados, me da la impresión que no.
* "Bernard
Lewis: 'Las tiranías árabes están condenadas'" ABC 4/04/2011 http://www.abc.es/20110409/internacional/abcm-bernard-lewis-tiranias-arabes-201104091819.html
** Tahar
Ben Jelloun (2015). El islam que da miedo.
Alianza, Madrid. 116 pp.
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