Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ha llegado el momento de hacer balance de los disturbios que
asolaron zonas de Gran Bretaña en el pasado verano, ¿los recuerdan? Pillaje,
violencia, cargas… Todo ello desatado tras la muerte por un disparo en el pecho
de Mark Doggan, de 29 años, a manos de la Policía cuando iba a ser detenido. Las
consecuencias desastrosas en muchos barrios de distintas ciudades británicas desató la
polémica en la sociedad sobre las causas reales de tanta violencia. Ahora se
presentan los resultados de la comisión de expertos que estudiaron la
situación.
Hay que decir que no es fácil establecer causas, conexiones
entre actos, de este tipo porque las motivaciones pueden ser muchas y distintas. El
diario El mundo lo centra en sus
titulares en el “fracaso escolar”: «El
fracaso escolar fue una de las causas de los disturbios en Reino Unido este
verano»*. Sin
embargo, uno de los elementos más traumáticos para la sociedad fue descubrir
entonces que muchos de los que habían participado en aquellos incidentes no
tenían nada de fracasados o marginados escolares o sociales. Somos demasiado simples
a lo hora de establecer conexiones porque la mayoría de ellas están
predeterminadas por los tópicos. Y la realidad no es demasiado fácil de
catalogar con este tipo de ideas repetidas que unas veces funcionan y muchas otras no.
En el artículo se habla del “medio millón de familias
olvidadas”, de la ineficacia del gobierno para atender estos casos y de la
necesidad de que cada uno tenga su lugar y finalidad en la sociedad. Esto
implica una concepción de la sociedad
como un lugar ordenado que se desordena cuando no se mantienen las fuerzas de
cohesión. No es tan sencillo, desde luego, porque supone que los mensajes
sociales positivos mantienen el “orden”, mientras que su ausencia o los
contrarios son los negativos. En su informe, los investigadores han señalado:
Los expertos apuntaron a las
dificultades que encuentran los padres para educar a sus hijos, al
"materialismo" imperante entre los jóvenes y a la falta de confianza
en la policía como otras de las razones que explican los actos de vandalismo
sucedidos el pasado verano.
El informe, para el que se
entrevistó por teléfono a 1.200 personas que residen en las áreas más afectadas
por los disturbios, señala que el deseo de poseer objetos "de marca"
fue una de las principales motivaciones de los jóvenes que participaron en los
altercados.*
No entenderemos los fenómenos si se sigue practicando la “alienización”
de los jóvenes o de sectores de la sociedad. La edad es un criterio muy
engañoso de división social y, sin embargo, cada vez recurrimos más a
él. Probablemente esto se deba a que se nos han contagiado en demasía los
criterios mercantiles de segmentación de mercados. La edad es un criterio básico para
muchas divisiones sociales, algo que tiende a considerarlas como líneas
estándar, como fronteras, cuando en realidad no funciona así.
Miramos a los jóvenes como si fueran otros (aliens), distintos cuando no son más que el reflejo del
mundo que los adultos hacen para “ellos”. Hay un nosotros y un ellos, pero
“ellos” son el estadio previo al “nosotros”. ¿Por qué esta distancia esencial cuando solo es temporal?
Cuando los expertos hablan del “materialismo” imperante
entre los jóvenes, ¿a qué se refieren? Cuando los padres encuestados hablan del
furor por conseguir con los saqueos las marcas conocidas, ¿están expresando ese
“materialismo”? ¿Cuál es su origen?
Los que hayan visto la película musical West Side Story, recordarán el número “Gee, Officer Krupke”, en el que
los jóvenes se ríen de las explicaciones habituales de los adultos sobre su
comportamiento y se burlan del oficial de policía que les reprende y vigila
permanentemente. Me imagino que seguirá siendo así.
El “fracaso escolar” no explica los acontecimientos ni las
motivaciones que llevaron a ellos. Sirve para que se destine, en el mejor de los
casos, dinero a paliar ciertas situaciones. Pero no es la solución porque el
problema es mucho más amplio y tiene que ver con la sociedad que construimos y
con los lazos que establecemos entre nosotros por encima de los discursos
oficiales con los que nos gusta describirnos.
Lo primero es aceptar que esas personas no son otras cuando tienen cinco o seis años más. Pueden que cambien de hábitos, pero quizá no de principios
porque son esos mismos principios los que se les están exigiendo después. Puede que educar, en el sentido que le estamos
dando socialmente, no sea más que canalizar el deseo. Puede que haya una gran discordancia entre los discursos explícitos del sistema y los implícitos, entre lo que se dice y lo que realmente se hace.
La mayoría de los establecimientos
que sufrieron actos de vandalismo durante la semana de los disturbios vendían
prendas de ropa, zapatillas deportivas, teléfonos móviles y ordenadores.
