Joaquín Mª Aguirre
Un
hombre frente a un pozo. Se acerca, pero no demasiado. Un pozo impone. Poco a
poco, se va acercando más. La proximidad del pozo le excita. Mira a su
alrededor. Nadie. El horizonte está limpio y solo una nube gris en el cielo,
justo encima de su cabeza.
Espera
a que la nube se aleje, pero la nube permanece quieta sobre él. Su mirada traza
una línea imaginaria entre el pozo y la nube. El hombre ignora si la nube ha
salido del pozo o si está esperando a que él se aleje para dejarse caer y
perderse en su fondo. La nube parece estar anclada sobre el brocal. Quizá ha
estado siempre allí, antes de que él llegara, antes de que él naciera incluso.
La nube y el pozo parecen formar una extraña unidad.
Su
manos se apoyan sobre las piedras, que han acumulado el calor del día; se
retiran rápidas. Siente un hormigueo por todo su cuerpo. Pasada la primera
impresión, un placer le recorre y se va diluyendo poco a poco.
Busca
una piedra. Encuentra una pequeña en las proximidades y se acerca al círculo
vacío. La arroja.
Trata
de contar los segundos que trascurren, pero el sonido no regresa. Quizá la
piedra era demasiado pequeña. Se aleja algo más y encuentra una de mayor
tamaño. La arroja y espera. Escucha su caída rebotando en los laterales, pero
el sonido se pierde.
No
hay duda de que el pozo es hondo. Eso le intranquiliza. Si cayera al pozo no
tendría forma de salir. Mira de nuevo a su alrededor. Nadie. Solo la nube gris
sigue sobre el brocal.
Nadie.
Nadie
podría ayudarle si cayera. Aquel pozo es un peligro.
El
hombre decide que es un buen lugar para construir su casa. Así, si alguien
cayese al pozo, podría ayudarle.
(c) Joaquín Mª Aguirre 2012
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