Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País
—no entro siquiera en las intenciones— realiza un “titular pregunta” qué él
mismo se contesta: “¿Generación cangrejo? No creo”*. Se pregunta si los jóvenes van para atrás, como los cangrejos, en lo que a vivir mejor respecto a sus padres.
Se queda uno perplejo ante la pregunta que seriamente se realiza a distintos
profesionales y académicos de las ciencias sociales que deberían evitar caer en
la simplificación y realizar un encogimiento de hombros, que es la forma más
honesta de responder las preguntas que no tienen respuesta tal como son
formuladas. El arranque y planteamiento del artículo es el siguiente:
¿Qué más pueden pedir los jóvenes
de hoy en día? La pregunta suena a conflicto intergeneracional, pero la
respuesta es sencilla: la mayoría se conformaría con un empleo y, si puede ser,
que esté acorde con su formación. En todo lo demás, la comparación con la
juventud de sus padres no resiste un análisis fino: ahora tienen formación,
viajes, amigos por medio mundo, idiomas, moda, cultura, ocio, información,
tecnologías y libertades. Todas. Muy pocos cambiarían su vida por la que
llevaron sus padres a la misma edad. ¿Quién quiere estar casado con 24 años,
tener tres hijos a los 28, vivir en un cuarto sin ascensor, viajar al mismo
pueblo cada verano y comer paella todos los domingos? ¿Podemos hablar de que
esta generación vivirá peor que la de sus padres? Cabe dentro de lo posible,
pero, en términos históricos, España apenas se está desperezando de una larga
siesta de carencias. Por eso, es difícil concebir que los jóvenes de hoy vayan
a vivir peor que ellos, en una suerte de generación cangrejo.*
Me sorprende especialmente esa definición del infame destino de los padres con lo de casarse a los 24, hijos a los 28, no tener
ascensor, veranear en el mismo pueblo y comer paella. Realmente es un
pasado aterrador. No sé cómo pudo esa
desgraciada generación sobrevivir a tanto padecimiento y grano de arroz
dominguero ¡y todos en un cuarto piso sin ascensor!
Mujeres emigrantes españolas en Alemania 1960 |
Desconozco la edad de la persona que ha escrito el artículo,
pero me parece que no tiene una experiencia directa del pasado que describe
—describe los ochenta como si fueran los cincuenta—, algo que algunos lectores
entre los más de doscientos comentarios existentes en el momento de leer el
artículo le señalan cuando dicen que sus padres no se parecen en nada a esos padres retratados. Parece que tiene el
“síndrome de la transición” —también llamado de “cuéntame”—, puesto de moda por
algunos que han querido convertirse en titanes
hispanos transformadores ignorando los sacrificios y esfuerzos del conjunto de
la sociedad española que comenzaron en los cincuenta y recibieron el gran
impulso transformador con la entrada en Europa, con la que se multiplicaron las
posibilidades. Ignorarlo es un insulto para millones de personas que aportaron
su gran esfuerzo bajo unas difíciles condiciones económicas y políticas. Es una
frivolidad histórica que no merece más comentario.
El quitar los argumentos de descontento a los jóvenes por la
patética situación en la que se
encuentran laboralmente, además de una gran injusticia, es desconocer los
efectos que esta situación va a tener en nosotros. ¿Son los jóvenes griegos,
por ejemplo, una generación cangrejo?
Ahí probablemente nadie tendría dudas, pero no es esa la pregunta. ¿Seguimos negando la crisis? ¿Aquí no ha pasado
nada? ¿Por qué se quejan si tienen "todo lo demás", como dice el artículo?
Escriben:
El economista Javier Andrés cree
que no se ha medido con rigor científico nada que pueda dar una respuesta sobre
si hay una generación de hijos que vive peor que sus padres. “¿Qué significa
vivir peor? Habría que hacer un análisis de los salarios a lo largo del tiempo,
del poder de compra, y todo eso no se ha hecho. Personalmente, no creo que
vivan peor, ni que eso vaya a ocurrir. Hay muchos avances, incluidos los de la
medicina, por ejemplo”, dice.
Efectivamente ¿qué significan “peor” o “mejor”? Son puras valoraciones, percepciones cambiantes
según le haya ido a cada uno en la vida. Lo que se puede hacer —que es lo que
hacen, como se apunta— es seleccionar unos parámetros, también de forma
preconcebida, de los que se obtienen unos datos que identificamos como “mejores”
o “peores”, Se miden y se compara. Pero eso es como la temperatura de los meteorólogos, que hay que medirla en Barajas
aunque tú tengas delante de la puerta de tu casa diez grados más. Eso no es la “realidad”;
son los datos oficiales, que es otra
cosa.
Lo importante es la percepción que las personas tienen de su
propia capacidad de mejora. No es un estado real, sino una percepción de la realidad. Lo que diferencia a los sujetos
generacionales obviamente es su edad, que es precisamente lo que les distancia en sus experiencias y
percepciones de la vida. Ellos envidiarán a sus padres si se consideran a sí
mismos desgraciados. Los padres envidiarán a sus hijos pensando que tienen
cosas de las que carecieron. Es de gran ingenuidad pensar que se puede llegar a
un acuerdo o que merece la pena hacerlo. La misma ingenuidad de considerar una desgracia “casarse a los veinticuatro o
tener hijos a los veintiocho”, nos demuestra cómo se perciben las cosas. ¿Y los
pisos de 30 metros cuadrados, los minijobs,
los alquileres compartidos, depender de los padres, los becarios precarios, los nuevos emigrantes doctorados, el paro del
25%, etc.?
Lo que no me parece razonable es, una vez más, esta especie
de campaña para evitar que los jóvenes se quejen de su situación. Además de lo
que aguantan, deben sufrir el desprecio de los que viven bien en su generación
(que les consideran parásitos, sin iniciativa, etc.) o de la anterior a la suya.
Gran parte de la situación actual de los jóvenes se debe a
la mala gestión de los que hoy les restriegan por las narices sus logros y que todo lo que tienen se lo deben a ellos:
la generación anterior, la que gobierna. Esto solo puede ocurrir cuando se
tiene esa visión histórica soberbia de que no se debe nada a la generación
previa ya que —como se dice en el artículo— “España apenas se está
desperezando de una larga siesta de carencias”. Esa generación es la que ha causado el problema, realiza su
diagnóstico, controla la descripción
del problema y los medios que lo cuentan. El problema es mío —yo decido— aunque lo tengan otros.
Solo una generación narcisista puede pensar que no le debe nada a la generación anterior
(a la que ridiculiza) y que la posterior (a la que también ridiculiza: “nini”,
mileuristas, etc.) se lo debe todo y,
por tanto, no tiene derecho a quejarse. Ese es el problema, su raíz.
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