Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Václav Havel |
Son dos formas extremas de entender los países y cuál debe
ser su comportamiento, dos formas de entender la política, el gobierno y la Historia. Entre
estas formas extremas, el año nos ha dejado otras muestras de dirigentes que
componen la fauna política en toda su biodiversidad.
Más próximo a las formas dictatoriales del coreano, está el difunto Muamar el Gadafi, otro de los desaparecidos, si bien de una forma muy distinta. Gadafi vivió la formas teatrales que gustan en Corea, pero transformadas por su sentido operístico. Su final ha sido terrible, para él y para su pueblo, al que ha dejado una herencia deformada de la que les costará salir, porque los dirigentes políticos son algo más que figuras en un palco o imágenes en un retrato.
La política es un arte ejemplar, no solo una forma de
gobierno. Las maneras y modos de los gobiernos moldean a los ciudadanos que se
acostumbran a una manera de actuar especular respecto a lo que ven. Los corruptos extienden la corrupción, como vemos en los países árabes que intentan salir de las herencias dejadas por sus dictadores.
No es fácil que los pueblos se resistan a estas inercias imitativas porque desde que existen medios masivos de reproducir las imágenes más allá de los retratos y monedas, los dirigentes se han vuelto narcisistas y exigen ser contemplados en una naturalidad aparente, estudiada, con distintos grados de teatralidad. Muchos, como Berlusconi, buscan el aplauso social a sus comportamientos hasta despertar en unos la vergüenza y en otros el deseo de parecerse a su líder.
No es fácil que los pueblos se resistan a estas inercias imitativas porque desde que existen medios masivos de reproducir las imágenes más allá de los retratos y monedas, los dirigentes se han vuelto narcisistas y exigen ser contemplados en una naturalidad aparente, estudiada, con distintos grados de teatralidad. Muchos, como Berlusconi, buscan el aplauso social a sus comportamientos hasta despertar en unos la vergüenza y en otros el deseo de parecerse a su líder.
Los pueblos más maduros, en general, no permiten a sus
dirigentes teatralidades excesivas. Prefieren exigirles eficacia y compromiso
con las causas que consideran suyas. El problema se produce cuando estos dirigentes
las ignoran sistemáticamente o las convierten en retórica vacía, hueca. Es también
misión de los dirigentes proponer esas causas positivas a sus pueblos, ilusionarlos con
proyectos que los estimulen, liderarlos más allá de las fórmulas estereotipadas
al uso.
Hay diferencias entre los meros tecnócratas, que pueden ser
eficaces, y los que ilusionan a sus países. Desgraciadamente se confunde la
capacidad de ilusionar con el ilusionismo político, que es otra cosa, y se pasa
fácilmente de uno a otro. ¿Cómo ilusionar sin caer en la demagogia, como ocurre
muchas veces? Proponiendo metas reales, algo que la gente perciba como un
futuro que es posible dejar como herencia. Los pueblos trabajan siempre para un
futuro que desean. Cuando solo viven el presente, algo no funciona bien. El
futuro es compromiso y responsabilidad, un motor de cambio real y no una simple
zanahoria ante nosotros. Desgraciadamente, el futuro de muchos dirigentes no es
más que un espacio retórico al que nunca se llega más que como imagen
propagandística. La promesa eterna es un mal sistema de gobierno; el político
se acostumbra pronto a lo fácil que es hacer discursos sobre lo que va a hacer.
Un buen dirigente debe, además de ilusionar, responsabilizar.
Los hay que hacen lo primero pero no lo segundo. Para responsabilizar a los
pueblos es esencial decirles la verdad, la sinceridad absoluta sobre lo que
implican las decisiones que se toman. La política es también el arte de sopesar
las consecuencias de las acciones. Para muchos dirigentes, en cambio, es el
arte de hacer sin que se perciban los costes, que son entendidos como desgastes de imagen.
Indudablemente, la responsabilidad política supone la toma
de decisiones que no siempre son agradables, pero este no es un parámetro estrictamente
político. Lo agradable o no de las situaciones está en función del tipo de
principios sobre los que se construyen. Porque lo que se necesitan son
dirigentes que actúen desde principios y no mero tecnócratas. La creencia en
que existe una forma neutra de llevar una sociedad es una mera tontería, como
lo es pensar que marchan solas. Ni los pueblos son infantiles ni los dirigentes deben ser paternalistas. Los pueblos con una sociedad civil formada, madura y responsable políticamente hablando, exigen esa misma madures a sus gobernantes, que se convierte en su prolongación.
