sábado, 15 de septiembre de 2012

Tras la celosía

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la introducción de su última obra, una recopilación de artículos escritos entre 2008 y 2011 sobre la crisis económica, George Soros escribe lo siguiente:

[...] considero los desarrollos económicos y políticos inextricablemente entrelazados, y subrayo el papel de las ideas equivocadas. (27)*

La observación tiene interés por distintos motivos y se pueden extraer algunas consideraciones. Conectar la política con la economía no es ninguna novedad, desde luego. Las medidas políticas tienen efectos sobre la economía y las económicas sobre la política en forma de acción o reacción. Es algo que basta con que miremos los primeros titulares de cualquier medio para entenderlo. Este entrelazamiento proviene de la misma definición imperfecta de sus propios campos. Aunque podamos pensarlos de forma abstracta como separados, lo cierto es que forman parte de la misma realidad, que es solo una aunque la podamos describir y explicar desde perspectivas múltiples.

Es sin embargo el final —ese el papel determinante de las "ideas equivocadas"—, el que pudiera ser más desconcertante. Soros se declara en todos sus escritos deudor de las ideas del que fuera su maestro, el filósofo de la Ciencia, Karl Popper. Suele señalar que la diferencia que le distingue de otros economistas es que mientras que ellos son hijos de una racionalidad inicial que cree que es posible alcanzar una verdad, que él mundo funciona como un reloj y que nosotros podemos comprenderlo, él, en cambio —nos dice—, es hijo de una teoría epistemológica distinta, la que cree que son el error y el conocimiento imperfecto nuestro "estado natural", y que lo más a que podemos aspirar es a tratar de reducirlo o a cambiarlo, es decir, sustituir un error por otro.
Puede que la "verdad" sea "una", pero el error es múltiple; puede que haya una sola realidad, pero hay muchas percepciones a las que llamamos así, pues solo contamos con nuestras representaciones.
 Algo parecido señaló el poeta Charles Baudelaire, refiriéndose a la imaginación, al hablar de las ventanas abiertas y cerradas. Por una ventana abierta vemos todos lo que hay; por una ventana cerrada, cada uno podemos ver lo que nos gustaría ver, lo que esperamos, lo que tememos.


Imaginemos que construyéramos un mundo de relaciones a partir de un pacto especulativo sobre qué hay al otro lado de la ventana cerrada, que no pudiéramos abrirla jamás, y que transmitiéramos nuestras creencias sobre lo que hay al otro lado a las siguientes generaciones, que aceptarían lo que les decimos o lo rechazarían dando lugar a nuevos pactos o disputas. No hay mucho que imaginar; en realidad es el funcionamiento de toda cultura, un pacto sobre lo que hay al otro lado de la ventana, de lo que no conocemos.

El filósofo Karl R. Popper

Soros ha explicado que cree que en el ser humano hay dos funciones o principios, uno "cognitivo", que busca el conocimiento y otro "manipulativo" que trata de transformar al primero conforme al deseo para conseguir lo que quiere. En otra de sus obras, Mi filosofía, explica:

En una democracia, el discurso político no está dirigido a descubrir la realidad (la función cognitiva) sino a resultar elegido y a mantenerse en el poder (la función de manipulación). Por consiguiente, el discurso político libre no necesariamente da lugar a más políticas de altas miras que un régimen autoritario que suprime la disensión. (72)**

La función de la política no es cognitiva, sino manipulativa: busca mantener el poder a través de las acciones o discursos necesarios para ello. La democracia, como la Economía, también es hija de una racionalidad ingenua que cree —con Sócrates— que del diálogo político saldrá la verdad. Pero no hay mayéutica en el diálogo político, ninguna verdad emerge. Hay manipulación, seducción para obtener lo que se desea conseguir, el poder. Sócrates era un ingenuo o un manipulador que fingía serlo. También él nos hablaba de lo que había al otro lado de la ventana.


La idea —políticamente incorrecta— es que en una democracia la necesidad de mantener el poder acaba pervirtiendo esa función cognitiva que debería dirigirnos a un mejor análisis de la realidad. Y no es privativo de los políticos, sino de todo el que lucha por obtener un beneficio sobre los otros manipulándolos. Esto sitúa a Soros en la tradición "pesimista" respecto a la función de la política o, más ajustadamente, de los políticos en la política.
Soros señala en Mi filosofía:

A la gente no le preocupa especialmente la búsqueda de la verdad. Las personas han sido condicionadas mediante técnicas de manipulación cada vez más sofisticadas hasta el extremo de que no les importa que les engañen; de hecho, aparentemente invitan positivamente a ello. (73)**

No sé si nos importa o no que nos manipulen, si disfrutamos escuchando a nuestros manipuladores favoritos, escogiendo del amplio muestrario que tenemos delante cada día. Pero algunos sí parecen disfrutarlo verdaderamente.
Como especulador brillante, Soros no tenía que encontrar la verdad; solo saber por dónde iban las mentiras. El no era un científico o filósofo, alguien que buscara alguna verdad. Por el contrario, lo que trató de comprender es el funcionamiento de unos mercados en los que la verdad oficial y académica decían una cosa mientras que su comportamiento mostraba lo contrario. Los mercados, como la política, son espacios de manipulación para mover en la dirección adecuada y obtener lo que se desea el poder o el beneficio (o ambas cosas). Le salió rentable.
Defensor de la idea popperiana de "sociedad abierta", Soros ha comprobado que es más sencillo aprovecharse de la mentiras ajenas que tratar de convencer  a los demás de alguna verdad, especialmente de la que viven gustosos entre mentiras:

El examen que tiene que aprobar toda sociedad abierta para seguir siéndolo es que el electorado se niegue a verse influido por personas que intenten manipularlo, con un desprecio total por la verdad. (108)**

No es fácil. La creciente manipulación por el aumento en inmediatez, extensión y poder de los propios medios de comunicación, es un hecho que confirma los miedos de Walter Lippman sobre la expansión de la voluntad de poder y de la perversión de la democracia por la demagogia y el engaño.
Nos gustan pensarnos como amantes de la verdad, pero nos resulta más fácil hacer el amor con nuestras mentiras. Y tras la celosía de nuestra ventana escuchamos cada noche, con placer, las seductoras serenatas de los engominados amantes que escalarán, uno tras otro, la enredadera hasta llegar a besar nuestra casta mano y contarnos las maravillas que hay al otro lado de nuestras ventanas.


* George Soros (2012): La tormenta financiera. Destino, Barcelona.
** George Soros (2010): Mi filosofía. Taurus, Madrid.




Charles Baudelaire

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