Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
introducción de su última obra, una recopilación de artículos escritos entre
2008 y 2011 sobre la crisis económica, George Soros escribe lo siguiente:
[...] considero los desarrollos económicos y
políticos inextricablemente entrelazados, y subrayo el papel de las ideas
equivocadas. (27)*
La
observación tiene interés por distintos motivos y se pueden extraer algunas
consideraciones. Conectar la política con la economía no es ninguna novedad,
desde luego. Las medidas políticas tienen efectos sobre la economía y las
económicas sobre la política en forma de acción o reacción. Es algo que basta
con que miremos los primeros titulares de cualquier medio para entenderlo. Este
entrelazamiento proviene de la misma definición imperfecta de sus propios
campos. Aunque podamos pensarlos de forma abstracta como separados, lo cierto
es que forman parte de la misma realidad, que es solo una aunque la podamos
describir y explicar desde perspectivas múltiples.
Es sin
embargo el final —ese el papel determinante de las "ideas equivocadas"—,
el que pudiera ser más desconcertante. Soros se declara en todos sus escritos
deudor de las ideas del que fuera su maestro, el filósofo de la Ciencia, Karl
Popper. Suele señalar que la diferencia que le distingue de otros economistas
es que mientras que ellos son hijos de una racionalidad inicial que cree que es
posible alcanzar una verdad, que él mundo funciona como un reloj y que nosotros
podemos comprenderlo, él, en cambio —nos dice—, es hijo de una teoría epistemológica
distinta, la que cree que son el error y el conocimiento imperfecto nuestro "estado
natural", y que lo más a que podemos aspirar es a tratar de reducirlo o a
cambiarlo, es decir, sustituir un error por otro.
Puede
que la "verdad" sea "una", pero el error es múltiple; puede
que haya una sola realidad, pero hay muchas percepciones a las que llamamos así,
pues solo contamos con nuestras representaciones.
Algo parecido señaló el poeta Charles
Baudelaire, refiriéndose a la imaginación, al hablar de las ventanas abiertas y
cerradas. Por una ventana abierta vemos todos lo que hay; por una ventana
cerrada, cada uno podemos ver lo que nos gustaría ver, lo que esperamos, lo que
tememos.
Imaginemos
que construyéramos un mundo de relaciones a partir de un pacto especulativo
sobre qué hay al otro lado de la ventana cerrada, que no pudiéramos abrirla jamás,
y que transmitiéramos nuestras creencias sobre lo que hay al otro lado a las
siguientes generaciones, que aceptarían lo que les decimos o lo rechazarían
dando lugar a nuevos pactos o disputas. No hay mucho que imaginar; en realidad
es el funcionamiento de toda cultura, un pacto sobre lo que hay al otro lado de
la ventana, de lo que no conocemos.
El filósofo Karl R. Popper |
Soros
ha explicado que cree que en el ser humano hay dos funciones o principios, uno
"cognitivo", que busca el conocimiento y otro "manipulativo"
que trata de transformar al primero conforme al deseo para conseguir lo que quiere.
En otra de sus obras, Mi filosofía,
explica:
En una democracia, el discurso político no
está dirigido a descubrir la realidad (la función cognitiva) sino a resultar
elegido y a mantenerse en el poder (la función de manipulación). Por
consiguiente, el discurso político libre no necesariamente da lugar a más
políticas de altas miras que un régimen autoritario que suprime la disensión.
(72)**
La
función de la política no es cognitiva, sino manipulativa: busca mantener el
poder a través de las acciones o discursos necesarios para ello. La democracia, como la
Economía, también es hija de una racionalidad ingenua que cree —con Sócrates—
que del diálogo político saldrá la verdad. Pero no hay mayéutica en el diálogo
político, ninguna verdad emerge. Hay manipulación, seducción para obtener lo
que se desea conseguir, el poder. Sócrates era un ingenuo o un manipulador que
fingía serlo. También él nos hablaba de lo que había al otro lado de la
ventana.
La idea
—políticamente incorrecta— es que en una democracia la necesidad de mantener el
poder acaba pervirtiendo esa función cognitiva que debería dirigirnos a un
mejor análisis de la realidad. Y no es privativo de los políticos, sino de todo
el que lucha por obtener un beneficio sobre los otros manipulándolos. Esto
sitúa a Soros en la tradición "pesimista" respecto a la función de la
política o, más ajustadamente, de los políticos en la política.
Soros
señala en Mi filosofía:
A la gente no le preocupa especialmente la
búsqueda de la verdad. Las personas han sido condicionadas mediante técnicas de
manipulación cada vez más sofisticadas hasta el extremo de que no les importa que
les engañen; de hecho, aparentemente invitan positivamente a ello. (73)**
No sé
si nos importa o no que nos manipulen, si disfrutamos escuchando a nuestros
manipuladores favoritos, escogiendo del amplio muestrario que tenemos delante
cada día. Pero algunos sí parecen disfrutarlo verdaderamente.
Como
especulador brillante, Soros no tenía que encontrar la verdad; solo saber por
dónde iban las mentiras. El no era un científico o filósofo, alguien que buscara alguna
verdad. Por el contrario, lo que trató de comprender es el funcionamiento de
unos mercados en los que la verdad oficial y académica decían una cosa mientras
que su comportamiento mostraba lo contrario. Los mercados, como la política,
son espacios de manipulación para mover en la dirección adecuada y obtener lo
que se desea el poder o el beneficio (o ambas cosas). Le salió rentable.
Defensor
de la idea popperiana de "sociedad abierta", Soros ha comprobado que
es más sencillo aprovecharse de la mentiras ajenas que tratar de convencer a los demás de alguna verdad, especialmente
de la que viven gustosos entre mentiras:
El examen que tiene que aprobar toda sociedad
abierta para seguir siéndolo es que el electorado se niegue a verse influido
por personas que intenten manipularlo, con un desprecio total por la verdad.
(108)**
No es fácil. La
creciente manipulación por el aumento en inmediatez, extensión y
poder de los propios medios de comunicación, es un hecho que confirma los miedos de Walter
Lippman sobre la expansión de la voluntad de poder y de la perversión de la democracia por la demagogia y el engaño.
Nos
gustan pensarnos como amantes de la verdad, pero nos resulta más fácil hacer el
amor con nuestras mentiras. Y tras la celosía de nuestra ventana escuchamos
cada noche, con placer, las seductoras serenatas de los engominados amantes que
escalarán, uno tras otro, la enredadera hasta llegar a besar nuestra casta
mano y contarnos las maravillas que hay al otro lado de nuestras ventanas.
*
George Soros (2012): La tormenta
financiera. Destino, Barcelona.
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