lunes, 12 de marzo de 2012

La enfermedad holandesa y los síntomas españoles

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los economistas llaman “enfermedad holandesa” o “mal holandés” a los efectos negativos de la apreciación de la moneda por la entrada de capital exterior en el sistema. Lo que aparentemente trae beneficios por un lado está distorsionando el funcionamiento del conjunto y destruyendo otros sectores.
Algunos países americanos se están preguntando si no sufrirán los síntomas de esta enfermedad. En el diario Clarín explicaban el origen del término y se preguntaban —con el título «¿La Argentina, una nueva víctima de la “enfermedad holandesa”?»*— por el alcance y los efectos de este mal:

La expresión "enfermedad holandesa" fue acuñada en los 60 tras el descubrimiento de gas natural en el Mar del Norte. La explotación del hidrocarburo derivó en una apreciación brusca de la moneda holandesa y, ergo, la contracción de la industria. Los economistas pusieron el caso en el laboratorio y encontraron que los países con abundantes recursos naturales sufren la apreciación de sus tipos de cambio por culpa de los dólares provenientes de la exportación de materias primas.
El fenómeno afecta, principalmente, a los países con estructuras productivas dependientes de la explotación de recursos naturales (como la Argentina), donde muchas veces el crecimiento de un sector ocurre a expensas de otros. La enfermedad holandesa atrofia el desarrollo y el funcionamiento del sistema financiero.*

Los problemas, nos cuentan los expertos, provienen precisamente de la apreciación de la moneda que supone la llegada del dinero exterior. Al apreciarse, se produce un encarecimiento que hace contraerse la industria ya que en el mercado interior se puede comprar menos con más y lo mismo ocurre para las exportaciones, que se frenan porque tienen la dificultad de una moneda sobrepreciada. En el artículo señalan: «Se trata de un fenómeno que destruye industrias y empleos a través de la apreciación cambiaria.»*

No es Argentina el único caso. El consultor de BridgeWorld Ignacio Prieto apuntaba, con el título “Brasil y la enfermedad holandesa”, los mismos males:

La exportación de productos del sector primario, absorbe recursos de otros sectores frenando la industrialización, aumentando los precios y salarios y revalorizando la moneda local lo que fomenta las importaciones y cierra un círculo vicioso que impide el correcto desarrollo del país.
Hoy asistimos a un repunte en los precios de las materias primas debido a la fuerte demanda que proviene de las economías emergentes.
Brasil es uno de los países más beneficiados por este aumento de demanda. País rico donde los haya en recursos naturales, Brasil se enfrenta a una ingente entrada de capitales ávidos por tomar posiciones en el sector extractivo.
El resultado es un elevado índice inflacionario derivado de un crecimiento constante del consumo interno. Los brasileños ven como los rendimientos de su trabajo crecieron en marzo de este año al 6.7%.**


Por lo que parece, por toda Latinoamérica se están percibiendo los síntomas del “mal holandés”. Colombia tampoco escapa:

En Colombia hay síntomas de la aparición de la llamada `enfermedad holandesa` generada por el aumento significativo de los ingresos externos al sector minero-energético viene captando más del 85% de la Inversión Extranjera Directa (IED), dijo el codirector del Banco de la República, Carlos Gustavo Cano Sanz.***

Lo peor de este tipo de “enfermedad” es que es eufórica, como toda llegada de capital abundante. Muchas veces no es fácil tomar medidas contra la aparente riqueza y el gasto se dispara, desviando el crédito de la industria y llevándolo al consumo con los efectos consiguientes en ambos campos. Uno de los ejemplos históricos habituales que se proponen para explicar los efectos de la enfermedad holandesa es precisamente la entrada masiva de plata en la España de los Austrias. No hay que irse tan lejos. España, según señalan los economistas padeció la enfermedad holandesa entre 1988 y 1992. Se resolvió con devaluaciones de la peseta y controles presupuestarios, congelaciones de precios y salarios, entre otras medidas. España, por otro lado, nos dicen que tiene el récord de bancarrotas en la historia, cuatro, si bien todas se dieron en el periodo señalado, entre 1557 y 1596.


Me imagino que le pusieron “enfermedad holandesa” y no “enfermedad o mal español” por no cebarse con nosotros. Ya tenemos adjudicada la famosa y destructora “gripe española”, que acabó con la vida —se dice pronto— de entre 25 y 40 millones de personas entre 1918 y 1920. Nosotros tuvimos poco que ver, según cuentan los historiadores, pero nos tocó el bautizo. Más allá de España, el fenómeno se ha estado detectando en las últimas décadas —cono sus características específicas pero con los mismos síntomas— en muchas economías de todo el mundo.

