Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
España
puede respirar tranquila. No hemos sido nosotros. Afortunadamente, las primeras
noticias, las que aseguraban que al león Cecil se lo había cargado un español, han sido desmentidas. También nos acusaron de la crisis del pepino y se tuvieron que desdecir.
Lo de echarle la
culpa a un español tuvo aquí cierta favorable acogida ante la posibilidad de
que hubiera sido alguien del PP, incluso el
propio Mariano Rajoy, al que pega eso de la cacería por aquello de los
estereotipos de la derecha, al que tanto provecho le sacó Luis García Berlanga
en la serie de películas de La escopeta nacional,
celebrado retrato de la España casposa y con pretensiones, incluida la nobleza y la política.
Hubiera sido un puntazo, desde luego, que hubiera sido Rajoy el que se cargó a
Cecil el León, aunque le hubieran llevado engañado, como le pasó con el mitin
aquel en el que le metió el listo de Erdogan. Rajoy pensaba que iba a inaugurar
algo y se encontró con un mitin de islamistas que pensaban —es lo
normal— que Erdogan había llevado allí al presidente español a pedir disculpas por
lo de Lepanto, un hito después de ser el único ser vivo en el planeta que le
dio la mano al Emperador de Japón. A nadie le hubiera extrañado.
En fin, los
tópicos y estereotipos no siempre se cumplen. Se cumplen con Blesa, el banquero cazador. ¡Nos acordamos también del elefante que
mató nuestro anterior monarca y que casi nos cuesta una constitución! ¡El
provecho que le hubieran sacado algunos! Y es que la caza tienta a los poderosos, sobre todo la "mayor". Para matar conejos ya está el pueblo llano.
No sé cómo estará esto ahora, pero durante mucho tiempo, la caza era el deporte con más licencias en nuestro país. Y la apuesta por el turismo cinegético, que deja mucho dinero, la están haciendo muchas Comunidades, como también la hizo Zimbabue. Se cazan muchos leones allí, pero no a Cecil, que era un icono.
Y parece ser, según 20 Minutos, que los españoles estamos en los primeros puestos de los leones cazados allá, por lo que no es de extrañar la información que atribuía inicialmente la caza de Cecil a un español. Como estamos con esto de la crisis siempre en mente, nuestra prensa lleva a los titulares los 50.000 euros pagados, antes que la crueldad de su muerte. Y es que cada uno apunta a donde más le interesa. ¡Si llega a ser un político, aunque fuera un concejal! ¡La que se lía!
Cuando nuestra
prensa ya estaba feliz con que hubiera sido un español el mataleones (unos
orgullosos como ABC y otros escandalizados como El Mundo), hete aquí que
la trama da un giro copernicano (es decir, grande) y resulta ser que no, que ha
sido un dentista norteamericano el que se cargó al pobre Cecil el León.
Hemos
sobrevivido a los debates taurinos y conseguido aumentar el turismo, pero no sé
si hubiéramos superado lo de Cecil. No nos salva ni Hemingway resucitado, cazador, por cierto, pero de leones sin nombre.
Lamento la muerte del pobre animal, víctima de su belleza y singularidad, al que más cariño le tenían en el
país, todos menos los que montaron la cacería y lo atrajeron con malas artes
fuera del sitio donde estaba protegido para ponerlo a tiro del dentista sin
escrúpulos, pero con mucho dinero para estas cosas.
La
muerte de Cecil ha servido hasta para escribir sesudos artículos sobre la
importancia de ponerle nombre a los animales para así protegerlos o, al menos,
que su muerte tenga amplia repercusión y efectos disuasorios para cazadores y
dentistas aficionados. Se trata de personalizar
el anonimato animal de serie, una especie de bautismo que te salve del destino
de la caza borrándote el pecado original de venir al mundo sin nombre. Es convertirlo
en mascota de todos. Hasta los zoos más tontos
lo saben: le pones Chu-lín a
un panda y aumentan las visitas y los ingresos. Entonces todo se convierte en personal. ¿Quién va a cazar a un animal
con nombre? Demasiado riesgo. Pero aquí falló y Cecil el León ha dejado esta
vida y ya es leyenda.
Por mi
parte debo decir que una vez eliminados los principales sospechosos españoles,
mis favoritos eran dentistas, personas a las que —con excepción de mi dentista
que es prodigiosa— siempre he considerado capaces de cualquier maldad sádica
armados con sus tornos. Reconozco que es en gran parte debido al efecto causado
por la visión de la película Marathon Man,
en la que el doctor Mengele sometía al pobre Dustin Hofman a tortura dental
insoportable. La posibilidad que tras cualquier dentista se pueda esconder un
Mengele y no un Sir Lawrence Olivier se escapa a la razón, pero no somos
responsables de estas emociones primarias que nos pasan por la amígdala. Lo
siento.
