Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La trágica y absurda muerte del joven Trayvon Martin ha dado
origen a un movimiento en los Estados Unidos. Como todo movimiento necesita de
símbolos para ser identificado. Como el joven mereció sospechas por ir con su
capucha puesta, como tantos otros adolescentes, la capucha ha pasado a ser el
elemento central de las protestas. A las marchas del millón de capuchas —pronto
renombrada como de los dos millones— que ha ido sumando manifestantes por las
distintas ciudades norteamericanas, se ha sumado un nuevo elemento simbólico:
los caramelos que el joven había salido a comprar. Los manifestantes acuden a
las protestas con sus capuchas y las bolsas de caramelos, los Skittles, de la marca Mars.
The New York Times
nos cuenta las distintas reacciones y enfoques que tiene el símbolo elegido en
la medida en que es un producto comercial*. Para la marca, puede convertirse en
una encerrona ya que el aumento de ventas puede verse como una forma de
aprovechamiento de las circunstancias. Cuanto más gane con la protesta, más
criticada será si no hace nada al respecto. La opción es crear un fondo de
ayuda con los beneficios extra que se hayan podido generar con estas ventas.
Eso obliga a la compañía a tener que modificar su enfoque del producto al
quedar asociado a un elemento imprevisto como es la muerte del joven Trayvon. Pero la vida son los imprevistos y estos caramelos, para bien o para mal, han quedado unidos simbólicamente con unos hechos.
La capucha no plantea ese problema comercial ya que no se identifica con una marca en especial. Por eso ha podido verse repartida por todos los Estados Unidos, en los más diversos escenarios. Hemos podido ver senadores y congresistas encapuchados, reverendos, coros enteros, equipos de baloncesto de la NBA… La sociedad americana sabe cuándo debe permanecer unida para sus causas. Porque la muerte de Trayvon es una de esas muertes que revelan un estado de la sociedad, algo que se ha venido rondando con la aprobación de diversas leyes que consagraban el prejuicio racial como parte de los argumentos por los que uno puede matar a otro.
El caso de Trayvon se ha rondado desde que se dio vía libre a las detenciones por perfil racial. La ley antiinmigración de Arizona, el año pasado, como señaló Hillary Clinton, permite detener a una persona por su acento o su aspecto. Basta que esa persona haga un movimiento sospechoso para que se cierre el círculo mortal. La primera sospecha te permite detenerle y la segunda matarle. La muerte de Trayvon ha causado tanta indignación por la tranquilidad con la que el ciudadano que disparó, George Zimmerman, pudo salir sin ser siquiera detenido al invocar que se sentía amenazado. El joven, como tantos otros, salió a darse un paseo y comprar esos caramelos que ahora adquieren un valor simbólico.
En una sociedad mediática los símbolos se apoderan
rápidamente de los mensajes y discursos. Pronto cubren paredes y son llevados en
pancartas. La capucha convierte al que la lleva en una reivindicación andante
del derecho a salir a la calle sin pensar en los que juzgan tu vestimenta como
una amenaza o un delito. Por eso las palabras del periodista Geraldo Rivera
causaron indignación aunque pensara en su propio hijo, Cruz, tal como el
presidente Obama pensó en que podía haber sido un hijo suyo si hubiera tenido
un varón. Ambos pensaron como padres, pero cada uno de forma distinta.
Rivera ha vivido su propio drama personal. Su hijo le envió
un mensaje diciendo que se avergonzaba de lo que había dicho. Sus palabras fueron imprudentes, desde
luego. La campaña de repulsa a sus palabras ha sido fulminante y de todos los tonos. Ha pedido perdón por ellas:
Rivera dijo el martes que una
conversación con su hijo mayor el día previo lo convenció de que estaba
equivocado. Reveló que por primera vez su hijo de 32 años, Gabriel Rivera, le
dijo que estaba avergonzado de algo que el padre había dicho y que eso no le
dejó dormir.
"Él nunca me había hablado
así", expresó el presentador de la cadena Fox News. "Fue como, '¡Ay!
¿Qué hice, he hecho para que mi hijo diga eso?'"**
El hijo le hizo un gran favor al padre. Tayvon Martin fue víctima de la paranoia de los prejuicios. Geraldo Rivera de sus propia boca. Afortunadamente ha comprendido que aunque exista gente que se cree con el derecho de juzgar a otros por su vestimenta, es más importante dejarles claro que no tienen ese derecho. Aunque suponga un riesgo. Debería transmitirle eso a su audiencia, que es más importante la libertad que el miedo.
* "For
Skittles, Death Brings Both Profit and Risk" The New York Times 28/03/2012 http://www.nytimes.com/2012/03/29/us/skittles-sales-up-after-trayvon-martin-shooting.html?_r=1&ref=us
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