Los dirigentes simples son un peligro. La complejidad de las sociedades requiere un conocimiento
importante de muchas cosas, más allá de los planteamientos económicos, sobre
los que parece haberse centrado exclusivamente la discusión moderna sobre la política. No es
tanto el arte de cuidar los bolsillos, sino el de ayudar a decidir cómo se
gasta lo que hay en ellos. Echamos de menos dirigentes con otros discursos más allá de los habituales, que tienden a ser repetitivos y huecos.
Hay políticos que tratan de vender eficacia y seriedad,
otros simpatía y descaro. Obama, Berlusconi, Sárkozy, Merkel…, son estilos de
gobernar muy distintos en países democráticos. Otros tratan de imponer algo más que el estilo y buscan moldear los
países a su gusto, como Putin o Chávez, con sus países en el filo de la navaja.
Es el modelo testosterona de
gobernar.
El mundo ha aprendido mucho este año sobre la forma de
dirigir los pueblos. Tenemos las revoluciones árabes, levantamientos contra unas
formas dictatoriales, en la mayoría de los casos con pretensiones hereditarias,
como ha sucedido en Corea. Hemos tenido también el modelo ausente, como en Bélgica,
país en el que se han batido los récords de tiempo sin gobierno. No era un
estado perfecto ni deseable, pero no se ha paralizado Bélgica.
Hemos descubierto también, merced a la crisis económica, que
existen formas anónimas y oscuras que dirigen el mundo por encima de pueblos y
gobernantes. Y hemos descubierto que tendremos que buscar formas de
controlarlos para evitar que los gobiernos, que la democracia misma, se
convierta en una farsa. Para ello tendremos que elegir cada vez con mayor responsabilidad
a los gobernantes. Habrá que elegirlos alejándonos de los demagogos que nos
meten en agujeros de los que nos resulta después difícil salir.
Hemos descubierto también que el mundo se ha hecho más
pequeño y que no solo debemos tener mercados globales, sino sobre todo
conciencias globales, que nuestros valiosos principios morales debemos mantenerlos
más allá de nuestras fronteras, respetando los derechos de otros pueblos y no
consintiendo que se actúe de forma hipócrita manteniendo dictaduras
justificadas en nuestra propia seguridad. No queremos que en nuestro nombre se mantenga la injusticia sobre otros. Debemos tener dirigentes que asuman esta
validez de los principios y los derechos de los demás. Echamos de menos liderazgo intelectual y moral que haga que los pueblos se sientan orgullosos de algo más que de producir o fabricar. No somos solo fábricas o empresas; somos cultura, valores, ideas.
A unos gobernantes los juzga la Historia, a otros las urnas y a otros los tribunales. Unos salen por su propio pie entre las aclamaciones de los que les agradecen el servicio que han prestado; otros lo hacen por la puerta de atrás, sin demasiado ruido. No siempre se acierta y lo que se ha de valorar es la honestidad de los errores. Cuando podemos elegirlos, es nuestra responsabilidad haberlos puesto ahí. Este año ha habido un buen número de ex gobernantes que han pasado por la justicia, del francés Jacques Chirac al ex presidente de Israel, Moshe Katsav, que ingresó en prisión hace unos días por violación. Son las líneas con las que acabarán sus biografías políticas.
Havel ha sido despedido por un pueblo agradecido por haber
llegado a la democracia, por haber ayudado a que la gente recobrara su
capacidad de decidir. Jong-il ha sido llorado por un pueblo al que se ha
adoctrinado —día tras día, año tras año— en la creencia de que la muerte de su
dirigente es un drama cósmico porque todo lo que tienen se lo deben a él; un
drama que solo puede ser superado por la bondad infinita del dictador que tuvo
a bien engendrar un vástago para que su pueblo no sufriera demasiado con su
ausencia. Los dioses son buenos con sus pueblos cuando son obedientes.
Moshe Katsav, condenado y encarcelado |
Tony Balir y Jacque Chirac, condenado |
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