Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
ocupación en la ciudad francesa de Poitiers de una mezquita en construcción por
parte de un grupo de sesenta personas pertenecientes a la denominada
"Generation identitaire"* ha despertado de nuevo recelos, apoyos y
condenas. El concepto de "identidad", se lo atribuya quien se lo
atribuya, en cualquier escenario, tiene los límites precisos de la
autodefinición y el peligro de incluir a los demás en tu propia definición.
La
cuestión de la "identidad" implica muchas veces meter a los otros en el
paquete asumiendo posiciones negativas, reductoras y caricaturescas. La
identidad se refuerza en escenarios conflictivos. La
identidad exige la definición de un contrario frente a quien se refuerza y
expresa. El "yo soy" de la identidad es también un "no soy"
y un "ellos son", todo en el mismo paquete. Esto afecta a todos.
La
identidad no es solo una descripción o una definición, sino un programa de
acción y una forma de juicio. La identidad nos dice qué debemos hacer
—establece el sentido de la acción y la reacción— y nos señala cómo debemos
enjuiciar lo que nos rodea, ya sean personas, grupos o acciones. Es un patrón
de conducta.
La "generación
identitaria" comete el error de creer que no "pensar" o
"ser" como ellos es carecer de "identidad". Y nada más
absurdo. Por eso los que han criticado su ocupación de la mezquitas les han
acusado de ir contra la "identidad francesa", la "identidad
republicana", que garantiza un estado laico y la libertad de culto de los
ciudadanos. Por eso se apropian de la "identidad" acusando a los
demás de carecer de ella. Tremendo error que convierte a los que no piensan
como ellos en débiles y a la deriva. Uno de sus atractivos precisamente es su
radicalismo que palidece ante las formas más moderadas de actuación. Se
confunde la estridencia con la firmeza de los principios, la exhibición con la
moderación expresiva.
Vamos
aceleradamente hacia una forma de estridente de estar en el mundo. En parte porque
—como la acción de Poitiers— el mundo se ha convertido en escenario o plató de
televisión. Muchas acciones se realizan para lograr llamar la atención. Se
busca el mayor impacto, la mayor resonancia. El problema es que cuando los
demás gritan, nos vemos obligados a hablar más alto y se acaba en una
gigantesca cacofonía.
La
política española es desde hace tiempo una jaula de grillos cuyos gritos cada vez más radicalizados se han
extendido a una parte de la sociedad, que ya no busca dialogar porque se pierden
valores de convivencia al despreciar al otro, como los asaltantes del colegio
en días pasados. El colegio religioso era su mezquita. También ellos son "generación identitaria" a su
manera, es decir, les sobran del mundo los que no son o piensan como ellos.
La
convivencia no es un valor débil; por el contrario, requiere de la firmeza y
claridad necesarias para saber distinguir a los que la perturban porque no
desean convivir. La convivencia debe saber distinguir perfectamente entre las
minorías que deben ser amparadas y de las que hay que protegerse porque tiene
claro que existe diversidad y diversidad dentro de la diversidad. El mayor
error de la intransigencia es su incapacidad para ver diferencias y su
consiguiente uso del tópico reduccionista y simplificado, de la aplicación al
todo de los defectos de la parte.
Es
indudable que existe un islamismo integrista, intransigente y totalitario.
También es indudable que los primeros que lo padecen son los millones de
musulmanes que no son así. Ignorar que existen y padecen los excesos de las
personas y grupos que les obligan bajo coacciones sociales, familiares, educativas, intelectuales o físicamente violentas, es no
querer ver cómo funciona el mundo. Convertir a todo árabe en musulmán y a todo
musulmán en integrista es un error, como lo es convertir a todo cristiano en un
Anders Breivik o un Terry Jones. Pero los tópicos funcionan bien allí y aquí.
Los
primeros y más interesados en librarse de los integristas religiosos son los que desean
poder vivir en sus propios países sin la presión y vigilancia constante de los
que quieren hacerles creer que solo existe una forma de vivir su vida y su fe.
Cuando
esas personas salen de sus países y se acercan a otros, viven en el riesgo
permanente de ser confundidos y asimilados con aquellos de los que huyen.
Quedan encerrados entre el dogmatismo del que huyen y el tópico de quien les
recibe.
La
cuestión es qué rasgo de identidad es el que preferimos resaltar, si el de la
tolerancia consciente o el de la intransigencia irracional. Escribió Amín
Maalouf:
Para cualquier sociedad, y para el conjunto
de la humanidad, el trato a las minorías no es un asunto entre otros muchos;
es, junto con el trato a las mujeres, uno de los datos más reveladores de
progreso ético o de retroceso. Un mundo en el que se respete cada día algo más
la diversidad humana, en donde todas las personas puedan expresarse en la
lengua que prefieran, profesar en paz sus credos y asumir tranquilamente sus
orígenes sin exponerse a la hostilidad y al desprestigio ni de las autoridades
ni de la población, ése es un mundo que progresa, que remonta el vuelo. A la
inversa, cuando prevalecen las situaciones crispadas en lo referente a las
identidades, como sucede en la actualidad en la gran mayoría de los países,
tanto en el norte del planeta como en el sur, cuando nos resulta un poco más
difícil cada día poder ser tranquilamente quienes somos y usar nuestra lengua o
practicar nuestra fe en libertad, ¿cómo no hablar de retroceso? (72)
No es
sencillo, porque el mundo se ha llenado de púlpitos y tribunas y no hay mejor
forma de manipulación y control humano que la exaltación identitaria en todos
los niveles: religiosos, políticos, nacionalistas... Se acabó la era de los
discursos racionales; regresamos a la de los discursos emocionales, radicales, viscerales... a la casquería ideológica.
La mesura no vende y hay que gritar.
Corremos el riesgo real de que estos movimientos intransigentes vayan calando en todos los niveles de la sociedad y que Europa, en la que muchos quieren ver la tolerancia y la convivencia como valores que ha costado dos siglos incorporar a su identidad, se vea sacudida de nuevo por los enemigos de estos valores y amigos de los contrarios, el ultranacionalismo, la intolerancia y el radicalismo. Corremos el riego de llenar el mundo de talibanes de todos los colores, penosa posibilidad, si no se hace algo por remediarlo mediante la reafirmación de valores de convivencia y sentido común.
Los discursos
incendiarios, los llamamientos a la intransigencia, se refuerzan a través de
unos medios que recorren el planeta instantáneamente. Es fácil intoxicar a
través de redes sociales, micromedios, televisiones, periódicos, etc. que se
alejan de cualquier control y que pueden esparcir veneno irresponsable o
estupidez contagiosa. Es nuestro mundo y tenemos que aprender a vivir en el
escenario que hemos creado. Hay que aprender a difundir valores tolerantes y
sentido común. Venden menos, pero son cada día más necesarios para poder
sobrevivir en un mundo habitable.
*
"Des identitaires occupent une mosquée de Poitiers" Le Figaro
20/10/2012
http://www.lefigaro.fr/actualite-france/2012/10/20/01016-20121020ARTFIG00354-des-identitaires-occupent-une-mosquee-de-poitiers.php
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