Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Esa pareja feliz al frente de Rusia está
desbordando todas las expectativas del mal hacer político y logrando algo que
parecía imposible: superar la corrupción y mala imagen de los regímenes zarista
y soviético juntos. Cada uno en su estilo —gimnasta y perfumero—, Putin y
Medvedev superan ya cualquier cálculo. Las noticias que nos llegan de las
elecciones rusas están empezando a escandalizar a cualquiera que tenga un
mínimo de pudor democrático. Han bloqueado las páginas web de las instituciones
que denuncian sus irregularidades electorales, detenido a los denunciantes y
toda una serie de prácticas de clara calificación mafiosa. En Rusia, de vez en
cuando, los que denuncian cualquier tipo de irregularidades saltan por los aires,
desaparecen o son acusados de las cosas más increíbles y acaban con sus huesos
en la cárcel, lugares en los que no deben haber invertido mucho desde el tiempo
de Stalin. Las cárceles de siempre con carceleros y presos nuevos.
Desde luego nadie puede acusarles a ellos o a
sus seguidores de no amar la democracia. Según afirma la prensa, se ha visto a seguidores
de Rusia Unida, su partido, votando de colegio en colegio electoral, llenando
urna tras urna, a lomos de autobús. Eso es fervor democrático, desde luego. Su
partido, más que Rusia “Unida” es un piñón, un conjunto de intereses y
componendas al servicio de un poder bien controlado. Lo que el jefe dice, se
hace. Y sin rechistar, que queda mucha Siberia por colonizar o por abonar.
Putin y Medveved tienen todo el poder. Y
cuando en Rusia se dice “poder” significa mucho
poder. Los países democráticos deberían en ir pensando algún tipo de “gesto”
para indicarle que estas cosas no se hacen y que, si se hacen, la gente no te
abraza y te recibe con sonrisas. No creo que a ellos les importe mucho, pero a
nosotros sí.
Lo malo de Rusia es que quiere volver a ser lo
que fue —zarista, comunista y capitalista simultáneamente— y eso no significa
nada bueno, sobre todo para los rusos que no consiguen sacarse sus oligarcas camaleónicos
de encima. Por lo pronto, se está dedicando a apoyar a todos los dictadores que
reprimen a sus pueblos a cañonazos. Me imagino que es para no sentar el
precedente de que en el futuro se le pueda ocurrir a Putin hacer lo mismo en
Rusia. Ahora lo hace en pequeñas dosis, pero, ¿quién sabe qué hará falta en el
futuro para mantener a Rusia “unida”? Todo es ponerse si hace falta. Sus apoyos
a los tiranos árabes, con Siria al frente, les serán recordados siempre por lo
que de infamia tiene. También fue leal a Gadafi, claro.
Está siguiendo una política de intervención en
las ex repúblicas soviéticas, con las que mantiene una relación complicada,
según los casos, apoyando a unos u a otros, como convenga a sus negocios. Lo
que ocurre en las ex repúblicas parece un serial de la “guerra fría”. Las
dictaduras dejan herencias que son difíciles de rechazar.
Ya que no hay quien le gane en las urnas —¡no
se atreverán!—, tendremos Putin para rato. La corrupción es el pago del
mantenimiento de la maquinaria rusa, el aceite de un sistema bien engrasado. Y
sus mafiosos se expanden por todo el mundo, como un producto ruso más, mientras
la miseria se extiende por el país que bosteza desde hace tiempo en este sueño
inducido del que más vale no despertar. Como suele ocurrir, a los que les va
bien aman a Putin y a su sistema. Y ya
se encarga, cada uno en su nivel, de que a los demás les guste. El pueblo ruso,
acostumbrado a los inviernos duros, se ha tomado esto como un paisaje nevado.
Hay tristes destinos y el de Rusia es uno de
ellos. El viejo Partido Comunista y los Liberales han recortado distancias con
Putin y han recogido parte del voto que han perdido en estas elecciones. No hay
mucho más que hacer, solo languidecer,
sobrevivir y mirar para otro lado si tu conciencia y tu estómago te dejan.
La tristeza rusa se acumula con el paso del
tiempo. Como escribió la poeta Anna Ajmátova en su poema Réquiem:
No, no estaba bajo un
cielo extraño,
Ni bajo la protección
de extrañas alas,
Estaba entonces con mi
pueblo
Allí donde
mi pueblo, por desgracia, estaba.
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