Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tawakoll Karman, la joven periodista yemení que ha recibido
el Premio Nobel de la Paz junto a otras dos mujeres —las liberianas Ellen
Johnson Sirleaf y Leymah Gobwee—, ha sido muy clara en su discurso de recepción
y ha realizado una petición:
“The democratic world, which has told us a lot about the
virtues of democracy and good governance, should not be indifferent to what is
happening in Yemen and Syria, and happened before that in Tunisia, Egypt and
Libya, and happens in every Arab and non-Arab country aspiring for freedom,”
Ms. Karman said. “All of that is just hard labor during the birth of
democracy, which requires support and assistance, not fear and caution.”*
A nadie
con un mínimo sentido común se le escapan las dificultades que el asentamiento de
una democracia tiene.Muchos países mantienen unos niveles precarios de salud
democrática y tenemos varios ejemplos en Europa de situaciones más que
complicadas. Los manejos del poder en Rusia, sin ir más lejos, y otros muchos
países, hacen dudoso considerar que la democracia sea un estado perfecto y
acabado. Es más bien como un organismo vivo, sujeto a los vaivenes del entorno
y a los descuidos de los que lo dan por hecho. Una democracia sana es la que,
previsora, se coge la bufanda cuando hace frío. Estamos viendo que el virus de
la corrupción también ataca a las sanas democracias y las manda al servicio de
enfermería en cuanto que se descuidan. No es solo Rusia o Lituania. El caso de
Brasil es también ilustrativo, con seis ministros cesados por corrupción en
apenas unos meses. España misma —estamos en el puesto 31 de transparencia en la
lista internacional— tiene sus casos, mayores o menores, permanentemente.
Separamos democracia y corrupción, pero eso no es más que un juego mental. En
África ha habido y hay varias guerras por fraudes electorales. Pero no son solo
los fraudes. Si los que elegimos nos roban o se lucran indebidamente, la
democracia se resiente; no ha funcionado como debía. Nada más delicado y complejo
que una democracia. Nada más difícil que ponerla en marcha; tampoco es fácil mantenerla sana.
Por eso
la petición de confianza, de apoyo y asistencia, que la premio Nobel yemení hace
a Occidente debe ser escuchada atentamente ahora que los ánimos se han enfriado
para algunos. Los que pensaban que en países con los niveles altísimos niveles de
corrupción y poca o nula tradición democrática, con partidos circunstanciales o
desconocidos, todo se iba a purificar con la presencia cristalina de una urna, se
equivocaban. Hemos ayudado a indecentes dictaduras con miles de millones de dólares
y euros, hemos abrazado a sus infames presidentes. Demos un margen de confianza
esta vez a los procesos en los que están inmersos a sabiendas de dos cosas: que
la democracia consiste en que ellos elijan sus representantes y no los nuestros,
y que es un proceso que debe darse en el tiempo, que requiere muchas cosas. La
ignorancia y la pobreza en la que estas dictaduras han mantenido a sus pueblos
—entrar en Yemen, nos dicen, es trasladarse a la Edad Media— tardará muchos
años en arreglarse.
Es la
tarea de las generaciones más jóvenes, a las que hay que respaldar, las que se
han levantado y ahora sienten que les sustraen sus revoluciones porque los
votos van a otros lugares. Hace falta apoyar a sus jóvenes, convencerles de que
en su formación e integridad está el futuro de unos países a los que aman, por
el que se han levantado y dejado sangre y vida. Desecharon el camino fácil de
la migración; eligieron el del compromiso. Es ahí, en ese terreno donde debe ir
el apoyo. Es ahí, con toda la sinceridad y naturalidad, donde hay que trabajar
con ellos.
El
mensaje que Occidente debe transmitir es precisamente el que reclama Tawakoll
Karman: sacudirse la indiferencia y apostar por un futuro en el que la
comunidad internacional manifieste su apoyo democrático exigiendo los mínimos
de partida y la evolución social permanente, apoyando progreso y no solo la vergonzosa
seguridad de los dictadores. El mejor favor que Occidente puede hacer a las
democracias que están por llegar es negarse a aceptar ningún tipo de
componendas con nuevos dictadores y alentar, mostrar su apoyo a los que
defienden y buscan la mejora de sus pueblos. Es algo que debemos exigir desde
nuestros propios países.
Para
esto tiene que pensarse también más allá del dinero. Hay acciones más allá de
lo puramente económico, de las inversiones. El desarrollo es importante pero,
por lo que hemos visto, el dinero no trae directamente la democracia, pero si suele
atraer a la corrupción. Es lo que han visto y vivido durante décadas. Las
empresas que inviertan tienen que apoyar la causa de la democracia no sumándose
al camino fácil de la corrupción, como ha estado sucediendo con demasiada
frecuencia.
Además
del desarrollo hay que establecer otros vínculos, que son los que Tawakoll
Karman reclama: apoyo y asistencia y no miedo y precaución. Hacen falta muchos
foros, no solo políticos; también sociales y culturales, muchos intercambios,
mucho conocimiento mutuo para poder sacudirnos los miedos. Muchos de ellos son
fruto de la ignorancia y de la pobreza. Quizá exigimos demasiado y demasiado
pronto. No basta con querer ser libres, hay que tantear los caminos, resolver
los obstáculos que han estado impidiendo el progreso en casi todos los sentidos.
La
división está entre los que saben que no es fácil y los que no quieren hacerlo.
No existen varitas mágicas. A los que saben que no es fácil, hay que tratar de
animarles para que sigan en su empeño y no se dejen vencer por el desánimo. A
los que no quieren hacerlo, señalarles que la responsabilidad histórica del
porvenir de sus pueblos exige salir de las catacumbas y afrontar un futuro
realista, que una vez que los pueblos se levantan, aprenden el camino, que
regresarán una y otra vez a calles y plazas.
Las
dictaduras no se destruyen en un mes ni las democracias se construyen en un
año. Tras los dictadores no solo están sus hijos o los amigos y los amigos de
los amigos. También están las inercias, las costumbres y los vicios que han
resultado gratificantes para muchos y que tienen que sacudirse para avanzar. No
se han levantado para cambiar de dictadores.
La
petición de Tawakoll Karman encierra mucho de esa constatación. Los que han
reclamado libertad son muchos; aquellos cuyo sueño de libertad tenía alguna
forma específica son menos. Ahora tienen que ponerse de acuerdo en dar forma a
sus sueños una vez que lograron despertar. Espera un largo camino. Para ese
camino es para el que piden apoyo y asistencia. Debemos recorrerlo con ellos honesta, sinceramente.
* “3 Women’s Rights Leaders Accept Nobel Peace Prize”. The New York Times 11/12/2011 http://www.nytimes.com/2011/12/11/world/sirleaf-gbowee-and-karman-accept-nobel-peace-prizes.html?src=ISMR_AP_LO_MST_FB
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