Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Debo
confesar que los tópicos me dejan indiferente y que creo que hablar de
"educación de calidad" lo es. Me salto el título, pues, por obvio. Todos lo queremos. Las cuestiones se centrarán en qué se define como calidad, cómo se consigue,
cómo se evalúa, cuánto se invierte, su finalidad, etc., que es lo que realmente hay que poner
encima de la mesa para cualquier debate serio sobre educación.
Coincido
—y no es que sea una obviedad, sino una evidencia para cualquier que pise un
aula más de dos horas— en que nuestro "sistema educativo" tiene
problemas. Moneo señala:
La educación española tiene problemas, esa es
la realidad. Se puede discutir sin son de mayor o menor envergadura, pero
rechazar la existencia de los mismos tan solo contribuirá a acentuarlos.*
Es
característico de los expertos reducir el enfoque de los problemas a los
ámbitos que controlan, sobre los que tienen capacidad de maniobra. Por el
contrario, tienden a desestimar el peso de aquello sobre lo que no pueden actuar.
El concepto de "educación española" o "sistema educativo
español" que se utiliza habitualmente presenta una limitación —que no es
exclusiva de lo señalado por Sandra Moneo— y es pensar que los problemas de la educación
son los problemas del sistema educativo.
Este
error característico y frecuente hace que los esfuerzos y debates se hagan
sobre las reformas del sistema educativo —que es lo que ocurre en este caso— y se
sustraen otros debates previos muy importantes en donde puede estar la clave
de los problemas. Los problemas sistémicos requieren de análisis más amplios.
El
grave error consiste en pensar la educación
como un "sistema cerrado" y prescindir del "entorno" del
sistema. Desgraciadamente, muchas de las personas que hablan permanentemente de
"sistemas" desconocen lo que son las teorías sistémicas y las relaciones
entre entorno y sistema, tipos de sistemas, etc. No es lugar para extenderse en
esto, pero, por utilizar una analogía sencilla es como creer que los accidentes
se producen siempre por los coches o los conductores y no por el mal estado de las
carreteras, el deficiente trazado de una curva, la lluvia, desprendimientos, etc. Un sistema que
solo admite y, por tanto, trabaja sobre los fallos humanos o del coche, pero no
se preocupa del deterioro de la carreteras, dejará de tener explicaciones de
ciertos tipos de problemas que irán produciendo: una conducción más peligrosa,
lenta, etc.
Nada
hay tan vinculado con la totalidad de la sociedad como la educación. El sistema educativo es
fiel reflejo de todos nuestros prejuicios y valores, de nuestras aspiraciones, incluso idealizaciones. Y el sistema educativo español, en este caso también, es fiel reflejo
de las carencias de la sociedad española en su conjunto o, si se prefiere, de
su forma de pensar y pensarse. La crisis educativa no es una crisis aislada.
Cualquier acción, proyecto, decreto, etc. que solo piense en términos de sistema de educación y que no parta de una reflexión y unas medidas sobre el conjunto de la sociedad, de sus aspiraciones y motivaciones profundas, está destinado a fracasar, como han fracasado todo los anteriores planes en los que el enfoque no ha variado. Se piensa en el sistema educativo como en una empresa o una fábrica. Pero aquí la "materia prima" son personas y el "producto" final también. Personas que decidirán sobre el sistema educativo.
He sido
muy crítico con el sistema educativo en público y en privado, verbalmente y por
escrito en estos años. Y lo he hecho porque me preocupa y porque es mi obligación. A la universidad nos llegan los alumnos desde hace muchos años con
unas carencias de conocimiento, con desmotivaciones y con incomprensiones sobre
lo que significa aprender. El gran secreto de la motivación es que la persona comprenda y dé sentido a su proceso de formación. Aprender es
transformarse, querer ser distinto "para algo". Y es ese "para
algo" en el que confluyen las motivaciones personales y las valoraciones y expectativas sociales.
El
proceso al que asistimos en la educación desde hace décadas es la muerte de la
motivación y el ascenso de la mecanización de la enseñanza. Con esto quiero
decir que se ha transformado en una maquinaria por la que los alumnos pasan sin
saber muy bien por qué, de nivel en nivel hasta que finalmente, tras veinte
años de procesos se encuentran en la calle con un papel en la mano que les
acredita para algo. Podemos discutir de plazas, presupuestos, horarios,
créditos... de todo lo que queramos, pero no solucionaremos nada si no se
consigue que se vea el sentido personal y social de la educación.
