Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Algunos países americanos se están preguntando si no
sufrirán los síntomas de esta enfermedad. En el diario Clarín explicaban el origen del término y se preguntaban —con el
título «¿La Argentina,
una nueva víctima de la “enfermedad holandesa”?»*— por el alcance y los efectos de este mal:
La expresión "enfermedad
holandesa" fue acuñada en los 60 tras el descubrimiento de gas natural en
el Mar del Norte. La explotación del hidrocarburo derivó en una apreciación
brusca de la moneda holandesa y, ergo, la contracción de la industria. Los
economistas pusieron el caso en el laboratorio y encontraron que los países con
abundantes recursos naturales sufren la apreciación de sus tipos de cambio por
culpa de los dólares provenientes de la exportación de materias primas.
El fenómeno afecta, principalmente,
a los países con estructuras productivas dependientes de la explotación de
recursos naturales (como la Argentina), donde muchas veces el crecimiento de un
sector ocurre a expensas de otros. La enfermedad holandesa atrofia el
desarrollo y el funcionamiento del sistema financiero.*
Los problemas, nos cuentan los expertos, provienen
precisamente de la apreciación de la moneda que supone la llegada del dinero
exterior. Al apreciarse, se produce un encarecimiento que hace contraerse la
industria ya que en el mercado interior se puede comprar menos con más y lo
mismo ocurre para las exportaciones, que se frenan porque tienen la dificultad
de una moneda sobrepreciada. En el artículo señalan: «Se trata de un fenómeno
que destruye industrias y empleos a través de la apreciación cambiaria.»*
No es Argentina el único caso. El consultor de BridgeWorld Ignacio Prieto apuntaba, con
el título “Brasil y la enfermedad holandesa”, los mismos males:
La exportación de productos del
sector primario, absorbe recursos de otros sectores frenando la
industrialización, aumentando los precios y salarios y revalorizando la moneda
local lo que fomenta las importaciones y cierra un círculo vicioso que impide
el correcto desarrollo del país.
Hoy asistimos a un repunte en los
precios de las materias primas debido a la fuerte demanda que proviene de las
economías emergentes.
Brasil es uno de los países
más beneficiados por este aumento de demanda. País rico donde los haya en
recursos naturales, Brasil se enfrenta a una ingente entrada de capitales
ávidos por tomar posiciones en el sector extractivo.
El resultado es un elevado índice inflacionario derivado de un crecimiento
constante del consumo interno. Los brasileños ven como los rendimientos de su
trabajo crecieron en marzo de este año al 6.7%.**
Por lo que parece, por toda Latinoamérica se están
percibiendo los síntomas del “mal holandés”. Colombia tampoco escapa:
En Colombia hay síntomas de la
aparición de la llamada `enfermedad holandesa` generada por
el aumento significativo de los ingresos externos al sector minero-energético
viene captando más del 85% de la Inversión Extranjera Directa (IED), dijo el
codirector del Banco de la República, Carlos Gustavo Cano Sanz.***
Lo peor de este tipo de “enfermedad” es que es eufórica, como toda llegada de capital
abundante. Muchas veces no es fácil tomar medidas contra la aparente riqueza y
el gasto se dispara, desviando el crédito de la industria y llevándolo al
consumo con los efectos consiguientes en ambos campos. Uno de los ejemplos históricos
habituales que se proponen para explicar los efectos de la enfermedad holandesa
es precisamente la entrada masiva de plata en la España de los Austrias. No hay
que irse tan lejos. España, según señalan los economistas padeció la enfermedad
holandesa entre 1988 y 1992. Se resolvió con devaluaciones de la peseta y
controles presupuestarios, congelaciones de precios y salarios, entre otras
medidas. España, por otro lado, nos dicen que tiene el récord de bancarrotas en
la historia, cuatro, si bien todas se dieron en el periodo señalado, entre 1557
y 1596.
Me imagino que le pusieron “enfermedad holandesa” y no “enfermedad o mal español” por no cebarse con nosotros. Ya tenemos adjudicada la famosa y destructora “gripe española”, que acabó con la vida —se dice pronto— de entre 25 y 40 millones de personas entre 1918 y 1920. Nosotros tuvimos poco que ver, según cuentan los historiadores, pero nos tocó el bautizo. Más allá de España, el fenómeno se ha estado detectando en las últimas décadas —cono sus características específicas pero con los mismos síntomas— en muchas economías de todo el mundo.
¿Tenemos nosotros la enfermedad
holandesa? Y en su caso, ¿cuál es nuestra variante del mal? En febrero, Florentino
Felgueroso y Luis Garicano firmaron un artículo en el diario El País con el título “Curando nuestra
enfermedad holandesa”. En él explicaban lo siguiente:
En los últimos 15 años, España no
encontró petróleo. Pero el sol y el ladrillo, y su (supuesta) demanda por parte
de los extranjeros, fue nuestro petróleo. Como en el Siglo de Oro, la demanda
interna se incrementó al subir nuestra exportación de sol, los precios internos
subieron, la competitividad se deterioró y la economía se reorientó hacia los
bienes y servicios no comerciables.
