Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cultura y el poder
es una larga entrevista —pero una obra breve— realizada por el investigador italiano
Miguel Mellino a Stuart Hall, considerado uno de los “padres fundadores” de la
corriente denominada Cultural Studies,
línea de trabajo que se ha considerado como rompedora respecto a las
principales corrientes de explicación social. Armand Mattelart y Erik Neveu, en
su obra Introducción a los estudios
culturales, intentaron establecer la singularidad del nuevo enfoque:
¿Qué hay detrás de este marchamo?
Tiene sus antecedentes en el siglo XIX. Generalmente asociada a un pragmatismo
alérgico a los esquemas teóricos, la Inglaterra industrial, no obstante, pudo
observar entonces cómo se desarrollaba un original debate sobre la cultura,
entendida como instrumento de reorganización de una sociedad trastornada por el
maquinismo, y de «civilización»
de los grupos sociales emergentes, como argamasa de una conciencia nacional.
Ese debate, que encuentra entonces su equivalente en el mundo intelectual de la
mayoría de los países de Europa, será el origen, al término de la Segunda
Guerra Mundial, de una empresa original. La aparición de los estudios
culturales puede calificarse entonces de paradigma, de debate teórico
coherente. Se trata de considerar la cultura en sentido amplio, antropológico,
de pasar de una reflexión centrada en el vínculo cultura-nación a un enfoque de
la cultura de los grupos sociales. Aunque permanece sujeta a una dimensión
política, el meollo de la cuestión consiste entonces en comprender de qué
manera la cultura de un grupo, y sobre todo la de las clases populares,
funcionan como rechazo del orden social o, a la inversa, como forma de adhesión
a las relaciones de poder. (Mattelart y Neveu 15)*
Stuart Hall |
Se pasa por tanto de un concepto de cultura envolvente y
esencialista a otro, muy distinto, en el que la sociedad se ve como un
escenario dinámico de conflictos entre la imposición de un modelo —desde una
clase que se identifica con los valores de la “nación”— cultural y las
resistencias que provoca. Las formas culturales surgen de esas tensiones entre
el modelo oficial y sus desviaciones y transformaciones.
La
“cultura” se convierte en campo de batalla por mantener una identidad alternativa, propia, frente a
la pérdida que supone el modelo oficial. Los Estudios Culturales tratan de
establecer nuevas categorías —los escenarios de conflicto— frente a las existentes,
que consideran irrelevantes y engañosas. Así, Mattelart y Neveu señalan: “Los trabajos se extienden
gradualmente a los factores culturales relativos al «género», a la «etnicidad»
y al conjunto de prácticas consumistas.” (16)* Se desarrollarán distintos campos vinculados con los Media Studies, los estudios feministas, etc. Cualquier campo en el que se muestren esos conflictos, será objeto de estudio. Todos son caminos para llegar a un fondo, el estudio del poder y sus formas sociales.
Los
Estudios Culturales se centrarán en los procesos de configuración de esas
categorías —género, etnicidad, consumo, identidad…— por entender que su
constitución es esencial para la comprensión de los procesos sociales. Dentro
de su estudio, adquieren especial relevancia el papel de los medios de
comunicación como fabricantes y trasmisores de las propuestas de las categorías
señaladas. Se ocuparán de la cultura popular como forma de transmisión y como
forma de resistencia. Como es evidente, el marxismo juega un papel importante
en sus bases teóricas y, en el caso de Stuart Hall, la influencia de Antonio
Gramsci [ver entrada] es importante y reconocida, especialmente en su concepto
de “hegemonía”, es decir, de las formas de dominación a través de la
construcción del fondo de la cultura. Junto a ella, la de Jacques Derrida y Michel Foucault o Louis Althusser, cuyas ideas serán comentadas en la entrevista. Con una serie de antecedentes, como se ha
señalado, en autores británicos del XIX (Morris, Arnold...) y la primera mitad del XX, cuando se inició
el debate entre cultura, clase, etc., se suele considerar como trío de “padres
fundadores” de los Estudios Culturales a Richard Hoggart (1918), creador del
término y fundador del CCCS, Raymond Williams (1921-1988) y Edward P. Thompson (1924-1993). A este
grupo se añade el nombre de Stuart Hall.