Lo más
sorprendente es la reacción vengadora que media humanidad, en el siglo de las
redes sociales, ha tenido para con el dentista cazador. Nadie se ha preguntado
por los hermosos ciervos que posaban a
sus pies esperando a que les quitaran la cornamenta que luciría en su consulta
con orgullo depredador. Por eso dicen que el hecho de que el león se llamara
Cecil (o de cualquier otra forma) ha ayudado a dirigir los sentimientos de pena
por el animal y de odio por su asesino. Es un fenómeno interesante que gente
que no se preocupa de tanto dolor en el mundo se haya vuelto furibunda y se
dedique a rastrear y amenazar al dentista, que ha quedado registrado como un
criminal ante los ojos implacables del mundo.
La
muerte de Cecil el león se ha convertido en un fenómeno masivo de consecuencias
imprevisibles. Angus
McNiece escribía en The Washington Post,
con el título "Forget hunters. Humans pose all kinds of risks to
lions", la siguiente reflexión sobre el aspecto mediático del asunto:
Should the media solely choose to focus on the
hunting debate, the vilification of an American dentist will surely not
discourage the world’s sport hunters, a community that at times seems to revel
in an “us and them” mentality.
A bad guy at the center of a narrative
certainly makes it more intriguing, though in many cases Palmer is a red
herring. The international disgust toward the poachers of southern Africa’s
rhinos helps fast-track efforts to hunt the perpetrators down directly and
individually. However, conservation is best conducted through policy — to
believe that Africa’s animal black market will be controlled via picking off
its foot soldiers is to believe that America’s illegal drug trade can be
resolved by policing street corners.
A poor, rural farmer, for whom cows are cash,
is a harder figure to demonize than a Minnesota dentist with a bow and arrow,
but this character needs equal attention. He and his family live alongside wild
animals, and lions can get nasty.*
Como todas las buenas historias, la de Cecil el León tiene
un héroe —Cecil, claro— y un villano, el dentista, para más señas. Es el
villano perfecto. Después de todo, ¿quién no ha sufrido alguna vez en el
dentista? Ya sea por el dolor o por la factura, esperamos que el dentista sea
capaz de todo. La tesis del articulista es que un villano vende la historia. Si
hubiera sido español, como se anunció, la mitad de nuestros turistas hubieran
recogido la sombrilla y se hubieran ido al aeropuerto prometiendo no volver a
este país bárbaro. Nos hemos librado de una buena.
El articulista sostiene que hay muchos más peligros que los
dentistas sueltos por el mundo, que él ha visto morir muchos leones envenados
por los animales que se comen, fruto de las trampas y por otras muchas
circunstancias. Pero eso vende poco. Tiene razón, no vende casi nada. Un
dentista sí. Ese contraste entre el sonriente médico de bata impoluta y el
sonriente sádico que posa junto a los animales muertos es otra cosa.
The New York Times va más lejos y le dedica un editorial,
con un título sobrio y solemne: "The Death of Cecil the Lion". ¡Ahí
es nada! Dice el editorialista:
The death of Cecil, the black-maned lion killed
by an American big-game hunter in Zimbabwe, has unleashed a global storm of
Internet indignation. The hunter, Dr. Walter Palmer, a dentist from Minnesota,
has been forced into hiding.
On the face of it, the reasons are not hard to
discern: In an era of dwindling wildlife, proliferation of threatened species
and large-scale poaching of elephants and other beasts, big-game hunting in
Africa does not hold the allure it may have had in Teddy Roosevelt’s day. And
Cecil was no ordinary cat.**
Desde luego que no. Y ahora menos todavía. Cecil el León es
ahora leyenda el más querido león de todos los que hasta hace unos días
ignoraban que existía y no les importaba si lo cazaban de una forma u otra.
Cecil el León es carne de peluche en este mundo extraño en
el que vivimos. Esta ira se irá transformando poco a poco en una corriente
canalizable en la que incluso Zimbabue podrá sacarle algún rendimiento, si no
lo ha hecho ya de forma directa e indirecta. Los humanos somos así, matamos los
leones y compramos su recuerdo. Recuerden la indignación que provocó la muerte
del perro de la enfermera española con ébola. Mientras unos querían evitar que
los enfermos vinieran a España, otros se lanzaban sobre la camioneta que
llevaba al pobre animal al sacrificio. Empatía.