Y este
sentido es el que se encuentra en la sociedad misma. El hecho de que el debate
sobre la "cultura" sea en estos momentos un debate sobre el IVA
debería hacernos reflexionar sobre nuestra forma de enfocar y definir los
problemas. He participado en múltiples foros durante estos años en los que se
ha debatido por editores, autores, críticos, profesores, etc. sobre la "cultura".
Al final solo se acaba hablando de dinero, de subvenciones, etc. El debate
sobre el estado cultural de nuestra sociedad se ha eludido porque esa
mercantilización ha beneficiado a muchos, unos porque repartían y otros porque
recibían. Pero la cultura, como tal, ha preocupado a muy pocos.
La creación de un ambiente cultural es esencial para que la educación porque es el fondo del que surge el deseo de aprender, el estímulo que viene del interés, de la curiosidad, que debe ser el motor de todo aprendizaje. Nada hay más gratificante para un profesor que el alumno que al término de la clase se acerca a pedirle bibliografía sobre lo que se ha explicado porque le ha interesado y desea ampliar sus conocimientos. Frente a esto, el alumnado desmotivado no siente la más mínima curiosidad por lo que se le plantea porque no entiende su sentido, no el del contenido, sino su función. Se desplaza por el interior de los engranajes de la maquinaria mediante un sistema conductista de castigos y gratificaciones. Está allí por inercia, deslizándose por el tobogán "ascendente" educativo, curso tras curso, desafiando las leyes de la gravedad. Cae hacia arriba.
El
estímulo mecánico es el que queda cuando falla el estímulo social con un
entorno favorable al deseo de formación. Hay que distinguir —es importante y no
se hace— en la educación, los conocimientos, el deseo de aprender y la valoración
de lo aprendido en términos del propio sujeto. Frente a esto, se propone un
sistema que lejos de preocuparse por la mejora de la cultura en la sociedad
para que mejore el contexto de aprendizaje, se centra en la
"evaluación" como mecanismo de filtrado y adjudicación de recursos.
Esto es lo que en el artículo de Sandra Moneo se llama "la cultura de la
evaluación":
Un sistema educativo que no es capaz de
detectar sus problemas desde el mismo momento de su nacimiento difícilmente
podrá corregirlos. La introducción de la cultura de la evaluación resulta
esencial para potenciar aquellos elementos de los que se obtienen mejores
resultados y corregir aquellos otros que pudieran resultar fallidos. España
precisa de un sistema de evaluación que, independientemente de las pruebas
internacionales practicadas hasta el momento, le permita conocer en un periodo
más breve las debilidades del sistema y también los éxitos del mismo. Se trata
de que al final de cada etapa sepamos si se ha cumplido con los objetivos de la
misma; si los alumnos que, por ejemplo, finalizan la educación primaria lo
hacen teniendo conocimiento de lo mínimo exigible que es saber leer, escribir y
resolver las operaciones matemáticas más básicas. Solo de esta forma se podrá
ayudar a aquellos alumnos que puedan tener dificultades y también estimular a
aquellos otros que obtienen buenos resultados.*
Como
nuestra simplificación de todo nos ha llevado a un maniqueísmo educativo en el
que se sientan los tópicos de una "cultura de los vagos" y otra de "los
exitosos", es necesario decir que no estoy en contra de que se establezcan
"reválidas", pues de eso es de lo que se está hablando. Yo mismo las
realicé y no tengo ningún trauma. De lo que estoy en contra es de que se crea
que es posible mejorar el sistema educativo sin modificar el entorno cultural
degradado que nos rodea, que se piense que —una vez más— no es necesario
arreglar las carreteras sino poner más vigilancia, radares y guardias poniendo
multas.
Y eso
es también lo que hay tras esa visión del sistema, la creencia en que basta con
la vigilancia, que esa vigilancia, además, sirve para separar y canalizar a unos
y a otros. Las motivaciones económicas, el éxito, los mejores puestos de
trabajo, etc., fallan cuando se tiene más de un cincuenta por ciento de paro de
empleo juvenil y la juventud, encima, se extiende más allá de los treinta años,
que ya es prolongar. Estudiar se convierte, con esas perspectivas, en un acto
angustioso, que algunos quieren convertir en competitivo, que bloquea el deseo para prevenir la frustración.