S. Hall
(1932) nace en Kingston, Jamaica, y se radica en Inglaterra en 1951 para
comenzar sus estudios universitarios. Será director del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS), de Birmingham, desde 1968 a 1979. Su circunstancia migratoria marca sus
enfoques y objetos de estudio frente al resto de los investigadores.
Lógicamente, Hall se centra más en elementos derivados de la “etnicidad”, de
los fenómenos de hibridación cultural, papel de las minorías, etc.
La
entrevista realizada por Miguel Mellino gira sobre la carrera de Hall, sobre su
forma de enfocar su trabajo, sus objetivos, su forma de concebir la teoría y la
práctica de los estudios culturales. La entrevista está realizada en 2007, año
en el que Tony Blair abandona el poder tras tres mandatos, dejándolo en manos de
Gordon Brown, aspecto relevante para la contextualización de las opiniones que
Hall vierte sobre el ex primer ministro británico y su papel en la pérdida de
identidad de la izquierda británica (y europea) bajo la etiqueta del New Labour.
Raymod Williams |
En la primera
parte de la obra, las preguntas se centran en tratar de definir el sentido y
objetivo de los Estudios culturales frente a la aparente dispersión de métodos,
temas y enfoques de sus miembros. Señala Hall:
Hay una cuestión que unifica los cultural studies, algo que siempre se debe tener en cuenta para
poder hablar de ellos: es el lazo, la conexión y la interacción entre cultura y
poder. Enfocar la cultura o las expresiones culturales desde un punto de vista
meramente formal, concebirlas como simples valores o significados, en absoluto constituye
la temática de los cultural studies.
Realizar cultural studies significa un intento de identificar los vínculos de
la cultura —del significado o del meaning
making— con otras esferas de la vida social, o bien con la economía, la política,
la raza, la estructuración de las clases y de los géneros, etc. En mi opinión,
se puede hablar de cultural studies
tan sólo si se trabaja para desenmascarar la interrelación entre cultura y
poder. (15)
La cultura deja de verse, de manera formalista, como un
conjunto de objetos o prácticas y se concibe como un instrumento, como una
herramienta para modelar la sociedad. Por eso, para Hall, el eje esencial es la
relación entre cultura y poder. Es ahí en donde hay que ahondar, dejando al
descubierto las formas que el poder adopta al encarnarse. De ahí el carácter
híbrido de los Estudios: “La heterogeneidad forma parte de la naturaleza misma
de los cultural studies” (14). El estudio del cine, de los medios, la crítica
literaria, etc., son válidos si no pierden la referencia a las relaciones entre
cultura y poder. No se trata de conocer
el film o la obra literaria en concreto, sino comprender y explicar su
funcionamiento al servicio de una forma política, su articulación dentro de un
engranaje más amplio. Ese objetivo se convierte en esencial al haber cambiado
la naturaleza del capitalismo contemporáneo:
Hoy, el capitalismo moderno no
puede operar por fuera de la dimensión de la cultura. […] El capitalismo
contemporáneo funciona a través de la cultura, y de un modo totalmente
autoconsciente, de un modo en que el capitalismo industrial nunca podría haber
operado. Por cierto, este último creó la cultura burguesa, pero en ese entonces
los capitalistas no pensaban que esa era su verdadera función. El capitalismo
consumista fordista debe operar necesariamente por medio de la cultura, debe
volver sensible a sus mensajes la cultura popular del mundo entero, debe
producir subjetividad para introducir en sus propios circuitos, en sus «estructuras del sentir», a las
