Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quizá algunos recuerden el escandaloso libro de finales de los
sesenta, Suecia. Infierno y paraíso, del
italiano Enrico Altavilla, con el que los que no vivíamos allí —y nos pillaba
un poco lejos— pudimos enterarnos de muchas cosas que llegaban del norte. Suecia
era el paradigma de la libertad en todos los terrenos. Para algunos, Suecia era
un escándalo con fronteras. Para otros, el paraíso con el que se podía soñar en
color.
Para los que no le tenían mucho apego a eso de leer, se
realizó una película documental —de “arte y ensayo”— para comprobar visualmente
que las cosas que se contaban no eran
fruto de la mente calenturienta de un latino posconciliar y que realmente los
suecos hacían esas cosas. Suecia confirmó, más allá de la liberalidad de las costumbres, su gusto por la libertad apoyando sin
trabas las políticas de derechos humanos y dando asilo y acogiendo a muchos
miles de personas que llegaban de todos los rincones del mundo.
La noticia que ha sacudido Suecia estos días es el
descubrimiento de que el país, uno de los más centrados en la defensa de los
derechos humanos, mantiene una relación —tirando
a secreta— con Arabia Saudí para la fabricación de armas y misiles. Tras
diversos intentos de esconderlo y posteriormente echarse la pelota unos
gobiernos suecos a otros, la cuestión ha quedado confirmada. La información ha
causado la dimisión del ministro de Defensa. Los ciudadanos suecos han quedado
anonadados.
A principios de marzo, la radio
pública sueca denunció la intención de la empresa estatal sueca FOI, dedicada a
la investigación militar, de colaborar en Arabia Saudita en la construcción de
una fábrica de armamentos.
Tras esta revelación, la oposición
de izquierda, miembros de la de centro-derecha, liberales conservadores del
Partido Moderado y otros organismos criticaron duramente los planes del gobierno.
La sociedad critica la venta de
armas suecas a Arabia Saudita, por un valor que en 2011 fue de alrededor de 9,2
millones de coronas (429 millones de dólares), consignó la agencia de noticias
DPA.
La oposición cuestionó la
estrecha cooperación del país escandinavo con Arabia Saudita, teniendo en
cuenta la violación de los derechos humanos del régimen autoritario del país de
la península arábiga.*
Las relaciones con Arabia Saudí son complicadas desde muchos puntos de vista, pero convertir a Suecia en socio armamentístico del reino saudí es algo que excede lo que las liberales mentes suecas pueden admitir. El papel represor a conveniencia que Arabia Saudí juega, por ejemplo, en los levantamientos de Bahrein está demasiado presente en la mente de todos. No entramos en la financiación que están realizando de los más conservadores movimientos árabes para llevar la "primavera" a su terreno.
Es demasiado escándalo, demasiada distancia entre “infierno”
y “paraíso”. Las mujeres suecas están muy lejos de los negros envoltorios con
que los saudíes envuelven a sus ciudadanas. La igualdad de derechos sueca nada
tiene que ver con la prohibición de conducir o la imposibilidad de que una
mujer entre en el país sin que un hombre sea “su responsable”. Vender y
ayudarles a fabricar armas que serán usadas al servicio de uno de los regímenes
más retrógrados y medievales del mundo no es asimilable por los ciudadanos
suecos y, me imagino, que por los de otros muchos países.
El hecho de que se haya llevado tan en secreto la operación
económica nos muestra que la codicia puede más que los principios; que la
economía más que los derechos. Los saudíes no deben merecer más respeto que el
que ellos conceden a sus propios súbditos.
La misma falsedad y codicia que nos hizo vender armas al
régimen de Gadafi, incluidas las bombas de racimo antes de que fueran
prohibidas definitivamente, es la que los suecos, más conscientes de derechos,
denuncian.
Hay que elevar la vigilancia sobre este tipo de situaciones.
Ha sido la radio pública sueca la que ha destapado el asunto. Otro ejemplo de
que los medios públicos deben estar al servicio de los ciudadanos y no ser portavoces
partidistas del gobierno de turno, da igual el color. Los medios han actuado a
sabiendas de que esa información era necesaria para la correcta constitución de
la opinión pública. El gobierno, por el contrario, ha preferido el secretismo a
sabiendas de que actuaba en contra de la conciencia general de sus ciudadanos.
Debemos aprender de los medios públicos y de los ciudadanos
suecos.
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