Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revista Time ha elegido para su “personaje del año” a los
manifestantes, a los que se han levantado por todo el mundo protestando por
cuestiones muy diferentes, pero con una misma actitud: decir ¡basta! a algo o a alguien. Los riesgos
de decirlo ha sido muchos y me imagino que alguien dará una cifra global,
aunque sea aproximada, de los muertos y heridos, de los detenidos o
desaparecidos, que este año de la protesta global ha causado en todo el mundo. Son muchos, un clamor.
A todas esas víctimas de porras, balas, bombas y gases hay
que añadir una nueva y ruin práctica represiva: el envenenamiento*. Ha ocurrido
en uno de los lugares clave de las protestas mundiales, en Egipto, y ha sido
contra los manifestantes protagonistas de la sentada “Ocupad el Parlamento”, en
la calle Magles al-Shaab, de El Cairo, frente la sede de la institución.
Mientras las decenas de ambulancias llegan para sacar de
allí a las personas aquejadas de vómitos u convulsiones, algunos han añadido
una pancarta de protesta: “¡Incluso los alimentos!” Y se preguntan “¿Cómo se
puede caer tan bajo?”.
Esta vez el niqab cumplió
una función distinta a la habitual. Sirvió para que no se pudiera identificar a
la mujer que llevó los bocadillos a los participantes en la sentada frente al
parlamento egipcio. La solidaridad egipcia ha hecho que sea una práctica
habitual llevar comida a los manifestantes. La importancia de mantener las
posiciones, de la resistencia sobre el terreno, convertía la alimentación en
una cuestión prioritaria que la solidaridad de los ciudadanos ayudaba a
resolver. Repartir comida entre los manifestantes es un acto noble porque ha
llegado muchas veces de gente que compartía lo poco que tenía por solidaridad con los que se dejaban la piel o la vida por todos.
Por eso nadie receló de los paquetes de empanadas de carne que
la mujer les llevó en la tarde del miércoles. Era una práctica habitual. El hawawshi es una especie de pizza o
empanada de carne con especias muy frecuente en Egipto, Líbano o Siria. Iban
envueltos con papel de un conocido restaurante y a nadie le extrañó. En poco
más de media hora comenzaron los violentos síntomas en todos los que lo habían
comido: vómitos, sudoración y desmayos.
Los médicos que han informado a la prensa han señalado que
es claramente un envenenamiento. También han señalado que el restaurante cuyo
papel se utilizó para envolver el hawawshi
no sirve esa comida, por lo que las sospechas de un envenenamiento intencionado
han crecido. Están analizando las muestras para saber qué tenía aquella carne.
Con esta acción, junto a su violencia y cobardía, se han
violado algunas leyes que para los egipcios son más sagradas que las que se
escriben sobre el papel. Se ha traicionado la confianza y esa forma de
hospitalidad y asistencia que les caracteriza como sociedad. Es una traición a
algo muy valioso para ellos: la confianza y la ayuda.
Los manifestantes egipcios han hecho suyo el símbolo de la
venda en el ojo, el resultado de los potentísimos gases que se han utilizado
contra ellos y que han causado graves cegueras en los miles que lo han
recibido. Han puesto ese parche en el ojo del león que les representa, los
leones situados en el puente que da paso a la plaza de Tahrir, porque los
egipcios valoran sus heridas, las que reciben por su defensa de aquello en lo
que creen y en contra de lo que no les gusta. Valoran sus heridas y sus
mártires, sobre los que construyen su espíritu de resistencia.
Hay todavía demasiadas zonas oscuras en Egipto, demasiadas
cuestiones que algún día, cuando hayan alcanzado la libertad plena que quieren
podrán ir saliendo a la luz. Una de ellas será saber de dónde surgió aquella
extraña carne que causó decenas de intoxicados y quien era aquella mujer, oculta
bajo el negro niqab, a la que nadie
conocía y que desapareció rápidamente, sin rastro, según todos los testigos.
* “Cabinet sit-in hit by mass food poisoning,
dozens hospitalized” Al-Masry Al-Youm 14/12/2011
http://www.almasryalyoum.com/en/node/549886
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