personas. El capital ya tiene ahora una misión cultural. (39)
Basta con observar los fenómenos como el estreno de Amanecer, el lanzamiento de los libros
de Harry Potter, o de los discos de
Justin Bieber para comprender lo que quiere decir “misión cultural”. La noción
de “estructuras del sentir”, la toma Hall de Raymond Williams, que la desarrolló
en los setenta, en su obra Marxismo y
literatura. Las “estructuras del sentir” son las desarrolladas a través de
las formas pedagógicas que nos enseñan cómo articular nuestros propios
sentimientos. La literatura, el cine, la pintura, etc. son formas pedagógicas
en las que se insertan estructuras sentimentales que adoptamos como parte de su
mensaje. Esas estructuras son comunes
a otras formas y constituyen un fondo social de la experiencia. Pensemos en las
novelas o filmes y su función educativa. Se me quedó graba la respuesta de un
niño, de no más de ocho años, cuando a la salida de un festival de cine
infantil el periodista televisivo le preguntó por qué le gustaba el cine: “porque
nos enseña a vivir”, respondió. El niño no había leído ni Williams ni a Hall,
pero tenía claro que, por encima de una estética
—de unos valores estéticos—que todavía no lograba comprender (no se le había
enseñado a apreciarla), en el cine se le enseñaba a vivir, a ponerse en situación para la vida, una
suerte de educación sentimental.
La idea de los Estudios Culturales es dejar al descubierto
cómo esas estructuras del sentimiento, junto a otros mecanismos, forman parte
de disposiciones más amplias dentro de la lógica del mercado, que ha invadido
todos los ámbitos de la vida. Señala Hall:
Todo se está volviendo una
cuestión de mercado, y no sólo económicamente, ya que a la vez produce un modo
de pensar completamente imbuido de la lógica del mercado. Esta manera de pensar
comenzó con el thatcherismo, que ubicó en todos los puestos claves de la
sociedad a personas provenientes de la economía. El thatcherismo fue el primer
estadio, el blairismo es el posterior dentro de este prolongado movimiento
histórico. El New Labour de Blair
está remodelando todas las instituciones —sociales, económicas, culturales— en
función de ese modelo relativamente nuevo, en función de lo que Philip Bobbitt
denominó «the market-State», o sea, un nuevo tipo
de Estado. Se trata de un estado que funda su legitimidad no tanto en la
promesa de un mayor bienestar material para todos los ciudadanos (al modo del
viejo Estado-nación), como en el compromiso de maximizar hasta donde sea
posible las oportunidades de todos y cada uno de los individuos. (60)
Los acontecimientos pasados desde 2007, la antesala de la
crisis económica y financiera brutal que ahora vivimos, o la simple actitud de
un continuador del thatcherismo, como es David Cameron, que ha antepuesto —según las críticas que está recibiendo en su país ya— los
intereses de la City financiera, ante
la (tímida) regulación financiera propuesta por la mayor parte de los estados
europeos, hace bueno, pasado los años el diagnóstico definitorio de Hall.
Lo preocupante no es que la economía sea pensada en términos
económicos (algo que también podría discutirse si la pensamos como ciencia moral, como Keynes la quería),
sino la transformación de cualquier ámbito en función de regulaciones
económicas. La cultura es reflejo de esa nueva forma de capitalismo que regula
las estructuras del sentimiento para poder controlar la totalidad de la vida
social. Remitimos aquí a la obra de Eva Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, que ya
reseñamos con anterioridad [ver entrada], que guarda relación con algunas de
las ideas expuestas aquí.
