Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo que sucede es inseparable de
lo que la gente cree que sucede; in-separable, pero no idéntico. En algún
momento, es posible que la gente reconozca (o puede que no) que lo que pensaron
que había sucedido no es lo que sucedió. (Y promover este tipo de aceptaciones
es una de las tareas más encomiables del historiador profesional).
Las personas no cambian de idea
con rapidez. La trayectoria de las opiniones y sentimientos preconcebidos puede
ser casi imparable, lenta, de larga duración.*
John Lukacs |
El alcance de lo descrito por Lukacs es importante porque
describe a los seres humanos como víctimas de su propia ceguera. En el terreno
de la Historia, el problema es importante porque convierte muchas veces al
historiador casi en un enemigo público cuando trata de salir de los caminos de la opinión generalizada. La Historia desmitifica. Y lo hace
revisando las creencias o mitos con los que nos dotamos en la vida personal y
colectiva. Pero la Historia, a su vez, es constructora de mitos, y una de las más potentes en la medida en que nos describimos e interpretamos. El "in-separable pero no idéntico" es un matiz importante que abre las puertas a la posibilidad de ir construyendo una historia que evolucione y que haga evolucionar las creencias sociales, aunque sea lentamente.
El fenómeno de la comprensión de lo que nos rodea —creer que
entendemos lo que tenemos delante— es el principal problema que nosotros mismos
nos creamos. Fue lo que trató de recrear Marcel Proust en su literatura, el
efecto envolvente y ocultador de la vida y la necesidad de recurrir a
herramientas como la Literatura para desentrañarla. La vida es equívoco, un suponer ver condicionado por lo que
creemos. El arte moderno ha hecho de esto uno de sus motivos recurrentes. Jane
Austen elevó a arte el estudio del malentendido social. Henry James lo
continúo. Proust lo convirtió en el eje de sus reflexiones. A una novelística
que creía que la realidad podía ser descrita y explicada precisamente
—realismos, naturalismos, verismos,
etc.— se opone una escuela de la creencia,
que no trata con lo que hay, sino con
lo que percibimos —un ver contra un creer ver—, con una realidad que se forma de manera imperfecta en
nuestra imaginación, elevada al rango de objetividad.
Marcel Proust |
Esa imposibilidad de separar las cosas de sus percepciones
nos sitúa en una posición escéptica respecto a nosotros mismos. Pensamos que
la fuente del error está en los demás y articulamos nuestras defensas para protegernos
de ellos. ¿Pero cómo defendernos de nosotros mismos, de nuestros propios
errores perceptivos, de nuestras creencias que tomamos como verdades? Me
imagino que todos habremos tenido la experiencia de encontrarnos defendiendo
algo absurdo tras una encendida discusión. Lo acalorado del debate no ha
servido para aclarar nada sino, por el contrario, nos ha llevado a ser más
irracionales. En ese punto, ya no se trata de saber, sino de poder.
El economista y Premio Nobel Joseph Stiglitz escribió:
Muchas veces, en ciencia, hay
suposiciones que se defienden tan encarnizadamente o están tan arraigadas en la
opinión pública que nadie se percata de que nos son más que suposiciones. (406)**
Joseph Stiglitz |
Nadie se libra de esas creencias condicionantes y podemos encontrarnos defendiéndolas "encarnizadamente", como señala Stiglitz. Sobre ellas
se construye el aparato argumentativo, dando por supuesta una validez que no se
cuestiona.
La función de la Historia —o de cualquier otra disciplina— es
ser liberadora de nuestras creencias. Pero lo que suele ocurrir, como señalaba
Stiglitz en el caso de la Economía, es lo contrario. No no nos liberamos de las
creencias, sino que se construye sobre ellas.
Quizá sea irremediable y esté en
nuestra psique individual y colectiva, pero también lo está —o debería estar— la
posibilidad crítica de revisarlas. Es lo que trata de hacer la Ciencia, según
los campos, con mayor o menor fortuna. Lo que convierte a la Ciencia en Ciencia
no es la “verdad”, sino pensar que puede equivocarse y tratar de desarrollar los
métodos para evitarlo o corregirlo permanentemente. El mejor remedio contra el dominio de la
creencia es la sistematización de la duda y el reconocimiento de la
imperfección desde la que es posible mejorar. Por eso la Ciencia, cuando es
verdadera ciencia, es humilde, mientras que la creencia suele ser casi siempre
soberbia.
* John Lukacs (2011): El
futuro de la Historia. Turner, Barcelona.
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