Pero nuestra variante de la enfermedad holandesa tiene una peculiaridad novedosa con respecto a la experiencia previa y muy dañina a largo plazo: las ocupaciones hacia las que se orientaba la demanda -caricaturizando, poner ladrillos o poner cafés- requerían un nivel educativo muy bajo. El salario de los menos educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más educados. El resultado fue un incremento del abandono escolar y la parada brusca de la convergencia educativa con nuestros vecinos del Norte.****
Pero nuestra variante de la enfermedad holandesa tiene una peculiaridad novedosa con respecto a la experiencia previa y muy dañina a largo plazo: las ocupaciones hacia las que se orientaba la demanda -caricaturizando, poner ladrillos o poner cafés- requerían un nivel educativo muy bajo. El salario de los menos educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más educados. El resultado fue un incremento del abandono escolar y la parada brusca de la convergencia educativa con nuestros vecinos del Norte.****
A lo largo de la historia de este blog hemos llegado a esa misma consecuencia por distintos caminos. Los de la economía, los de la educación y los de la cultura nos llevan al mismo punto, con nuestra propia variedad de la pandemia económica y social. Si la crisis americana viene la extracción masiva de recursos destinados a la fábrica china —recordemos nuestra entrada del otro día sobre los conflictos con la minería en Ecuador contra las empresa chinas— y la desindustrialización que está suponiendo, la crisis española en sus efectos no le va a la zaga. Parece que no interesa una España productiva y se nos ha fijado el valor “suelo + sol + ocio”, turístico, urbanizable, entretenimiento, etc. como valores nacionales en los que merece la pena invertir desde el exterior.
Los efectos son los mismos: desindustrialización, caída de
las necesidades educativas porque se produce una proletarización de los
trabajadores. Señalan Felgueroso y Garicano que “el salario de los menos
educados creció, durante este periodo, más rápidamente que el de los más
educados”. ¿Existe mayor desmotivación para la formación? El efecto —algo que hemos tratado frecuentemente— es el abandono, la
marcha de los mejor preparados de este país, que ha cambiado la “pandereta” por
el “mercadillo medieval”. Solo les queda coger el tren y marcharse con su
maleta, como en los años cincuenta, a Alemania o a China. Pero esta vez son
doctores e investigadores.
La inversión en educación, en ciencia, etc. es completamente
inútil con un empresariado que se ha configurado a resultas del mal holandés en
variante patria. Ellos siguen pidiendo más de lo mismo porque ya no saben vivir
de otra cosa. Llamamos innovación a
mejorar el pinchito de tortilla. Nos
sobran científicos, según parece, y
nos faltan animadores, cocineros, croupiers, etc. Como decíamos en el texto
sobre Ecuador, aplicable exactamente aquí, no es lo mismo crecimiento que desarrollo.
La clase política sigue pensando en términos de cifras de paro sin entrar en
sus causas y en su futuro. No basta con sembrar,
hay que hacerlo en sitios útiles y eligiendo las semillas.
Sigamos por el camino de los Eurovegas, de los campos de golf, de los spas, de las peluquerías para las mascotas, de los eventos
deportivos, acontecimientos mundiales, las olimpiadas, la roja, la venta de camisetas, y demás negocios redondos para unos
pocos y destructores para el tejido social, que queda estancado, mal pagado y sin perspectivas. Sigamos con la idea de los minijobs, de los contratos en formación,
con el es mejor estar mal pagado que no
tener nada, etc. Y sigamos engañándonos diciendo que son puntuales. Y los son, en efecto, pero como un reloj suizo. Seguimos discutiendo sobre el sueldo y no sobre el trabajo. Todo se centra en el hecho del contrato y del despido. No se discute de otra cosa. No hace falta una reforma laboral, sino una reindustrialización.
Sigamos hasta que el mal
holandés se gane el nombre que nunca debió dejar de tener: mal español.
* ¿La Argentina, una nueva víctima de la “enfermedad
holandesa”? Clarín 8/01/2012 http://www.ieco.clarin.com/economia/Argentina-nueva-victima-enfermedad-holandesa_0_623937838.html
** Ignacio Prieto: “Brasil y la enfermedad holandesa”. BridgeWorld 23/05/2011 http://www.bridgedworld.com/es/brasil-y-la-enfermedad-holandes
*** “Hay síntomas de 'enfermedad holandesa', insiste codirector de Emisor”. El Espectador 22/07/2011 http://www.elespectador.com/economia/articulo-286307-hay-sintomas-de-enfermedad-holandesa-insiste-codirector-de-emiso
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