Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Tiene
el ministro Wert la curiosa teoría de que para dedicarse a la política debe ser
uno imperturbable. El diario El Mundo
recoge sus palabras tras un tórrido —más que cálido— recibimiento en
Valladolid: "si uno no es capaz de acostumbrarse a las protestas
evidentemente no vale para un cargo público".* No tengo muy claro el
sentido que el ministro le da a esa especie de ataraxia —literalmente
"ausencia de toda perturbación"— o, incluso, de nirvana, estado en el
que se prescinde de las ataduras —literalmente es "desatar"— de la vida y del pensamiento.
En
cualquier caso, se mantiene el ministro en la doctrina oficial de todos los
políticos españoles, con independencia de distinciones ideológicas, regionales,
etc. Es la teoría que podría ser enunciada como "cuanto más protesta la
gente, mejor lo estoy haciendo". Hay que reconocer que esta formulación es
para personas con gran vida interior porque supone renunciar prácticamente a la
vida pública. Allí donde vayas tienes la confirmación de los abucheos, el
elogio de los silbidos, y el agradecimiento emocionado del insulto. Algunos se
pasan de eficacia y llegan hasta el zarandeo, muestra de niveles de perfección
solo al alcance de algunos espíritus selectos. Cuanto más ruido, según parece,
mejor. Y tú, faquir de la política, te mantienes alejado de la mundanal protesta, buscando el anonadamiento.
Ya sea
ataraxia, nirvana o simple negación del conductismo, no se puede usar la vía
negativa para justificar la existencia política. No se trata de que no te
importe el que la gente proteste, sino de que no tenga que protestar. No creo
que sea muy sensato medir el éxito ni el grado de profesionalidad política por
la imperturbabilidad de uno o el ruido de otros. Hay otros indicadores más
sensatos y deseables. Por ejemplo, que la gente esté satisfecha con lo que haces.
Los
políticos acaban acostumbrándose a los gritos como otros se acostumbran a otras
cosas, como dormir sobre lechos de clavos, atravesarse la lengua con afiladas agujas o colgarse pesas en sus partes. Pero estos callos del alma, que van de la oreja hasta el corazón, secos
y endurecidos, deberían ser menos exhibidos porque no escuchar o que te griten
no es ninguna virtud. Un político no tiene la obligación de estar impertérrito,
sino de escuchar. Una cosa es no estar de acuerdo y otra presumir de que no se
hace caso a lo que se dice o de que no te afecta; no es un buen síntoma de
nada, sino sencillamente sordera. Y eso no es nunca un mérito sino una carencia.
Da igual que los que griten pierdan las formas; el cargo público no debe
hacerlo.
Creo
que el ministro trata de aparentar esa imperturbabilidad desafiante, porque
nadie puede permanecer indiferente al insulto, las pitadas, el acoso o algunas formas
en las que va degenerando la vida pública, que no es ni más libre, ni
democrática ni más eficaz, sino simplemente más bronca, ruidosa y desagradable,
se le haga a quien se le haga, ministro incluido.
Nos
dice el diario El Mundo recogiendo
sus palabras:
El ministro ha señalado que "llama la atención" que la gente
proteste por la inauguración de una dotación cultural porque "tendría
mucho más provecho aprovechar los importantes fondos bibliográficos y
documentales" de la nueva biblioteca.
"Cada uno es libre de hacer lo que
quiera y, desde luego, a mi no me afecta lo más mínimo", ha concluido
Wert.*
Pues
tendría que afectarle algo, un poquito tan solo. Quizá se sentiría algo
afectado al saber que está equivocado en lo que afirma, y que la gente no
protesta por la "inauguración de una dotación cultural", sino porque
no están de acuerdo con lo que ha dicho o ha hecho, remota posibilidad que sí
se debería tener en cuenta en estos casos. Además de aconsejarle a los demás "cómo
tendrían más provecho", también debería pensar que a la gente le gustaría
disfrutarlos sin tener que entrar en los desprecios de quien dice resbalarle la
opinión de los demás. No es su función, sencillamente, ni aunque sea ministro
de Educación, ir dando lecciones de ese tenor.
Si
sigue insistiendo en que a "él no le afecta lo más mínimo", puede
meterse en una escalada que convierta cualquier acto en el que intervenga en un
experimento contra la sordera. Y eso no es deseable para nadie. Si a él no le
importa, seguro que sí les ha importando a las personas que han trabajado mucho
tiempo para que ese fondo documental existiese y se ven ahora metidos en mitad
de una salva de pitidos y abucheos por la presencia del ministro. Seguro que
también le importó a los organizadores y asistentes a la Seminci de Valladolid cuando
se convirtió su festivo acto inaugural en otra gresca sonora para recibir al
ministro imperturbable.
Cuando
el señor ministro va invitado a algún sitio, no lo hace por ser el señor Wert,
sino por ser el ministro de Educación y ser parte del protocolo su asistencia. Piensen
lo que piensen, deben recibirle con una sonrisa y darle las gracias por su
asistencia. Los organizadores ven comprometidos sus actos inaugurales y trabajo
por estos engorrosos episodios que a él no le importan, según confiesa, pero
que quizá podría ahorrar o atenuar, con otra actitud, a las personas que no son
tan imperturbables como él.
Aunque el
ministro no le conceda ninguna importancia a las manifestaciones que hay en el
exterior, otros —pillados en medio— no lo llevan tan bien. Algunos asistentes e
invitados no han resistido la tentación de probar y se han lanzado al otro lado
de la calle, al griterío, pasando de la procesión interior a la manifestación
exterior. Tratar de que el ministro Wert descienda a la tierra puede convertirse en un deporte.
Habrá
un día en el que deje de ser ministro y se le invite por lo que diga y no por
lo que representa. Podrá se entonces todo lo desafiante que quiera y presumir de faquir. Mientras tanto, ayude.
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