Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El espectáculo que están dando los diferentes grupos del
Partido Socialista será estudiado como el ejemplo mejor documentando de cainismo postelectoral. No tengo el más
mínimo interés en terciar a favor de nadie, sino en decir que este proceso
fratricida se lo podían haber ahorrado si lo hubieran hecho antes, si hubieran
realizado un verdadero y constante debate. Todos habríamos salido ganando y
ellos, probablemente, también. Porque el PSOE no ha perdido de esta manera
apabullante por la crisis, sino por su crisis.
La aparición de páginas y manifiestos diciendo que unos estuvieron
allí* y los otros en no se sabe dónde, tratando de salvar la figura de José
Luis Rodríguez Zapatero, como gran timonel, no deja de ser un ejercicio absurdo,
resultado de la falta de sentido y de la desconexión de la política y la
sociedad española en estos años.
Señalar males generales no significa que no se tengan los propios, de la misma forma que la alusión del documento publicado respecto a la crisis general no puede esconder los defectos específicos que nos han caracterizado. Separar las dos legislaturas en una edénica y otra apocalíptica no es sensato porque parte del apocalipsis proviene del edén primero. Y eso es lo que ha percibido una parte importante del electorado que, por encima de las disputas internas, ha abandonado masivamente el barco socialista y se ha pasado a otras opciones o se han quedado en su casa dando la mayoría absoluta a sus rivales. A unos les habrá sentado mejor que a otros, pero es lo que hay. Los millones de personas que dejaron de votar al partido socialista también estaban firmando su manifiesto.
El ejercicio de cerrar filas junto al jefe destronado puede
ser un ejercicio honesto de dar la cara y repartir las responsabilidades para
que algunos listos no se laven las manos de su responsabilidad en el desastre
electoral. Y político, ¿por qué no decirlo? La expresión “la crisis ha pasado
factura” es demasiado cómoda para ser real. Por supuesto que las crisis pasan
facturas, pero unas mayores y otras menores, unas más justificadas que otras. Y
la factura que le han pasado al PSOE es muy elevada y no se puede esconder.
Mejor harían los contendientes postelectorales generales y
electorales locales, pues lo que están dilucidando no es solo la política
nacional sino el atrincheramiento dentro del aparato del partido, en tratar de
aprender de sus errores. Y el primero de ellos es el propio funcionamiento del partido,
su cierre absoluto a cualquier idea renovadora, en manos de un aparato ciego.
Lo señalamos en su momento y se ha visto el resultado. Un partido en el que no
hay debate es un partido desconectado socialmente en un momento en el que los
ciudadanos han señalado por miles su descontento hacia el funcionamiento de
todos los partidos acusándolos de lo mismo. El mecanismo de selección de
candidatos es francamente aparatista
por no decir otra cosa. El convertir los congresos en “conferencias” es reducir
los debates ideológicos o políticos a cafés de sobremesa entre amigos. Y todo
esto se paga, porque se ha puesto en marcha un movimiento general de
fiscalización que está sensibilizando a la gente, que ya no es tan fácil de
engatusar.
El distanciarse de la figura de Rodríguez Zapatero ya ha
sido una realidad en la misma campaña electoral porque los estrategas y
comunicadores identificaron que iba a ser un problema. Nos olvidamos que
hubo que adelantar las elecciones para que no ocurriera lo de Grecia o Italia.
Solo esa astucia de adelantarnos al desastre nos ha salvado ante nosotros mismos
del ridículo de no ser capaces de enderezar nuestro propio rumbo directo hacia
las rocas del acantilado. Y eso, dentro del desastre, debe considerarse como un logro importante. Otros, como Papandreu o Berlusconi, han sido desalojados
mediante procedimientos mucho más traumáticos y que costará explicar y cerrar democráticamente.
La crisis existente justificaba el adelanto electoral y esos nos salva el
pellejo democrático, mejor que una crisis de gobierno exigida desde fuera. Puede que alguno
se riera por dentro de José Luis Rodríguez Zapatero, pero no lo hicieron públicamente,
como Sarkozy y Merkel de Silvio Berlusconi. En ese sentido, hemos estado a la altura. El espectáculo italiano y griego nos lo hemos ahorrado.
Los socialistas tendrán ahora que matarse para desalojar a
unos y que entren otros. Algunos recordarán aquellas leyes que enunciamos sobre
estas cosas, la aplicación maltusiana-darwinista (Darwin se inspiró en Thomas
Malthus) de la lucha por los recursos escasos. Mucho aparato para tan poco
puesto. La lucha será a muerte. Y no sé si servirá para algo más que para repartir.
Nuestros partidos necesitan más contacto con la sociedad y
menos mensajitos en los plenos, escuchar más a los que padecen las crisis que a
los que se quedan sin puesto cuando se pierden las elecciones. Necesitamos políticos serios, más que políticos profesionales. Losa partidos no son empresas, aunque a veces lo parezcan.
Los redactores y firmantes de manifiestos e iniciativas
pueden seguir con sus peleas y rencillas, criticándose unos a otros sobre sus
responsabilidades y sus orgullosas herencias, pero el tren ya pasó, y el
momento requiere otros planteamientos, otras voces, otras ideas y quizá muchas
caras nuevas.
Tienen que llegar otros aires a la política. Tiene que haber otra forma de preocuparse y ocuparse de la ciudadanía.
Tienen que llegar otros aires a la política. Tiene que haber otra forma de preocuparse y ocuparse de la ciudadanía.
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