"No es culpa de ninguna
marca en particular, pero los niños y los jóvenes deben estar protegidos del
'marketing' excesivo", considera el informe, que subraya que los comercios
locales deberían involucrarse en los problemas sociales de su zona y ayudar a
atajar el problema del paro juvenil creando puestos de trabajo para los
vecinos.
¿Es solo la educación lo que se
interpone entre una persona y sus zapatillas favoritas? ¿Es la educación el
freno del deseo y el fracaso escolar (educativo) el que lo demuestra
negativamente? La idea del “marketing excesivo” oculta también la falta de
principios de una sociedad que presiona a sus miembros desde su infancia. ¿Por qué no pensamos en
términos de continuidad y lógica y suponemos que esas personas
tratarán de llevar sus deseos como adultos por el mismo camino? Lo que empieza
en con el deseo de unas zapatillas no tiene porque curarse con la edad, ¿o sí? ¿Por qué pensamos que los jóvenes son
distintos de los adultos?
El profesor de Ciencia Política Hugh Heclo ha escrito:
Las mentiras, pensar en el corto
plazo, el autobombo, el menosprecio del deber, la indiferencia hacia los fines
más generales: todos estos son síntomas de un síndrome común que actúa
socavando la confianza social y los valores institucionales. De nuestra memoria
se desvanecen nombres de personas y de organizaciones concretas que son
reemplazados al día siguiente por nuevas informaciones sobre escándalos y
nuevos ejemplos de necia cortedad de miras. Tal vez no se reduzca todo a una
carencia de pensamiento en clave institucional, pero un hilo común une buena
parte de los ejemplos de conducta disfuncional que observamos en una tras otra
de las esferas de la vida contemporánea. Ese hilo conductor es el de la desatención
y la falta de respeto que muestran esas personas por los valores a largo plazo
de la iniciativa o empresa de la que forman parte.
Esta forma de enfocar la vida es
incluso exaltada como digna de loa y emulación. La cultura popular de hoy en
día dedica amplísimas dosis de atención y dinero al poder estelar del éxito
personal efímero. El mensaje es «Sé
una celebridad o, de lo contrario, confórmate con quedarte marginado como
cualquier otro obrero esclavizado». Igualmente, vivimos sometidos al asedio de
una cultura de consumo que fomenta el interés por nuestra propia persona
individual a corto plazo. Esta persona aparece caracterizada como un ser
enclaustrado en una situación de necesidad continua, capaz de afirmarse solo
mediante la adquisición de una serie siempre creciente de bienes materiales y
simbólicos. Según el comentario de un crítico cultural [Jean Bethke-Elshtain],
estamos ante «un yo estremecido y sentimental que se incomoda con mucha
rapidez, porque tiene que sentirse bien consigo mismo en todo momento. Ni este
yo ni ningún otro elabora buenos argumentos: son ellos mismos los que se
validan los unos a los otros».
Ni
Heclo ni Bethke-Elshtain está hablando de jóvenes. Lo están haciendo de la
sociedad en su conjunto en la que se detecta ese estado centrado en el ego
frente a lo institucional. Las instituciones funcionan porque funcionan las personas que las llevan. Se detecta una desconfianza institucional que se basa en el comportamiento de las personas a su frente, de ahí la importancia de la ejemplaridad además de la eficacia. Todos los días vemos las dimisiones por corrupción de ministros y presidentes de diversos países; procesamientos de empresarios o personas al frente de instituciones públicas o privadas. La gravedad de las causas puede diferir, pero el sentimiento es el mismo: el uso personal de la institución y la
indiferencia ante los demás. Por eso el desprestigio institucional se paga con
el mayor crecimiento de los defectos del conjunto. Las instituciones no cumplen su función ejemplar, sino que la debilitan enseñando que no se puede confiar en ellas. La desconfianza de los jóvenes ante la Policía, señalada en el informe, se deriva de las actuaciones de la propia Policía. Y así se puede seguir institución tras institución.
El materialismo de los jóvenes no es diferente del
materialismo de los adultos (los que han sido jóvenes no hace mucho). La “alienización”
juvenil es un error perceptivo. Son los discursos oficiales los que se oponen a las descarnadas y descaradas respuestas
que se obtienen cuando los expertos preguntan a los jóvenes sobre la motivación
de sus acciones. Tendrán tiempo de aprender respuestas mucho más
tranquilizadoras para el resto de la comunidad más adelante. Mientras pensemos
que es un problema de la juventud y
no un problema de la sociedad en su conjunto —de sus principios y fines— no se
avanzará. A lo mejor tampoco interesa y todo esto no son más que efectos
colaterales del egoísmo como motor social.
* “El fracaso escolar fue
una de las causas de los disturbios en Reino Unido este verano”. El Mundo 28/03/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/28/internacional/1332891428.html
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