Como
cualquier otro profesor universitario, veo el estrés, la angustia con la que se
afrontan los últimos años de las licenciaturas ante las perspectivas de verse
arrojados a una sociedad que explota a los jóvenes concibiéndolos como becarios
sustituibles, haciendo colas —como nos muestra la prensa de hoy— para aprender
alemán o chino. No podemos quejarnos del "abandono escolar" cuando nosotros, como sociedad, abandonamos a los mejores, a los que mejor se han formado. Como profesor, como cualquier otro profesor, dedico una parte
de mi tiempo a escribir y firmar cartas de recomendación para que muchos de mis
mejores alumnos sean aceptados en universidades extranjeras, les concedan
becas, etc. Tengo que felicitarles —y lo hago con tristeza, aunque de corazón—
cuando me cuentan ilusionados que están trabajando en empleos basura,
provisionales y en tareas que apenas tienen nada que ver con sus estudios. Se
consideran satisfechos. No piden ya más. Han aprendido a enterrar sus ilusiones
y vocaciones ante la perspectiva de un sufrimiento continuado.
Es esta sociedad la que va a crear los filtros, mediante la "cultura de la evaluación" para que Alemania, Inglaterra, China, etc. reciba nuestra contribución en forma de emigrantes mejor educados, más creativos y disciplinados. Derramaremos lágrimas en las despedidas mientras agitamos los brillantes expedientes académicos como si fueran pañuelos en puertos, aeropuertos y estaciones.
Cada
vez más, el debate sobre la educación se convierte en un debate sobre los
"filtros" de la educación o, si se prefiere, en la "educación
como filtro", que es lo que muchos temen que se hagan. La educación
siempre será un filtro, pero puede serlo de muchas formas y no todas tienen
porqué ser igual de justas.
No se
puede hablar de "calidad" de la educación soslayando el debate sobre
la cultura, sobre los valores sociales y las expectativas de las personas en la
sociedad. El debate técnico, en pedagogía, es siempre político en un sentido
positivo, aunque muchos se empeñen en hacerlo en un sentido negativo, partidista.
Esto es lo que ha fracasado desde el punto de vista pedagógico. Todos las
reformas educativas de las últimas décadas en España han fracasado y lo han
hecho porque ha fracasado la sociedad española misma en sus aspiraciones y lo
ha hecho también el sistema educativo que no es sino la concreción de esa sociedad en las aulas.
¿Las
víctimas? Evidentemente las personas, que son las que entran con cuatro años en
el sistema y salen veinte años después. Se esgrimen las cifras de fracaso
escolar, de abandono, etc. como las de una forma de delincuencia, como
estafadores, vagos, que se gastan el dinero de los contribuyentes. Pero las
cifras son tan elevadas que no pueden ser ni epidemia ni mutación, sino más bien un virus hospitalario que cogen muchos de los que entran. Esas cifras no podemos
separarlas de las del paro juvenil, de la baja calidad del empleo que
producimos en nuestro sistema "turístico y del ladrillo", de la
emigración de los mejor formados porque no se crean los puestos de trabajo para
absorberlos, el descenso de inversión en investigación, la nula investigación
de la empresa privada, la telebasura y la conversión de la cultura en "industria
cultural" dirigida a pasar el rato, la presión consumista brutal sobre los más pequeños,
la presión sobre el profesorado tanto o más desmotivado que el alumnado porque
percibe el desinterés social por su función y materias, la instrumentalización
política de la enseñanza, y un largo etcétera de elementos que están
condicionando el sistema y los efectos del sistema.
La solución de los problemas de la enseñanza solo son parcialmente del sistema educativo. La sociedad misma, toda la sociedad, pasadas ya décadas, es el resultado de su propio sistema educativo estableciéndose una relación especular. Criticamos, como diría Stendhal, la imagen del espejo y no el mal estado del camino que se refleja en él. Mientras no asumamos esa dimensión global del problema educativo estamos condenados a repetir las carencias sociales a través de él.
O
asumimos que el fracaso educativo es un fracaso colectivo de la sociedad
española, como los son el desempleo, la investigación, la cultura, etc., o no
arreglaremos nunca nada. Seguirá siendo un piedra afilada que lanzarse unos a otros y río revuelto para aprovechamiento de algunos. La "cultura de la evaluación" no es la solución si solo
implica vigilancia y no la mejora de los caminos, que es una responsabilidad de
todos. La crisis de la educación es la de la sociedad española. Deberíamos "evaluarnos" todos como sociedad, instituciones y personas, pero a través de los filtros de la conciencia y no de los partidistas intereses económicos, laborales o políticos. Solo una sociedad que en su conjunto aspira a ser mejor podrá tener una educación mejor.
Es lo
que honestamente pienso.
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