Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Shaima Alawady, la mujer iraquí asesinada |
«¿Por
qué, por qué?», es
lo que se pregunta desolada la hija de Shaima Alawadi, la madre de cinco
hijos asesinada ayer en El Cajon, en el condado de San Diego (California). Lo
único reprochable que la señora
Alawadi, de treinta y dos años, hizo fue no camuflar su origen iraquí. Junto a ella, una nota: “go back to
your country you terrorist”. Shaima Alawadi fue golpeada brutalmente en
la cabeza hasta morir.
Cuando el país no se ha recuperado de la muerte del joven
negro muerto por los disparos de alguien que tiene —por el hecho de tener un
arma en casa—el derecho de considerar sospechosos a los que se visten de forma
diferente, tienen la piel de color diferente y caminan de forma diferente. Un
arma es una razón de peso para convertirte
en juez de los más. Con un arma en las manos no eres diferente; eres uno más.
La hija de la víctima, Fátima |
Lo más impresionante del caso es que el ciudadano Zimmerman,
el autor de los disparos, no fue tan siquiera detenido en aplicación de la Ley del
Estado que permite al que se sienta amenazado eliminar su amenaza. Así de
simple. Pero la amenaza del ciudadano Zimmerman corría delante de él, lloraba y
pedía auxilio antes de morir. El ciudadano Zimmerman logró correr más que su
amenaza de diecisiete años.
El periodista norteamericano de la Fox, Geraldo Rivera, ha
sembrado la polémica al señalar que tiene tanta responsabilidad la “capucha”
que el joven llevaba como el normal ciudadano Zimmerman con su arma. El periodista asume el prejuicio de los demás al considerar que un latino o un afroamericano deben ir impecablemente vestidos para evitar que los maten o que se cambien de acera a su paso. Rivera hace un llamamiento a los padres de
jóvenes latinos y negros para que no los dejen salir en la noche con “capuchas”.
Pero todos saben —por eso ha causado indignación— que eso es solo la parte superficial
del asunto, la punta del iceberg. Es una misma argumentación la que acusa a las mujeres de buscar los acosos por las
vestimentas llamativas, a los negros por llevar capuchas o a Shaima Alawady, la
mujer asesinada, por llevar un pañuelo. Es un razonamiento que siempre da el derecho a juzgar a los mismos.
La intervención del periodista Geraldo Rivera |
La falda corta te convierte en puta, la capucha en ladrón,
el velo en terrorista. Por eso, se organizó hace unos meses “la marcha de las
putas”, las de las mujeres para demostrar que su libertad para vestir no es una
cuestión que los otros tengan que decidir. Por eso, igualmente, se ha
organizado la “marcha del millón de capuchas”, para enseñar a los demás que no
eres un juez autonombrado.
Esto son las secuelas de los excesos verbales, de los llamamientos
nacionalistas, xenófobos con los que se están calentando las campañas
electorales. Es la reivindicación del “inglés” como única lengua admisible, que
estigmatiza a los que tengan otra lengua, otra piel, otra religión. Es una
mezcla de miedo, soberbia y cobardía.
El mundo se está llenando de locos que escuchan voces. Pero
esas voces no surgen del fondo de sus cerebros enfermos, sino de radios y
televisores, de páginas de internet y de periódicos; tienen la forma de discursos,
de chistes, de debates, de insultos… El mensaje es el mismo: tú y los que son
como tú sois el centro del universo; todos los que son diferentes son obra del
diablo y merecen la muerte. Dios te ama solo a ti y a los que son como tú. Y cogen
un arma en California y en Florida, en Oslo y en Toulouse, Afganistán. Y matan.
La
única verdad de todo esto son las decididas palabras que Fátima, la hija de la
mujer iraquí asesinada, lanza desde la pantalla de televisión al asesino de
su madre: «No eres ni cristiano, ni judío ni musulmán. Eres una animal,
quien quiera que seas.»
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