Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El tranquilo y honesto pueblo de Brevik en Noruega ha quedado marcado con los actos que probablemente repudie en pleno. Caso completamente distinto es el de la tienda que ha elegido el nombre de “Brevik”. Por mucho que digan que lo han seleccionado porque es el nombre de un pueblo noruego y en la imaginería neonazi el mundo nórdico cumple las funciones de su “raíz” particular, el hecho cierto es que existen muchos otros pueblos en Noruega, tantos que no podrían abrir tanta tienda si quisieran. El nombre está elegido conscientemente.
El pueblo en el que se ha abierto la tienda también tiene su
historia simbólica. Toma su nombre del río Chemnitz y así ha sido durante gran
parte de su existencia urbana. Pero no siempre ha sido así. Como parte de la
República Democrática Alemana, las autoridades comunistas decidieron cambiarle
el nombre y el 10 de mayo de 1953 pasó a llamarse “Karl Marx Stadt”, lo que no
deja de ser paradójico con su momento actual.
Ponerle el nombre de Karl Marx a la ciudad ya era establecer unas evidentes asociaciones con su denominación. Las autoridades comunistas querían establecer algún tipo de diferenciación con una ciudad que había sufrido unos importantes bombardeos en la parte final de la Guerra por parte de los Aliados. No quedó prácticamente nada en pie. Casas e industrias fueron pulverizadas pocos meses antes del final de la guerra, durante veinte días, entre mediados de febrero y principios de marzo de 1945. ¿Qué mejor forma que llamar a la ciudad con el nombre del autor de El Capital y el Manifiesto comunista?
La ultraderecha europea convirtió la ciudad en espacio de
celebraciones conmemorando los bombardeos como una forma de conspiración
capitalista antialemana fomentando el ultranacionalismo. La destrucción de la industria al final de la guerra se explica
como la forma de anular el desarrollo alemán y crear la dependencia económica
del país de los aliados, especialmente de los Estados Unidos. Abrir la tienda “Brevik”
en Chemnitz no es casualidad, como no fue casualidad que fuera laminada por los
bombardeos, como tampoco fue casualidad que se le cambiara el nombre a “Karl
Marx Stadt”.
El 21 de junio de 1990, tras la caída del muro, Chemnitz recuperó el nombre de su río y abandonó el de Karl Marx. Ahora unos cuantos metros cuadrados de su suelo han sido rebautizados con el nombre compartido de una ciudad nórdica y un asesino en serie, un psicópata modelo para otros aspirantes a psicópatas. Dicen que los noruegos están hartos del uso que los neonazis hacen de sus nombres y señas de identidad, pero que no encuentran forma de evitarlo.
La cuestión no solo es si el crimen paga, sino si el crimen vende.
El diario El Mundo nos habla, en su
sección de “Sociedad”, de la creación en la ciudad alemana de Chemnitz de una
tienda de ropa a la que han llamado con el nombre del asesino de Oslo, “Brevik”*.
No es casualidad que la ropa que se vende en esa tienda y el resto de la cadena sea la favorita de la
ultraderecha europea.
Se acumulan cuestiones en el caso: los clientes, la tienda,
el pueblo, el asesino y el pueblo de Noruega que tiene la desgracia de tener
el mismo nombre que el asesino. Empecemos por el final. Hablamos de desgracia porque nadie está libre de que
nuestro nombre, el de nuestro pueblo o el de nuestra mascota coincida con el de
alguien que realice una acción horrible y quede vinculado a ella para el resto
de los tiempos. El fenómeno asociativo
es natural y una palabra puede arrastrar multitud de sentidos al margen de
nuestros deseos. No somos dueños en exclusiva de los sentidos. El que vive en
Auschwitz, vive en Auschwitz. Mañana
mismo alguien que posee nuestro nombre y apellidos —mire en Internet para ver
cuántas personas se llaman exactamente igual que usted— comete un horrendo
crimen e inmediatamente su vida se convertirá en un calvario. Da igual que
usted no haya hecho nada. Nadie le librará de esta forma de asociación. Usted
no ha hecho nada, nosotros no hemos hecho nada, pero…
El tranquilo y honesto pueblo de Brevik en Noruega ha quedado marcado con los actos que probablemente repudie en pleno. Caso completamente distinto es el de la tienda que ha elegido el nombre de “Brevik”. Por mucho que digan que lo han seleccionado porque es el nombre de un pueblo noruego y en la imaginería neonazi el mundo nórdico cumple las funciones de su “raíz” particular, el hecho cierto es que existen muchos otros pueblos en Noruega, tantos que no podrían abrir tanta tienda si quisieran. El nombre está elegido conscientemente.
