jueves, 15 de marzo de 2012

Caras y recetas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
The New York Times ha titulado uno de sus artículos “I was a Cookbook Ghostwriter”. La expresión “ghostwriter” ha estado presente últimamente por la película de Roman Polanski, en la que Ewan McGregor interpretaba a un escritor que redacta las memorias del ex primer ministro inglés, encarnado por Pierce Brosnan. La película se ha traducido de forma absurda como “El escritor”, comiéndose el “Ghost” que era esencial en la trama ya que el personaje es recriminado varias veces por no ser un autor verdadero, sino el que escribe para otros. Uno entiende el problema de la traducción exacta, ya que el término usado habitualmente en castellano sería hoy considerado políticamente incorrecto (y probablemente con razón); aunque diga la Academia que la Gramática no es sexista, el Lenguaje sí puede tener mucha mala baba acumulada. Hubo una temporada en que a la gente le dio por ironizar sobre esta práctica y recurría a la expresión “tener un cuñado”, para referirse a un caso muy comentado en su momento de realizar esa función de escritura en la sombra, que quizá sería una expresión aceptable.

La autora del artículo confiesa haber escrito nueve libros de cocina para diferentes y afamados chefs (¿quién le pide un libro a un chef que no sea famoso?), con distinto grado de reconocimiento, pero en la mayoría su nombre no aparece en la portada, según nos cuenta. El artículo revela una muy buena escritora con un gran sentido del humor e ironía. Seguro que podría escribir una magnífica obra, personal y creativa, capaz de entretener e interesar a los lectores. Pero no es Chef de nada.
La elevación de los cocineros a la categoría de semidioses populares —personas capaces de robarles el nombre de restauradores a los que restauran obras de arte o antigüedades y quedárselo para los restos— solo es explicable en términos de cambio de orientación social. La conversión de la comida en espectáculo pasa por sus protagonistas: el plato y el autor. Se habla de “cocina de autor” como se hablaba antes de “cine de autor”, hoy sustituido por el más variopinto y multicultural término “cine independiente”. ¿Existen cocineros independientes? Creo que sí.


En España, los cocineros son como los deportistas de la cultura gastronómica. Que te den estrellas Michelin es como tener el pichichi. Es más fácil decir cinco nombres de cocineros que de poetas vivos, de populares que son unos y de silenciados que están los otros. El fenómeno no es solo español, pero aquí está muy acusado porque somos una primera potencia gastronómica por lo del turismo.

Al convertir a los cocineros en estrellas mediáticas, se ha fomentado una especie de snobs del mantel puesto, de presumidos gastronómicos. La gente a la que le gusta comer bien te suele decir “¡He descubierto un sitio buenísimo en…!”, mientras que a los que gusta es contar que han estado en un sitio muy conocido, de moda, te restriegan por las narices que la comida les ha costado un ojo de la cara, pero que a ellos les sobra el dinero. Están los que ponderan lo bien que se come en tal sitio  por muy poco, y los que, por el contrario, te dicen lo primero cuánto sido la cuenta. Son dos especies de comensales muy distintas. 
La autora del artículo nos hace preguntarnos cuándo tienen tiempo para escribir los chefs y señala que la respuesta es muy sencilla: no tienen. Todo el trabajo del escritor en la sombra es llenar las páginas con recetas que muchas veces ni han probado los propios chefs que las firman, según asegura. De ahí que hable de la importancia del “equipo tras la foto”. La foto es la del chef, claro.

Esto no afecta solo a la cocina, evidentemente. Nos avisan que es una práctica corriente en muchos campos (“Ghostwriting is common among business leaders, sports figures and celebrities”) cuyas personas alcanzan notoriedad. Alguien les convence de que va contra las leyes de la economía hacer que se pierdan esas cantidades de capital admirativo y que es necesario cuanto antes transformarlo en páginas de recetas (o lo que sea) que se convertirán finalmente en dinero para editoriales, autores y lo que le toque al amanuense anónimo. Se genera reconocimiento culinario y se recoge dinero.
Lo preocupante del caso es que cada vez aparecen en más sectores estos libros con la cara por delante. Cada vez hay más caras desconectadas de las mentes que se supone están detrás. No dudo de nuestros cocineros, claro, ¡faltaría más! Ya se curran su trabajo: del plato al plató y del plató al plato. Pero hay muchos libros “escritos” por las personas más inverosímiles. Y, nada, ahí los tenemos: una enorme cara sonriente, seductora, que nos saluda desde la cubierta del libro.
Todo es creíble porque nos lo creemos todo. Una vez asimilado este principio, el resto es fácil.

* Julia Moskin. “I Was a Cookbook Ghostwriter”. The New York Times 13/03/2012 http://www.nytimes.com/2012/03/14/dining/i-was-a-cookbook-ghostwriter.html?_r=1&src=me&ref=general





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