Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El 1 de
junio de 1921, Mohandas Gandhi publica un artículo titulado "La ansiedad
del poeta" en el que trata de contestar a las reticencias manifestadas por
Rabindranath Tagore, el gran poeta indio, ante el movimiento de "no
colaboración" puesto en marcha. Tras una introducción con fina ironía
sobre el papel del "gran poeta" —"ha llegado a la conclusión de
que la no cooperación no es lo suficientemente digna para su visión de la
India, que es una doctrina de la negación y la desesperación", escribe— y
situándose en un plano de humildad ante la figura literaria y filosófica, premio
Nobel en 1913, que en esos momentos es la gloria de la India ante el mundo
—"ningún indio puede sentir nada más que orgullo en el celo exquisito del
Poeta por el honor de la India"—, Gandhi desarrolla su visión crítica de
la distinción entre dos tipos de formación.
Escribe
Gandhi:
Nunca he sido capaz de hacer un fetiche de la
educación literaria. Mi experiencia me demuestra para mi satisfacción que la
educación literaria por sí misma no añade ni un ápice a la altura moral de cada
persona y que la construcción del carácter es independiente de la formación
literaria. Tengo la firma opinión de que las escuelas gubernamentales nos han
deshumanizado, convirtiéndonos en criaturas desvalidas y sin Dios. Nos han
llenado de descontento y, al no proporcionarnos ningún remedio para ello, nos
han desanimado. Nos han convertido en lo que creían que teníamos que ser:
empleados e intérpretes. (51)*
La
educación que no aporta algo a la altura moral de la persona está vacía, nos
dice Gandhi, es mero utilitarismo; es "formar" aquello que necesita
el sistema con independencia de la mejora de la persona. La educación pasa a
ser una cadena de montaje de la maquinaria social.
Gandhi
partía de la "superioridad" cultural y moral de la India frente a su
invasor. Gran Bretaña podía tener la fuerza y el progreso, pero no tenía la
fortaleza moral que él reconocía en su pueblo. Y no la tenía porque incumplía
su deber de humanidad al tratar a los hindúes como los trataba, negándoles la
aplicación de sus propias leyes y derechos por ser los colonizados. Aplicando
la fuerza, Inglaterra se hacía más débil.
Poco a
poco, nuestro mundo se está convirtiendo también en una colonia en la que la
formación ya no está al servicio de la persona, del aumento de su "altura
moral", como decía Gandhi, sino que se enfoca la educación al servicio de
las necesidades externas a los sujetos que la reciben.
La
desconexión de la Educación de la vida,
convertida en meras colecciones de textos, imágenes o ideas, contribuyen al
desánimo general con el que se aborda hoy el aprendizaje. Hemos privilegiado la
"formación" como forma de ascenso social y laboral, como forma de
conseguir mejores puestos de trabajo y no como consolidación de la persona ante
la vida. El estímulo que se plantea habitualmente para la educación es el
económico. Estudiar es una "inversión" que busca obtener una
rentabilidad; es una acumulación de recursos de conocimiento para aumentar el
"valor de mercado" de la persona. El mundo se ha ido convirtiendo en
una fábrica y en una tienda. El producto, la mercancía somos nosotros.
Gandhi y Tagore |
El "fetiche literario", en la expresión de Gandhi, no es más que creer que el acceso al conocimiento, su mera acumulación, nos transforma en sentido moral. Habrá muchos a los que parezca absurdo eso de "la moral" y que crean que es algo que también se puede meter en un libro de texto y comprobar su efectividad mediante un examen "tipo test" con cincuenta preguntas con tres respuestas posibles y los errores restan un punto. Lo hemos hecho con casi todo. Es nuestra forma de anular lo valioso, transformarlo en materia evaluable.
Pero es
esa vieja y valiosa palabra —"moral"—, tantas veces malinterpretada y manipulada, la que determina el fondo de
las relaciones con los demás y la visión de nosotros mismos; es la que nos
orienta en la acción y nos pone los límites. Percibirnos como seres morales,
no hace vernos libres en la medida en que asignamos valores a lo que nos rodea y ordenamos el mundo conforme a una jerarquía.
Para Gandhi, la superioridad moral del que ha dado un sentido a sus acciones,
especialmente a su sufrimiento, es importante. El sufrimiento no es deseable, pero debe alcanzar un sentido cuando se produce. No es fácil entender esto en una
sociedad que ha hecho de satisfacer cualquier deseo, propio o ajeno, su meta. Gandhi dio sentido y esperanza al sufrimiento de su pueblo.
La conclusión de Gandhi —"nos han convertido en lo que teníamos que ser: empleados e intérpretes"— es rotunda. Hoy podríamos decirlo de muchas otras cosas. Somos una gigantesca colonia global, en la que los colonizadores no colocan banderas, ni siquiera un sombrero en lo alto de una pica en el centro de la plaza. La "colonia" hoy se parece más a las de los insectos sociales en las que cada uno es "lo que tiene que ser". Estamos colonizados desde dentro, por nosotros mismos, al haber tomado forma nuestros deseos de dominio sobre los otros para usarlos en nuestro beneficio personal o grupal. Aquí no hay nadie al que expulsar; solo cambiarnos, tarea mucho más complicada.
Hoy hablamos mucho de "liderazgo". Nuestras "escuelas de liderazgo" quedan en ridículo frente a Gandhi y lo que ofreció y pidió a su pueblo. Les dio el ejemplo de su moral y le siguieron. No les prometió el éxito, sino la cárcel. Y no necesitaron leer a Tagore para no aburrirse dentro.
La victoria
de Gandhi y del pueblo indio fue demostrar que la superioridad moral es más eficaz
que la económica o militar; que ellos no necesitaban a los ingleses, pero que
los ingleses sí a ellos; que con cada hindú que mataran o encarcelaran, tendrían
menos trabajadores a su disposición y les resultaría menos rentable la
ocupación. Gandhi les enseñó a ser conscientes de eso, de la superioridad de
sus valores.
Todo lo
que aprendemos no vale nada si no mejora a la persona en esa altura moral que
señalaba Gandhi. Solo es posible hacer sociedades mejores con personas mejores.
Nosotros solo las queremos más eficaces y rentables. El desaliento que
percibimos y cuantificamos en sesudos estudios no es más que la falta de miras
de nuestros deseos convertidos en objetivos educativos. Dice Gandhi en el mismo
artículo: "La juventud de una nación es su esperanza". Pero ¿qué
ocurre cuando es esa juventud la que no tiene lugar para la esperanza? Un país
con esperanza es un país con esperanza en su juventud. Lo malo es que muchos,
con mentalidad colonial, solo ven en ella "empleados e intérpretes".
Deberíamos
plantearnos si parte de nuestras limitaciones no provienen de nuestra pérdida
de altura, de la pobreza moral de lo que transmitimos y del mal ejemplo que damos. El sistema educativo es espejo del sistema social; el desánimo educativo no es más que el resultado del desánimo social,
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