Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La autora del artículo confiesa haber escrito nueve libros
de cocina para diferentes y afamados chefs (¿quién le pide un libro a un chef
que no sea famoso?), con distinto grado de reconocimiento, pero en la mayoría su
nombre no aparece en la portada, según nos cuenta. El artículo revela una muy
buena escritora con un gran sentido del humor e ironía. Seguro que podría
escribir una magnífica obra, personal y creativa, capaz de entretener e
interesar a los lectores. Pero no es Chef de nada.
La elevación de los cocineros a la categoría de semidioses
populares —personas capaces de robarles el nombre de restauradores a los que restauran obras de arte o antigüedades y
quedárselo para los restos— solo es explicable en términos de cambio de
orientación social. La conversión de la comida en espectáculo pasa por sus
protagonistas: el plato y el autor. Se habla de “cocina de autor” como se
hablaba antes de “cine de autor”, hoy sustituido por el más variopinto y
multicultural término “cine independiente”. ¿Existen cocineros independientes? Creo que sí.
En España, los cocineros son como los deportistas de la cultura gastronómica. Que te den estrellas Michelin es como tener el pichichi. Es más fácil decir cinco nombres de cocineros que de poetas vivos, de populares que son unos y de silenciados que están los otros. El fenómeno no es solo español, pero aquí está muy acusado porque somos una primera potencia gastronómica por lo del turismo.
Al convertir a los cocineros en estrellas mediáticas, se ha fomentado una especie de snobs del mantel puesto, de presumidos gastronómicos. La gente a la que le gusta comer bien te suele decir “¡He descubierto un sitio buenísimo en…!”,
mientras que a los que gusta es contar que han estado en un sitio muy conocido,
de moda, te restriegan por las
narices que la comida les ha costado un ojo de la cara, pero que a ellos les
sobra el dinero. Están los que ponderan lo bien que se come en tal sitio por muy poco, y los que, por el
contrario, te dicen lo primero cuánto sido la cuenta. Son dos especies de
comensales muy distintas.
La autora del artículo nos hace preguntarnos cuándo tienen
tiempo para escribir los chefs y señala que la respuesta es muy sencilla: no
tienen. Todo el trabajo del escritor en la sombra es llenar las páginas con
recetas que muchas veces ni han probado los propios chefs que las firman, según
asegura. De ahí que hable de la importancia del “equipo tras la foto”. La foto
es la del chef, claro.
Esto no afecta solo a la cocina, evidentemente. Nos avisan
que es una práctica corriente en muchos campos (“Ghostwriting is common among
business leaders, sports figures and celebrities”) cuyas personas alcanzan
notoriedad. Alguien les convence de que va contra las leyes de la economía
hacer que se pierdan esas cantidades de capital admirativo y que es necesario cuanto antes transformarlo en páginas
de recetas (o lo que sea) que se convertirán finalmente en dinero para
editoriales, autores y lo que le toque al amanuense anónimo. Se genera
reconocimiento culinario y se recoge dinero.
Lo preocupante del caso es que cada vez aparecen en más
sectores estos libros con la cara por delante. Cada vez hay más caras desconectadas de las mentes que se supone
están detrás. No dudo de nuestros cocineros, claro, ¡faltaría más! Ya se curran su trabajo: del plato al plató y del plató al plato. Pero hay muchos libros “escritos” por las personas más inverosímiles. Y, nada, ahí los tenemos: una enorme cara sonriente, seductora, que nos saluda desde la cubierta del
libro.
Todo es creíble porque nos lo creemos todo. Una vez asimilado este principio, el resto es fácil.
Todo es creíble porque nos lo creemos todo. Una vez asimilado este principio, el resto es fácil.
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