Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno de
los editoriales de The New York Times de hoy está dedicado al documento —un
trabajo de más de mil páginas— que el Pentágono ha elaborado sobre la prensa en
los conflictos armados. El editorial lleva por título "The
Pentagon’s Dangerous Views on the Wartime Press", dejando claro desde el
principio la opinión que el documento hecho público, algo más que una guía o
manual, lleno de interpretaciones básicas, sobre el papel de la prensa en
circunstancias bélicas. El periódico advierte inmediatamente de las peligrosas
consecuencias que la interpretación del Ejército tiene para los periodistas que
realizan su labor en países en guerra, donde ya las dificultades y riesgos son
muchos. El documento, señala debe ser rectificado.
El editorial señala:
Journalists, the manual says, are generally
regarded as civilians, but may in some instances be deemed “unprivileged
belligerents,” a legal term that applies to fighters that are afforded fewer
protections than the declared combatants in a war. In some instances, the
document says, “the relaying of information (such as providing information of
immediate use in combat operations) could constitute taking a direct part in hostilities.”*
Considerar a los informadores como "beligerantes sin
privilegios" es un auténtico desatino por parte del Pentágono, es decir,
por parte de la administración norteamericana. Es dejarles en un estado de
indefensión intermedia entre los acuerdos internacionales que protegen a los
militares intervinientes y a los civiles, también protegidos en sus derechos.
Es cierto que el tipo de guerra más extendido en estos
momentos no discrimina entre los tres tipos —militares, civiles e informadores—
ya que busca la implantación del terror. Lo que hacen Boko Haram, Al Qaeda o el
Estado Islámico no es una guerra convencional, siendo los objetivos de su
barbarie a cualquiera que tengan delante. Los primeros golpes de efecto del
Estado Islámico fueron periodistas a sabiendas de que eso tendría una mayor
cobertura mediática y por ello más impacto social.
Pero la preocupación de los periodistas y de The New York Times no son estos grupos,
de los que saben que no pueden esperar ningún tipo de respeto a reglas de clase
alguna, sino a la de gobiernos que pueden considerar que informar, según señala
el documento, constituye una forma de intervención en el conflicto,
convirtiéndolos en objetivo. La queja del editorial es precisamente que crea un estatus para la
prensa como si lo hubiera hecho su peor enemigo. Es ponerles en bandeja de
plata los argumentos para la detención o expulsión de los periodistas.
The manual warns that “Reporting on military
operations can be very similar to collecting intelligence or even spying,” so
it calls on journalists to “act openly and with the permission of relevant
authorities.” It says that governments “may need to censor journalists’ work or
take other security measures so that journalists do not reveal sensitive
information to the enemy.”*
No deja de ser una paradoja desvergonzada que una
administración acusada de espiar a
los amigos y aliados, que ha convertido el mundo en un gigantesco Watergate
internacional, entienda que el periodismo puede ser considerado un espía. Pero,
¿de quién? Lo que se da a entender en el texto, dado el poco caso que otros
podrán hacer —no tienen necesidad de leerlo para atacar a la prensa—, es que
los que pueden ser considerados espías son los propios periodistas
norteamericanos ante su Ejército, de ahí la recomendación de que se pongan en
manos de las "autoridades" y solo informen de lo que las autoridades
les permitan:
Allowing this document to stand as guidance for
commanders, government lawyers and officials of other nations would do severe
damage to press freedoms. Authoritarian leaders around the world could point to
it to show that their despotic treatment of journalists — including Americans —
is broadly in line with the standards set by the United States government.*
Si el caso es grave desde las limitaciones que supone para
la información desde los propios Estados Unidos, el peligro es que el documento
del Ejército americano dé ideas y
argumentos a los países en los que informar es una molestia para los gobiernos.
Hace bien en preocuparse el editorialista de The New York Times por el destino
de los periodistas de otros países, que pueden verse sometidos a las mismas
normas que el gobierno americano pretende imponer a los suyos.
La idea es que no salga más
información que la que los militares autorizan.
Esto en un país en el que la guerra de Vietnam se resolvió con una opinión
pública en contra, no deja de ser un retroceso en las libertades.
El manual trata de convencer a los periodistas de que solo
bajo el amparo militar pueden realizar su labor en los dos sentidos, el
informativo y el físico. Lo ideal, desde la perspectiva del Pentágono, es que
los corresponsales reciban la información en la rueda de prensa diaria dada por
los portavoces, es decir, cuando la información ha sido filtrada. Los
periodistas llevan mucho tiempo luchando para cambiar esa situación nacida del
papel cada vez más predominante que ha tiene la información y las facilidades
para la transmisión, que convierte a los periodistas en autónomos, es decir,
incontrolables. Y esa independencia de criterio y autonomía de comunicación
resulta molesta para el Pentágono.
The manual’s argument that some reporting
activities could be construed as taking part in hostilities is ludicrous. That
vaguely-worded standard could be abused by military officers to censor or even
target journalists.
