Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En Egipto, los tribunales militares han declarado que nos
existen pruebas de que los mismos militares realizaran los exámenes de virginidad a las
manifestantes detenidas en la Plaza de Tahrir. Todos han señalado la
incongruencia, pues el mismo Ejército había justificado su existencia meses
antes. A ellos les da igual.
Es un ejemplo del comportamiento circular y exculpatorio de
sí mismo con que la Junta Militar egipcia actúa. Como intérprete de sí misma,
no solo hace lo que quiere, sino que
puede negar la existencia de sus propios actos. Esta capacidad de juzgar a los
demás a través de miles de juicios abiertos contra civiles desde que comenzó la
revolución, se consagra ahora con este despropósito jurídico que no hace sino confirmar
su propia naturaleza autoritaria. Convertida en juez de sí misma, la Junta Militar
se vuelve benévola frente a la dureza que practica contra los demás. Es una
prueba más de su arbitrariedad manifiesta, de su consideración instrumental de la justicia, palabra que deja de tener sentido en este contexto.
Pero esta humillación contra las mujeres, agredidas y
degradadas, manoseadas y exhibidas, cuya evidencia no puede ser negada —no por
falta de deseo— porque se puso en
evidencia ante los ojos del mundo por la violencia odiosa, repugnante e infame
exhibida en el pateo callejero de la mujer por las gloriosas fuerzas de
seguridad del Estado. La violencia militar contra las mujeres no es más que la
punta del iceberg de otra violencia más profunda que se manifiesta más allá de
los uniformes.
Las mujeres han osado
manifestarse. Y eso es imperdonable en una sociedad en la que la mujer está sometida
a acoso permanente desde muchas instancias. Afortunadamente las mujeres se
están uniendo y van comprendiendo el sentido de esa unión para alcanzar nuevas
posibilidades de existencia política. Las primeras elecciones han supuesto el
descenso radical del número de representantes y algunas de ellas han
manifestado incluso que no hacen falta más, que la mujer egipcia no necesita
más representación porque los hombres lo hacen bien. ¡Triste panorama! La única
ventaja es que esa ocultación de la diversidad será semillero de nuevas voces
que irán emergiendo por su propia necesidad histórica. Se disfrace de lo que se disfrace, la negación de la mujer es un anacronismo poderoso que Egipto no se puede permitir, pues perdería su mejor potencial para el futuro. Las que hoy son humilladas cuentan con el respaldo y el respeto de millones de personas en todo el mundo. Su batalla está ganada por haber plantado cara a la dominación; son ellas las que salvan los derechos de todos.
En el otro extremo, la Junta Militar ha denegado la amnistía
a los militares que se sumaron a la revolución. Mientras se llenan de retórica
y celebran aniversarios para convencer a la gente de su participación activa,
los militares que se negaron a disparar contra su pueblo siguen encerrados en
las cárceles militares como sediciosos. Mientras los que mataron a los
manifestantes siguen tranquilamente en sus destinos, probablemente orgullosos
de haber cumplido las órdenes injustas y crueles de sus superiores, a los que
eligieron obedecer antes que a su pueblo, los que se negaron a disparar y
salvaron la dignidad futura del ejército egipcio, siguen —más de un año
después— a la espera de una solución. Es evidente que la Junta Militar no tiene
ningún interés en que estén en circulación oficiales que se negaron a obedecerlos
y seguir sus órdenes.
Así, la Junta Militar avanza en el terreno de la
arbitrariedad que la hace ser dueña de los destinos de los egipcios. Tienen la
capacidad de negar los actos canallescos e infames contra las mujeres que los
médicos militares realizaron en su nombre, investidos con su autoridad, y
tienen la autoridad para culpar a todos aquellos que eligieron actuar bajo su
conciencia y servir al pueblo que habían jurado defender. La obediencia ciega y
absoluta es lo único que se premia. Vale más que la justicia de los actos.
Son las arbitrariedades de un régimen auténticamente
kafkiano que sigue en el poder celebrando la caída de sí mismo desde lo alto
del mismo podio. George Orwell llamó a esto “doblepensar” (doublethink) y es una de las características más acusadas de los
regímenes autoritarios y totalitarios. Con su incongruencia permanente, con su arbitrariedad, la Junta está acumulando despropósitos con la única finalidad de controlar el poder y dirigir los destinos egipcios. Para ello recurrirá, lo han demostrado, a lo que sea necesario.
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