¿Tenemos nosotros la enfermedad holandesa? Y en su caso, ¿cuál es nuestra variante del mal? En febrero, Florentino Felgueroso y Luis Garicano firmaron un artículo en el diario El País con el título “Curando nuestra enfermedad holandesa”. En él explicaban lo siguiente:

En los últimos 15 años, España no encontró petróleo. Pero el sol y el ladrillo, y su (supuesta) demanda por parte de los extranjeros, fue nuestro petróleo. Como en el Siglo de Oro, la demanda interna se incrementó al subir nuestra exportación de sol, los precios internos subieron, la competitividad se deterioró y la economía se reorientó hacia los bienes y servicios no comerciables.
Pero nuestra variante de la enfermedad holandesa tiene una peculiaridad novedosa con respecto a la experiencia previa y muy dañina a largo plazo: las ocupaciones hacia las que se orientaba la demanda -caricaturizando, poner ladrillos o poner cafés- requerían un nivel educativo muy bajo. El salario de los menos educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más educados. El resultado fue un incremento del abandono escolar y la parada brusca de la convergencia educativa con nuestros vecinos del Norte.****


A lo largo de la historia de este blog hemos llegado a esa misma consecuencia por distintos caminos.  Los de la economía, los de la educación y los de la cultura nos llevan al mismo punto, con nuestra propia variedad de la pandemia económica y social. Si la crisis americana viene la extracción masiva de recursos destinados a la fábrica china —recordemos nuestra entrada del otro día sobre los conflictos con la minería en Ecuador contra las empresa chinas— y la desindustrialización que está suponiendo, la crisis española en sus efectos no le va a la zaga. Parece que no interesa una España productiva y se nos ha fijado el valor “suelo + sol + ocio”, turístico, urbanizable, entretenimiento, etc. como valores nacionales en los que merece la pena invertir desde el exterior.

Los efectos son los mismos: desindustrialización, caída de las necesidades educativas porque se produce una proletarización de los trabajadores. Señalan Felgueroso y Garicano que “el salario de los menos educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más educados”. ¿Existe mayor desmotivación para la formación? El efecto —algo que hemos tratado frecuentemente— es el abandono, la marcha de los mejor preparados de este país, que ha cambiado la “pandereta” por el “mercadillo medieval”. Solo les queda coger el tren y marcharse con su maleta, como en los años cincuenta, a Alemania o a China. Pero esta vez son doctores e investigadores.
La inversión en educación, en ciencia, etc. es completamente inútil con un empresariado que se ha configurado a resultas del mal holandés en variante patria. Ellos siguen pidiendo más de lo mismo porque ya no saben vivir de otra cosa. Llamamos innovación a mejorar el pinchito de tortilla. Nos sobran científicos, según parece, y nos faltan animadores, cocineros, croupiers, etc. Como decíamos en el texto sobre Ecuador, aplicable exactamente aquí, no es lo mismo crecimiento que desarrollo. La clase política sigue pensando en términos de cifras de paro sin entrar en sus causas y en su futuro. No basta con sembrar, hay que hacerlo en sitios útiles y eligiendo las semillas.
Sigamos por el camino de los Eurovegas, de los campos de golf, de los spas, de las peluquerías para las mascotas, de los eventos deportivos, acontecimientos mundiales, las olimpiadas, la roja, la venta de camisetas, y demás negocios redondos para unos pocos y destructores para el tejido social, que queda estancado, mal pagado y sin perspectivas. Sigamos con la idea de los minijobs, de los contratos en formación, con el es mejor estar mal pagado que no tener nada, etc. Y sigamos engañándonos diciendo que son puntuales. Y los son, en efecto, pero como un reloj suizo. Seguimos discutiendo sobre el sueldo y no sobre el trabajo. Todo se centra en el hecho del contrato y del despido. No se discute de otra cosa. No hace falta una reforma laboral, sino una reindustrialización.
Sigamos hasta que el mal holandés se gane el nombre que nunca debió dejar de tener: mal español.


* ¿La Argentina, una nueva víctima de la “enfermedad holandesa”? Clarín 8/01/2012 http://www.ieco.clarin.com/economia/Argentina-nueva-victima-enfermedad-holandesa_0_623937838.html

** Ignacio Prieto: “Brasil y la enfermedad holandesa”. BridgeWorld 23/05/2011 http://www.bridgedworld.com/es/brasil-y-la-enfermedad-holandes

*** “Hay síntomas de 'enfermedad holandesa', insiste codirector de Emisor”. El Espectador 22/07/2011 http://www.elespectador.com/economia/articulo-286307-hay-sintomas-de-enfermedad-holandesa-insiste-codirector-de-emiso

**** Florentino Felgueroso y Luis Garicano: “Curando nuestra enfermedad holandesa” El País 2/02/2012 http://elpais.com/diario/2012/02/05/negocio/1328451268_850215.html

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