Equally bizarre is the document’s suggestion
that reporters covering wars should operate only with the permission of
“relevant authorities” or risk being regarded as spies. To cover recent wars,
including the civil war in Libya in 2011 and the war in Syria, reporters have
had to sneak across borders, at great personal risk, to gather information. For
the Pentagon to conflate espionage with journalism feeds into the propaganda of
authoritarian governments. Egypt, for instance, has tried to discredit the work
of Western journalists by falsely insinuating that many of them are spies.*
El ejemplo egipcio lo conocemos, pues el control de lo que
ocurre en el país pasa precisamente por aumentar el riesgo de informar, tanto a
los periodistas nacionales que se suman a las corrientes oficiales o corren el
riesgo de ser acusados de "faltar a la verdad" y "distribuir
noticias falsas", como los extranjeros. The New York Times se refiere
concretamente al equipo de Al-Jazeera, pero no es el único. Aquí ya hemos
comentado el caso más próximo de las "advertencias" al corresponsal
del diario El País, que tuvo que abandonar El Cairo.
Si lo que hace el gobierno egipcio con la información y los
periodistas es el modelo de lo que el Pentágono propone como situación ideal el
despropósito es total. Desafortunadamente, las condiciones de la información en
Egipto no son las condiciones que respaldan a los periodistas norteamericanos.
Tenemos el caso reciente alemán, en el que el gobierno de
Merkel ha cesado a su fiscal general después de que intentara procesar por
espionaje y revelación de secretos a unos blogueros que filtraron información
sobre el espionaje en su país. Merkel ha sido fulminante, dejando claro que la
libertad de prensa es sagrada en Alemania. El Pentágono no parece pensar lo
mismo a la vista de lo que sugiere su guía para la prensa.
Evidentemente, lo que haga el Pentágono incumbe a la Casa
Blanca. Señala el editorial del periódico:
A spokesman for the National Security Council
declined to say whether White House officials contributed to or signed off on
the manual. Astonishingly, the official pointed to a line in the preface, which
says it does not necessarily reflect the views of the “U.S. government as a
whole.”
That inane disclaimer won’t stop commanders
from pointing to the manual when they might find it convenient to silence the
press. The White House should call on Secretary of Defense Ashton Carter to revise
this section, which so clearly runs contrary to American law and principles.*
Si el gobierno en su conjunto o solo en parte está de acuerdo
con el documento no deja de ser una broma con poco sentido del humor.
La conclusión es clara: el documento atenta contra la
libertad de prensa. Pero también lo hace contra la libertad de los periodistas
al dejarles en un estatus intermedio considerándolos potencialmente peligrosos
por el hecho de obtener información más allá de las que las autoridades les
quieran facilitar. Les deja especialmente indefensos allí donde más necesitan de respaldo y es una
invitación al oficialismo informativo.
En tiempos de conflictos, la prensa debe ser especialmente
cuidadosa con la información. Pero de ahí convertirse en mera transmisora de
las informaciones gubernamentales hay una gran distancia. El ejemplo del
gobierno alemán es muy claro. También, pero en sentido negativo, el
norteamericano que sigue pensando que el control de la información y de los
informadores es algo que está en su mano.
La idea de "guerra al terror" está creando un
cambio en las mentalidades y situaciones. Justifica por un lado medidas de
investigación de millones de personas con la excusa de la
"seguridad". Los rendimientos de estas medidas son más que dudosos
por los resultados vistos hasta el momento.
Este nuevo estatus de vigilancia permanente hace que la información adquiera un sentido nuevo y en especial allí donde se producen los conflictos con más virulencia. Por eso se busca el máximo control. Pero limitar el estatus de la
prensa conlleva el silenciamiento de la denuncia o simplemente del conocimiento
real de lo que ocurre más allá de los informes oficiales si fuera necesario.
Habrá momentos en los que concuerden, que sería lo deseable. Pero si no lo
hacen se estaría conculcando el derecho de los pueblos a saber qué hacen los
ejércitos en su nombre. La experiencia de la "armas de destrucción masiva", como información oficial, está demasiado próxima en el tiempo como para exigir a la prensa que supedite sus acciones a la información oficial. Ese privilegio lo arruinó el propio gobierno norteamericano.
Especialmente grave es, como se ha señalado, que ese estatus
será invocado como ejemplo de lo que hacen los "países occidentales"
con sus periodistas para ejercer la censura y la represión. El argumento lo
hemos escuchado ya muchas veces como para pensar que es solo una posibilidad.
Aunque sea un asunto americano, lo cierto es que afecta a los periodistas de todo el mundo que, además de jugarse la vida para informar sobre algo tan complejo como las formas de guerra, terrorismo y espionajes actuales, deben someterse al control militar. Puede que hay muchos gobiernos autoritarios que no respeten la libertad de información porque luchan contra ella y las demás libertades, pero no es bueno que gobiernos de países democráticos, que mantienen la libertad de prensa como uno de sus pilares, empiecen a ver a los periodistas de manera restrictiva. Es muy peligroso. Su actuación para tenernos informados durante los conflictos ya es bastante arriesgada como para se complique más.
* "The
Pentagon’s Dangerous Views on the Wartime Press" The New York Times
10/08/2015
http://www.nytimes.com/2015/08/10/opinion/the-pentagons-dangerous-views-on-the-wartime-press.html
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