Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Para algunos ha sido una provocación que Strauss-Kahn fuera
invitado a dar una conferencia en Cambridge. Los estudiantes del sindicato universitario
—que tiene cerca de doscientos años de antigüedad— se defienden argumentando
que la invitación le fue cursada antes de los acontecimientos del hotel neoyorquino.
También se argumenta, por encima del factor temporal, que se separen sus actuaciones personales (con las
acusaciones por violación, intento de violación y proxenetismo incluidas) de su
reconocimiento profesional como economista
y ex director del Fondo Monetario Internacional. Eso es fácil decirlo, pero
difícil practicarlo. La policía le ha tenido que escoltar a la llegada y en la
salida. No sé si los que estaban dentro le aplaudieron; los de fuera, desde
luego, no.
Los manifestantes y otras personas que no están de acuerdo con
la invitación se han irritado porque no aparezca en su biografía de
presentación su lado oscuro, es
decir, los hechos por los que ha estado y está acusado. Algunos abordan la
cuestión desde los derechos: Dominique Strauss-Kahn, dicen, tiene derecho a expresarse y no tiene porqué verse
privado de él. Tienen toda la razón. Pero los que estaban fuera no solo se
manifestaban contra él; también reivindicaban los derechos de las personas que
no fueron tratadas como merecían por Strauss-Kahn. Otros consideran que la
conferencia en la prestigiosa Universidad de Cambridge es el comienzo de una
campaña de lavado de imagen de la personalidad pública del político francés y
no están dispuestos a que eso ocurra.
Hace ya mucho tiempo que señalamos que Strauss-Kahn había
perdido las batallas más importantes para alguien que ha construido su imagen
pública meticulosamente, algo muy diferente a los derechos individuales, que se
rigen por otros criterios muy distintos. Eso lo entendieron todos,
especialmente la izquierda francesa, que lo liquidó rápidamente tras unos
primeros y tibios intentos de salvarle en lo personal y político. Algunas
mujeres influyentes de la izquierda gala tuvieron que firmar una carta manifiesto en la que se mostraban avergonzadas
por algunos de los razonamientos y expresiones que estaban escuchando a sus
compañeros “progresistas” defendiendo o quitando importancia a las conductas de
Strauss-Kahn.
Strauss-Kahn eligió
en Nueva York. La opinión pública no son los tribunales. Tiene todo el derecho
a hablar en cualquier foro y los demás la obligación de dejarle hablar. Eso no
quita que los demás tengan que silenciar la opinión que les merece con el mismo
derecho. Podrán manifestarse contra su presencia en cualquier lugar del mundo,
algo que ya ha ocurrido en Estados Unidos, Francia y ahora en Inglaterra. Si
realmente están intentando —con varios casos todavía por resolverse en los
tribunales— una campaña de lavado de
imagen, son realmente osados porque no es ese el camino, desde luego.
El concepto de imagen
es demasiado débil cuando hay una
historia fuerte detrás que no se
controla. En realidad no tenemos una imagen, sino muchas. Y no la tenemos nosotros, sino que la tienen los demás. Hablamos
de campañas de imagen, lavados de imagen, cambio de imagen, etc., como su fuera
algo realmente controlable a través
de las simples inversiones económicas o configuración de una agenda. Cuando una
imagen se configura ante la opinión pública en ciertas cuestiones no es
sencillo cambiarla. Y los temas que han hecho saltar la imagen del favorito a
la presidencia de Francia los entiende todo el mundo. Se reavivan en la memoria
colectiva con cada nuevo caso. Ya comentamos hace unos días la versión porno y el
capítulo de la serie televisiva Law &
Order.
Encuesta entre los lectores de Le Figaro |
La vida pública es algo muy complejo. Las leyes tratan de muchas
cosas, pero no pueden obligar ni a perdonar
ni a olvidar, que son acciones que
implican la voluntad de las personas. Tampoco evitan el desprecio. Realizar una conferencia tras el Día Internacional de la
Mujer es, además, poco sensato por su parte. La sensatez —como ocurre con la imagen
pública— no es una categoría que tenga nada que ver con los derechos, sino con
la oportunidad de las cosas. Las hay
oportunas e inoportunas. Cuando los jueces te ponen una condena, sabes el día
que entras y el día en que sales. Cuando es tu imagen la que queda dañada, ¿quién
sabe cuándo saldrás? Tus rejas son el
mundo mismo.
Dominique Strauss-Kahn hace tiempo que dejó de ser el hombre
que se hace a sí mismo, interesante
expresión. Ahora es lo que haga, más todo lo que mucha gente cree que ha hecho.
Antes era escuchado; ahora tiene que ser creído. Antes tenía una legión de seguidores; ahora, una legión de jueces.
Quizá, en una fecha más o menos lejana, Dominique
Strauss-Kahn salga a la calle y se dé cuenta asombrado que no hay nadie
esperándole, que nadie agita pancartas ante su cara ni le hablan de camareras
inmigrantes en Nueva York, ahijadas acosadas o animadas fiestas con prostitutas
de alto standing. Quizá ese día se
gire varias veces en su paseo para comprobar que nadie le sigue. Ese día sabrá que se habrán olvidado de
él. Y en ese momento deberá decidir si eso es bueno o malo.
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