La clientela de la tienda es la misma del resto de la
cadena, la ultraderecha, que ha elegido esta marca como seña de identidad. El
fenómeno de la “marcas ideológicas” va más allá de la “modas ideológicas” y es
un rasgo más de esta forma especial economicista que hemos desarrollado en
nuestra sociedad. Una ideología no es
solo un conjunto de ideas sino también es un conjunto de símbolos. Esos símbolos
se concretan, se materializan. La novedad es que ahora se registran legalmente
y se convierte en un elemento exclusivo y de diseño. Con esta técnica, extender una ideología es crear un mercado para una serie de productos:
libros, películas, sudaderas y hasta calzoncillos si se venden. No se trata
exclusivamente de crear una forma
atractiva para una ideología específica; se trata de extenderla como
negocio.
Al ponerle el nombre del asesino a la tienda, la cadena ha
realizado una campaña de marketing
promocional importante. Ha creado una imagen fuerte de marca, ha llamado la atención y ha convertido en un acto
de afirmación traspasar sus puertas. Entrar en la tienda es equivalente a
realizar una manifestación, con la diferencia de que no tienen porqué pedir
permiso a nadie. El placer de la acción simbólica queda vinculado al espacio en
el que se desarrolla.
Estatua de K. Marx en Chemnitz |
Ponerle el nombre de Karl Marx a la ciudad ya era establecer unas evidentes asociaciones con su denominación. Las autoridades comunistas querían establecer algún tipo de diferenciación con una ciudad que había sufrido unos importantes bombardeos en la parte final de la Guerra por parte de los Aliados. No quedó prácticamente nada en pie. Casas e industrias fueron pulverizadas pocos meses antes del final de la guerra, durante veinte días, entre mediados de febrero y principios de marzo de 1945. ¿Qué mejor forma que llamar a la ciudad con el nombre del autor de El Capital y el Manifiesto comunista?
Manifestaciones anti.nazis en Chemnitz |
Homenaje a las víctimas de Breivik |
El 21 de junio de 1990, tras la caída del muro, Chemnitz recuperó el nombre de su río y abandonó el de Karl Marx. Ahora unos cuantos metros cuadrados de su suelo han sido rebautizados con el nombre compartido de una ciudad nórdica y un asesino en serie, un psicópata modelo para otros aspirantes a psicópatas. Dicen que los noruegos están hartos del uso que los neonazis hacen de sus nombres y señas de identidad, pero que no encuentran forma de evitarlo.
La moda psicópata vende
y cuando vayan a manifestarse el próximo año por las calles de Chemnitz, ese selecto público ultraderechista tendrá la oportunidad de ver las rebajas y ofertas antes de regresar a sus casas
con las compras hechas metidas en bolsas que lucirán el nombre de la tienda por toda Europa, "Brevik". Y alguien que cree que es casualidad que sus camisetas las lleven quienes las llevan y que sus tiendas se llamen como se llaman escuchará el reconfortante sonido del dinero que llegará hasta él no por casualidad, desde luego, sino por su imaginativo esfuerzo empresarial.
Uno de los participantes rusos en la iniciativa global "Urban Sketchers", en la que se dibujan los lugares en los que se está o por los que se pasa, al comentar su dibujo de uno de los cafés de moda en San Petersburgo señaló en diciembre: "No puedo entender que es lo que la gente tiene en la cabeza cuando le pone el nombre de "Brevik" a un cocktail"**. Compartimos su inquietud y tampoco cometeremos la ingenuidad de preguntar si el nombre de la bebida es por la ciudad noruega. Nos dirían que sí.
* “Moda Brevik”. El Mundo 7/03/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/06/internacional/1331069906.html
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