lunes, 5 de diciembre de 2011

Rusia vota


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Esa pareja feliz al frente de Rusia está desbordando todas las expectativas del mal hacer político y logrando algo que parecía imposible: superar la corrupción y mala imagen de los regímenes zarista y soviético juntos. Cada uno en su estilo —gimnasta y perfumero—, Putin y Medvedev superan ya cualquier cálculo. Las noticias que nos llegan de las elecciones rusas están empezando a escandalizar a cualquiera que tenga un mínimo de pudor democrático. Han bloqueado las páginas web de las instituciones que denuncian sus irregularidades electorales, detenido a los denunciantes y toda una serie de prácticas de clara calificación mafiosa. En Rusia, de vez en cuando, los que denuncian cualquier tipo de irregularidades saltan por los aires, desaparecen o son acusados de las cosas más increíbles y acaban con sus huesos en la cárcel, lugares en los que no deben haber invertido mucho desde el tiempo de Stalin. Las cárceles de siempre con carceleros y presos nuevos.
Desde luego nadie puede acusarles a ellos o a sus seguidores de no amar la democracia. Según afirma la prensa, se ha visto a seguidores de Rusia Unida, su partido, votando de colegio en colegio electoral, llenando urna tras urna, a lomos de autobús. Eso es fervor democrático, desde luego. Su partido, más que Rusia “Unida” es un piñón, un conjunto de intereses y componendas al servicio de un poder bien controlado. Lo que el jefe dice, se hace. Y sin rechistar, que queda mucha Siberia por colonizar o por abonar.


Putin y Medveved tienen todo el poder. Y cuando en Rusia se dice “poder” significa mucho poder. Los países democráticos deberían en ir pensando algún tipo de “gesto” para indicarle que estas cosas no se hacen y que, si se hacen, la gente no te abraza y te recibe con sonrisas. No creo que a ellos les importe mucho, pero a nosotros sí.
Lo malo de Rusia es que quiere volver a ser lo que fue —zarista, comunista y capitalista simultáneamente— y eso no significa nada bueno, sobre todo para los rusos que no consiguen sacarse sus oligarcas camaleónicos de encima. Por lo pronto, se está dedicando a apoyar a todos los dictadores que reprimen a sus pueblos a cañonazos. Me imagino que es para no sentar el precedente de que en el futuro se le pueda ocurrir a Putin hacer lo mismo en Rusia. Ahora lo hace en pequeñas dosis, pero, ¿quién sabe qué hará falta en el futuro para mantener a Rusia “unida”? Todo es ponerse si hace falta. Sus apoyos a los tiranos árabes, con Siria al frente, les serán recordados siempre por lo que de infamia tiene. También fue leal a Gadafi, claro.
Está siguiendo una política de intervención en las ex repúblicas soviéticas, con las que mantiene una relación complicada, según los casos, apoyando a unos u a otros, como convenga a sus negocios. Lo que ocurre en las ex repúblicas parece un serial de la “guerra fría”. Las dictaduras dejan herencias que son difíciles de rechazar.
Ya que no hay quien le gane en las urnas —¡no se atreverán!—, tendremos Putin para rato. La corrupción es el pago del mantenimiento de la maquinaria rusa, el aceite de un sistema bien engrasado. Y sus mafiosos se expanden por todo el mundo, como un producto ruso más, mientras la miseria se extiende por el país que bosteza desde hace tiempo en este sueño inducido del que más vale no despertar. Como suele ocurrir, a los que les va bien aman a Putin y a su  sistema. Y ya se encarga, cada uno en su nivel, de que a los demás les guste. El pueblo ruso, acostumbrado a los inviernos duros, se ha tomado esto como un paisaje nevado.


Hay tristes destinos y el de Rusia es uno de ellos. El viejo Partido Comunista y los Liberales han recortado distancias con Putin y han recogido parte del voto que han perdido en estas elecciones. No hay mucho más  que hacer, solo languidecer, sobrevivir y mirar para otro lado si tu conciencia y tu estómago te dejan.
La tristeza rusa se acumula con el paso del tiempo. Como escribió la poeta Anna Ajmátova en su poema Réquiem:
No, no estaba bajo un cielo extraño,
Ni bajo la protección de extrañas alas,
Estaba entonces con mi pueblo
           Allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba.


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