Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
celebración política de la llegada de Eurovegas a España y la réplica inmediata de
Cataluña al "éxito" de Madrid con un torrente de casinos y parques
temáticos es una muestra más de la ceguera política de nuestros gobernantes y
de su visión pedestre del desarrollo económico y, sobre todo, social. Confundir
"crecimiento" económico con "desarrollo" solo es posible
careciendo de la más mínima sensibilidad respecto al presente y de los más
elementales sueños e ideales para el futuro.
Obsesionados
con "mandar mensajes" a los mercados, hemos dejado de mandar mensajes
a la sociedad española, algo que dé sentido al sufrimiento y al sacrificio, mucho
de él necesario, nadie lo duda, pero necesitado del aliento de la fe en un
futuro distinto, alejándonos del eterno retorno de la estupidez, auténtico
drama centrífugo de este país.
Todos
los discursos se dirigen a las capitales europeas y a los capitalistas globales,
pero ninguno a la sociedad española. Una vez más se constata la miopía y
mediocridad de nuestra clase política incapaz de ir más allá del modelo
desastroso que nos ha traído hasta aquí. Un modelo que no resuelve el problema
principal, que es el de la calidad del empleo, el problema real, el que afecta a la vida de los millones de españoles. Es un suicidio seguir haciendo
parques temáticos y casinos mientras se mandan a otros países y se desperdician
nuestros mejores ingenieros e investigadores.
El
empleo se sigue degradando porque la cualificación que requieren los sectores
predominantes, los que apuestan por los casinos, sigue siendo baja, muy baja. Más desperdicio de "capital humano", como les gusta decir, el único que nos les importa despilfarrar.
El tipo
de ocupación que el "mercado laboral" ofrece y demanda acaba fijando
los niveles educativos. Una parte amplia de nuestra sociedad tiene una
formación muy por encima del empleo que desempeña, por eso se da esa vergonzosa
paradoja de los jóvenes que deben esconder su extenso currículum para poder ser
contratados. Se nos cae el alma a los pies cuando nuestros antiguos alumnos, los más brillantes, nos cuentan en qué están trabajando y con qué salarios. Esos salarios que Europa quiere que sigan bajando para poder traer aquí sus inversiones, las de los casinos incluidos. Cuanto más bajos sean nuestros salarios medios, más barato les saldrá hacerse con los servicios de nuestros investigadores, ingenieros, médicos, etc. que aceptarán gustosos cualquier limosna, besando la mano que les dé de comer en su propio campo profesional.
Las
condiciones para la modificación del mapa de la producción requiere la
conjunción de tres elementos: la voluntad empresarial, la financiación bancaria
mediante la selección del crédito, y la estrategia y decisión políticas para
abrir nuevos campos de mejora. Empresarios, banqueros y políticos son los
responsables del tipo de iniciativas necesarias para que se salga adelante.
Los empresarios tienen las iniciativas y los bancos apuestan por ellos después
de que los políticos les despejan los caminos.
No es
necesario decir que los tres sectores han fallado estrepitosamente en sus
funciones de progreso real de la sociedad. Han carecido de las miras
emprendedoras en sectores que no fueran los trillados hasta el momento; los
bancos les han apoyado en la creación de las burbujas inmobiliarias y el
endeudamiento de las hipotecas, íntimamente relacionados con el desarrollo
turístico; y, finalmente, los políticos les han apoyado mediante las
regulaciones y estímulos fiscales favorables, además de otros apoyos obvios traducidos en escándalos y procesos.
La
confluencia de los tres intereses ha sido nefasta. Todavía resuenan las
palabras recientes de algún político diciendo que la "burbuja inmobiliaria estuvo
muy bien". Ahora apuestan por los casinos y las industrias colaterales evidentes.
La subida en bolsa —un 35%— de la inmobiliaria presumiblemente encargada de la
construcción ha sido muestra de ese estado de espera para volver a lo mismo. Los titulares
de hoy lo presentan como un "éxito de confianza" en España. Nadie lo
duda, pero eso no significa que sea bueno si queremos escapar del modelo
vigente que se ha mostrado altamente peligroso y débil para contener las
oleadas de crisis futuras que muchos pronostican en un mundo inestable por la desregulación de los mercados globales.
El
trípode del desarrollo ha estado totalmente desequilibrado o, si se prefiere, equilibrado para ir en una sola dirección. Aquello que siempre ponderan del
mundo empresarial (los bancos también son empresas), el "riesgo", ha
servido para financiar especulación y empleo de baja calidad, un empleo que ha
sido absorbido en gran medida con la inmigración en distintos sectores, de la
agricultura al comercio. Rentaba más invertir sobre seguro. ¿El resultado?
Emigración de los mejores, inmensos agujeros bancarios por el ladrillo, empleo
de baja calidad, abandono escolar, deterioro de la educación, endeudamiento
familiar, aumento de la morosidad. Y unos cuantos ricos.
Los que
han conseguido sacar adelante unas empresas punteras, innovadoras, capaces de
crecer y crear puestos de trabajo de calidad, merecen monumentos porque pocos
entornos más necios y hostiles es posible encontrar que el nuestro. En cambio
para los casinos y otras formas de negocios relacionados con el
entretenimiento, la puerta abierta de par en par.
Tenemos
un gran potencial. La retórica oficial siempre se recrea al decirlo, pero no da
un paso para pasar de la "potencia" al "acto". Hay miles de
jóvenes y no tan jóvenes formados para poder crear empresas que produzcan,
exporten y tengan sueldos decentes para poder reactivar una economía que se ha
basado en el consumo por endeudamiento. No hemos crecido; estábamos hinchados.
Es hora de crecer de verdad. Y en la dirección correcta.
Ahora les pedimos que traigan dinero para hacer casinos; luego les pediremos que traigan
dinero para jugar en ellos. Con una sonrisa les preguntaremos sobre si su
estancia ha sido agradable, les despediremos deseándoles un buen viaje y que regresen
otra vez. Y habrá que extender la mano por si "cae" algo..
Ni la
carta de los ingenieros al ministro ni las oraciones a Santa Rita o a San Antonio
—no sé bien a quién corresponde esto— sirven
para que no sigan con la misma obsesión: repetir el modelo, el remake español. De ¡Vente a Alemania, Pepe! a Los
bingueros, de El pisito a Bienvenido, Mr Marshall. Lo que nos hizo
reír, hoy nos hace llorar. Lo que creíamos superado, enterrado, vuelve a golpearnos como un boomerang.
Sí, estas
películas ya las hemos visto. Pero estos remakes tienen menos gracia.
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