Otro editorial, el del Daily News neoyorquino, es terrible:
The creature who killed Cecil, the noble
13-year-old Zimbabwean lion, is of a species that takes joy in inflicting death
for no better reason than to claim superiority.
Dentist Walter Palmer calls himself a hunter,
as if the term bestows legitimacy on his psychological need to triumph over
perceived lessers. The barbaric little Napoleon is wrong.
Of the two, who would you say is the more
moral: Cecil, who abides by a God-given instinct to kill only when necessary to
survive or propagate the species, or Palmer, who gleefully takes down big game
for no better reason than to show off while stacking the odds against the
animal?
There is no contest which is more subhuman.***
Hay que reconocer que llamar al dentista "The creature
who killed Cecil, the noble 13-year-old Zimbabwean lion" es casi
expulsarlo de la especie humana, aunque lo del "barbaric little Napoleon"
tampoco se queda corto.
En fin, que lamento profundamente la muerte de Cecil el León,
un animal precioso y noble; me alivia y alegra que no haya sido un español,
aunque lo lamento por nuestra prensa, que le habría sacado un provecho
incalculable, acostumbrada como está a despellejar. El dentista norteamericano
no sabe lo que son los escraches españoles; eso sí que son cacerías, con
batidores incluidos.
El dentista de Minnesota ha tenido que cerrar la clínica por
temor a lo que pudiera pasar. Yo le recomendaría —en el caso de que no prospere
la petición oficial para su extradición a Zimbabue — que cambie de negocio o de
cara y, de ser posible, de las dos cosas porque tal como está la gente no me
atrevería yo a meter la mano en la boca de nadie. Más que nada, por precaución.
No sé si las llamadas a reducir la tensión ante esta especie
de fatwa lanzada contra el dentista
mataleones (y de todo lo demás que le adule el ego) servirán para aplacar los
ánimos. Todo lo que se puede hacer por internet se lo están haciendo, incluido
hundirle el negocio valorándolo como el peor dentista del universo. La ira de
los pacíficos siempre suele ser explosiva y en este mundo emocional y mediático
mucho más. Que la propia prensa pida cordura es síntoma de que está un poco
asustada por lo que lee, escucha y ve. Uno puede tirar la primera piedra pero
no sabe las rocas que puedan ir después.
Hasta el diario El
País, le ha dedicado al caso un editorial desde la denuncia de la histeria
colectiva. Después de condenar la muerte de este y demás leones y especies en
peligro, se cierra con el siguiente párrafo:
La larga sombra que está velando
la urgente intervención de la justicia es la amenazadora actividad de una
multitud airada. La muerte de Cecil ha llenado de argumentos a cuantos reclaman
piedad por los animales. Sin embargo, el bombardeo de ignominias lanzadas
contra Walter Palmer por una multitud —incluso cargada de razón— tiene algo de
linchamiento. Las nuevas tecnologías, cuando facilitan estas explosiones, son
peligrosas. Y así, junto a un lema amable como Todos somos Cecil, conviven severas descalificaciones de
celebridades o insultos grotescos (“púdrete en el infierno”). Por graves que
sean los delitos, ese no puede ser nunca el camino.****
Sensato, sí señor. Le doy muchas vueltas a la primera frase
y a lo que quiera decir. Los peluches depositados ante la clínica dental del asesino, que muestra la foto de El País, me conmueven. Veo que aunque las palabras van en la dirección de pedir calma, todo lo demás me lleva a lanzarme a la caza del dentista, a colgar su cabeza como trofeo como él hizo con Cecil el León.
Compartiendo el dolor por la muerte del león Cecil, me pregunto por qué no se genera la misma solidaridad (con la mitad me conformo, con una décima parte también) con muchas indignidades que leemos cada día y no hablo de las que ignoramos porque no merecen una sola línea. Es una pregunta tonta que no lleva a ninguna parte, lo sé.
Este un mundo complejo y tirando a raro.
*
"Forget hunters. Humans pose all kinds of risks to lions"
The
Washington Post 31/07/2015 https://www.washingtonpost.com/posteverything/wp/2015/07/31/forget-hunters-humans-pose-all-kinds-of-risks-to-lions/?hpid=z14
**
"The Death of Cecil the Lion" The New York Times 31/07/2015
http://www.nytimes.com/2015/07/31/opinion/the-death-of-cecil-the-lion.html
***
"Human prey: Lion-killing dentist Walter Palmer is the real beast"
New York Daily News 30/07/2015
http://www.nydailynews.com/opinion/editorial-human-prey-article-1.2308604
**** "Doble cacería" El País 31/07/2015
http://elpais.com/elpais/2015/07/30/opinion/1438281633_600033.html
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