Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hablar de la “refundación” de Europa puede parecer un
sarcasmo en estos momentos. Quizá sería más adecuado hablar de la “refundición”
de Europa, de recoger los pedazos y mandarlos a un imaginario horno en el cual
se pierdan entre llamas para fundir una nueva pieza. El hecho de que sea
Nicolas Sárkozy quien haya utilizado la expresión nos hace temer los resultados
porque fue él mismo quien habló no hace mucho de “refundar” el capitalismo.
Como sabemos, el capitalismo no solo no se ha “refundado” sino que se ha
intensificado volviendo a sus orígenes salvajes: hoy son los mercados —los
prestamistas, como en las novelas decimonónicas— los que suben o bajan sus
pulgares mientras los países, juntos o por separado, tratan de complacerlos.
Sin embargo, no hemos de sorprendernos demasiado. En
Francia, la palabra “refundar” tiene una práctica muy habitual. Se han pasado
la vida refundando. Por ejemplo, la
República la han refundado cinco veces. Sí, estamos en la Quinta República. Están
en el mismo sitio, la capital es París, como casi siempre, siguen tocando la
Marsellesa y poniéndose de pie, pero la República es la quinta. Otras veces les
da por “refundar” el Imperio y por eso tienen un Segundo Imperio. Y todo esto
detrás de los Pirineos, sin moverse mucho de sitio.
Luego está lo de los partidos, claro. Ya no sé cuántas veces
se ha “refundado” la derecha francesa. De vez en cuando se refundan y se llaman
“gaullistas”, después “neogaullistas” y así sucesivamente. Está la “derecha” y la “nueva derecha”, la “nueva derecha popular”, como también están la “nouvelle
cousine” o la cinematográfica “nouvelle vague” y es que a Francia le gusta la
discontinuidad nominal en el cambio histórico. Desde que le cogieron el gusto a
lo de La Bastilla, no paran de refundar. La nouvelle cousine ya se puede
considerar como un “recorte culinario” por lo ridículo de las porciones y lo
caro del servicio. Así es Francia, recorte con elegancia.
El propio Nicolas Sárkozy es el resultado de la “refundación”
europea de su padre que pasó de Hungría a Francia, de Francia a Hungría, y
finalmente se volvió a refundar francés.
También se refundaron católicos, porque antes eran protestantes. El propio
Nicolas tuvo que “refundar” algún curso porque no era demasiado buen
estudiante. Y a nadie le extrañó.
Por eso cuando habló no hace mucho de refundar el
capitalismo, los mercados se sintieron aliviados. No se ha refundado nada. La “refundación”
de Europa —una vez visto el papel que el término ha jugado en la historia de
las repúblicas e imperios franceses desde 1789— pasa a mostrarse como una
bonita palabra para encubrir otro tipo de maniobras que, dichas de otra forma,
sientan bastante mal.
Refundar Europa, en estos momentos en que no hay Europa, es
peligroso. No es más que un cambio más ante la ineficacia de los cambios
anteriores. Lo que hay que hacer no es refundar Europa sino refundar —de verdad—
el sistema. Todas las energías se están centrando es eso que llaman
eufemísticamente “calmar” o “aplacar” a los mercados que, por definición, son
implacables y han extendido la idea de que “las crisis son oportunidades”, que
es lo que está ocurriendo. El problema es que los que explican el problema son
parte del problema. Somos el coche sin líquido de frenos descendiendo por el
puerto de montaña, cuyo conductor asustado reza con la esperanza de que las
curvas se refundan en rectas y los barrancos en llanos.
Merkel y Sarkozy apuestan por sus cabezas europeas después
de haber tenido grandes desastres electorales en sus refundados países —también
Alemania es otro país que se refunda de vez en cuando, como sabemos—. Su temor
al fracaso es doble: interno y externo. Tratan de recuperar sus votos
proyectando una imagen interior de firmeza. No dudo de su intención, aunque sí dudo firmemente (extraña expresión)
que al no existir hoy una idea consistente y perfilada de Europa pueda hablarse de
“refundación” alguna. Lo que se va a tratar es de resolver mediante cirugía
—como ya se está haciendo— un caos político que comenzó con el fracaso de la constitución
europea y algún que otro signo evidente de que los engranajes chirriaban.
La Europa de los economistas se demuestra demasiado débil y
está generando mucha frustración y enemigos derivados de la ineptitud de muchos
dirigentes nacionales, que son los que verdaderamente están guiando Europa. El
hecho mismo de la constitución de ese eje franco-alemán siembra las dudas sobre
los mecanismos de decisión, que será uno de los elementos que los políticos
pondrán encima de la mesa, porque es lo que se está haciendo. No se está creando
una Europa de dos velocidades; se están creando ciudadanos de primera y segunda
categoría, incluso de tercera (aunque eso ya existía por el tratamiento dado a
algún país, teóricamente igual que los otros, pero al que no se le aplicaba el
mismo rasero).
El hecho cierto es que Europa (o lo que sea) no consigue
salir de la crisis y que la única forma que propone de hacerlo es blindando las
economías más fuertes o que aparentan serlo porque no son inmunes a las crisis
como está demostrado y, desgraciadamente, se podrá comprobar. La creencia en
que una moneda única era suficiente se ha demostrado equivocada. No se ha
conseguido que economías con distinto grado de desarrollo pudieran a la vez ser
competitivas interna y externamente. Vemos que no es una cuestión periférica,
sino algo que afecta a todos porque es el sistema que lastra y arrastra. El
problema real es la forma de financiación, la deuda, que deja de tener el
destino en tus manos y lo pasa a los acreedores, cuyos intereses son obtener el
máximo beneficio, sin más. En el mercado ya no hay ni política ni conspiración;
solo existe un objetivo: tener cada día lo más posible y eso es lo que están
haciendo, no otra cosa. Cada uno saca su provecho de la ruina de todos.
El ahorro privado nacional se está beneficiando de la propia
sangría nacional de la deuda. Alguien lo titulaba ingenuamente (o
estúpidamente) “hacer patria”. Comprar deuda nacional con altos intereses
no es hacer patria, es sangrarla; no porque la compremos nosotros se modifica su alto precio. De ahí la queja de los bancos, con los que compite. Aquí no hace
patria nadie. La nueva patria es el bolsillo. Y ese está siempre
refundándose.
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