viernes, 2 de diciembre de 2011

Refundar


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
 Hablar de la “refundación” de Europa puede parecer un sarcasmo en estos momentos. Quizá sería más adecuado hablar de la “refundición” de Europa, de recoger los pedazos y mandarlos a un imaginario horno en el cual se pierdan entre llamas para fundir una nueva pieza. El hecho de que sea Nicolas Sárkozy quien haya utilizado la expresión nos hace temer los resultados porque fue él mismo quien habló no hace mucho de “refundar” el capitalismo. Como sabemos, el capitalismo no solo no se ha “refundado” sino que se ha intensificado volviendo a sus orígenes salvajes: hoy son los mercados —los prestamistas, como en las novelas decimonónicas— los que suben o bajan sus pulgares mientras los países, juntos o por separado, tratan de complacerlos.
Sin embargo, no hemos de sorprendernos demasiado. En Francia, la palabra “refundar” tiene una práctica muy habitual. Se han pasado la vida refundando. Por ejemplo, la República la han refundado cinco veces. Sí, estamos en la Quinta República. Están en el mismo sitio, la capital es París, como casi siempre, siguen tocando la Marsellesa y poniéndose de pie, pero la República es la quinta. Otras veces les da por “refundar” el Imperio y por eso tienen un Segundo Imperio. Y todo esto detrás de los Pirineos, sin moverse mucho de sitio.
Luego está lo de los partidos, claro. Ya no sé cuántas veces se ha “refundado” la derecha francesa. De vez en cuando se refundan y se llaman “gaullistas”, después “neogaullistas” y así sucesivamente. Está la “derecha” y la “nueva derecha”, la “nueva derecha popular”, como también están la “nouvelle cousine” o la cinematográfica “nouvelle vague” y es que a Francia le gusta la discontinuidad nominal en el cambio histórico. Desde que le cogieron el gusto a lo de La Bastilla, no paran de refundar. La nouvelle cousine ya se puede considerar como un “recorte culinario” por lo ridículo de las porciones y lo caro del servicio. Así es Francia, recorte con elegancia.
El propio Nicolas Sárkozy es el resultado de la “refundación” europea de su padre que pasó de Hungría a Francia, de Francia a Hungría, y finalmente se volvió a refundar francés. También se refundaron católicos, porque antes eran protestantes. El propio Nicolas tuvo que “refundar” algún curso porque no era demasiado buen estudiante. Y a nadie le extrañó.
Por eso cuando habló no hace mucho de refundar el capitalismo, los mercados se sintieron aliviados. No se ha refundado nada. La “refundación” de Europa —una vez visto el papel que el término ha jugado en la historia de las repúblicas e imperios franceses desde 1789— pasa a mostrarse como una bonita palabra para encubrir otro tipo de maniobras que, dichas de otra forma, sientan bastante mal.


Refundar Europa, en estos momentos en que no hay Europa, es peligroso. No es más que un cambio más ante la ineficacia de los cambios anteriores. Lo que hay que hacer no es refundar Europa sino refundar —de verdad— el sistema. Todas las energías se están centrando es eso que llaman eufemísticamente “calmar” o “aplacar” a los mercados que, por definición, son implacables y han extendido la idea de que “las crisis son oportunidades”, que es lo que está ocurriendo. El problema es que los que explican el problema son parte del problema. Somos el coche sin líquido de frenos descendiendo por el puerto de montaña, cuyo conductor asustado reza con la esperanza de que las curvas se refundan en rectas y los barrancos en llanos.

Merkel y Sarkozy apuestan por sus cabezas europeas después de haber tenido grandes desastres electorales en sus refundados países —también Alemania es otro país que se refunda de vez en cuando, como sabemos—. Su temor al fracaso es doble: interno y externo. Tratan de recuperar sus votos proyectando una imagen interior de firmeza. No dudo de su intención, aunque sí dudo firmemente (extraña expresión) que al no existir hoy una idea consistente y perfilada de Europa pueda hablarse de “refundación” alguna. Lo que se va a tratar es de resolver mediante cirugía —como ya se está haciendo— un caos político que comenzó con el fracaso de la constitución europea y algún que otro signo evidente de que los engranajes chirriaban.
La Europa de los economistas se demuestra demasiado débil y está generando mucha frustración y enemigos derivados de la ineptitud de muchos dirigentes nacionales, que son los que verdaderamente están guiando Europa. El hecho mismo de la constitución de ese eje franco-alemán siembra las dudas sobre los mecanismos de decisión, que será uno de los elementos que los políticos pondrán encima de la mesa, porque es lo que se está haciendo. No se está creando una Europa de dos velocidades; se están creando ciudadanos de primera y segunda categoría, incluso de tercera (aunque eso ya existía por el tratamiento dado a algún país, teóricamente igual que los otros, pero al que no se le aplicaba el mismo rasero).

El hecho cierto es que Europa (o lo que sea) no consigue salir de la crisis y que la única forma que propone de hacerlo es blindando las economías más fuertes o que aparentan serlo porque no son inmunes a las crisis como está demostrado y, desgraciadamente, se podrá comprobar. La creencia en que una moneda única era suficiente se ha demostrado equivocada. No se ha conseguido que economías con distinto grado de desarrollo pudieran a la vez ser competitivas interna y externamente. Vemos que no es una cuestión periférica, sino algo que afecta a todos porque es el sistema que lastra y arrastra. El problema real es la forma de financiación, la deuda, que deja de tener el destino en tus manos y lo pasa a los acreedores, cuyos intereses son obtener el máximo beneficio, sin más. En el mercado ya no hay ni política ni conspiración; solo existe un objetivo: tener cada día lo más posible y eso es lo que están haciendo, no otra cosa. Cada uno saca su provecho de la ruina de todos.
El ahorro privado nacional se está beneficiando de la propia sangría nacional de la deuda. Alguien lo titulaba ingenuamente (o estúpidamente)  “hacer patria”. Comprar deuda nacional con altos intereses no es hacer patria, es sangrarla; no porque la compremos nosotros se modifica su alto precio. De ahí la queja de los bancos, con los que compite. Aquí no hace patria nadie. La nueva patria es el bolsillo. Y ese está siempre refundándose.




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