Son interesantes sus opiniones sobre opiniones sobre las relaciones entre los Estudios Culturales y el Posmodernismo. El "pos" aplicado a muchos fenómenos, en su opinión, no significa una fisura, sino una transición, un repensar necesario sobre la teoría. Posmodernismo significa entonces hacer avanzar la teoría existente, no un cambio, sino un transitar constante. Su idea del valor de las teoría es esencialmente pragámtico: lo importante es poder explicar los fenómenos. Asume la idea derridiana de tachadura, de que trabajamos con conceptos imperfectos, de que es necesario seguir utilizándolos siendo conscientes de su imperfección (sujeto, identidad, etc.). Señala Hall: "concibo la teoría como proceso: mi «go on theorizing» implica redefinir constantemente nuestros concepto, dejar de pensar de cierto modo y empezar a pensar de otro, más apropiado a nuestro propio contexto" (30-31). De ahí su extrañeza por la obsesión por tener teorías generales para aplicar en cualquier contexto, cuando entiende que es preferible que surja del propio contexto, de la adecuación a la realidad, y no meterla, como diría Nietzsche, a martillazos. Las teorías, no dice, deben ser siempre y permanentemente traducidas. Quizá sea este uno de los aspectos más interesantes de la obra, su concepto de teoría y sus forma de aplicación.
Uno de los aspectos que más ha desarrollado Stuart Hall en
su trabajo ha adquirido, a causa de la globalización, una gran importancia: el
fenómeno de la migración y sus consecuencias de creolización, hibridación, mestizajes, choque de culturas, identidades, etc. Hall señala que “la
globalización está convirtiendo en generales las experiencias específicas
—subjetivas y culturales— de las diásporas históricas. Puede repentinamente
hacer de cada uno de nosotros un «migrante»” (80-81). Más allá de
esta situación, están sus consecuencias en la redefiniciones de las identidades
culturales en los fenómenos diaspóricos
y de convivencia cultural, una cuestión candente. Los comentarios sobre la
especificidad de los atentados de Londres frente a los de Nueva York o Madrid
—el ser realizados por inmigrantes de segunda o tercera generación—, motiva
algunas reflexiones interesantes sobre estos fenómenos que nos afectan a todos
y cuestionan los modelos de relación cultural. Las recientes palabras de David
Cameron (y Angela Merkel) —que ya tratamos en otra entrada— sobre la muerte del
“multiculturalismo” resuenan en la mente al leer a Hall.
La obra finaliza con unas palabras que también adquieren
sentido en este año 2011 —memorable por muchas cosas, en lo positivo y en lo
negativo—, aunque fueran dichas hace cinco, en 2007:
[…] no basta con votar en contra
de lo que está sucediendo: debemos luchar para articular un modo alternativo al
actual capitalismo global, un modelo que de algún modo impida que terminemos en
las fauces de esta aterradora modernización capitalista actual. Me parece que
la izquierda alternativa europea no está pensando a largo plazo, que no tiene
un proyecto de largo aliento. Hablamos de detener los horrores de la guerra, de
detener las privatizaciones, etc.: buenas cosas, desde luego, pero que no se
insertan en una estrategia hegemónica alternativa a la del New Labour. Con esto
quiero decir: alternativa a la de las socialdemocracias europeas que, a esta
altura, ya «se pasaron»
acríticamente al sector del mercado. Según creo, lo que sucedió en Gran Bretaña
también sucedió o está sucediendo en otros sitios (87-88)
No le faltó a Stuart Hall agudeza en el diagnóstico, no. La
proliferación de movimientos ciudadanos por todo el mundo y su rechazo a la
política de partidos seguida hasta el momento refleja ese descontento. De ahí el odio visceral —más que a Margaret Thatcher, dice Hall— contra Tony Blair del cambio.
La
capacidad de articular y promover con eficacia modos alternativos (reales, no
marginales) se convierte en una necesidad social imperativa. Desde todos los
ángulos se hace necesario pensar y repensar fórmulas que sirvan para crear
modelos sociales que no nos lleven permanentemente a las crisis y a los
desastres.
Stuart Hall y Miguel Mellino (2011): La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies.
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 93 pp. ISBN (España):978-84-610-9039-6.
*Armand Mattelart y Erik Neveu (2004): Introducción a los estudios culturales. Paidós, Barcelona.
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